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Authors: Karin Slaughter

Tags: #Intriga, Policíaco

El número de la traición (56 page)

BOOK: El número de la traición
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—Allí conocí a mi mujer. Los dos fuimos a la Universidad de Alabama. Lydia estudió inglés, los libros eran su hobby hasta que perdí mi trabajo. Ahora da clases en un colegio y yo me paso el día con los niños. —Se quedó mirando los columpios, que se mecían con la brisa—. Antes viajaba mucho. Aquello me permitía dar salida a mis impulsos. Cuando estaba de viaje hacía lo que quería, y luego volvía a casa para estar con mi mujer y mis hijos e ir a la iglesia. Funcionó perfectamente durante casi diez años.

—Te detuvieron hace seis meses.

—Le dije a Lydia que era un error. Que el centro comercial estaba lleno de maricones que intentaban ligar con hombres como Dios manda y la policía estaba tomando medidas drásticas. Le dije que me tomaron por uno de ellos porque…, No recuerdo lo que le dije. Porque llevaba un bonito corte de pelo. Ella quería creerme, así que lo hizo.

Will supuso que no podían culparle por sentirse más identificado con la mujer que estaba siendo engañada.

—Dime que ocurrió en la 316.

—Vimos un accidente, gente en mitad de la carretera. Debería haber hecho algo más. El otro hombre… ni siquiera sé su nombre. Tenía conocimientos médicos. Intentó ayudar a la mujer que habían atropellado. Yo estaba en medio de la carretera, tratando de inventar una mentira que pudiera contarle a mi mujer. Si volviera a suceder algo parecido no me creería, daría igual lo que le dijera.

—¿Cómo le conociste?

—Se suponía que estaba en el bar viendo un partido. Le vi entrar en el cine. Era un tipo muy atractivo, y estaba solo. Sabía por qué había ido allí. —Exhaló un hondo suspiro—. Le seguí hasta los lavabos, pero decidimos buscar un lugar más discreto.

Jake Berman no era un neófito, y Will no le preguntó por qué había conducido cuarenta kilómetros para ver el partido en un bar. Coweta podía ser una ciudad de provincias, pero Will había visto por lo menos tres bares cuando se dirigía a la interestatal y seguramente en el centro habría más.

—Deberías saber que es peligroso meterse en un coche con un desconocido sin más ni más —le advirtió Will.

—Supongo que me sentía solo —admitió Berman—. Quería estar con alguien. Ya sabe, alguien con quien pudiera ser yo mismo. Dijo que podíamos ir en su coche y buscar algún lugar en el bosque donde pudiéramos estar juntos un poco más de tiempo que en los lavabos. —Soltó una estentórea carcajada—. El olor de la orina no es un buen afrodisíaco para mí, créame. —Miró a Will directamente a los ojos—. ¿Le da asco oír hablar de esto?

—No —respondió sinceramente Will. Había escuchado miles de historias sobre polvos de una noche y sexo puramente animal. En realidad daba lo mismo si era una mujer o un hombre; las emociones eran muy similares, y el objetivo de Will era siempre el mismo: conseguir la información que necesitaba para resolver el caso.

Obviamente Jake sabía que Will no iba a darle mucha más cuerda.

—Íbamos por la autopista y el hombre que me acompañaba…

—Rick.

—Rick, eso es. —Por su expresión, parecía que hubiera preferido no saber su nombre—. Él iba conduciendo. Tenía los pantalones desabrochados. —Se ruborizó—. Me apartó. Dijo que había algo en la carretera, empezó a aminorar y vi lo que parecía un accidente grave.

Hizo una pausa, quería medir bien sus palabras y su sentido de culpa.

—Le dije que no parara, pero me dijo que era técnico de emergencias, que no podía ignorar el accidente. Imagino que tendrán un código o algo así.

Berman hizo otra pausa y Will imaginó que estaba haciendo memoria.

—Tómate tu tiempo —le dijo.

