El Mundo de Sofía (54 page)

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Authors: Jostein Gaarder

Tags: #narrativa

BOOK: El Mundo de Sofía
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—No, no es tan sencillo, y Marx lo subraya muy claramente. Hay una influencia recíproca entre la base y la supraestructura de la sociedad. Si hubiera negado esta reciprocidad, habría sido un «materialista mecanicista». Pero Marx reconoce que hay una relación recíproca o «dialéctica» entre la base y la supraestructura, y por eso decimos que es un materialista dialéctico. Por otra parte puedes tomar nota de que Platón no trabajó ni como alfarero ni como viticultor.

—Entiendo. ¿Pero vas a decir algo más sobre el templo?

—Sí, un poco más. Estudia detenidamente la base del templo e intenta describírmela.

—Las columnas reposan sobre una base que consta de tres niveles o escalones.

—De la misma manera también podemos distinguir tres niveles en la base de la sociedad. Lo más básico es lo que podemos llamar «condiciones de producción» de la sociedad, es decir las condiciones y los recursos naturales que existen en la sociedad, todo aquello que tiene que ver con el clima y las materias primas. Todo esto constituye los cimientos de la sociedad, y estos cimientos ponen límites clarísimos sobre qué tipo de producción puede tener esta sociedad. Y con ello, también se ponen límites muy claros sobre qué tipo de sociedad y qué tipo de cultura se puede llegar a tener en general.

—Por ejemplo no se pueden pescar arenques en el Sahara, y tampoco se pueden cultivar dátiles en el norte de Noruega.

—Justo. Lo has entendido. Pero también hay mucha diferencia entre la manera de pensar de la gente de una cultura nómada y la de un pueblecito pesquero del norte de Noruega. El siguiente nivel abarca las «fuerzas productivas» que existen en la sociedad. Marx se refiere con esto a la clase de herramientas y máquinas que se tienen.

—Antiguamente se pescaba con barcas de remo, hoy se pesca con grandes barcos de arrastre.

—Ya estás tocando el siguiente nivel de la base de la sociedad, es decir quién es el propietario de los medios de producción. A la propia organización del trabajo, es decir; a la división del trabajo y a las relaciones de propiedad, Marx las llamó relaciones de producción de la sociedad.

Entiendo.

—Hasta aquí podemos concluir y decir que es el modo de producción de una sociedad el que decide las condiciones políticas e ideológicas que hay en esa sociedad. No es una casualidad que hoy en día pensemos de un modo algo distinto, y que tengamos una moral distinta a la que existía en una antigua sociedad feudal.

—Entonces Marx no creía en un derecho natural vigente en todos los tiempos.

—No, la cuestión de lo que es moralmente correcto es, según Marx, un producto de la base de la sociedad. No es, por ejemplo, una casualidad el que en las viejas sociedades campesinas fueran los padres los que decidieran con quién se iban a casar sus hijos, ya que entraba en juego la cuestión de quién iba a heredar la granja. En una ciudad moderna las relaciones sociales son distintas. Aquí te puedes encontrar con tu futuro esposo o esposa en una fiesta o en una discoteca, y si uno está suficientemente enamorado, encontrará, de alguna manera, un sitio donde vivir.

—Yo nunca hubiera consentido que mis padres decidieran con quién tengo que casarme.

—No, porque tú también eres hija de tu época. Marx señaló además que, por regia general, es la clase dominante de una sociedad la que decide lo que es bueno y lo que es malo. Porque toda la Historia es una historia de luchas de clases. Es decir, que la Historia trata, sobre todo, de quién va a ser propietario de los medios de producción.

—¿No contribuyen también los pensamientos e ideas de la gente a cambiar la Historia?

—Sí y no. Marx era consciente de que las relaciones de la supraestructura de la sociedad pueden actuar sobre la base de la sociedad, pero rechazó la idea de que la supraestructura de la sociedad tuviera una historia independiente. Lo que ha impulsado a la Historia a evolucionar desde las sociedades de esclavos de la Antigüedad, hasta las sociedades industriales de nuestra época, han sido sobre todo los cambios que han tenido lugar en la base de la sociedad.

—Sí, eso ya lo has dicho.

—En todas las fases de la Historia ha habido, según Marx, un antagonismo entre las dos clases sociales dominantes. En la sociedad de esclavitud de la Antigüedad, el antagonismo estaba entre el ciudadano libre y el esclavo; en la sociedad feudal de la Edad Media entre el señor feudal y el siervo; y más adelante entre el noble y el burgués. Pero en la época del propio Marx, en lo que él llama una sociedad burguesa o capitalista, los antagonismos están ante todo entre el capitalista y el obrero o proletario. Existe, pues, un antagonismo entre los que poseen y los que no poseen los medios de producción. Y como la «clase superior» no quiere ceder su predominio, un cambio sólo puede tener lugar mediante una revolución.

—¿Qué sucede con la sociedad comunista?

