¿Cómo sería la vida de Olivia Tanner? Faith había trabajado antes en casos de personas desaparecidas. La clave para averiguar lo que les había sucedido a esas mujeres —casi siempre se trataba de mujeres— era ponerse en su pellejo. ¿Qué cosas les gustaban y cuáles no? ¿Quiénes eran sus amigos? ¿Qué tenían de malo sus novios/maridos/amantes para que quisieran huir?
Con Olivia no había pistas, ningún ancla emocional a la que poder agarrarse. La mujer vivía en una casa sin vida sin un sofá cómodo en el que arrellanarse al final del día. Todos sus platos y cuencos estaban como nuevos, sin un solo arañazo, como si no se hubieran usado nunca. Hasta las tazas de café relucían por dentro. ¿Cómo podía ponerse en el lugar de una mujer que vivía en una aséptica caja blanca?
Faith volvió a los armarios de la cocina, pero no encontró nada fuera de lugar. Incluso el cajón donde se van guardando las cosas que siempre andan por enmedio estaba perfectamente ordenado: destornilladores en un estuche de plástico, un martillo colocado sobre una cuerda enrollada. Faith pasó el dedo por el interior del armario y no encontró ni una mota de polvo. Aquella mujer limpiaba los armarios de la cocina por dentro y por fuera.
Abrió el cajón de abajo y encontró un sobre grande como los que se usan para enviar fotografías por correo. Levantó la solapa y encontró unas páginas de papel cuché que habían sido cuidadosamente recortadas de unas revistas. En todas ellas se veían modelos en diferentes grados de desnudez, anunciando indistintamente perfumes o relojes de oro. No eran el tipo de mujer que se pone un jersey con una rebeca a juego y un collar de perlas mientras pasa alegremente el plumero y cuida de sus adorables niños. Esas modelos posaban de forma muy sensual, lasciva, pero sobre todo eran muy delgadas.
Faith había visto a esas modelos escuálidas antes. Hojeaba las revistas femeninas —
Cosmopolitan, Vogue, Elle
— como todo el que tenía que hacer cola en la caja del supermercado, pero al ver ahora a esas mujeres anoréxicas, sabiendo que Olivia Tanner había escogido esas fotos no porque quisiera recordar que tenía que comprar una sombra de ojos o un brillo de labios nuevos, sino porque aspiraba a ser un esqueleto viviente, Faith sintió que se le revolvía el estómago.
Recordó lo que les había contado Michael Tanner, la tortura a la que se había sometido su hermana deliberadamente para estar delgada. No sabía por qué Will estaba tan seguro de que la mujer había intentado proteger a su hermano. No parecía probable que un hombre que violaba a su hija fuera también tras su hijo, pero Faith llevaba demasiado tiempo trabajando en la policía como para saber que los criminales no siempre seguían una pauta lógica. Por más que se hubiera quedado embarazada siendo una adolescente, la familia de Faith era bastante normal; no había alcohólicos maltratadores ni tíos pervertidos. En asuntos relacionados con infancias disfuncionales, Faith confiaba en el criterio de Will.
Nunca le había contado nada explícitamente, pero ella imaginaba que había sufrido abusos en diversas ocasiones cuando era niño. Tenía el labio superior partido, y no había cicatrizado bien. La leve cicatriz que recorría su mandíbula y se perdía dentro del cuello de su camisa parecía muy antigua, una de esas heridas que te haces de niño y te dejan una huella con la que tienes que vivir el resto de tu vida. Había trabajado con Will en los días más calurosos del verano y nunca le había visto remangarse ni aflojarse el nudo de la corbata. La pregunta sobre cómo se castigaba Olivia Tanner había sido muy reveladora; Faith pensaba a menudo que Angie Polaski era un castigo que el propio Will se imponía a sí mismo.
Oyó pasos en las escaleras. Will entró en la cocina meneando la cabeza.
—He pulsado la tecla de rellamada del teléfono de arriba. Me saltó el contestador de su hermano en Houston.
Traía un libro en la mano.
—¿Qué es eso?
Will le pasó la delgada novela, que tenía la signatura de una biblioteca en el lomo. En la cubierta se veía a una mujer desnuda sentada a horcajadas. Llevaba tacones de aguja, pero la pose era más artística que pornográfica, indicando que aquello era literatura, no basura. No era la clase de novela que solía leer Faith. Leyó la sinopsis de la contracubierta y le explicó a Will:
—Va de una mujer que es diabética, adicta a la metanfetamina y tiene un padre que abusa de ella.
—Una historia de amor —dijo, y aventurándose con el título—.
¿Revelación?
Le faltó muy poco. Faith imaginó que, por lo general, Will leía las tres primeras letras de una palabra y, a partir de ahí, trataba de adivinar el resto. Casi siempre acertaba, pero patinaba con las palabras poco frecuentes.
Dejó el libro bocabajo sobre la encimera.
—¿Has visto algún ordenador?
—Ni ordenador, ni diario, ni agenda. —Se puso a abrir los cajones y encontró el mando a distancia del televisor. Lo encendió y giró la pantalla para verlo mejor.