Jake asintió y continuó callado unos segundos más.

—Rick se bajó del coche, yo me quedé dentro. Ese matrimonio mayor estaba en medio de la autopista. El hombre se agarraba el pecho. Yo me quedé sentado en el coche, mirando como si fuera una película. La mujer cogió el móvil, imagino que para llamar a la ambulancia. Pero fue muy raro, porque se puso la mano delante de la boca, así. —Se puso la mano delante de la boca, tal como hacía Judith Coldfield cuando sonreía—. Era como si estuviera contando un secreto, pero no había nadie cerca que pudiera oírla, así que…

Berman se encogió de hombros.

—¿Te bajaste del coche?

—Sí, al final me bajé. Oí la sirena de la ambulancia y me acerqué al señor mayor. ¿Henry, se llama? —Will asintió—. Sí, Henry. No tenía muy buen aspecto. Creo que los dos estaban en
shock
. El otro hombre, Rick, estaba atendiendo a la mujer desnuda. La verdad es que no la vi muy bien. No era algo agradable de mirar, ¿sabe? Quiero decir que resultaba difícil mirarla. Recuerdo que cuando llegó su hijo se quedó mirándola, como pensando: «Oh, Dios».

—Espere un momento —dijo Will—. ¿El hijo de Judith Coldfield estuvo en la escena del crimen?

—Sí.

Will trató de recordar la conversación con los Coldfield, preguntándose por qué Tom habría omitido un detalle tan importante. Había tenido muchas ocasiones de hablar, aun cuando su dominante madre estuviera presente.

—¿En qué momento llegó el hijo?

—Unos cinco minutos antes que la ambulancia.

Will se sentía ridículo repitiendo todo lo que decía Jake Berman, pero quería tenerlo todo claro.

—¿Tom Coldfield llegó a la escena antes de que llegara la ambulancia?

—Llegó antes que la policía, que vino después de que se fueran las dos ambulancias. No había nadie allí. Fue algo espantoso. Esa chica estuvo como veinte minutos tirada en la carretera y nadie vino a ayudarla.

Will tuvo la sensación de que acababa de encajar una pieza del rompecabezas; no la que necesitaban para resolver el caso, sino la que explicaba por qué Max Galloway se había mostrado tan reacio a compartir la información desde el principio. El detective debía de saber que la ambulancia se había llevado a la víctima antes de que llegara la policía. Faith tenía razón: había un motivo para que los de Rockdale no les hubieran enviado el informe del policía que atendió la llamada, y era que se estaban cubriendo las espaldas. La tardanza de la policía en acudir a los avisos era lo típico que a las agencias de noticas locales les gustaba destacar. En lo que a Will respectaba, esta era la gota que colmaba el vaso. Antes de que acabara el día haría que le retiraran a Galloway la placa de detective. A saber qué otras pruebas les habían ocultado o, peor aún, cuántas pruebas habrían puesto en peligro.

—Eh —le dijo Berman—. ¿Quiere oír el resto o no?

Will se percató de que se había quedado absorto en sus pensamientos y retomó el hilo de la narración.

—Así que entonces llegó Tom Coldfield —dijo—. ¿Y después vinieron las ambulancias?

—Primero llegó una. Se llevaron a la mujer, a la que habían atropellado con el coche. Henry dijo que prefería esperar porque quería que su mujer le acompañara y no había sitio para todos en la ambulancia. Se produjo una discusión, pero Rick dijo: «Váyanse, váyanse ya», porque sabía que la mujer estaba muy mal. Me dio las llaves de su coche y se fue con ella en la ambulancia para seguir atendiéndola.

—¿Cuánto tiempo pasó hasta que llegó la segunda ambulancia?

—Unos diez o quince minutos.

Will echó cuentas mentalmente. Habían pasado en total unos cuarenta y cinco minutos y la policía no había aparecido.

—¿Y después qué sucedió?

—Se llevaron a Henry y a Judith. El hijo les siguió en su coche, y yo me quedé en la autopista.

