El número de la traición (35 page)

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Authors: Karin Slaughter

Tags: #Intriga, Policíaco

BOOK: El número de la traición
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Will terminó de hablar y fue hacia ella. Miró la mesa vacía donde antes había estado la secretaria. Hacía por lo menos diez minutos que la mujer había ido a avisar a Morgan Hollister. A Faith le vinieron a la cabeza imágenes de los dos destruyendo documentos, aunque era más probable que la secretaria, una rubia de bote que parecía tener grandes dificultades para procesar cualquier petición por simple que fuera, se hubiera olvidado de ellos y estuviera colgada del móvil en el lavabo de señoras.

—¿Con quién hablabas? —preguntó Faith.

—Con Amanda —respondió Will, cogiendo un par de caramelos del cuenco que había en la mesita—. Llamaba para disculparse.

Faith se rio del chiste y Will se echó a reír también. Cogió unos cuantos caramelos más y le ofreció el cuenco a Faith. Ella dijo que no con la cabeza, y él continuó hablando.

—Ha convocado otra rueda de prensa para esta tarde. Joelyn Zabel va a retirar la demanda contra el estado.

—¿Y cómo es eso?

—Su abogado se ha dado cuenta de que no tiene caso. No te preocupes, saldrá en la portada de alguna revista la semana que viene, y a la siguiente volverá a amenazarnos con una demanda por no haber sido capaces de encontrar al asesino de su hermana.

Era la primera vez que uno de los dos verbalizaba lo que realmente les preocupaba de todo esto: que el asesino fuera lo suficientemente bueno como para salir impune de todo.

Will señaló la puerta cerrada que había tras la mesa de la secretaria.

—¿Crees que deberíamos volver sin más?

—Dale otro minuto.

Faith intentó limpiar la mancha que había dejado en el cristal al apoyar la frente, pero solo consiguió ensuciarlo todavía más. La tensión entre ellos se había aflojado un poco en el trayecto, de modo que a Will ya no le preocupaba que se pusiera hecha un basilisco con él. Ahora era ella la que tenía miedo de que él estuviera enfadado.

—¿Estamos bien? —le preguntó.

—Claro, perfectamente.

No le creía, pero con una persona que decía una y otra vez que no había ningún problema no había nada que hacer, porque seguiría insistiendo en ello hasta que te sintieras como si te lo estuvieras inventando todo.

—Bueno, al menos ya sabemos que la mala leche es algo hereditario en la familia Zabel.

—Joelyn no está tan mal.

—Es duro ser la hermana buena.

—¿Qué quieres decir?

—Pues quiero decir que si eres la niña buena de la familia, sacas buenas notas, no te metes en líos, etc., y tu hermana siempre anda liándola y llamando la atención, empiezas a sentirte excluida, como si diera igual lo bien que te portes, porque tus padres solo se preocupan por tu descarriada hermanita.

Sus palabras debieron de sonar muy duras, porque Will preguntó:

—¿Tu hermano no era un buen chico?

—Lo es —respondió Faith—. Yo era la hermanita descarriada que acaparaba la atención de mis padres. Recuerdo que una vez llegó a pedirles que lo dieran en adopción.

Will esbozó una media sonrisa.

—Todo el mundo quiere ser adoptado.

Faith recordó las cosas tan horribles que había dicho Joelyn sobre las ganas de adoptar un niño que tenía su hermana.

—Lo que dijo Joelyn…

Will la interrumpió.

—¿Por qué su abogado se empeñaba en llamar «Mandy» a Amanda?

—Es una abreviatura de Amanda.

Will asintió con aire pensativo, y Faith se preguntó si también tenía problemas con las abreviaturas de los nombres. Tenía sentido: había que saber cómo se escribía un nombre para poder abreviarlo.

—¿Sabías que el dieciséis por ciento de los asesinos en serie que conocemos eran adoptados?

Ella arrugó el ceño.

—Eso no puede ser verdad.

—Joel Rifkin, Kenneth Bianchi, David Berkowitz. Y a Ted Bundy lo adoptó su padrastro.

—¿Y cómo es que de repente te has convertido en un experto en asesinos en serie?

—El Canal Historia —respondió Will—. Es muy útil, confía en mí.

—¿De dónde sacas tiempo para ver tanta televisión?

—No tengo lo que se dice una agitada vida social.

Faith volvió a mirar por la ventana, pensando en el encuentro que había tenido Will esa mañana con Sara Linton. De lo que había leído en el informe sobre Jeffrey Tolliver, Faith había deducido que era un policía diametralmente opuesto a Will: muy físico, con iniciativa, dispuesto a hacer lo que fuera necesario para resolver un caso. No es que su compañero no fuera también un policía tenaz, pero era más de quedarse mirando al sospechoso hasta que confesaba que de sacarle la confesión a golpes. Su instinto le decía que Will no era el tipo de Sara Linton, y esa era la razón de que hubiera sentido lástima por él esa mañana, viendo lo nervioso que lo ponía la doctora. Él también debía de estar pensando en lo de esa mañana, porque de repente le dijo:

—No sé qué número es el de su apartamento.

