El número de la traición (52 page)

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Authors: Karin Slaughter

Tags: #Intriga, Policíaco

BOOK: El número de la traición
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—¿Va todo bien? —le preguntó.

Will no respondió a la pregunta.

—¿Qué tal?

Faith cerró la puerta y abrió la silla plegable. Vio el dorso de la mano de Will y percibió algunos arañazos nuevos, aparte de los que tenía después de pelearse con Simkov. No dijo nada sobre el particular y fue directa al caso.

—Tengo la dirección de Jake Berman. Está en Coweta. Eso está a unos cuarenta y cinco minutos de aquí, ¿no?

—Si no hay mucho tráfico —dijo extendiendo la mano para coger la dirección.

Faith se la leyó en alto.

—Calle Lester, 935.

Will aún tenía la mano extendida. Por alguna razón, Faith no pudo hacer otra cosa que mirar sus dedos.

—No soy un puto imbécil, Faith —le espetó Will—. Puedo leer una dirección.

Su tono era lo suficientemente hostil como para que a Faith se le pusieran de punta los pelos de la nuca. Will no solía decir tacos y era la primera vez que le oía decir «puto».

—¿Qué te pasa? —le preguntó.

—No me pasa nada. Solo quiero ver la dirección. Yo no puedo ir a la entrevista con Simkov. Iré a buscar a Berman y nos veremos aquí cuando vuelvas de tu cita. —Agitó la mano—. Dame la dirección de una vez.

Faith se cruzó de brazos. Sería capaz de morirse antes de darle el papel.

—No sé qué coño te pasa, pero será mejor que te saques la cabeza del culo antes de que tengamos un problema de verdad.

—Faith, solo tengo dos testículos. Si quieres uno tendrás que hablar con Amanda o con Angie.

Angie. Con solo pronunciar esa palabra, desapareció su mal humor. Faith se recostó en la silla, con los brazos cruzados, y le miró fijamente. Will miró por la ventana, y ella pudo percibir la fina cicatriz que recorría su mandíbula. Quería saber cómo se la había hecho, cómo le habían desgarrado la piel de la mandíbula, pero como todo lo demás era algo de lo que nunca hablaban.

Dejó el papel sobre el escritorio y lo deslizó hacia él.

—Tiene un corazón alrededor —dijo Will después de echarle una ojeada.

—Ha sido Sam.

Will dobló el papel y se lo guardó en el bolsillo del chaleco.

—¿Estás saliendo con él?

A Faith no le apetecía decir que era solo sexo, así que se limitó a encogerse de hombros.

—Es complicado.

Will asintió, que era lo que solían hacer cuando se trataba de un asunto personal del que no querían hablar.

Faith estaba harta de aquello. ¿Qué iba a pasar dentro de un mes, cuando el embarazo se empezara a notar? ¿Qué pasaría dentro de un año si se desmayaba estando de servicio porque había calculado mal la dosis de insulina? Le resultaba fácil imaginarse a Will inventando excusas para explicar el aumento de peso o simplemente ayudándola a levantarse y diciéndole que tuviera cuidado de dónde ponía el pie. Se le daba muy bien fingir que la casa no estaba en llamas incluso si echaba a correr para buscar agua y apagar el fuego.

Levantó las manos en señal de rendición.

—Estoy embarazada.

Will alzó las cejas, estupefacto.

—Víctor es el padre. Además soy diabética. Por eso me desmayé en el garaje. —Will parecía demasiado sorprendido para hablar—. Debería habértelo dicho antes. Esa es la razón de mi cita secreta en Snellville. Voy al médico a ver si me puede ayudar a mantener esto de la diabetes bajo control.

—¿Tu médico no será Sara?

—Me ha derivado a una especialista.

—Si te va a ver un especialista, debe de ser grave.

—Es un reto. La diabetes me pone las cosas un poco más difíciles, pero se puede controlar. —Tuvo que añadir—: Al menos, eso dice Sara.

—¿Quieres que vaya a esa cita contigo?

Faith se imaginó a Will sentado en la sala de espera de Delia Wallace con su bolso en el regazo.

—No, gracias. Necesito hacerlo yo sola.

—¿Víctor sabe…?

—No lo sabe. No lo sabe nadie más que Amanda y tú. Y a ella solo se lo dije porque me pilló inyectándome la insulina.

—¿Tienes que inyectártela tú?

—Sí.

Faith casi podía leerle el pensamiento, las preguntas que quería hacerle pero no sabía cómo plantearle.

—Si quieres cambiar de compañero… —le dijo Faith.

—¿Y por qué voy a querer cambiar?

—Porque es un problema, Will. No sé cuán grande, pero mis niveles de azúcar suben y bajan, y tengo cambios de humor, y lo mismo siento ganas de arrancarte la cabeza de cuajo que me da por llorar, y no sé cómo voy a hacer mi trabajo con esta historia.

—Encontrarás un modo —dijo él, tan razonable como de costumbre—. Yo lo he hecho. He encontrado el modo de sobrellevar mi problema.

