El número de la traición (45 page)

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Authors: Karin Slaughter

Tags: #Intriga, Policíaco

BOOK: El número de la traición
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Will tenía muchos más motivos para sentirse abatido ahora mismo. Aun así, Faith recordó algo.

—Necesita el número de tu apartamento.

—¿Por qué? —preguntó Sara, pero enseguida cayó en la cuenta—. Ah, el perro de su mujer.

—Exacto —dijo Faith, pensando que aquella mentira era lo menos que le debía.

—El doce. Está en el directorio. —Volvió a apoyar las manos en el moisés—. Voy a llevar a este niño con su madre.

Faith le sujetó la puerta y Sara cogió el moisés. El rumor del pasillo zumbó en los oídos de la agente hasta que volvió a cerrar la puerta. Se sentó en el taburete que había junto al mostrador y se levantó la falda, buscando un punto que no estuviera ya amoratado por los pinchazos. El folleto sobre la diabetes decía que había que ir cambiando el lugar del pinchazo, así que Faith exploró su vientre, donde encontró un prístino y blanco michelín que pellizcó con el índice y el pulgar.

Tenía el bolígrafo de insulina a unos centímetros de su barriga, pero no se pinchó. En alguna parte, detrás de todos aquellos bollos de mermelada, había un bebé diminuto con sus pequeñas manitas y sus piececitos, y ojos, y una boca; un bebé que respiraba cuando ella respiraba, que hacía pis cada diez minutos cuando ella salía corriendo hacia el baño. Las palabras de Sara le habían abierto los ojos, pero ver a Balthazar Lindsey había despertado en Faith algo que nunca antes había sentido. Por más que quisiera a Jeremy, su nacimiento no fue precisamente algo para celebrar. Los quince no eran una edad muy adecuada para una fiesta premamá, y hasta las enfermeras del hospital la habían mirado con lástima.

Sin embargo, esta vez sería diferente. Faith tenía edad más que suficiente para ser madre. Podría pasearse por el centro comercial con su bebé en brazos sin preocuparse porque la gente pudiera pensar que era la hermana mayor de su propio hijo. Podría llevarlo al pediatra y rellenar todos los impresos sin que su madre tuviera que firmarlos también. Podría mandar al cuerno a sus profesores en las reuniones del AMPA sin tener que preocuparse de que la mandaran directa al despacho del director. Qué demonios, ahora tenía edad para conducir.

Esta vez podría hacerlo bien. Podría ser una buena madre de principio a fin. Bueno, quizá no desde el principio. Faith se puso a pensar en todas las cosas que le había hecho a su hijo tan solo en esa semana: lo había ignorado, había negado su existencia, se había desmayado en un garaje, había pensado en abortar, lo había expuesto a lo que pudiera tener Sam Lawson, se había caído de un porche y había arriesgado las vidas de ambos intentando evitar que Will le reventara la cabeza a un portero yugoslavo contra la elegante moqueta del descansillo del ático de Beeston Place.

Y ahí estaban los dos ahora, madre e hijo en la UCI del hospital Grady, y ella a punto de clavarle una aguja en la cabeza.

La puerta se abrió.

—¿Qué coño estás haciendo? —preguntó Amanda, pero enseguida se lo figuró—. Oh, por el amor de Dios. ¿Cuándo pensabas hablarme de esto?

Faith se bajó la falda, pensando que era un poco tarde para andarse con remilgos.

—En cuanto te dijera que estoy embarazada.

Amanda intentó cerrar dando un portazo, pero el mecanismo hidráulico se lo impidió.

—Joder, Faith. Nunca llegarás a ninguna parte si tienes que ponerte a criar un bebé.

Faith se indignó.

—Pues he llegado hasta aquí criando a uno.

—Eras una cría de uniforme que ganaba dieciséis mil dólares al año. Ahora tienes treinta y tres tacos.

—Imagino que esto significa que no me vas a dar una fiesta premamá —replicó Faith.

—¿Lo sabe tu madre? —le preguntó Amanda con una mirada que podría cortar un cristal.

—Pensé que era mejor dejar que disfrutara de sus vacaciones.

La jefa se dio una palmada en la frente, un gesto que habría resultado cómico de no ser porque tenía la vida de Faith en sus manos.

—Un disléxico corto de luces con problemas para controlar su genio y una diabética fértil y gorda que carece de las nociones más básicas sobre el control de la natalidad. —Le clavó el dedo en la cara—. Espero que te guste trabajar con tu compañero, porque vas a seguir emparejada con Will Trent lo que te quede de vida.

Faith trató de ignorar la parte en que la había llamado «gorda» que, en honor a la verdad, era lo que más le había molestado de todo.

—Se me ocurren cosas mucho peores que tener de compañero a Will Trent el resto de mi vida.

—Deberías alegrarte de que no hubiera cámaras de seguridad que pudieran grabar su rabieta.

—Will es un buen policía, Amanda. A estas alturas no lo tendrías trabajando para ti si no lo creyeras tú también.

—Bueno… Quizá cuando no saca a relucir sus problemas de abandono.