—Esta es la única televisión que hay en la casa.
—¿No hay una en el dormitorio?
—No. —Will zapeó y encontró los canales habituales—. No tiene cable, y tampoco hay ningún módem ADSL en el cajetín del sótano.
—Así que no tiene una conexión de alta velocidad —dedujo Faith—. Quizás use una telefónica. A lo mejor tiene un portátil en el trabajo.
—O a lo mejor se lo ha llevado alguien.
—O simplemente prefiere no traerse el trabajo a casa. Su hermano dice que está en la oficina desde que amanece hasta que se pone el sol.
Will apagó el televisor.
—¿Has encontrado algo aquí abajo?
—Aspirinas —respondió Faith, señalando los frascos que había en la despensa—. ¿Qué querías decir con eso de que Olivia protegía a Michael?
—Es lo que estábamos hablando en el despacho de Pauline. ¿Dedicaban mucho tiempo tus padres a tu hermano cuando tú te metías en líos?
Faith negó con la cabeza y se dio cuenta de que lo que decía tenía mucho sentido. Olivia había llamado la atención sobre sí misma para que su hermano pudiera crecer tranquilo y tener una vida lo más normal posible. No era de extrañar que el hombre estuviera carcomido por la culpa. Era un superviviente.
Will estaba mirando por la ventana del fondo, a la casa aparentemente deshabitada de enfrente.
—Esas cortinas abiertas me dan mala espina.
Faith se acercó a la ventana. Tenía razón. Todas las persianas de las ventanas de la parte de atrás estaban cerradas, salvo por las cortinas abiertas en la puerta del sótano.
—Doctor Tanner, vamos a salir fuera un momento. Enseguida volvemos —dijo elevando el tono de voz.
—De acuerdo —respondió el hombre.
Aún tenía la voz temblorosa, así que Faith explicó:
—No hemos encontrado nada todavía. Solo estamos mirando.
Se quedó esperando una respuesta, pero Michael no respondió. Will abrió la puerta y salieron a la terraza.
—Usa la talla 36. ¿Es eso normal? —preguntó Will.
—Para mí la quisiera —murmuró Faith, y entonces se dio cuenta de lo que acababa de decir—. Es una talla pequeña, pero no horrible.
Inspeccionó de nuevo el jardín de Olivia. Como la mayoría de parcelas urbanas, medía apenas mil metros cuadrados, el perímetro estaba vallado y había postes telefónicos cada sesenta metros. Faith siguió a Will por las escaleras. La valla de cedro parecía muy cara, las tablas eran lisas y los soportes estaban por fuera.
—¿Crees que es nueva? —le preguntó.
Will dijo que no con la cabeza.
—La han limpiado a presión. El cedro es más rojizo.
Llegaron al límite de la parcela y se detuvieron. Había marcas en las planchas de cedro, unos arañazos profundos que llegaban hasta el centro.
—Parecen hechos con los pies, como si alguien hubiera intentado trepar por ella.
Faith miró la casa de enfrente otra vez.
—A mí me parece que está vacía. ¿Crees que la habrán embargado?
—Solo hay un modo de saberlo. —Will se fue hacia el otro lado de la valla y se puso a escalarla sin darse cuenta de que Faith estaba a su lado—. ¿Me esperas aquí? O podemos dar una vuelta por fuera.
—¿Tan patética te parezco? —preguntó Faith agarrándose a la valla.
Era uno de los ejercicios que hacían en la academia de policía, pero de eso hacía muchos años y entonces no llevaba falda. Fingió no darse cuenta cuando Will la empujó por detrás, y confió en que él fingiera no ver que llevaba unas bragas azules que parecían de su abuela. De algún modo logró pasar al otro lado. Will se aseguró de que se había apartado y saltó por encima de la valla como un gimnasta chino de diez años.
—Exhibicionista —murmuró Faith mientras subía la cuesta en dirección a la casa vacía.
El sótano tenía un gran ventanal con puertas correderas en ambos extremos. A medida que se acercaba vio que una de ellas estaba abierta. Una ráfaga de viento agitó las cortinas.
—No puede ser tan fácil —dijo Will, seguramente pensando lo mismo que Faith: «¿Estaría su sospechoso escondido en aquella casa? ¿Era ahí donde tenía a sus víctimas?». Se dirigió hacia la casa con paso decidido.
—¿Pido refuerzos? —preguntó Faith.
Will no parecía muy preocupado. Empujó la puerta con el codo y se asomó.
—¿Has oído hablar de la causa probable?
—¿Oyes ese ruido? —preguntó Will, pero los dos sabían que no habían oído nada. Según la ley, no podían entrar en un domicilio particular sin una orden judicial o alguna señal de peligro inminente.
Faith se dio la vuelta y miró hacia la casa de Olivia Tanner. Era evidente que la mujer no sentía la necesidad de cubrir las ventanas con cortinas o persianas. Desde donde estaba Faith podía ver perfectamente la cocina y lo que debía de ser el dormitorio de Olivia.