—A Marx le interesaba especialmente la transición de una sociedad capitalista a una sociedad comunista. También realiza un análisis detallado del modo de producción capitalista, Pero antes de centrarnos en este tema, tenemos que decir algo sobre la visión que tenía Marx del trabajo de las personas.

—¡Venga!

—Antes de convertirse en comunista, el joven Marx estuvo interesado en saber qué le ocurre al ser humano cuando trabaja. También Hegel había analizado este tema. Hegel pensaba que hay una relación recíproca o dialéctica entre el ser humano y la naturaleza. Cuando el hombre trabaja la naturaleza, al mismo hombre también se le trabaja. O dicho de un modo un poco diferente: cuando el hombre trabaja, interviene en la naturaleza y deja en ella su huella. Pero en este proceso labora también la naturaleza interviene en el hombre y deja huella en su conciencia.

—Dime qué clase de trabajo realizas y te diré quién eres.

—Ésta es, muy resumida, la tesis de Marx. El cómo trabajamos marca nuestra conciencia, pero nuestra conciencia también marca nuestro modo de trabajar. Se puede decir que hay una relación recíproca entre la «mano» y el «espíritu». Así, la conciencia del hombre está en estrecha relación con su trabajo.

—Entonces tiene que resultar bastante terrible estar en el paro.

—Sí, porque el que no tiene trabajo está de alguna manera vacío. Hegel ya había pensado en esto. Tanto para Hegel como para Marx, el trabajo es algo positivo, es algo íntimamente relacionado con el hecho de ser persona.

—Entonces también debe ser algo positivo ser obrero.

—Sí, en un principio si. Pero precisamente en este punto Marx lanza su terrible crítica sobre la forma capitalista de producción.

—¡Cuéntame!

—En el sistema capitalista el obrero trabaja para otro. Así el trabajo se convierte en algo fuera de él. El obrero es un extraño a su propio trabajo y por tanto también se convierte en un extraño a si mismo. Pierde su propia realidad humana. Marx dice con una expresión hegeliana que el obrero se siente alienado.

—Yo tengo una tía que lleva veinte años en una fábrica empaquetando bombones, de modo que no me cuesta nada entender lo que dices. Dice que odia tener que ir al trabajo todas las mañanas.

—Pero si odia su trabajo, Sofía, entonces, en cierta manera, también debe de odiarse a sí misma.

—Desde luego, odia los bombones.

—En la sociedad capitalista el trabajo está organizado de manera que el obrero está realizando, en realidad, un trabajo de esclavo para otra clase social. Así, el obrero transfiere su propia fuerza laboral, y con ello toda su existencia humana, a la burguesía.

—¿Tan terrible es?

—Estamos hablando de Marx. Tenemos que tener presentes las condiciones sociales existentes a mediados del siglo pasado. Y la respuesta es un sonoro «sí». El obrero tenía fácilmente una jornada laboral de doce horas, en unas frías naves de producción. La paga era a menudo tan escasa que también tenían que trabajar los niños y las mujeres que acababan de dar a luz. Todo esto llevó a condiciones sociales indescriptibles. En algunos lugares, parte del salario se pagaba en forma de aguardiente barato, y muchas mujeres se veían obligadas a prostituirse. Los clientes eran los «señores de la ciudad». En pocas palabras: precisamente mediante lo que sería la marca de nobleza del hombre, es decir, el trabajo, al obrero se le convertía en un animal.

—Es indignante.

—Para Marx también lo era. Al mismo tiempo, los hijos de la burguesía podían tocar el violín en grandes y cálidos salones tras un baño refrescante, o sentarse al piano antes de una espléndida cena de cuatro platos. Bueno, el Violín y el piano también podían tocarse por la tarde tras un estupendo paseo a caballo.

—¡Qué injusto!

—Así opinó Marx también. En 1848 publicó, junto con Engels, un manifiesto. La primera frase de ese manifiesto dice así: «Un fantasma recorre Europa, el fantasma del comunismo»

—Me entra hasta miedo.

—A la burguesía también. Porque todo el proletariado había empezado a levantarse. ¿Quieres saber cómo acaba este manifiesto?

—Con mucho gusto.

—«Los comunistas desprecian mantener en secreto sus propias opiniones e intenciones. Declaran abiertamente que su meta sólo podrá alcanzarse cuando el régimen social hasta ahora vigente sea derribado por la fuerza. Que las clases dominantes tiemblen a la vista de una revolución comunista. El proletariado no tiene nada que perder excepto sus cadenas. Tiene un mundo por ganar «¡Proletarios del mundo entero, uníos!»

—Si las condiciones eran tan malas como dices, creo que yo habría firmado ese manifiesto. Hoy en día son diferentes las condiciones, ¿no?

—En Noruega sí, pero no en todas partes. Sigue habiendo gente que vive en condiciones infrahumanas, al mismo tiempo que se producen mercancías que hacen cada vez más ricos a los capitalistas. Esto es lo que Marx llama explotación.

—Entiendo.

