—¿Y cuáles son las verdades importantes o esenciales?
—Más importante que la «Verdad con y mayúscula» es, según Kierkegaard, encontrar la «verdad para mí». De esa manera colocó al individuo contra el «sistema». Kierkegaard opinaba que Hegel se había olvidado de que él mismo era un ser humano. Así describe al típico profesor hegeliano: «Mientras el meditabundo y respetado señor profesor explica la totalidad de la existencia, se olvida, en su distracción, de cómo se llama, de lo que es un ser humano, simplemente un ser humano, no unos ficticios 3/8 de párrafo».
—¿Y qué es un ser humano según Kierkegaard?
—Es una pregunta que no se puede contestar generalizando. Para Kierkegaard no tiene ningún interés hacer una descripción general de la naturaleza o del ser humano. Es la existencia de cada uno la que es esencial. Y el hombre no percibe su propia existencia detrás de un escritorio. Cuando el ser humano actúa, y especialmente cuando toma importantes decisiones, es cuando se relaciona con su propia existencia. Se cuenta una anécdota sobre Buda que puede ilustrar lo que quería decir Kierkegaard.
—¿Sobre Buda?
—Sí, porque también la filosofía de Buda tomó como punto de partida la existencia del hombre: érase una vez un monje que pensaba que Buda daba respuestas muy poco claras a preguntas importantes sobre lo que es el mundo y lo que es el hombre. Buda contestó con un ejemplo de un hombre herido por una flecha venenosa. El herido no preguntaría por curiosidad intelectual de qué estaba hecha la flecha, qué veneno tenía o desde qué ángulo había sido disparada.
—Más bien desearía que alguien le sacara la flecha y le curase la herida.
—¿Verdad que sí? Eso es lo que era existencialmente importante para él. Tanto Buda como Kierkegaard tenían una fuerte sensación de existir sólo durante un breve instante. Y como ya hemos señalado: entonces no se sienta uno detrás de un escritorio para meditar sobre la naturaleza del espíritu universal.
—Entiendo.
—También dijo Kierkegaard que la verdad es «subjetiva». Pero no quería decir con ello que da lo mismo lo que creamos u opinemos. Quería decir que las verdades realmente importantes son personales. Solamente esas verdades son «una verdad para mí».
—¿Puedes ponerme un ejemplo de una verdad subjetiva?
—Una cuestión importante es, por ejemplo, la de si el cristianismo es lo verdadero. Esta no es una cuestión ante la que se pueda tomar una postura teórica o académica. Para uno que «se entiende a sí mismo en términos de existencia», se trata de vida o muerte. No es algo que uno se siente a discutir por discutir. Es algo que uno trata con la máxima pasión y fervor.
—Entiendo.
—Si te caes al agua no adoptas una postura teórica ante la cuestión de si te vas a ahogar o no. En ese caso no es «interesante» ni «poco interesante» si hay cocodrilos en el agua. Es cuestión de vida o muerte.
—Pues sí.
—Tenemos que distinguir entre la cuestión filosófica de si existe un dios y la relación del individuo con la misma cuestión. Ante cuestiones de este tipo, cada individuo se encuentra totalmente solo. Y a preguntas semejantes sólo nos podemos aproximar mediante la fe. Las cosas que podemos saber mediante la razón son, según Kierkegaard, completamente inesenciales.
—Eso me lo tienes que explicar mejor.
—8 + 4 = 12, Sofía. Eso es algo que podemos saber con seguridad. Es un ejemplo de esas «verdades de la razón» de las que todos los filósofos después de Descartes se habían ocupado. ¿Pero debemos incluirlas en nuestras oraciones? ¿Son cosas sobre las que meditaremos cuando estemos a punto de morir? No, las verdades de ese tipo pueden ser «objetivas» y «generales», pero por ello también resultan totalmente indiferentes para la existencia de cada uno.
—¿Y la fe?
—No puedes saber si una persona te ha perdonado cuando has hecho algo malo. Precisamente por eso es importante para ti existencialmente. Es una cuestión con la que tienes una relación viva. Tampoco puedes saber si otra persona te quiere o no. Sólo es algo que puedes creer o esperar. Pero eso es más importante para ti que el que la suma de los ángulos de un triángulo sea 180 grados. Y nadie piensa precisamente en la «ley causal», ni en las «formas conceptuales», en el momento de recibir su primer beso.
—No, sería de locos.
—Ante todo es importante la fe cuando se trata de cuestiones religiosas. Kierkegaard escribió: «Si puedo entender a Dios objetivamente no creo; pero precisamente porque no puedo, por eso tengo que creer. Y si quiero conservarme en la fe, tendré que cuidarme siempre de conservar la incertidumbre objetiva, de estar a 70.000 fanegas de profundidad en esta incertidumbre objetiva, y sin embargo creer».
—Me parece que lo expresa de un modo un poco pesado.
