El número de la traición (47 page)

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Authors: Karin Slaughter

Tags: #Intriga, Policíaco

BOOK: El número de la traición
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—¿Es esa la alianza de tu marido? —le preguntó.

Desconcertada, se volvió hacia el anillo, que estaba sobre la reluciente repisa de caoba. La carta estaba en el otro extremo de la repisa y a Sara le preocupó que Will pudiera adivinar lo que contenía.

—Perdona —se disculpó—. No debería preguntar esas cosas.

—Sí, es su alianza —dijo ella, percatándose de que con los nervios había estado apretando y dando vueltas a su propio anillo.

—¿Y eso que…? —preguntó Will llevándose la mano al pecho.

Sara imitó el gesto y se sintió como si la hubieran pillado en falta al descubrir que se refería al sello que llevaba colgado del cuello y que se transparentaba bajo la fina tela de su blusa.

—Otra cosa —dijo sin entrar en detalles.

Will asintió y continuó mirando a su alrededor.

—A mí también me encontraron en el cubo de la basura. —Habló de forma algo brusca, como si a él mismo le sorprendieran sus palabras—. Al menos eso es lo que dice el expediente.

Sara no supo qué decir, sobre todo cuando él se echó a reír como si acabara de contar un chiste verde en una fiesta parroquial.

—Perdona. No sé por qué he dicho eso. —Cogió una porción de pizza y puso la otra mano debajo para recoger el queso que goteaba.

—No pasa nada —dijo ella poniendo una mano sobre la cabeza de
Bob
, que parecía querer lanzarse sobre la mesita. Ni siquiera podía comprender lo que le acababa de contar Will. Igual podría haberle dicho que había nacido en la luna.

—¿Qué edad tenías? —le preguntó.

Terminó de masticar y tragó antes de responder.

—Cinco meses.

Cogió otra porción de pizza y Sara le observó mientras masticaba. Trató de imaginar a Will Trent con cinco meses. Habría empezado a mantener la espalda derecha por sí solo y a reconocer sonidos. Él dio otro bocado y masticó con aire pensativo.

—Mi madre me dejó allí.

—¿En el cubo de la basura?

Asintió.

—Alguien irrumpió en la casa, un hombre. Ella sabía que iba a matarla y que probablemente me mataría a mí también. Me escondió en el cubo de la basura, debajo del fregadero, y el hombre no me encontró. Imagino que supe que debía quedarme callado. —Esbozó una media sonrisa—. Hoy he estado en el apartamento de Anna y he buscado en todos los cubos de basura. No podía dejar de pensar en lo que me dijiste esta mañana, eso de que el asesino les metía esas bolsas dentro para enviar un mensaje, porque quería decirle al mundo que eran mierda, que no valían nada.

—Obviamente, tu madre solo intentaba protegerte. No estaba enviando ningún mensaje.

—Sí —dijo Will—, lo sé.

—¿Y lo…? —No tenía la mente muy despejada para hacer preguntas.

—¿Que si cogieron al tipo que la mató? —preguntó Will, terminando la frase por ella. Volvió a mirar a su alrededor—. ¿Pillaron al que mató a tu marido?

Había formulado una pregunta, pero no esperaba una respuesta. Solo intentaba poner de manifiesto lo poco que eso importaba, algo que Sara sintió en el mismo instante en que le comunicaron que el hombre que había sido responsable de la muerte de Jeffrey había fallecido.

—Eso es lo único que parece importarles a todos los policías que conozco: ¿cogieron a ese tío?

—Ojo por ojo —dijo. Señaló la pizza—. ¿Te importa si…?

Se había comido ya media.

—Adelante.

—Ha sido un día muy largo.

Sara se rio, la expresión se quedaba corta para describirlo. Will se rio también.

—¿Quieres que te cure eso? —le preguntó Sara, señalando su mano.

Will se miró las heridas como si acabara de reparar en ellas.

—¿Qué puedes hacer?

—Creo que es demasiado tarde para darte unos puntos —se levantó para ir a la cocina a buscar el botiquín—, pero puedo limpiar las heridas. Y tendrás que tomar un antibiótico para evitar que se infecten.

—¿Y para la rabia?

