—Hay una evolución, eso se entiende fácilmente.
—Sí, la Historia es, como ya he dicho, una larga cadena de reflexiones. Hegel también señaló ciertas reglas que rigen para esta cadena de reflexiones. Alguien que estudie detalladamente la Historia, se dará cuenta de que cualquier idea se sustenta sobre la base de otra idea anterior. Así, en cuanto se presenta una idea, ésta será contradicha por otra, produciéndose una fusión entre dos maneras opuestas de pensar. Esta tensión se anulará en cuanto surja una tercera idea, que recoja lo mejor de los puntos de vista de las dos precedentes. A esto Hegel lo llama evolución dialéctica.
—¿Tienes algún ejemplo?
—A lo mejor te acuerdas de que los presocráticos discutían la cuestión de la materia primaria y del cambio...
—Más o menos.
—Luego, los eleatos dijeron que cualquier cambio era en realidad imposible, y por lo tanto se vieron obligados a negar su existencia, aun cuando sus sentidos los captaran. Los eleatos habían expuesto una afirmación, es decir, un punto de vista, que Hegel llamaba tesis.
—¿Y?
—Pero, cada vez que se expone una afirmación tan audaz, se producirá una nueva afirmación, a la que Hegel denomina negación. El que negó la filosofía de los eleatos fue Heráclito, quien dijo que «todo fluye». Tenemos ya establecida una tensión entre dos maneras distintas de pensar. No obstante, esta tensión fue anulada por Empédocles, al señalar que los dos tenían algo de razón y que los dos se habían equivocado en algo.
—Bueno, creo que empiezo a entenderlo...
—Los eleatos tuvieron razón en decir que en realidad nada cambia, pero se equivocaron al decir que no nos podemos fiar de nuestros propios sentidos. Heráclito tenía razón en que podemos fiarnos de nuestros sentidos, pero no tenía razón en que todo fluye.
—Porque había más de un elemento. Sólo cambiaba la composición, no los elementos en sí.
—Exactamente. El punto de vista de Empédocles, tal como se presenta, entre los dos puntos de vista opuestos, fue llamado por Hegel negación de la negación.
—¡Qué palabras!
—A las tres fases del conocimiento las llamó «tesis», «antítesis» y «síntesis». Podemos decir por ejemplo que el racionalismo de Descartes era una tesis, que fue contradicha por la antítesis empírica de Hume. Ahora bien, este antagonismo, la misma tensión entre las dos maneras de pensar, se elevó en la síntesis de Kant. Kant daba la razón en algunas cosas a los racionalistas y en otras a los empiristas. También mostró que los dos grupos se habían equivocado en puntos importantes. Pero la Historia no acaba con Kant. Ahora la «síntesis» de Kant constituiría el punto de partida de una nueva cadena de reflexiones llevada en tres direcciones, o una tríada. Pues también la «síntesis» es recibida por una nueva «antítesis».
—Eso me resulta muy teórico.
—Sí que lo es. Pero Hegel no tiene la intención de emplear a la fuerza ningún «esquema» para la Historia, sino que opinaba que se podía sacar esa dialéctica leyendo la propia Historia, y señaló que había descubierto ciertas leyes para el desarrollo de la razón, o, en otras palabras, para el curso del «espíritu universal» a través de la Historia.
—Entiendo.
—Ahora bien, la dialéctica de Hegel no es aplicable sólo a la Historia. También cuando discutimos algo pensamos dialécticamente. Intentamos trazar los fallos de una manera de pensar; lo cual, en palabras de Hegel, es «pensar negativamente». Pero al buscar fallos en una manera de pensar conservamos a la vez lo mejor.
—¡Ejemplo!
—Cuando un socialista y un conservador se sientan para resolver un problema social, se producirá rápidamente una tensión entre los dos modos de pensar. Esto no significa que uno tenga toda la razón y el otro se equivoque del todo. De hecho puede ser que los dos tengan algo de razón y que los dos se equivoquen en algunas cosas. Según evoluciona la discusión habrá una conservación crítica de lo mejor de la argumentación de ambos.
—Eso espero.
—Pero cuando nos encontramos en medio de una discusión de ese tipo, no resulta siempre fácil constatar qué es lo más sensato. Lo que es bueno y lo que es malo, tocará a la Historia demostrarlo. Lo que es «sensato» es lo que tiene posibilidad de sobrevivir.
—Es decir, que lo que sigue vivo es lo correcto.
—O al revés: lo correcto es lo que sigue vivo.
—¿Podrías ponerme un pequeño ejemplo para que lo vea más claro?
Hace ciento cincuenta años hubo mucha gente que luchó en favor de los derechos de la mujer. También había muchos que luchaban en contra. Si hoy en día estudiamos los argumentos de las dos partes no nos resulta difícil ver cuáles eran los argumentos más «razonables». Pero no debemos olvidarnos de que tenemos la ventaja de juzgar con mucha más información de la que se tenía en aquella época. Resultó que los que lucharon a favor tenían razón. Muchos se avergonzarían de ver impreso lo que su abuelo había dicho al respecto.