—Anteriormente muchos habían intentado probar la existencia de Dios, o al menos captaría con la razón. Pero si uno se da por satisfecho con ese tipo de pruebas de Dios o argumentos de la razón, se pierde lo que es la propia fe, y con ello también el fervor religioso. Porque lo esencial no es si el cristianismo es o no lo verdadero, sino si es lo verdadero para mí. En la Edad Media esta misma idea se expresó mediante la fórmula «credo quia absurdum».
—¿Ah sí?
—Significa: «Creo porque es absurdo». Si la religión cristiana hubiese apelado a la razón, y no a otras partes de nosotros, entonces no se habría tratado de una cuestión de fe.
—Eso ya lo he entendido.
—Hemos visto lo que Kierkegaard entendía por «existencia», lo que entendía por «verdad objetiva» y lo que incluía en el concepto «fe». Estos tres conceptos se formularon como una crítica de la tradición filosófica, y especialmente de Hegel. Pero también contenía una crítica de toda una cultura. En las modernas sociedades urbanas, el ser humano se había convertido en «público», decía Kierkegaard, y la característica más destacada de la multitud era toda esa «palabrería» sin compromiso alguno. Hoy en día a lo mejor utilizaríamos la expresión «conformismo», es decir que todo el mundo opina y defiende lo mismo, sin tener ninguna relación apasionada con el tema en cuestión.
—Estoy pensando que tal vez Kierkegaard podría haber dicho algunas verdades a los padres de Jorunn.
—Pero no era siempre tan indulgente en sus apreciaciones. Tenía una pluma aguda y una ironía amarga. A veces lanzaba sutilezas tales como que «la multitud es la mentira» o que «la verdad siempre está en la minoría». señalaba además que la mayor parte de la gente tenía una relación de juego con la existencia.
—Una cosa es coleccionar muñecas Barbie, pero es casi peor que una misma sea una muñeca Barbie...
—Lo cual nos lleva a la teoría de Kierkegaard sobre las tres fases en el camino de la vida.
—¿Qué has dicho?
—Kierkegaard opinaba que existen tres actitudes vitales diferentes. Él utiliza la palabra fases y las llama «fase estética», «fase ética» y «fase religiosa». Utiliza la palabra «fase» para marcar que se puede vivir en las fases inferiores y de pronto dar el salto» hasta una fase superior. Pero mucha gente vive en la misma fase toda la vida.
—Apuesto a que pronto llegará una explicación. Además empiezo a sentir curiosidad por saber en qué fase me encuentro yo.
—Quien vive en la fase estética vive el momento y busca en todo momento conseguir el placer. Lo que es bueno es lo que es hermoso, bello o grato. En ese aspecto se vive totalmente en el mundo de los sentidos. El estético se convierte en un juguete de sus propios placeres y estados de ánimo. Lo negativo es lo «aburrido», lo «pesado».
—Pues sí, conozco bien esa actitud.
—El típico romántico es por lo tanto el típico estético. Porque no se trata solamente de placeres sensuales. También quien tiene una relación de juego con la realidad, por ejemplo, con el arte o la filosofía con los que él o ella trabajan, vive en la fase estética. Se puede tener una relación estética o de «observador» incluso con el dolor y el sufrimiento. Es la vanidad la que domina. Ibsen dibujó al típico estético en su personaje Peer Gynt.
—Creo que entiendo lo que quieres decir.
—¿Te reconoces?
—No del todo. Pero me recuerda un poco al mayor.
—Quizás sí, Sofía... Aunque éste ha sido un ejemplo más de esa pegajosa ironía romántica. Deberías enjuagarte la boca.
—¿Qué has dicho?
—Bueno, tú no tienes la culpa.
—¡Sigue!
—Uno que vive en la fase estética puede llegar a sentir pronto angustia y vacío. Pero en ese caso también hay esperanza. Según Kierkegaard la angustia es algo casi positivo. Es una expresión de que uno se encuentra en una «situación existencial». Ahora el estético puede optar por dar el gran «salto» hasta una fase superior. Pero o sucede o no sucede. No sirve de nada estar a punto de saltar si no se hace del todo. Aquí se trata de un «o lo uno o lo otro». Pero nadie puede dar el salto por ti. Tú mismo tienes que elegir.
—Eso me recuerda un poco a lo de dejar de fumar o de consumir droga.
—Sí, tal vez. Al describir esta «categoría de la decisión» Kierkegaard nos recuerda a Sócrates, que señaló que todo verdadero conocimiento viene desde dentro. También la elección que conduce a que un ser humano salte de una actitud vital estética a una actitud vital ética o religiosa tiene que surgir desde dentro. Esto lo describe Ibsen en Peer Gynt. Otra descripción magistral de cómo la elección existencial emana de una desesperación y miseria interiores la ofrece Dostoievski en la gran novela Crimen y castigo.
—En el mejor de los casos se elige otra actitud vital.