—¿Te refieres a Sara?

—Vive en los Milk Lofts, en Berkshire.

—Imagino que a la entrada habrá un di… —Faith se interrumpió—. Puedo apuntarte su apellido para que lo mires en el directorio. No creo que haya muchos vecinos.

Will se encogió de hombros, algo avergonzado.

—También podemos mirarlo en Internet.

—No creo que aparezca su dirección.

La puerta se abrió y apareció la secretaria rubia de bote. Detrás de ella había un hombre exageradamente alto, exageradamente bronceado y exageradamente guapo vestido con el traje más bonito que Faith había visto en su vida.

—Morgan Hollister —se presentó, tendiéndoles la mano mientras cruzaba el vestíbulo—. Siento haberles hecho esperar tanto tiempo. Estaba en medio de una videoconferencia con un cliente de Nueva York. Este asunto de Pauline ha sido como un jarro de agua fría, como se suele decir.

Faith no sabía muy bien quién solía decir eso, pero le perdonó y le estrechó la mano. Era a un tiempo el hombre más atractivo y más gay que había conocido en mucho tiempo. Y teniendo en cuenta que estaban en Atlanta, la capital gay del Sur, eso era mucho decir.

—Soy el agente Trent y ella es la agente Mitchell —dijo Will, ignorando el vivo interés que su persona parecía despertar en Morgan Hollister.

—¿Va usted al gimnasio?

—Entreno con mancuernas, más que nada. Y de vez en cuando utilizo el banco de pesas.

Morgan le dio un cachete en el brazo.

—Puro acero.

—Le agradezco que nos permita echar un vistazo a las cosas de Pauline —dijo Will, aunque Morgan aún no les había dado permiso para nada—. Sé que la policía de Atlanta ya ha estado por aquí. Espero no causarle mucha molestia.

—De ningún modo. —Morgan puso su mano en el hombro de Will mientras le conducía hacia la puerta—. Estamos destrozados por lo de Pauline. Era una chica estupenda.

—Corre el rumor de que no resultaba fácil trabajar con ella.

Morgan se rio, lo que Faith entendió como un «como todas las mujeres». Le alegraba comprobar que el machismo también calaba hondo entre la comunidad gay.

—¿Le suena de algo el nombre de Jacquelyn Zabel? —le preguntó Will.

Morgan negó con la cabeza.

—Conozco a todos nuestros clientes. Estoy casi seguro de que lo recordaría, pero puedo mirarlo en el ordenador. —Adoptando una expresión de tristeza, añadió—: Pobre Paulie. Ha sido un
shock
tremendo para nosotros.

—Le hemos buscado a Felix un acomodo temporal —le comunicó Will.

—¿Felix? —Morgan parecía algo confuso, pero enseguida cayó—. Ah, sí, el pequeñín. Seguro que estará bien, es un campeón.

Morgan los llevó por un pasillo muy largo. A su derecha estaban los cubículos con las mesas de los empleados, con ventanas al fondo que daban a la interestatal. Las mesas estaban llenas de muestras de tela y bocetos. Faith miró una serie de fotocopias de planos extendidas sobre la mesa de reuniones y sintió una oleada de nostalgia.

De niña quería ser arquitecta, un sueño al que tuvo que renunciar con catorce años cuando la expulsaron del colegio por estar embarazada. Ahora las cosas eran muy distintas, pero en aquella época lo que se esperaba de una adolescente embarazada era que desapareciera del mapa, nadie volvía a mencionar su nombre salvo en relación con el chico que se la había tirado, y en ese caso se referían a ella como «ese putón que estuvo a punto de arruinarle la vida quedándose preñada».

Morgan se detuvo frente a la puerta cerrada de uno de los despachos. Tenía un letrero con el nombre de Pauline McGhee. Sacó una llave.

—¿El despacho se cierra siempre con llave? —le preguntó Will.

—Pauline solía hacerlo, sí. Una de sus manías.

—¿Tenía muchas manías?

—Le gustaba hacer las cosas a su manera —respondió Morgan, encogiéndose de hombros—. Yo la dejaba a su aire. Se le daba bien el papeleo y sabía mantener a raya a los de las subcontratas.

—Dejó de sonreír—. Aunque acabó metiéndome en un lío. Metió la pata con un pedido muy importante y su error le costó al estudio mucho dinero. De hecho, no estoy muy seguro de que siguiera trabajando aquí si no hubiera sucedido esto.

Si Will se preguntaba por qué Morgan hablaba de Pauline en pasado, no expresó sus dudas en voz alta. Se limitó a poner la mano para coger la llave.

—Cerraremos con llave al salir.

Morgan vaciló un momento. Obviamente había dado por supuesto que estaría presente mientras registraban el despacho.

—Se la devolveré cuando hayamos terminado, ¿de acuerdo? —dijo Will y le dio un cachete en el brazo—. Gracias.

