El número de la traición (48 page)

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Authors: Karin Slaughter

Tags: #Intriga, Policíaco

BOOK: El número de la traición
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Will se acordó de un
voyeur
al que había detenido en el condado de Butts unos años antes. El hombre seguía a sus víctimas hasta el aparcamiento de un centro comercial y les ofrecía dinero a cambio de que le dejaran olerles el cabello. Will todavía recordaba cómo habían contado la historia en los informativos, el ayudante del
sheriff
visiblemente nervioso ante las cámaras. Lo único que el policía había acertado a explicarle al reportero fue: «Tiene un problema. Un problema con el cabello».

Will tenía un problema con Sara Linton.

Le rascó la barbilla a
Betty
mientras esperaba a que cambiara el semáforo. La chihuahua había hecho un buen trabajo integrándose con los perros de Sara, pero Will no era tan estúpido como para pensar que podía sacar partido de ello. No hacía falta que nadie le dijera que no era el tipo de hombre que interesaría a esa mujer. En primer lugar, vivía en un palacio; Will había remodelado su casa unos años antes, así que sabía perfectamente lo que costaban todas esas cosas tan bonitas que no podía permitirse. Solo los electrodomésticos de la cocina costaban alrededor de cincuenta mil dólares, el doble de lo que se había gastado él en reformar toda la casa.

En segundo lugar, era muy lista. No presumía de ello, pero era médica. No ingresabas en la facultad de medicina si eras un zote, en ese caso él también habría sido médico. Sara no tardaría en darse cuenta de que era un analfabeto, y por eso se alegraba de no tener que pasar más tiempo con ella.

Anna estaba mejorando. Pronto le darían el alta. El bebé también estaba perfectamente. No había ninguna razón para que Will tuviera que volver a ver a Sara Linton a menos que pasara por el Grady y diera la casualidad de que ella estuviera de turno aquel día.

Imaginó que aún le quedaba la esperanza de que le dispararan. Pensó que eso era exactamente lo que quería hacer Amanda esa tarde, cuando se lo llevó a la escalera, aunque se limitó a decirle: «Llevaba mucho tiempo esperando a que te creciera la barba». No era exactamente lo que uno esperaba oír de su superior después de haber golpeado a un hombre hasta dejarlo al borde de la inconsciencia. Todo el mundo excusaba su actuación, todo el mundo le cubría, y al parecer Will era el único que pensaba que lo que había hecho estaba mal.

El semáforo cambió, Will aceleró y se dirigió hacia una de las zonas más degradadas de la ciudad. Se estaba quedando sin ideas sobre dónde buscar a Lola, y eso le preocupaba, y no solo porque Amanda le hubiera dicho que no se molestara en volver si no daba con la prostituta. Lola tenía que conocer la existencia del niño. Y desde luego estaba al tanto de lo que estaba pasando con las drogas en el apartamento de Anna Lindsey. Puede que hubiera visto algo más, algo con lo que no estaba dispuesta a negociar porque podía poner en peligro su vida. O a lo mejor era una persona fría e insensible y le daba igual ver cómo el bebé se moría lentamente. Ya debía de haberse corrido la voz de que Will era un policía capaz de darle una paliza a un sospechoso. Quizá Lola le tuviera miedo. Qué demonios, hubo un momento en aquel pasillo en el que el propio Will tuvo miedo de sí mismo.

Se sintió aturdido cuando llegó al apartamento de Sara, como si ni siquiera tuviera un corazón latiendo dentro de su pecho. Se puso a pensar en todos los hombres que le habían enseñado los puños cuando era pequeño, en toda la violencia que había visto, en todo el dolor que había tenido que soportar. Y él era tan mala persona como ellos por haberle pegado una paliza al portero.

En parte le había contado el incidente a Sara Linton porque quería ver la decepción en sus ojos, saber con una sola mirada que jamás le daría el visto bueno. Pero lo que había obtenido había sido… comprensión. Sara reconoció que Will había cometido un error, pero no había dado por supuesto que eso pudiera definir su carácter. ¿Qué clase de persona hacía algo así? Nadie a quien Will hubiera conocido. No la clase de mujer que Will podía llegar a comprender.

Sara tenía razón en que resultaba más fácil hacer algo por segunda vez. Will lo veía continuamente en su trabajo: reincidentes que habían salido impunes una vez y decidían que merecía la pena volver a probar suerte. Quizá formaba parte de la naturaleza humana el intentar traspasar esos límites. Un tercio de los conductores detenidos por superar los límites de alcohol volvían a conducir borrachos. Más de la mitad de los delincuentes violentos que arrestaban habían pasado antes por la cárcel. Los violadores tenían una de las tasas de reincidencia más elevadas del sistema penitenciario.

Will había aprendido mucho tiempo atrás que lo único que podía controlar en cualquier situación era a sí mismo. No era una víctima, no era esclavo de su temperamento. Podía elegir ser buena persona. Eso era lo que le había dicho Sara. Y ella hacía que pareciera fácil.