—¿La rabia? —Se recogió el pelo con una goma que cogió de un cajón de la cocina y se enganchó las gafas de cerca en el cuello de la blusa—. En la boca hay muchas bacterias, pero es muy raro…

—Son de rata. Había ratas en la cueva donde estuvieron encerradas Jackie y Anna. —Will se rascó otra vez el brazo derecho y Sara se dio cuenta de por qué lo hacía—. Las ratas pueden contagiar la rabia, ¿no?

Sara se quedó paralizada unos segundos, y alargó la mano para coger un cuenco de acero inoxidable del armario.

—¿Te mordieron?

—No, treparon por mis brazos.

—¿Unas ratas treparon por tus brazos?

—Solo dos. Quizá tres.

—¿Dos o tres ratas?

—Me quedo mucho más tranquilo oyéndote repetir todo lo que digo en voz más alta.

Sara se echó a reír, pero continuó preguntándole.

—¿Actuaban de forma errática? ¿Intentaron atacarte?

—La verdad es que no. Solo querían salir de allí. Creo que estaban tan asustadas de mí como yo de ellas. —Se encogió de hombros—. Bueno, una de ellas se quedó. Me miró fijamente, como si observara mis movimientos. Pero no se me acercó en ningún momento.

Sara se puso las gafas y se sentó a su lado.

—Súbete las mangas.

Will se quitó la chaqueta y se subió la manga izquierda, aunque se había estado rascando el brazo derecho. Sara no quiso discutir. Examinó los arañazos que tenía en el antebrazo: eran muy superficiales, ni siquiera sangraban. Probablemente lo recordaba mucho peor de lo que en realidad había sido.

—Creo que te pondrás bien.

—¿Estás segura? A lo mejor es por eso por lo que me he vuelto loco esta tarde.

Sara se percató de que bromeaba solo a medias.

—Dile a Faith que me llame si empiezas a soltar espuma por la boca.

—Entonces no te sorprendas si tienes noticias suyas mañana.

Sara colocó el cuenco de acero inoxidable sobre sus rodillas y metió la mano izquierda de Will en él.

—Esto te va a escocer —le avisó, vertiendo el agua oxigenada sobre los arañazos. Will no se inmutó y Sara aprovechó su resistencia para hacerle una cura más a fondo. Intentó concentrarse en lo que hacía, pero sentía mucha curiosidad.

—¿Y qué hay de tu padre?

—Había circunstancias atenuantes. —Fue todo cuanto le dijo—. No te preocupes. Los orfanatos no son tan malos como parecen en las novelas de Dickens.

Will decidió cambiar de tema.

—¿Tienes muchos hermanos?

—Solo tengo una hermana pequeña.

—Pete dijo que tu padre es fontanero.

—Exacto. Mi hermana estuvo trabajando con él un tiempo, pero ahora es misionera.

—Eso está bien. Las dos ayudáis a la gente.

Sara intentó buscar otra pregunta, algo que le ayudara a abrirse, pero no se le ocurría nada. No tenía ni idea de cómo hablar con alguien que no tenía familia. ¿Qué anécdotas de tiranía fraterna o angustia paterna podías compartir?

Por lo visto a Will tampoco se le ocurría nada, o a lo mejor prefería guardar silencio. Sea como fuere, no abrió la boca hasta que ella empezó a ponerle tiritas en los nudillos para intentar cubrirle las heridas.

—Eres una buena médica —le dijo.

—Deberías verme sacando astillas.

Will se miró las manos y flexionó los dedos.

—Eres zurdo —observó Sara.

—¿Y eso es malo? —le preguntó él.

—Pues espero que no —dijo alzando su mano izquierda, la que había estado usando para curarle las heridas—. Mi madre dice que eso significa que eres más listo que los demás. —Empezó a recoger las cosas—. Y hablando de mi madre, la he llamado para preguntarle esa duda que tenías. Sobre el nombre del apóstol que sustituyó a Judas. Se llamaba Matías. —Se echó a reír—. Si te encuentras con alguien que se llame así puedes estar seguro de que has encontrado a tu asesino.

Will se rio también.

—Pasaré un aviso a todas las unidades.

—La última vez que lo vieron vestía túnica y sandalias.

Will meneó la cabeza sin dejar de sonreír.

—No hagas bromas con eso. Es la mejor pista que me han dado hoy.