—Pues si, me imagino. ¿Qué opinaba el propio Hegel?
—¿Sobre los derechos de la mujer?
—¿No es de eso de lo que estamos hablando?
—¿Quieres oír una cita?
—¡De acuerdo!
—«La diferencia entre el hombre y la mujer es igual a la que existe entre el animal y la planta», escribió Hegel. «El animal se asemeja al carácter del hombre, y la planta al de la mujer, porque su evolución consiste más bien en un tranquilo despliegue de energía, que tiene como principio la unidad indeterminada del sentimiento. Si las mujeres están al frente del gobierno, el Estado está en peligro, porque no actúan conforme a las demandas del público, sino que siguen inclinaciones y opiniones casuales. También las mujeres se están, de alguna manera, cultivando —no se sabe cómo— casi como si absorbiesen las ideas más a través de la vida que mediante la adquisición de conocimientos. El hombre, por otra parte, tiene que alcanzar su posición luchando por adquirir ideas y mediante enormes esfuerzos técnicos. »
—¡Basta, basta! Prefiero no oír más citas de ese tipo.
—Pero la cita es un ejemplo magnífico de que la opinión de lo que es «razonable» va cambiando constantemente. Muestra que también Hegel fue un hijo de su época. Y nosotros también lo somos. Nuestros juicios «evidentes» tampoco aguantarán la prueba de la Historia.
—¿Puedes ponerme algún ejemplo?
—No, de esto no.
—¿Por qué no?
—Porque en ese caso hubiera señalado algo que ya está cambiando. Por ejemplo no podría señalar que es estúpido ir en coche porque el coche contamina la naturaleza. Ya hay mucha gente que opina lo mismo, de modo que sería un mal ejemplo. Pero la Historia demostrará que mucho de lo que para nosotros son evidencias, no aguantarán el juicio de la posteridad.
—Entiendo.
—Además conviene tomar nota de lo siguiente: precisamente porque tantos hombres de la época de Hegel ensartaron largos discursos sobre la inferioridad de la mujer; contribuyeron al mismo tiempo a acelerar la liberación de la mujer.
—¿Cómo?
—Presentaron una (tesis) o (postura). La razón por la que se vieron obligados a ello era que las mujeres ya habían empezado a levantarse. Sobre aquello que todo el mundo está de acuerdo no hace falta opinar. Cuanto más virulentas eran las declaraciones sobre la inferioridad de la mujer, más fuertes se hacían las (negaciones».
—Creo que lo entiendo.
—De modo que se puede decir que lo mejor es tener adversarios enardecidos. Cuanto más extremistas sean los adversarios, más fuerte será la reacción con la que serán contestados. Hay un refrán que habla de «echar leña al fuego».
—Desde luego yo noto que mi propio fuego arde intensamente en este momento.
—También en un sentido lógico o filosófico habrá a menudo una tensión dialéctica entre dos conceptos.
—¡Ejemplo, por favor!
—Si yo reflexiono sobre el concepto «ser», inevitablemente tendré que introducir también el concepto contrario, es decir el «no ser», pues no se puede reflexionar sobre el ser sin, acto seguido, recordarse a uno mismo que no se «es» para siempre. La tensión entre «ser» y «no ser» se disuelve en el concepto «nacimiento». Porque el que algo nazca significa en cierta manera que es y no es.
—Entiendo.
—De modo que la razón de Hegel es una razón dinámica. La realidad está llena de contradicciones y por lo tanto también una descripción de la realidad tendrá que estar llena de contradicciones. Te pondré un par de ejemplos: se dice que el físico nuclear danés Niels Bohr tenía una herradura colgada encima de su puerta.
—Da buena suerte.
—Pero es pura superstición, y de hecho Niels Bohr era de todo menos supersticioso. Una vez que recibió la visita de un amigo, éste comentó sobre la herradura: «¿Tú no creerás en esas cosas?», dijo. «No», contestó Niels Bohr, «pero he oído decir que es muy eficaz de todos modos».
—Me has dejado atónita.
—Pero la respuesta es bastante dialéctica, algunos dirían incluso contradictoria. Niels Bohr, que igual que nuestro propio poeta Vinje, era conocido por su ambivalencia, dijo en otra ocasión lo siguiente: existen dos clases de verdades, las verdades superficiales en las que queda evidente que lo contrario es incorrecto y las verdades profundas en las que lo contrario es igual de correcto.
—¿Qué clase de verdades pueden ser ésas?
—Si por ejemplo digo que la vida es corta...
—Entonces estoy de acuerdo.
—Pero en otra ocasión puedo decir que la vida es larga.
—Tienes razón, también eso es verdad.