—El capitalista puede luego invertir parte de las ganancias en nuevo capital, por ejemplo, en la modernización de las instalaciones de producción. Lo hace con la esperanza de poder producir la mercancía aún más barata y, por consiguiente, aumentar las ganancias en el futuro.

—Es lógico.

—Sí, puede parecer lógico, pero tanto en este punto como en otros, a la larga no sucederá lo que se imagina el capitalista.

—¿Qué quieres decir?

—Marx opinaba que había varias contradicciones en la manera de producción capitalista. El capitalismo es un sistema económico autodestructivo, porque carece de una dirección racional.

—Eso es, en cierta manera, bueno para los oprimidos.

—Si, es inherente al sistema capitalista el caminar hacía su propia perdición. De esa manera el capitalismo es «progresivo», o está «dirigido hacia el futuro», porque es una fase en el camino hacia el comunismo.

—¿Puedes poner un ejemplo sobre lo de que el capitalismo es autodestructivo?

—Acabamos de mencionar al capitalista al que le sobra un buen montón de dinero y que usa parte de ese superávit para modernizar la empresa; pero algo se gastará también en clases de violín, además de hacer frente a los caros hábitos que su mujer ha ido adquiriendo.

—¿Ah, si?

Compra maquinaria nueva y no necesita ya tantos empleados. Esto lo hace con el fin de aumentar su capacidad de competitividad.

—Entiendo.

—Pero él no es el único que piensa así, lo que significa que todo el sector de producción se hace más eficaz. Las fábricas se hacen cada vez más grandes, y se van concentrando en menos manos cada vez. ¿Entonces qué ocurre, Sofía?

—Pues...

—Entonces se necesitará cada vez menos mano de obra, y habrá más y más parados. Consecuentemente, crecerán los problemas sociales y esas crisis constituyen un aviso de que el capitalismo se está acercando a su fin. Pero también hay otros rasgos de autodestrucción del capitalismo. Cuando hay que sacar cada vez más ganancias al sistema de producción sin que se cree un excedente suficientemente grande como para seguir produciendo a precios competitivos...

—¿Sí?

—¿Entonces qué hace el capitalista? ¿Me lo puedes decir?

—No, no lo sé.

—Imagínate que eres la dueña de una fábrica. Tienes problemas económicos. Estás a punto de arruinarte. Y yo te pregunto: ¿qué puedes hacer para ahorrar dinero?

—¿Bajar los sueldos, tal vez?

—¡Muy lista! Pues sí, es lo más inteligente que puedes hacer. Pero si todos los capitalistas son igual de listos que tú, y lo son, dicho sea de paso, los obreros serán tan pobres que ya no podrán comprar nada. Decimos que baja el poder adquisitivo. Y ahora nos encontramos dentro de un círculo vicioso. «A la propiedad privada capitalista le ha llegado su hora», dice Marx. Pronto nos encontraremos en una situación revolucionaria.

—Entiendo.

—Para resumir, acaba con que se levantan los proletarios asumiendo la propiedad de los medios de producción.

—¿Y entonces qué pasa?

—Durante un cierto período tendremos una nueva «sociedad de clases» en la que los proletarios mantendrán sometida por la fuerza a la burguesía. A esta etapa Marx la llamó dictadura del proletariado. Pero tras un período de transición, la dictadura del proletariado será sustituida por una «sociedad sin clases», o comunismo. En esta sociedad los medios de producción serán propiedad de «todos», es decir del propio pueblo. En una sociedad así cada uno «rendirá según su capacidad y recibirá según su necesidad». Además ahora el trabajo pertenecerá al propio pueblo y cesará la «alienación» capitalista.

—Todo esto suena maravillosamente bien, ¿pero cómo fue luego? ¿Llegó la revolución?

—Sí y no. Hoy los economistas pueden afirmar que Marx se equivocó en varios puntos importantes, por ejemplo en su análisis de las crisis del capitalismo. Marx tampoco tuvo suficientemente en cuenta la explotación de la naturaleza, que hoy en día vivimos cada vez con más gravedad. Pero... y hay un pero muy grande...

—¿Sí?

—El marxismo condujo de todos modos a grandes cambios. No cabe duda de que el socialismo ha logrado combatir, en gran medida, una sociedad inhumana. Al menos, en Europa, vivimos en una sociedad más justa y más solidaria que en los tiempos de Marx. Y esto se debe en gran parte al propio Marx y a todo el movimiento socialista.

—¿Qué pasó?

—Después de Marx el movimiento socialista se dividió en dos tendencias principales. Por un lado surgió la socialdemocracia y por otro el leninismo. La socialdemocracia, que había abogado por una aproximación pacífica al socialismo, fue el camino elegido por la Europa Occidental. Este proceso lo podríamos llamar «revolución lenta». El leninismo, que conservó la fe de Marx en que sólo la revolución podía combatir la vieja sociedad de clases, tuvo una gran importancia en Europa Oriental, Asia y África. Pero los dos movimientos, cada uno desde su lado, han combatido la miseria y la represión.

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