—Deberíamos llamar y pedir una orden.
Will ya estaba dentro de la casa. Faith maldijo entre dientes mientras sacaba la pistola del bolso. Entró por el sótano, andando con mucho cuidado sobre la alfombra bereber. El sótano estaba acondicionado, probablemente lo usaban como salón de juegos. Había una mesa de billar, un pequeño bar con un fregadero y cables sueltos en la pared, probablemente para un sistema de
home cinema
. No veía a Will por ninguna parte.
—Idiota —masculló Faith, dando un paso más y abriendo la puerta hasta dejarla pegada a la pared. Se puso a escuchar, agudizando el oído hasta hacerse daño—. ¿Will? —susurró.
No hubo respuesta, y Faith continuó avanzando con el corazón desbocado. Se inclinó por encima del bar y vio una caja vacía con una lata de refresco al lado. A su espalda había un armario con la puerta entornada. Faith la abrió con el cañón de la pistola.
—Está vacío —dijo Will, apareciendo por detrás de una esquina y dándole un susto de muerte.
—¿Qué coño estás haciendo? —espetó Faith en tono cortante—. Ese tío podía haber estado dentro.
Will no se inmutó.
—Tenemos que averiguar quién tiene acceso a esta casa. Agentes inmobiliarios, contratistas, alguien interesado en comprarla. —Sacó un par de guantes de látex del bolsillo e inspeccionó la puerta corredera—. Hay marcas hechas con una herramienta. Alguien ha forzado la cerradura.
Fue hacia las ventanas, que estaban cubiertas con contraventanas de plástico barato. Una de las hojas estaba doblada. Will abrió y dejó que la luz natural iluminara la estancia. Se agachó y examinó el suelo.
Faith se guardó la pistola en el bolso. Su corazón seguía latiendo como un tambor militar.
—Will, me has dado un susto de mil pares de narices. No vuelvas a entrar así en una casa sin mí.
—Mira —dijo, cogiéndola de la mano—. Huellas de pisadas.
La agente vio la silueta rojiza de un par de zapatos en la superficie de la alfombra. Una de las cosas buenas de vivir en Georgia era la arcilla roja que se adhería a todas las superficies, ya estuvieran secas o mojadas. Echó un vistazo por la ventana, más allá de la contraventana rota. Desde allí se veía perfectamente la casa de Olivia.
—Tenías razón —dijo Will—. Las ha estado vigilando. Las sigue, estudia sus rutinas, sabe quiénes son.
Se fue al bar y abrió los armarios de detrás de la barra.
—Alguien ha usado esta lata de Coca-Cola como cenicero.
—Los operarios de la mudanza, seguramente.
Will abrió la nevera. Oyó un tintineo de cristales.
—Cerveza de raíz Doc Peterson —probablemente había reconocido el logo.
—Deberíamos largarnos de aquí para no contaminar la escena más de lo que ya lo hemos hecho.
Afortunadamente, parecía que Will era de la misma opinión. Salió tras ella y volvió a dejar la puerta como la habían encontrado.
—Este caso es diferente —dijo Faith.
—¿Qué quieres decir?
—No lo sé —admitió ella—. No encontramos nada en casa de la madre de Jackie ni en el despacho de Pauline. Leo registró su casa y tampoco había nada allí. Nuestro hombre no deja pistas, así que, ¿cómo es que ahora tenemos dos huellas de zapatos? ¿Por qué se dejó la puerta abierta?
—Perdió a sus dos primeras víctimas; Anna y Jackie lograron escapar. Quizá ya le había echado el ojo a Olivia Tanner. A lo mejor tuvo que adelantar el secuestro para reemplazarlas.
—¿Quién puede saber que esta casa está deshabitada?
—Cualquiera que se haya fijado un poco.
Faith miró de nuevo hacia la casa de Olivia y vio a Michael Tanner en el porche de atrás. La idea de volver a arrastrar su culo por encima de aquella valla no le hacía demasiada gracia.
—Yo saltaré la valla. Tú vuelve dando un rodeo.
Faith meneó la cabeza y caminó hacia el jardín con paso decidido. Saltar la valla desde ese lado parecía más fácil, pues podía apoyar el pie en los soportes. Había una tabla larga en la parte inferior que utilizó como escalón y pudo pasar por encima con menos ayuda que antes. Will volvió a saltarla apoyándose en una sola mano.
Michael estaba en la puerta trasera de la casa de su hermana, con las manos entrelazadas, mirándoles mientras se acercaban.
—¿Pasa algo?
—Nada que podamos contarle ahora mismo —le dijo Faith—. Voy a necesitar que…
Su pie resbaló en el primer escalón y Faith se cayó lanzando un cómico grito, algo así como un «guau», aunque lo que sintió en ese momento no tenía ninguna gracia. Su vista se volvió loca por unos segundos y la cabeza le dio vueltas. Instintivamente se llevó la mano a la barriga, sin pensar en nada más que en la criatura que llevaba en el vientre.