—¿Está bien?

—Sobrevivirá —replicó Amanda sin demasiada convicción—. Le he mandado a buscar a esa prostituta, Lola.

—¿No está en la cárcel?

—Había de todo en aquel apartamento: heroína, metanfetamina, coca. Angie Polasky ha logrado que la suelten por el soplo —dijo Amanda encogiéndose de hombros. No siempre podía controlar todo el departamento de policía de Atlanta.

—¿Crees que es buena idea enviar a Will a buscar a Lola, teniendo en cuenta lo cabreado que está por dejar solo al bebé?

Amanda volvió a ser la Amanda que no permitía que discutieran sus decisiones.

—Tenemos a dos mujeres desaparecidas y a un asesino en serie que sabe muy bien qué hacer con ellas. Si no obtenemos resultados pronto, el caso se nos irá de las manos. El tiempo se agota, Faith. Ahora mismo podría estar vigilando a su próxima víctima.

—Se suponía que tenía que reunirme hoy con Rick Sigler, el TES que atendió a Anna.

—Envié a alguien hace una hora a su casa. Su esposa estaba con él. Negó rotundamente conocer a ningún Jake Berman. Apenas admitió que había pasado por esa carretera aquella noche.

Faith no se le ocurrió peor manera de interrogar al hombre.

—Es gay. La mujer no tiene ni idea.

—Nunca tienen ni idea —replicó Amanda—. En cualquier caso no tenía muchas ganas de hablar, y no tenemos motivos suficientes para llevárnoslo a comisaría.

—No estoy muy segura de que no sea un sospechoso.

—Todo el mundo es sospechoso en lo que a mí respecta. Leí el informe de la autopsia; vi lo que le han hecho a Anna. A nuestro chico malo le gusta experimentar. Y va a seguir haciéndolo hasta que lo detengamos.

Faith había seguido funcionando en las últimas horas a base de adrenalina, y al oír a Amanda se le volvió a disparar.

—¿Quieres que vigile a Sigler?

—Tengo a Leo Donnelly aparcado frente a su casa en este momento. Algo me dice que no quieres pasarte la noche atrapada con él en un coche.

—No señora —respondió Faith, y no solo porque Leo fuera un fumador empedernido. Probablemente culparía a Faith de haberle puesto en la lista negra de Amanda. Y tenía razón.

—Alguien tiene que ir a Michigan y buscar los archivos relativos a la familia de Pauline Seward. La orden está en camino, pero por lo visto los expedientes de hace más de quince años no están digitalizados. Tenemos que encontrar a alguien que la conociera en aquella época y tenemos que encontrarlo ya; a los padres o, con un poco de suerte, al hermano, si no resulta ser nuestro misterioso Jake Berman. Por razones más que evidentes no puedo mandar a Will a leer expedientes.

Faith dejó el lápiz de insulina sobre el mostrador.

—Yo me ocupo.

—¿Tienes esa diabetes bajo control? —La expresión de Faith debió de responder a su pregunta—. Enviaré a otro de mis agentes, uno que pueda hacer su trabajo.

Amanda hizo un gesto con la mano rechazando cualquier queja que pudiera formular Faith.

—Vamos a partir desde ahí hasta que vuelva a mordernos el culo otra vez, ¿puede ser?

—Siento mucho todo esto. —Faith se había disculpado más veces en los últimos diez minutos que en toda su vida.

Amanda meneó la cabeza, dejando claro que no estaba dispuesta a discutir lo estúpido de aquella situación.

—El portero ha pedido un abogado. Tenemos una reunión con él a primera hora de la mañana.

—¿Le has arrestado?

—Detenido. Resulta obvio que es un inmigrante. La Ley Patriótica nos permite retenerle durante veinticuatro horas mientras comprobamos su situación. Con un poco de suerte podremos poner patas arriba su apartamento y encontrar algo más contundente que podamos utilizar en su contra.

Faith no era quién para discutir sobre la recta interpretación de la ley.

—¿Qué hay de los vecinos de Anna? —preguntó Amanda.

—Es un edificio muy tranquilo. El apartamento que está debajo del ático lleva meses vacío. Podrían haber lanzado una bomba atómica desde el piso de arriba y nadie se habría enterado.

—¿Y el muerto?

—Un traficante. Sobredosis de heroína.

—¿Nadie echó de menos a Anna en su lugar de trabajo?

Faith le contó lo poco que había podido averiguar.

—Trabaja para un bufete de abogados, Bandle y Brinks.

—Santo Dios, esto no hace más que empeorar. ¿Sabes algo de ese bufete? —Amanda no le dio tiempo para responder—. Están especializados en demandas contra organismos municipales: policía, servicios sociales; se agarran a cualquier cosa, se abalanzan sobre ti y te ponen una demanda por el doble del presupuesto municipal. Han demandado al estado con éxito más veces de las que soy capaz de contar.

—No se mostraron muy dispuestos a colaborar. No nos entregarán sus archivos sin una orden judicial de por medio.

