El número de la traición (41 page)

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Authors: Karin Slaughter

Tags: #Intriga, Policíaco

BOOK: El número de la traición
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—¿Y por qué ibas a hacerlo? Era la mochila de un niño y lo más lógico era que fuera confeti. Hace falta una lupa para leer el número de serie. Si quieres culpar a alguien échale la culpa a la policía de Atlanta por no haberlos recogido en la escena del crimen. Sus chicos de la científica estaban allí. Imagino que pasarían un aspirador por las alfombras del coche, pero todavía no lo han analizado porque la desaparición de una mujer no es un asunto prioritario.

—La dirección del comprador del cartucho nos habría llevado hasta la casa que está justo detrás de la de Tanner.

—Olivia Tanner había desaparecido ya cuando inspeccionaste la mochila de Felix —le recordó Faith—. Fue la policía de Atlanta la que procesó la escena. Son ellos los que la han cagado.

Sonó el móvil de Faith. Miró la pantalla para ver quién llamaba y decidió no contestar.

—Además, saber que los puntos de la mochila de Felix provienen del mismo lote que los que encontramos en el jardín trasero de Olivia Tanner tampoco nos ha servido de mucho. Lo único que nos indica es que nuestro hombre lleva mucho tiempo planeando esto y que es bueno cubriendo su rastro. Pero eso ya lo sabíamos cuando nos levantamos esta mañana.

Will pensó que sabían mucho más que eso. Ahora tenían una conexión que vinculaba a las cuatro mujeres.

—Podemos vincular a Pauline con las demás mujeres. La frase «no voy a sacrificarme» establece una conexión entre Anna y Jackie, y los puntos la relacionan con Olivia.

Se quedó pensando en ello unos segundos, preguntándose qué más habría pasado por alto. Faith estaba en el mismo punto.

—Vamos a repasarlo todo desde el principio. ¿Qué es lo que tenemos?

—A Pauline y a Olivia las secuestraron ayer. A las dos las asaltaron con una pistola Taser cargada con el mismo cartucho.

—Las tres, Pauline, Jackie y Olivia padecen trastornos de la alimentación. Y por lo tanto debemos suponer que Anna también los padece, ¿no?

Will se encogió de hombros. No era un gran avance, pero era algo nuevo.

—Sí, vamos a suponerlo.

—Ninguna de ellas tiene amigos que puedan echarlas de menos. Jackie tenía a la vecina, Candy, pero tampoco es lo que se dice una amiga íntima. Las tres son mujeres muy atractivas, delgadas, morenas y con los ojos castaños. Todas ellas se ganan muy bien la vida.

—Todas vivían en Atlanta, excepto Jackie —dijo Will a modo de advertencia—. Así que, ¿cómo la escogió? Solo llevaba una semana en Atlanta, vino para recoger las cosas de su madre.

—Debió de venir antes para ayudar con el traslado a la residencia de Florida —elucubró Faith—. Y nos estamos olvidando del chat. Podrían haberse conocido a través de él.

—Olivia no tenía ordenador en casa.

—A lo mejor tenía un portátil y se lo robaron.

Will se rascó el brazo pensando en la primera noche en la cueva, con todas aquellas enloquecedoras no-pistas que habían estado siguiendo desde entonces, todos los callejones sin salida en los que habían acabado.

—Parece como si el punto de partida de todo fuera Pauline.

—Ella fue la cuarta víctima. —Faith sopesó la situación—. Puede que haya estado reservándose lo mejor para el final.

—A Pauline no la secuestró en su casa, como parece que hizo con las otras víctimas. Fue secuestrada a plena luz del día. Su hijo estaba dentro del coche. La echaron de menos en el trabajo porque tenía una reunión importante. Nadie se percató de la desaparición de las demás mujeres, salvo por Olivia, pero no podía saber que esta llamaba a su hermano a diario a menos que nuestro hombre pinchara su teléfono, cosa que, obviamente, no hizo.

—¿Y qué me dices del hermano de Pauline? Insisto en que debía de estar muy asustada para advertir a su hijo. No hemos encontrado ni rastro de él. Podría haberse cambiado de nombre, como hizo Pauline cuando tenía diecisiete años.

Will se puso a enumerar todos los hombres que habían conocido a lo largo de la investigación.

—Henry Coldfield es demasiado mayor y tiene problemas de corazón. Rick Sigler ha vivido en Georgia toda su vida. Jake Berman… ¿quién sabe?

Faith tamborileó con los dedos sobre el volante, ensimismada. De repente dijo:

—Tom Coldfield.

—Debe de tener más o menos tu edad. Debía de ser apenas un adolescente cuando Pauline se fugó.

—Tienes razón —admitió—. Además los tests psicológicos que hay que pasar para ingresar en las fuerzas aéreas habrían levantado la liebre hace tiempo.

—Michael Tanner —sugirió Will—. La edad encaja.

—Ya he pedido que comprueben su historial. Me habrían llamado si hubieran encontrado algo.

—Morgan Hollister.

—También lo están investigando —dijo Faith—. No parecía muy afectado por la desaparición de Pauline.