Le dio la espalda y entró en el despacho. Faith entró detrás de él y cerró la puerta tras de sí.

—¿No te molesta? —preguntó.

—¿Morgan? —Will se encogió de hombros—. Sabe que no me interesa.

—Pero aun así…

—En el orfanato había muchos chavales gays. La mayoría eran infinitamente más agradables que los heteros.

No podía imaginar siquiera que un padre pudiera deshacerse de su propio hijo por ninguna razón, y mucho menos por esa en particular.

—Qué barbaridad.

Era evidente que Will no tenía ganas de hablar del asunto. Echó un vistazo al despacho y dijo:

—Yo diría que es bastante austero.

Faith estaba de acuerdo con él. Parecía como si hubiera estado siempre desocupado. No había ni una sola nota sobre su escritorio. Las bandejas de entrada y salida estaban vacías. Los libros de diseño que había en las estanterías estaban colocados por orden alfabético, con los lomos perfectamente alineados. Las revistas estaban como nuevas y perfectamente ordenadas en cajas de colores. Hasta el monitor parecía estar colocado en un ángulo perfecto de cuarenta y cinco grados con la esquina del escritorio. El único objeto personal que se veía por allí era una foto de Felix en los columpios.

—«Es un campeón» —dijo Will, burlándose de la expresión que había utilizado Morgan para referirse al hijo de Pauline—. Hablé con la trabajadora social anoche. Felix no lo lleva nada bien.

—¿En qué sentido?

—Se pasa el día llorando. No quiere comer.

Faith contempló la fotografía, la alegría en los ojos del niño sonriendo a su madre. Pensó en Jeremy cuando tenía esa misma edad, tan bonito que le daban ganas de comérselo como si fuera un caramelo. Ella acababa de graduarse en la academia de policía y se trasladaron a un apartamento barato más allá de Monroe Drive; la primera vez que vivían lejos de Evelyn. Sus vidas se habían entrelazado de un modo que Faith jamás habría imaginado que fuera posible. Jeremy formaba parte de ella hasta tal punto que apenas podía soportar tener que dejarle en la guardería. Por la noche se ponía a colorear mientras ella redactaba sus informes en la mesa de la cocina. Le cantaba con esa vocecita chillona mientras ella le preparaba la cena y el almuerzo para el día siguiente. A veces se metía en su cama y se acurrucaba bajo su brazo como un gatito. Nunca se había sentido tan importante ni tan necesitada; ni antes, ni mucho menos después.

—¿Faith? —Will había dicho algo, pero no se había enterado.

Dejó la fotografía sobre el escritorio de Pauline antes de berrear como una cría:

—¿Qué?

—Decía que qué te apuestas a que la casa de Jacquelyn en Florida está tan ordenada y limpia como esta.

Faith se aclaró la garganta tratando de concentrarse en lo que estaba haciendo.

—La habitación que utilizaba en casa de su madre estaba muy ordenada, desde luego. Pensé que la tenía así porque el resto era una leonera, ya sabes, una isla de calma en medio de la tempestad. Pero a lo mejor es que es una fanática del orden.

—Personalidad de tipo A.

Will dio la vuelta a la mesa y abrió los cajones. Faith miró lo que había dentro: unos lapiceros de colores perfectamente alineados sobre una bandeja de plástico y varios paquetes de Post-it apilados y bien cuadrados. Will abrió el siguiente cajón y vio una carpeta grande. La colocó encima de la mesa y se puso a hojearla. Faith encontró planos de habitaciones, bocetos, fotos de muebles sujetas con clips.

Faith encendió el ordenador mientras Will inspeccionaba el resto de los cajones. Estaba casi segura de que no iba a encontrar nada, pero tenía la extraña sensación de que lo que hacían les estaba ayudando de algún modo a resolver el caso. Había vuelto a congeniar con Will, a verlo más como a un compañero que como a un adversario. Eso tenía que ser una buena señal.

—Mira esto.

Había abierto el último cajón de la izquierda. Estaba todo revuelto, como un cajón de sastre; los papeles mezclados, y en el fondo había varias bolsas de patatas vacías.

—Bueno, ahora ya sabemos que es humana —comentó Faith.

—Es muy raro —dijo Will—. Todo está perfectamente limpio y ordenado menos este cajón.

Ella cogió una bola de papel y la alisó sobre la mesa. Era una lista, y al lado de cada cosa había una marca que debía de indicar que ya no estaba pendiente: supermercado; avisar para que arreglen la lámpara del despacho de Powell; hablar con Jordan sobre los bocetos de los sofás. Sacó otra bola de papel y vio que era otra lista de tareas.

—A lo mejor los descartaba una vez que había completado todas las tareas.

Miró la lista con los ojos entornados y trató de verla como la veía Will. Era tan bueno haciéndole creer a la gente que sabía leer que a veces ella olvidaba de que tenía ese problema.

Will inspeccionó la librería, y cogió una caja llena de revistas de uno de los estantes de en medio.

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