—Y de esa manera a lo mejor se empieza a vivir en la fase ética, la cual se caracteriza por la seriedad y elecciones consecuentes según criterios morales. Esta actitud ante la vida puede recordar a la ética del deber de Kant. Se intenta vivir de acuerdo con la ley moral. Igual que Kant, Kierkegaard pone su atención ante todo en la disposición mental de la persona. Lo esencial no es exactamente lo que uno opina que es lo correcto y lo que uno opina que es malo. Lo esencial es que uno elija tener una actitud ante lo que es «correcto o equivocado». Lo único que le interesa al estético es si una cosa es «divertida o aburrida».
—¿Y no se corre el riesgo de convertirse en una persona demasiado seria viviendo de este modo?
—Pues sí. Según Kierkegaard tampoco la «fase ética» es la más satisfactoria. También en la fase ética puede uno llegar a aburrirse de ser tan cumplidor y minucioso. Muchas personas, cuando se hacen mayores, llegan a experimentar una gran sensación de cansancio. Algunos pueden volver a caer en la vida de juego de la fase estética. Pero algunos dan un nuevo salto hasta la fase religiosa, alcanzando así «la profundidad de 70. 000 fanegas» de la fe. Eligen la fe ante el placer estético y los deberes de la razón. Y aunque puede ser «terrible caer en las manos del Dios Vivo», como expresa Kierkegaard, es cuando por fin el ser humano encuentra la conciliación.
—El cristianismo.
—Sí Para Kierkegaard, la «fase religiosa» era la religión cristiana. Pero también tendría una gran importancia Para pensadores no cristianos. En el siglo XX surgió una extensa «filosofía existencialista» inspirada en el pensador danés.
Sofía miró el reloj.
Son casi las siete. Tengo que irme corriendo. Habrá que oír a mamá.
Dijo adiós con la mano a su profesor de filosofía y bajó corriendo al agua y al bote.
... un fantasma recorre Europa...
Hilde se levantó de la cama y se puso junto a la ventana que daba a la bahía. Había empezado el sábado leyendo sobre el cumpleaños de Sofía. El día anterior había sido su propio cumpleaños.
Si su padre había calculado que le iba a dar tiempo a leer hasta el cumpleaños de Sofía, había calculado muy por lo alto. No hizo otra cosa que leer durante todo el día anterior. Pero había tenido razón en que sólo faltaba por llegar una última felicitación. Era cuando Alberto y Sofía habían cantado «Cumpleaños feliz». A Hilde le había dado un poco de vergüenza.
Luego Sofía había hecho las invitaciones para su «fiesta filosófica en el jardín», que se celebraría el mismo día en que el padre de Hilde regresaba del Líbano. Hilde estaba convencida de que ese día sucedería algo que ni ella ni su padre tenían bajo control.
Una cosa sí era segura: antes de que su padre volviera a Berjerkely le daría un pequeño susto. Era lo menos que podía hacer por Sofía y Alberto. Le habían pedido ayuda.
Su madre seguía en la caseta. Hilde bajó de puntillas al piso de abajo y fue a la mesita del teléfono. Buscó el teléfono de Anne y Ole en Copenhague y marcó todos los números, uno por uno.
—Anne Kvamsdal.
—Hola, soy Hilde.
—¡Qué sorpresa! ¿Qué tal va todo por Lillesand?
—Muy bien, de vacaciones. Y sólo falta una semana para que papá vuelva del Líbano.
—¡Qué contenta estarás, Hilde!
—Sí me hace mucha ilusión. Sabes en realidad llamo por eso...
—¿Ah sí?
—Creo que su avión llega a Copenhague sobre las cinco el día 23. ¿Estaréis en Copenhague ese día?
—Creo que sí.
—Quería pediros un pequeño favor.
—¡Faltaría más!
—Pero es un poco especial, ¿sabes?; no sé si se puede hacer.
—Suena muy interesante...
Y Hilde comenzó a explicarle. Habló de la carpeta de anillas, de Alberto y Sofía y todo lo demás. Varias veces tuvo que volver a empezar porque ella o su tía, al otro lado del teléfono, se echaban a reír. Cuando por fin colgó su plan estaba en marcha.
Luego tendría que hacer algunos preparativos allí mismo, pero aún no corría prisa.
Hilde pasó el resto de la tarde y noche con su madre. Fueron al cine a Kristiansand, porque tenían que «recuperar» un poco del día anterior, que no había sido un verdadero cumpleaños. Al pasar por la entrada del aeropuerto, Hilde colocó algunas piezas mas en el rompecabezas que tenía presente constantemente.
Por fin, cuando ya tarde se fue a acostar, pudo seguir leyendo en la gran carpeta de anillas.
Eran casi las ocho cuando Sofía se metió por el Callejón. Su madre estaba con las plantas delante de la casa cuando Sofía llegó.
—¿De dónde vienes?
—Vengo por el seto.
—¿Por el seto?
—¿No sabes que hay un sendero al otro lado?
—¿Pero dónde has estado, Sofía? Una vez más, no me has avisado de que no vendrías a comer.
—Lo siento. Hacía tan bueno. He dado un paseo larguísimo.