—Felix dijo que el hombre que se llevó a su madre vestía un traje como los que lleva Morgan, su compañero de trabajo.

—Claro. ¿Crees que Felix habría podido reconocer a Morgan?

—¿Con un bigote postizo? —Will negó con la cabeza—. No lo sé. De momento no vamos a tachar a Morgan de la lista. Podemos hablar con él al final del día, si no hay ningún otro avance.

—Tiene edad suficiente para ser su hermano, pero si lo fuera, ¿por qué iba Pauline a trabajar con él?

—La gente que sufre abusos se comporta de forma estúpida muchas veces —le recordó Will—. Tenemos que hablar con Leo a ver qué ha podido averiguar. Estaba en contacto con la policía de Michigan, intentando encontrar a los padres de Pauline. Se escapó de casa. ¿De quién quería huir?

—Del hermano —dijo Faith cerrando el círculo.

Volvió a sonar su móvil. Dejó que saltara el buzón de voz antes de abrirlo y marcar un número.

—Voy a ver dónde está Leo. Probablemente haya salido a trabajar sobre el terreno.

—Yo llamaré a Amanda y le diré que tiene que solicitar que nos traspasen oficialmente el caso de Pauline McGhee —se ofreció Will, que abrió el móvil justo cuando le entraba una llamada. Como estaba roto, a veces le hacía extraños ruidos. Se llevó el auricular a la oreja y contestó.

—Eh. —La voz sonaba despreocupada, como miel tibia que acariciaba su oído. Le vino a la mente el lunar que tenía en la pantorrilla y el tacto que tenía cuando le acariciaba la pierna—. ¿Estás ahí?

Will miró a Faith y notó que un sudor frío empezaba a empaparlo.

—Sí.

—Cuánto tiempo.

Volvió a mirar a Faith.

—Sí —repitió. Habían pasado ocho meses desde que un día saliera del trabajo y se encontrara con que el cepillo de dientes de Angie no estaba en el vaso del cuarto de baño.

—¿Qué haces? —preguntó Angie.

—Estoy en mitad de un caso.

—Qué bien. Me imaginé que andarías liado.

Faith había terminado de hablar por teléfono. Tenía la vista puesta en la carretera, pero si hubiera sido un gato habría tenido la oreja girada hacia Will.

—¿Llamas por lo de tu amiga? —preguntó Will.

—Lola tiene información interesante.

—Yo no me ocupo de eso —le dijo. El DIG no abría casos, los cerraba.

—Un chulo ha convertido un ático en un punto de venta de droga. Tienen sustancias de todos los colores, como si fueran caramelos. Coméntaselo a Amanda. Podrá presumir en las noticias de las seis posando delante de toda esa droga.

Will intentaba concentrarse en lo que le estaba diciendo Angie. Solo se oían el motor del Mini y el atentísimo oído de Faith.

—¿Sigues ahí, cariño?

—No me interesa —le dijo.

—Tú solo pasa la información por mí. Es el ático de un edificio de apartamentos llamado Veintiuno Beeston Place. El nombre es la dirección: el veintiuno de Beeston.

—No puedo ayudarte.

—Repítemelo para que yo sepa que te vas a acordar.

A Will le sudaban las manos de tal manera que tenía miedo de que se le escurriera el teléfono.

—Veintiuno Beeston Place.

—Te debo una.

No pudo contenerse.

—Me debes un millón. —Pero ya era demasiado tarde, Angie había colgado el teléfono. Will fingió que aún había alguien al otro lado, y dijo—: De acuerdo. Adiós.

Para empeorar aún más las cosas el móvil se le escurrió cuando iba a cerrarlo y el cordel se despegó de la cinta aislante. De repente vio unos cables que sobresalían del aparato y que no había visto hasta ese momento. Oyó que Faith abría la boca, y la volvía a cerrar chasqueando los labios.

—Tengamos la fiesta en paz —le dijo Will.

Ella cerró la boca y tensó los dedos sobre el volante para girar con el semáforo en rojo.

—He llamado a la central. Leo está en la avenida North. Un doble homicidio.

El coche aceleró y Faith se saltó otro semáforo. Will se aflojó el nudo de la corbata pensando que hacía mucho calor dentro del coche. Le estaban empezando a picar los brazos otra vez. Estaba un poco mareado.

—Voy a ver si localizo a Amanda para… Angie me llamaba para darme un soplo. —Las palabras salieron de su boca sin que pudiera hacer nada por impedirlo. Se puso a pensar rápidamente en el modo de evitar decir nada más, pero su lengua parecía ignorar las órdenes que le daba el cerebro—. Han convertido un ático de Buckhead en un punto de venta de droga.

—Ah —fue todo cuanto dijo Faith.

—Está esa chica a la que conoció cuando trabajaba en antivicio. Una prostituta, Lola. Quiere salir de la cárcel y está deseando delatar a los traficantes.

—¿Es un buen soplo?

Will se encogió de hombros.

—Probablemente.

—¿Vas a ayudarla?

Se encogió de hombros otra vez.

—Angie es una ex policía, ¿no conoce a nadie en narcóticos? —preguntó Faith.