—En otras palabras, actúan como abogados. —Amanda se puso a pasear por la habitación—. Tú y yo vamos a hablar con Anna ahora mismo, luego volveremos a su casa y la pondremos patas arriba antes de que en su bufete se enteren de lo que estamos haciendo.

—¿Cuándo tenemos la entrevista con el portero?

—Mañana a las ocho en punto. ¿Crees que podrás hacerle un hueco en tu apretada agenda?

—Sí, señora.

Amanda volvió a menear la cabeza como si fuera la madre de Faith; frustrada y algo disgustada.

—Imagino que esta vez el padre tampoco pinta nada en todo esto.

—Estoy ya un poco mayor para intentar algo nuevo.

—Enhorabuena —dijo Amanda abriendo la puerta. Habría sido un bonito detalle de no ser por el «idiota» que murmuró según salía al pasillo.

Faith no se había dado cuenta de que estaba aguantando la respiración hasta que su jefa salió de la habitación. Exhaló un profundo suspiro, y por primera vez desde que le comunicaron que era diabética, se clavó la aguja a la primera. Tampoco dolía tanto, o a lo mejor estaba tan aturdida que ya no sentía nada.

Se quedó mirando fijamente la pared de enfrente, intentando centrarse en la investigación. Cerró los ojos y empezó a visualizar las fotos de la autopsia de Jacquelyn Zabel y de la cueva en la que Jacquelyn y Anna habían estado encerradas. Repasó todas las cosas horribles que habían tenido que pasar aquellas mujeres: la tortura, el dolor. Se puso la mano sobre el vientre otra vez. ¿Sería una niña? ¿A qué clase de mundo la iba a traer Faith? ¿A un lugar en el que las niñas eran violadas por sus propios padres, en el que las revistas les repetían constantemente que nunca serían lo suficientemente perfectas, en el que un sádico podía apartarte de tu vida, de tu propio hijo, en un abrir y cerrar de ojos y condenarte a vivir en el infierno el resto de tu vida?

Un escalofrío recorrió su cuerpo. Se puso en pie y abandonó la habitación.

Los dos policías que vigilaban la puerta de Anna se hicieron a un lado. Faith sintió frío al entrar y cruzó los brazos sobre su pecho. Anna estaba en la cama, con Balthazar en sus huesudos brazos. Tenía los hombros muy pronunciados, igual que las chicas que había visto Faith en los vídeos del ordenador de Pauline McGhee.

—La agente Mitchell acaba de entrar en la habitación —comunicó Amanda—. Es la encargada de averiguar quién le hizo esto.

Anna tenía los ojos velados, como si tuviera cataratas. Miró hacia la puerta sin ver. Faith sabía que no había ningún protocolo para una situación como aquella. Había llevado casos de violación y abusos, pero ninguno así. Tenía que traducir el procedimiento habitual. No era necesario entablar una charla insustancial. No había que preguntarles cómo se encontraban, porque la respuesta era obvia.

—Sé que está atravesando por un momento muy difícil. Solo queremos hacerle algunas preguntas —le dijo Faith.

—La señora Lindsey me estaba contando que acababa de terminar con un caso importante y había cogido unas semanas de vacaciones para poder estar con su hijo —le explicó Amanda.

—¿Sabía alguien más que se iba de vacaciones? —preguntó Faith.

—Le dejé una nota al portero. Mis compañeros de trabajo lo sabían: mi secretaria, los socios. No tengo trato con los vecinos del edificio.

Faith percibió que Anna Lindsey se había rodeado de un alto muro. Había algo en la mujer que resultaba tan frío que parecía imposible establecer ninguna conexión. Se ciñó a las preguntas cuya respuesta necesitaban.

—¿Puede decirnos qué sucedió cuando la raptaron?

Anna se pasó la lengua por sus deshidratados labios y cerró los ojos. Cuando habló, su voz era poco más que un susurro.

—Estaba en mi apartamento vistiendo a Balthazar para bajar al parque a dar un paseo. Es lo último que recuerdo.

Faith sabía que las descargas de la Taser producían amnesia.

—¿Qué vio usted cuando recobró la conciencia?

—Nada. No he vuelto a ver nada desde entonces.

—¿Recuerda algún sonido, alguna sensación?

—No.

—¿Reconoció a su atacante?

Anna negó con la cabeza.

—No, no recuerdo nada.

Faith dejó pasar unos segundos y trató de contener la frustración que sentía.

—Voy a darle una serie de nombres. Necesito que me diga si alguno de ellos le suena de algo.

Anna asintió y deslizó la mano por las sábanas buscando la boca de su bebé. El niño empezó a succionarle el dedo, haciendo ruiditos con la garganta.

—Pauline McGhee.

Anna dijo que no con la cabeza.

—Olivia Tanner.

De nuevo dijo que no.

—Jacquelyn, o Jackie, Zabel.

No.

Faith había preferido guardarse a Jackie para el final. Las dos mujeres habían estado juntas en la cueva. Ese era el único hecho que podían dar por seguro.

—Encontramos una huella dactilar suya en el permiso de conducir de Jackie Zabel.

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