—¿Y la policía no había llegado aún?

—Oí las sirenas nada más marcharse la segunda ambulancia. El coche estaba ahí… el de los Coldfield. La escena del crimen, ¿no? —Miró hacia los columpios del jardín como si estuviera visualizando a sus hijos jugando al sol—. Pensé en llevarme el coche de Rick y dejarlo en el cine. Nadie me conocía. Quiero decir que no habrían podido identificarme si no hubiera ido al hospital y les hubiera dado mi nombre.

Will se encogió de hombros, pero era cierto. De no ser porque Jake Berman les había dado su verdadero nombre no estaría allí hablando con él.

—Así que me subí al coche y me fui hacia el cine.

—¿Hacia los coches de policía?

—Ellos venían en dirección contraria.

—¿Por qué cambiaste de opinión?

Se encogió y los ojos se le llenaron de lágrimas.

—Supongo que estaba cansado de huir. De huir de… todo. —Se limpió los ojos con la mano que tenía libre—. Rick me dijo que la llevaban al Grady, así que cogí la interestatal y me fui al Grady.

Al parecer su valor empezó a flaquear poco después, pero Will prefirió no mencionarlo.

—¿El viejo está bien? —preguntó Berman.

—Sí, está perfectamente.

—He oído en las noticias que la mujer está bien ya.

—Se está recuperando —le dijo Will—. Pero va a tener que vivir con eso toda la vida. No va a poder escapar de ello.

Berman se secó los ojos con el dorso de la mano.

—Una lección para mí, ¿no? —El hombre volvía a autocompadecerse—. Aunque a usted le da igual, ¿verdad?

—¿Sabes qué es lo que no me gusta de ti?

—Por favor, ilumíneme.

—Estás engañando a tu mujer. No me importa con quién, el caso es que la estás engañando. Si quieres estar con otras personas, me parece muy bien, pero entonces deja que tu mujer se vaya. Déjala vivir su vida. Deja que encuentre a alguien que la quiera de verdad, que la entienda y que quiera estar con ella.

El hombre meneó lentamente la cabeza.

—Usted no lo entiende.

Will imaginó que no servía de nada intentar razonar con él. Se levantó y le quitó las esposas.

—Ten cuidado, no te metas en un coche con cualquier desconocido.

—Eso se acabó. Lo digo en serio. No volveré a hacerlo.

Parecía tan seguro de sí mismo, que Will casi le creyó.

Will tuvo que esperar a estar lejos del vecindario de Jake Berman para tener cobertura suficiente y poder usar el móvil. Incluso entonces la recepción no era muy buena, y paró en el arcén para poder hablar. Marcó el número del móvil de Faith y dejó que sonara. Saltó el buzón de voz, y colgó. Miró la hora: las 10:15. Probablemente todavía estaba en Snellville con su médico.

Tom Coldfield no les había dicho que hubiera estado en la escena del crimen; otro que también les había mentido. Abrió el móvil y marcó el número de información. Le pasaron con la torre de control del aeropuerto Charlie Brown, y una operadora le dijo que Tom había hecho una pausa para fumarse un cigarrillo. Will iba a dejarle un mensaje cuando la operadora se ofreció a facilitarle el número del móvil. Unos minutos más tarde, le respondió la voz de Tom gritando para hacerse oír sobre el estruendo del motor de un avión.

—Me alegro de que haya llamado, agente Trent. —Hablaba prácticamente a gritos—. Le he dejado un mensaje a su compañera, pero no me ha devuelto la llamada.

Will se tapó la oreja con el dedo, como si con eso pudiera tapar el ruido del avión que despegaba al otro lado de la línea.

—¿Ha recordado algo más?

—Oh, no, no es nada de eso —dijo Tom. Ya no había tanto ruido y hablaba normal—. Estuve hablando anoche con mis compañeros, y nos preguntábamos cómo iba la investigación.