Will dejó que ella misma sacara sus conclusiones. Angie no era de las que deja puentes sin quemar: tendía a incendiarlos con alegría y luego vertía gasolina sobre las llamas. Evidentemente, Faith llegó a la misma conclusión.

—Puedo hacer algunas llamadas —le ofreció—. Nadie sabrá que es cosa tuya.

Will intentó tragar saliva, pero tenía la boca demasiado seca. Detestaba que Angie le causara ese efecto. Y detestaba aún más que Faith lo presenciara en primera fila.

—¿Qué te ha dicho Leo? —preguntó.

—No me lo coge, probablemente porque sabe que soy yo.

Justo en ese momento sonó su móvil. Faith miró quién llamaba y de nuevo decidió no cogerlo. Will imaginó que no tenía derecho a preguntarle qué estaba pasando, ahora que había decidido no discutir con ella sus llamadas personales. Se aclaró la garganta varias veces para poder hablar sin que su voz sonara como la de un adolescente.

—Una pistola Taser se utiliza a cierta distancia. Si pudiera acercarse más a ellas habría usado una porra eléctrica.

Faith retomó el hilo de la conversación original.

—¿Qué más tenemos? —preguntó—. Estamos esperando a que lleguen los resultados del ADN de Jacquelyn Zabel, a ver qué dicen los informáticos del portátil de Zabel y del ordenador del despacho de Pauline y a ver si encuentran más pruebas forenses en la casa de al lado de Olivia.

Will oyó un zumbido y Faith sacó su BlackBerry. Siguió manejando el volante con una sola mano mientras leía el mensaje.

—Es el registro de llamadas de Olivia Tanner. El mismo número cada mañana a eso de las siete. Es un número de Houston, Texas.

—Las siete de aquí son las seis en Houston —dijo Will—. ¿Es el único número al que llamaba?

Faith asintió.

—Desde hace meses. Probablemente usaba más el móvil. —Volvió a guardar la BlackBerry en el bolsillo—. Amanda está intentando conseguir una orden para el banco. Han tenido la deferencia de mirar en sus bases de datos a ver si aparecían los nombres de las demás víctimas y no han encontrado nada, pero no nos van a permitir que toquemos el ordenador, el teléfono ni el correo electrónico de Olivia así como así. Por no sé qué de la legislación bancaria federal. Tenemos que entrar en ese chat.

—Yo creo que si formaba parte de algún grupo en Internet tendría que poder acceder desde casa.

—Su hermano dice que está todo el día en la oficina.

—Quizá se conocían en persona. Como en Alcohólicos Anónimos o en un grupo de costura.

—Hombre, no es la clase de anuncio que puedas poner en un tablero. «¿Disfrutas matándote de hambre? ¡Únete a nosotras!»

—¿Y de qué podían conocerse entonces?

—Jackie es agente inmobiliaria, Olivia trabaja en un banco que no concede hipotecas, Pauline es diseñadora de interiores y Anna se dedicará a lo que se dedique, que sin duda estará igualmente bien pagada. —Faith exhaló un profundo suspiro—. Tiene que ser el chat, Will. ¿De qué otro modo pudieron conocerse?

—¿Y por qué tendrían que conocerse? —replicó Will—. Al único que por fuerza tienen que conocer es al secuestrador. ¿Quién podría relacionarse con mujeres que trabajan en campos tan diferentes?

—Un conserje, el técnico que instala el cable, un basurero, un exterminador…

—Amanda ya se ha encargado de comprobar todo eso. Si hubiera alguna conexión a estas alturas ya lo sabríamos.

—Perdóname si no soy muy optimista. Han tenido dos días y ni siquiera han sido capaces de encontrar a Jake Berman.

Faith giró el volante y se metió por la avenida North. Dos coches de la policía de Atlanta bloqueaban el acceso a la escena del crimen. Vieron a Leo agitando las manos frenéticamente mientras le gritaba a un pobre chaval de uniforme.

El móvil de Faith volvió a sonar y se lo echó al bolso antes de bajarse del coche.

—Ahora mismo Leo no me puede ni ver. Quizá sería mejor que hablaras tú.

Will coincidió en que era lo mejor, sobre todo porque en ese momento parecía estar algo más que furioso. Seguía gritándole al policía cuando se acercaron a él. Una de cada dos palabras que pronunciaba era «joder» y tenía la cara tan congestionada que Will se preguntó si no estaría sufriendo un ataque al corazón.

Un helicóptero sobrevolaba la zona, lo que los agentes locales llamaban un «pájaro del gueto». Volaba tan bajo que a Will le palpitaban los tímpanos. Leo esperó a que se marchara antes de preguntarles:

—¿Qué coño hacéis vosotros aquí?

—Olivia Tanner, la mujer desaparecida de la que nos hablaste —le dijo Will—. Encontramos puntos de una Taser en la escena del crimen que nos han llevado hasta un cartucho adquirido por Pauline Seward.

—Joder —murmuró Leo.

—También encontramos una prueba en el despacho de Pauline McGhee que la relaciona con la cueva.

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