Y entonces él había forzado ese momento incómodo, cuando estaban sentados en el sofá, mirándola fijamente como si fuera el asesino del hacha.

—Idiota —se frotó los ojos, deseando poder borrar así el recuerdo de ese momento. No tenía sentido pensar en Sara Linton. A fin de cuentas no conducía a ningún lado.

Will vio a un grupo de mujeres merodeando por la acera. Iban disfrazadas: de colegiala, de stripper, un transexual que se parecía mucho a la madre de
Los problemas crecen
. Will bajó la ventanilla y ellas intercambiaron miradas para ponerse de acuerdo sobre quién se acercaba. Conducía un Porsche 911 reconstruido pieza a pieza. Le había llevado casi una década restaurarlo, y las prostitutas tardaron una década en decidir a quién enviar.

Por fin se acercó una de las colegialas. Se asomó por la ventanilla, pero retrocedió de forma igualmente precipitada.

—Ah, no —le dijo—. Ni hablar. No pienso follarme a un perro.

Will sacó un billete de veinte dólares.

—Estoy buscando a Lola.

La prostituta torció el gesto y cogió el billete tan rápido que Will sintió que el papel le quemaba los dedos.

—Sí, esa zorra sí que se follará a tu perro. Está en la Dieciocho. Por la zona de la antigua oficina de correos.

—Gracias.

La chica volvió con su grupo.

Will subió la ventanilla y dio la vuelta. Vio a las chicas por el retrovisor. La colegiala le había dado los veinte dólares a su gorila, que a su vez se lo pasaría a su chulo. Will sabía por Angie que las chicas no solían quedarse con el dinero. Sus chulos se ocupaban de alojarlas, darles de comer, comprarles la ropa. Lo único que tenían que hacer ellas era jugarse la vida y la salud todas las noches tirándose a cualquiera que les ofreciera el dinero suficiente. Era la moderna esclavitud, lo cual resultaba irónico, teniendo en cuenta que la mayoría de los chulos, si no todos, eran negros.

Will giró por la calle Dieciocho y aminoró al toparse con un sedán aparcado bajo una farola. El conductor estaba al volante con la cabeza echada hacia atrás. Will esperó unos minutos y una cabeza se alzó desde el regazo del hombre. Se abrió la puerta y una mujer intentó bajarse del coche, pero el hombre la agarró del pelo.

—Mierda —murmuró Will, saliendo del coche de un brinco. Cerró la puerta con el control remoto, echó a correr hacia el coche y abrió la puerta.

—¿Qué coño? —gritó el hombre, que aún tenía agarrada por los pelos a la mujer.

—Hola, cielo —dijo Lola, alargando su mano hacia Will. Él la agarró sin pensar y ella salió del coche, dejando su peluca en las manos del hombre. Este soltó un improperio, la arrojó a la calle y se apartó del bordillo a tal velocidad que la puerta del coche se cerró sola.

—Tenemos que hablar —dijo Will.

Ella se agachó para recoger su peluca, y a causa de la farola Will le vio hasta las amígdalas.

—Tengo un negocio que atender aquí.

—La próxima vez que necesites ayuda… —dijo Will.

—Fue Angie la que me ayudó, no tú. —Se colocó bien la falda—. ¿Es que no ves las noticias? La policía encontró en ese apartamento coca suficiente para enseñar a cantar al mundo entero. Soy una puta heroína.

—Balthazar se va a poner bien. Me refiero al bebé.

—¿Baltha-qué? —preguntó frunciendo el ceño—. Dios, ese crío no tenía mucho futuro.

—Tú le cuidaste. Significaba algo para ti.

—Sí, bueno. —Lola se puso la peluca intentando que quedara derecha—. Tengo dos hijos, ¿sabes? Los tuve en el trullo. Tenía que pasar un tiempo con ellos antes de que el estado me los quitara.

Tenía los brazos muy flacos, y a Will le recordó a las chicas de los videos
thinspo
que había visto en el ordenador de Pauline. Esas chicas pasaban hambre porque querían estar delgadas; Lola porque no tenía dinero para comer.

—Así —dijo Will enderezándole la peluca.

—Gracias.

Echó a andar para reunirse con su grupo. Se veía la mezcla habitual de colegialas y golfas, pero eran mayores, más resabiadas. La calle acababa endureciéndolas. Dentro de nada, Lola y su pandilla estarían en la Veintiuno, una calle tan degradada que en el orden del día de la comisaría del distrito figuraba como algo rutinario el envío de ambulancias para recoger a las que morían durante la noche.

—Podría arrestarte por obstrucción a la justicia —la amenazó.

Lola siguió caminando.

—Pues tampoco me importaría volver a la cárcel. Hace mucho frío esta noche para andar por la calle.

—¿Angie sabía lo del bebé? —Lola se detuvo—. Dímelo.

Muy despacio, la prostituta se dio la vuelta. Buscó los ojos de Will con la mirada, no tratando de encontrar la respuesta adecuada, sino intentando descubrir lo que Will quería oír.

—No.

—Mientes.

La expresión del rostro de Lola se mantuvo impasible.