Tenía una capacidad de adaptación sorprendente. Cuando sucedía algo malo, por muy horrible que fuera, Will asentía y seguía adelante. Faith imaginaba que debía de haberlo aprendido en el orfanato. O quizá se lo había inculcado Angie Polaski. Como estrategia de supervivencia era encomiable, pero como base de una relación, era de lo más irritante. Y no había absolutamente nada que Faith pudiera hacer al respecto.

Will se enderezó y, como siempre, recurrió al humor para relajar tensiones.

—Si me das a elegir, prefiero que me arranques la cabeza de cuajo a que te pongas a llorar.

—Lo mismo te digo.

—Te debo una disculpa —dijo poniéndose serio de repente—. Por lo que le hice a Simkov. Nunca le había dado una paliza a nadie. En mi vida. —La miró fijamente a los ojos—. Te prometo que jamás volverá a suceder.

—Gracias —fue todo cuanto acertó a decir Faith. Naturalmente, no le gustaba lo que había hecho Will, pero resultaba difícil recriminarle nada cuando era obvio que se estaba castigando muy bien él solito.

Ahora le tocaba a ella quitar hierro al asunto.

—Vamos a dejar lo de poli bueno y poli malo una temporada.

—Si a nosotros nos va mucho mejor lo de poli tonto y poli borde. —Will metió la mano en el bolsillo del chaleco y le devolvió el papel con la dirección de Jake Berman—. Deberíamos llamar a la policía de Coweta para que vayan a echarle un ojo a Berman y se aseguren de que es el tío que buscamos.

Las ruedas del cerebro de Faith tardaron un poco en cambiar el sentido del giro. Miró la caligrafía de Sam y el estúpido corazón que había dibujado alrededor de la dirección.

—No sé por qué Sam piensa que puede localizar a este tío en cinco minutos cuando tenemos a toda la división de procesamiento de datos trabajando en ello desde hace dos días sin ningún resultado.

Faith sacó su móvil. No quería molestarse en seguir los canales establecidos, así que llamó a Caroline, la secretaria de Amanda. La mujer prácticamente vivía en el edificio, y cogió el teléfono a la primera. Faith le dio la dirección de Berman y le pidió que llamara al agente del condado de Coweta para que verificara que se trataba del mismo Jake Berman que estaban buscando.

—¿Quieres que te lo traiga aquí? —le preguntó Caroline.

Faith se quedó pensándolo un momento, pero no quería tomar esa decisión ella sola.

—¿Quieres que nos traigan a Berman? —le preguntó.

Will se encogió de hombros y contestó:

—¿Queremos ponerle sobre aviso?

—Que un policía llame a su puerta le pondrá sobre aviso de todos modos.

Will volvió a encogerse de hombros.

—Dile que intente verificar su identidad pero manteniendo las distancias. Si es él, iremos nosotros a detenerle. Dale al agente mi número de móvil. Nos acercaremos cuando acabes de hablar con Simkov.

Faith le transmitió el mensaje a Caroline. Colgó el teléfono y Will giró hacia ella el monitor de su ordenador, diciéndole:

—He recibido este correo de Amanda.

Faith se acercó el teclado y el ratón. Cambió los colores para que sus retinas no se destruyeran por combustión espontánea y abrió el correo. Fue resumiendo a medida que leía:

—Los informáticos no han podido crackear ninguno de los dos ordenadores. Dicen que es imposible acceder sin la contraseña al chat pro-anorexia; por lo visto la encriptación es bastante sofisticada. Las órdenes para el banco donde trabaja Olivia deberían estar listas esta tarde a primera hora para que podamos revisar sus archivos y su registro de llamadas. —Utilizó el
scroll
para seguir leyendo—. Hummm. —Lo leyó en silencio y luego se lo explicó a Will—. Vale, bueno, esto es algo que podríamos utilizar contra el portero. Había una huella parcial en el asidero de la puerta de la salida de emergencias del ático, de un pulgar derecho.

Will sabía que Faith se había pasado la mayor parte de la tarde anterior peinando el edificio de Anna Lindsey.

—¿Cómo se accede a las escaleras?

—Desde el vestíbulo y desde el ático —dijo Faith mientras leía el siguiente párrafo—. En la escalera de incendios que baja por la pared del edificio había otra huella que coincide con la de la puerta. La han enviado a la policía de Michigan para que la comparen con sus bases de datos. Si el hermano de Pauline está fichado, saltará. Y si conseguimos un nombre, ya tenemos la mitad del camino hecho.

—Deberíamos comprobar los tickets de aparcamiento de la zona. En Buckhead no se puede aparcar en cualquier parte. Enseguida te ponen una multa.

—Buena idea —dijo Faith, abriendo su correo para enviar una petición—. Pediré también los tickets de aparcamiento alrededor de las zonas en las que desaparecieron todas las víctimas.

—Al Hijo de Sam lo cogieron gracias a un ticket de aparcamiento.

Faith se puso a teclear.

—Tienes que dejar de ver tanta televisión.

—No tengo mucho más que hacer por las noches.

Faith le miró las manos, los arañazos nuevos.

—¿Cómo sacó a Anna Lindsey del edificio? —preguntó Will—. No puede habérsela echado al hombro y haber bajado con ella por la escalera de incendios.