—Finalmente te pondré un ejemplo de cómo una tensión dialéctica puede desencadenar una acción espontánea que a su vez conduce a un cambio repentino.
—¡Cuenta!
—[imagínate una niña que siempre diga a su madre: «Sí, mamá», «De acuerdo mamá», «Como tú quieras mamá», «Lo haré en seguida, mamá».
—Me produce escalofríos.
—Con el tiempo, a la madre le irrita tanta obediencia por parte de la hija. Finalmente exclama: «¡No seas tan obediente!». Y la niña contesta: «Como quieras, mamá».
—Yo le daría una bofetada.
—¿Verdad que sí? ¿Pero qué hubieras hecho si en lugar de eso hubiera contestado: «¡SI, quiero ser obediente!»?
—Hubiera sido una extraña respuesta. A lo mejor le habría dado una bofetada también en ese caso.
—Es decir que la situación no tenía salida. La tensión dialéctica estaba tan recrudecida que tendría que llegarse a un desenlace.
—¿Te refieres a la bofetada?
—Debemos mencionar un último rasgo de la filosofía de Hegel.
—Aquí estoy.
—Recordarás que señalamos que los románticos eran individualistas.
—«El camino secreto va hacia dentro. »
—Precisamente este individualismo se encontró con su «negación» o antagonismo en la filosofía de Hegel. Hegel subrayó lo que él llamaba poderes objetivos, con los cuales se refería a la familia y al Estado. Pensaba que el individuo era una parte orgánica de la comunidad. La razón o el «espíritu universal» era algo que no se hacía visible hasta la interacción entre los seres humanos.
—¡Explícate!
—La razón aparece ante todo en el lenguaje, y el lenguaje es algo a lo que nacemos. El idioma noruego se arregla perfectamente sin el señor Hansen, pero el señor Hansen no se arregla sin el idioma noruego. El idioma no es creado por el individuo, sino que es el idioma el que crea al individuo.
—Pues sí, se puede expresar así.
—De la misma manera que el individuo nace a un lenguaje también nace a sus condiciones históricas. Nadie puede tener una relación «libre» con esas condiciones. La persona que no encuentre su lugar en el Estado es, por tanto, una persona «no histórica». Te acordarás de que esta idea también era muy importante para los grandes filósofos de Atenas. De la misma manera que no se concibe al Estado sin ciudadanos, tampoco se concibe al individuo sin el Estado.
—Comprendo.
—Según Hegel el Estado es algo «más» que cada ciudadano. Es incluso más que la suma de todos los ciudadanos. Según Hegel no es posible, por lo tanto, «darse de baja en la sociedad». Uno que se encoge de hombros ante la sociedad en la que vive y que quiere buscarse a sí mismo, se convierte en un payaso.
—No sé si estoy totalmente de acuerdo con eso, pero vale,
—Según Hegel no es el individuo el que se «encuentra a sí mismo», sino el «espíritu universal».
—¿El espíritu universal se encuentra a sí mismo?
—Hegel dijo que el espíritu universal vuelve a sí mismo en tres escalones.
—Me puedes explicar la escalera entera, si quieres.
—Primero el espíritu universal se conciencia de sí mismo en el individuo, a lo cual Hegel llama razón subjetiva. En la familia, la sociedad y el Estado, el espíritu universal alcanza una mayor conciencia, a la cual Hegel denomina razón objetiva, porque es una razón que actúa en interacción entre las personas. Pero queda aún un escalón...
—¡Qué emoción!
—La más elevada forma de autoconocimiento la alcanza el espíritu universal en la razón absoluta. Y esta «razón absoluta» es el arte, la religión y la filosofía. Y de éstos la filosofía es la forma más elevada de razón porque, en la filosofía, el espíritu universal reflexiona sobre su propia actividad en la Historia. Como ves, el espíritu universal no se encuentra consigo mismo hasta llegar a la filosofía. Podríamos decir que la filosofía es el espejo del espíritu universal.
—Esto es tan misterioso que necesito un poco de tiempo para digerirlo. Pero me ha gustado lo último que has dicho.
—Dije que la filosofía es el espejo del espíritu universal.
—Es bonito. ¿Crees que tiene algo que ver con el espejo de latón?
—Sí, ya que preguntas.
—¿Qué quieres decir con eso?
—Supongo que ese «espejo de latón» tiene un significado especial, ya que siempre sale a relucir.
—Entonces también tendrás alguna idea del significado que puede tener.
—No, no. Sólo digo que el espejo no se hubiera sacado a relucir tan a menudo si no tuviera un significado especial para Hilde y su padre. Pero sólo Hilde puede decirnos cuál es ese significado.
—Esto es ironía romántica.
—Una pregunta imposible, Sofía.
—¿Por qué?
—Nosotros no nos dedicamos a esas cosas. Somos simplemente víctimas indefensas de tal ironía. Si un niño dibuja algo en un papel no puedes preguntar al papel qué es lo que muestra el dibujo.