—¿De verdad se va a poner bien?

—Ahora está con su madre. Creo que sí.

Lola se puso a buscar algo dentro del bolso y sacó una cajetilla de tabaco y una caja de cerillas. Will esperó a que se encendiera el cigarrillo y le diera una calada.

—Estaba en una fiesta. Un tío que conozco me dijo que habían montado un tenderete en un ático de lujo y que el portero hacía la vista gorda; la gente entraba y salía como Pedro por su casa. Era un rollo para pijos, ya sabes, gente que necesita un sitio agradable para un par de horas donde nadie haga preguntas. Se monta una buena juerga, al día siguiente viene la chacha y lo limpia todo. Los que viven allí vuelven de Palm Beach o de donde sea y no se enteran de nada. —Se quitó un poco de tabaco de la lengua—. Pero esa vez la cosa no salió bien. Simkov, el portero, le tocó las pelotas a alguien del edificio. Le dijeron que en quince días le daban la patada y él empezó a dejar pasar a lo peor de lo peor.

—¿Como tú? —Lola alzó la barbilla—. ¿Cuánto se llevaba el portero?

—Tienes que hablar de eso con los chicos. Yo me limito a ir y a follar.

—¿Qué chicos?

Lola exhaló una larga bocanada de humo. Will esperó, sabía que no debía presionarla demasiado.

—¿Conocías a la dueña del apartamento?

—Ni la he visto, ni la conozco, ni he oído hablar de ella.

—Así que llegas allí, Simkov te deja pasar. ¿Entonces qué?

—Al principio todo iba bien. Normalmente íbamos a alguno de los apartamentos de más abajo, pero ese día era el ático. Estaba lleno de gente guapa y había buen material: coca, algo de caballo. El
crack
apareció un par de días más tarde. Luego la
meta
. Y a partir de ahí fue todo cuesta abajo.

Will recordó el lamentable estado en el que se encontraba el apartamento.

—Debió de ser muy rápido.

—Sí, bueno. Los drogadictos no son gente muy comedida. —Se rio al recordarlo—. Hubo un par de broncas, y algunas putas se metieron por en medio. Luego llegaron los
travelos
y… —Lola se encogió de hombros, como diciendo «¿Qué esperabas?»

—¿Y el niño?

—El niño estaba en su habitación cuando yo llegué. ¿Tienes hijos?

Will dijo que no con la cabeza.

—Chico listo. Angie no es lo que se dice muy maternal.

Will no se molestó en darle la razón, porque ambos sabían que era la pura verdad.

—¿Qué hiciste cuando encontraste al bebé?

—El apartamento no era un lugar muy adecuado para él. Lo veía venir. Aquello empezaba a llenarse de gente muy poco recomendable. Simkov estaba dejando pasar a todo el mundo. Me llevé al niño al pasillo.

—Al cuarto de la basura.

Lola sonrió.

—En aquella fiesta nadie se molestaba en tirar las cosas al cubo.

—¿Le diste de comer?

—Sí —dijo Lola—. Utilicé lo que había en los armarios de la cocina y le cambié el pañal. También lo hacía con mis niños, ¿sabes? Como te decía, te los dejan durante un tiempo antes de quitártelos. Aprendí a darles de comer y todo ese rollo. Cuidé muy bien de él.

—¿Por qué lo dejaste allí? —le preguntó Will—. Te detuvieron en la calle.

—Mi chulo no sabía nada de aquel rollo… No estaba de servicio, solo me divertía un poco. Pero se enteró y me dijo que volviera al tajo, y eso fue lo que hice.

—¿Y cómo volviste arriba a cuidar del bebé?

Ella agitó un puño arriba y abajo.

—Le hice una paja a Simkov y me dejó pasar.

—¿Por qué no me dijiste que había un niño involucrado en todo eso cuando me llamaste la primera vez?

—Pensaba que podría seguir cuidando de él cuando saliera —admitió—. Estaba haciendo un buen trabajo, ¿no? Estaba haciendo algo bueno por él, le daba de comer y le cambiaba los pañales. Es un niño precioso. Tú le has visto, ¿eh? Sabes que es una monada.

Aquel precioso niño estaba deshidratado y al borde de la muerte cuando lo vio Will.

—¿De qué conocías a Simkov?

Lola se encogió de hombros.

—Otik es un buen cliente, ¿entiendes? —Señaló hacia la calle—. Lo conocí aquí en la Milla de Oro.

—A mí no me parece lo que se dice un buen tipo.

—Me hizo un favor dejándome subir. Me saqué una buena pasta. Cuidé del niño. ¿Qué más quieres de mí?

—¿Sabía Angie lo del crío?

Lola tosió desde lo más profundo del pecho. Cuando escupió en la acera Will notó que se le revolvía el estómago.

—Eso vas a tener que preguntárselo a ella.

Se echó el bolso al hombro y fue a reunirse con su grupo.

Will sacó su móvil mientras se dirigía hacia el coche. El aparato estaba en las últimas, pero aun así consiguió hacer la llamada.

—¿Sí? —dijo Faith.

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