Se oyó el ruido ensordecedor de un avión acelerando. Will esperó a que pasara, pensando que aquello era una locura.

—¿A qué hora sale usted de trabajar?

—Dentro de diez minutos, luego tengo que ir a recoger a los niños a casa de mi madre.

Will imaginó que podía matar dos pájaros de un tiro.

—¿Podemos vernos en casa de sus padres?

Tom esperó a que el ruido le permitiera hablar.

—Claro. Estaré allí en unos cuarenta y cinco minutos. ¿Hay algún problema?

Will miró el reloj del salpicadero.

—Le veo en cuarenta y cinco minutos.

Colgó antes de que Tom pudiera hacerle más preguntas. Por desgracia, también lo hizo antes de que pudiera darle la dirección de sus padres. Pero la urbanización en la que vivían no podía ser muy difícil de encontrar. La carretera de Clairmont atravesaba todo el condado de DeKalb, pero las urbanizaciones para jubilados estaban en una zona muy concreta, cerca del hospital de veteranos de Atlanta. Will puso el coche en marcha y se dirigió hacia la interestatal.

Mientras conducía iba pensando si llamar a Amanda para contarle que Max Galloway la había cagado otra vez, pero ella le preguntaría dónde estaba Faith, y Will no quería recordarle a su jefa que Faith tenía problemas médicos. Amanda odiaba cualquier tipo de debilidad y se mostraba implacable con el problema de Will. A saber hasta qué punto estaba dispuesta a castigar a Faith por ser diabética. No iba a darle más munición.

Naturalmente podía llamar a Caroline para que le pasase la información a Amanda. Cogió el móvil, rezando para que no se le descuajeringara mientras marcaba el número de la secretaria.

Caroline siempre miraba el identificador de llamadas.

—Hola, Will.

—¿Te importaría hacerme otro favor?

—En absoluto.

—Judith Coldfield llamó al 911 y dos ambulancias llegaron al lugar del accidente antes que la policía de Rockdale.

—Eso no está bien.

—No —confirmó Will. No estaba bien. El hecho de que Max Galloway hubiera mentido implicaba que, en lugar de hablar con un agente bien entrenado sobre lo que había visto al llegar a la escena del crimen, iba a tener que confiar en lo que los Coldfield pudieran recordar—. Necesito que reconstruyas la secuencia temporal. Estoy seguro de que Amanda querrá saber por qué tardaron tanto.

—Voy a llamar directamente a Rockdale para que me confirmen los tiempos.

—Mira los registros telefónicos de Judith Coldfield. —Si Will podía pillarles en una mentira, Amanda podría utilizarlo en su contra—. ¿Tienes su número?

—Cuatro-cero-cuatro…

—Espera —dijo Will, pensando que le vendría bien tener el número de Judith. Siguió conduciendo con la punta de los dedos mientras sacaba una grabadora del bolsillo—. Adelante.

Caroline le dio el número del móvil de Judith Coldfield. Will apagó la grabadora y se llevó el teléfono a la oreja para darle las gracias. Antes tenía un sistema para ordenar los datos personales de los testigos y los sospechosos, pero Faith se había ido haciendo cargo poco a poco de todo el papeleo y sin ella estaba perdido. No le gustaba la idea de depender tanto de ella, sobre todo ahora que estaba embarazada. Probablemente estaría de baja al menos una semana cuando llegara el bebé.

Marcó el número de Judith, pero le saltó el buzón de voz. Le dejó un mensaje y llamó a Faith para decirle que iba hacia la casa de los Coldfield. Con un poco de suerte le llamaría y podría darle la dirección exacta. No quería volver a llamar a Caroline porque le extrañaría que un agente no tuviera todos esos datos escritos en alguna parte. Además, el móvil había empezado a hacer ruidos extraños. Tendría que hacer algo al respecto ya. Will lo dejó con mucha delicadeza sobre el asiento del copiloto; lo único que lo mantenía todo sujeto era un cordel y un trozo de cinta aislante bastante deteriorada.

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