Faith envió el correo antes de contestar.

—La puerta de emergencia está conectada a la alarma. Habría saltado si alguien la hubiera abierto. Quizá la bajó por el ascensor y atravesó el vestíbulo con ella.

—Podrías preguntárselo a Simkov.

—El portero no está en su puesto las veinticuatro horas del día —le recordó Faith—. El asesino podría haber esperado a que Simkov se fuera, y entonces usar el ascensor para bajarla. Se supone que Simkov debería echar un ojo al portal mientras no está de servicio, pero no se esmeraba mucho en su trabajo.

—¿No había otro portero para darle el relevo?

—Llevan seis meses intentando encontrar a alguien. Por lo visto es difícil hallar quien quiera pasarse ocho horas sentado detrás de un mostrador; razón por la cual le han aguantado tantas cosas a Simkov. Él no tenía problema en doblar el turno cuando era necesario.

—¿Y qué hay de las cámaras de seguridad?

—A las veinticuatro horas empiezan a sobregrabarse. Excepto las de ayer, que parecen haber desaparecido.

Amanda se había asegurado de que destruyeran las imágenes en las que Will estampaba la cara de Simkov contra el mostrador.

Will se sentía culpable, pero preguntó:

—¿Habéis encontrado algo en el apartamento de Simkov?

—Lo hemos puesto patas arriba. Conduce un viejo Monte Carlo que pierde aceite por todas partes y no hemos encontrado ningún recibo que indique que tenga alquilado un trastero ni nada parecido.

—Estamos seguros de que no es el hermano de Pauline.

—Nos hemos obsesionado tanto con eso que no hemos visto nada más.

—Muy bien, pues vamos a sacar al hermano de la ecuación. ¿Qué me dices de Simkov?

—No es muy listo. Entiéndeme, no es que sea idiota, pero nuestro asesino está eligiendo a mujeres a las que desea vencer. Tampoco digo que nuestro hombre sea un genio, pero sí un cazador. Simkov es un gilipollas bastante patético que guarda revistas porno debajo del colchón y deja que las putas se la chupen para subir a los apartamentos vacíos.

—Nunca has sido muy partidaria de los perfiles.

—Tienes razón, pero esta vez no tenemos mucho más. Vamos a hablar de nuestro hombre —dijo Faith, algo que normalmente solía hacer Will—. ¿Qué clase de tipo es nuestro asesino?

—Listo —admitió Will—. Probablemente trabaja para una mujer dominante, o hay alguna mujer dominante en su vida.

—Eso hoy en día incluye a prácticamente todos los hombres del planeta.

—A mí me lo vas a contar.

Faith sonrió, tomándose aquello como una broma.

—¿Qué clase de trabajo tiene?

—Uno que le permite llevar una existencia por debajo del radar. Tiene un horario flexible. Vigilar a esas mujeres, enterarse de cuáles son sus costumbres, lleva mucho tiempo. Debe de tener un trabajo que le permite ir y venir a su antojo.

—Hagámonos la misma pregunta estúpida y aburrida una vez más: ¿y las mujeres? ¿qué tienen en común?

—Ese rollo de la anorexia y la bulimia.

—El chat. Pero, naturalmente, ni siquiera el FBI es capaz de averiguar a nombre de quién está registrado el sitio. Nadie ha conseguido crackear la contraseña de Pauline. ¿Cómo llegó hasta allí nuestro asesino?

—Quizá fue él quien abrió el sitio para buscar a sus víctimas.

—¿Y cómo descubrió sus verdaderas identidades? Todas las mujeres son altas, delgadas y rubias en Internet. Y por lo general tienen doce años y son muy cachondas.

Will estaba dándole vueltas a su alianza de nuevo, mirando por la ventana. Faith no podía dejar de mirar los arañazos que tenía en la mano. En la jerga de los forenses los habrían denominado heridas defensivas. Will había tenido un rifirrafe con alguien que le había clavado las uñas con saña.

—¿Cómo te fue con Sara anoche? —le preguntó.

Will se encogió de hombros.

—Solo fui a recoger a
Betty
. Creo que le caen bien los perros de Sara, dos galgos.

—Los vi ayer por la mañana.

—Ah, es verdad.

—Sara es buena gente —le dijo Faith—. Me cae muy bien. —Will asintió—. Deberías invitarla a salir.

Will se echó a reír, meneando al mismo tiempo la cabeza.

—Me parece que no.

—¿Por Angie?

Will dejó de darle vueltas a la alianza.

—Las mujeres como Sara Linton…, —Faith vio algo en sus ojos que no supo discernir. Esperaba que se encogiera de hombros, pero Will continuó hablando—: Faith, no hay una sola parte de mí que no esté herida. —Su voz sonaba espesa—. No me refiero solo a las cosas que se ven. Hay más cosas. Cosas muy feas. —Meneó la cabeza de nuevo en un gesto contenido, más para sí mismo que para Faith—. Angie sabe quién soy. Alguien como Sara… Si de verdad me gustara Sara Linton, lo último que querría es que me conociera realmente.

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