—¿Anna no ha dicho nada?

—No he hablado con Faith desde… —Movió su mano herida—. Habría llamado si hubiera alguna novedad.

—No es como yo pensaba —le dijo Sara—. Anna. Sé que está feo decirlo, pero es muy desapasionada. Carece de emociones.

—Lo ha pasado muy mal.

—Entiendo lo que quieres decir, pero su insensibilidad va más allá de eso. —Sara meneó la cabeza—. Quizá sea mi ego. Los médicos no estamos acostumbrados a que nos traten como lacayos.

—¿Qué te dijo?

—Cuando le llevé al niño, a Balthazar, no sé, fue muy raro. No esperaba recibir una medalla ni nada parecido, pero pensé que al menos me daría las gracias. En lugar de eso se limitó a decirme que podía marcharme.

Will se bajó la manga.

—Ninguna de esas mujeres es especialmente agradable.

—Faith dijo que podría tener algo que ver con la anorexia.

—Podría ser. No sé mucho sobre ese tema. ¿Los anoréxicos suelen ser gente horrible?

—No, claro que no. Cada uno es como es. Faith me preguntó lo mismo esta tarde. Le expliqué que hace falta ser muy tenaz para matarse de hambre de esa manera, pero eso no quiere decir que sean mala gente. —Sara se quedó pensando un momento—. Probablemente vuestro asesino no escogió a esas mujeres porque fueran anoréxicas, sino porque son mala gente.

—Si sabe que son malas será porque las conoce. Tendría que haber tenido contacto con ellas.

—¿Habéis encontrado alguna otra conexión aparte de la anorexia?

—Ninguna de ellas está casada. Dos tienen hijos. Una odia a los niños y otra tal vez quisiera tener un hijo, o no. Una ejecutiva de banca, una abogada, una agente inmobiliaria y una diseñadora de interiores.

—¿Qué clase de abogada?

—Mercantilista.

—¿No se dedica a asuntos inmobiliarios?

Will dijo que no con la cabeza.

—La ejecutiva de banca no trabaja con hipotecas, tampoco. Llevaba las relaciones con la comunidad: recaudación de fondos, asegurarse de que el presidente del banco saliera fotografiado en los periódicos junto a un niño enfermo de cáncer, esa clase de cosas.

—¿Y no pertenecen a un grupo de apoyo?

—Hay un chat, pero no podemos acceder sin la contraseña. —Se frotó los ojos con las manos—. Es como la pescadilla que se muerde la cola.

—Pareces cansado. Quizás una buena noche de sueño te ayude a resolverlo.

—Sí, debería irme ya. —Pero no lo hizo. Se quedó allí sentado, mirándola.

Sara tuvo la sensación de que la habitación se quedaba como insonorizada y la atmósfera estaba cargada de repente, casi le costaba respirar. En aquel momento era muy consciente de la presión que la alianza ejercía sobre su piel, y se percató de que su muslo rozaba el de Will.

Will fue el primero en romper el hechizo, volviéndose para coger la chaqueta del respaldo.

—Tengo que marcharme —le dijo, levantándose para ponerse la chaqueta—. He de buscar a una prostituta.

Sara estaba segura de haberle entendido mal.

—¿Perdón?

Will se echó a reír.

—Una testigo, se llama Lola. Fue ella quien cuidó del bebé y nos dio el soplo sobre el apartamento de Anna. Llevo toda la tarde buscándola. Ahora que ya ha anochecido habrá salido de su guarida.

Sara se quedó en el sofá, pensando que probablemente era mejor mantener un poco las distancias para que Will no se hiciera una idea equivocada.

—Te envolveré un trozo de pizza.

—No te molestes, gracias. —Se acercó al otro sofá, cogió a
Betty
y se la acercó al pecho—. Gracias por la conversación. —Se quedó callado un momento—. Y en cuanto a lo que te he contado… Mejor nos olvidamos de ello, ¿vale?

Sara intentó buscar una respuesta que no fuera un chiste o, peor aún, una invitación.

—Claro. No te preocupes.

Will le sonrió de nuevo y se marchó.

Sara se recostó en el sofá y exhaló un hondo suspiro, preguntándose qué demonios acababa de ocurrir. Repasó la conversación que habían tenido, preguntándose si le había lanzado alguna señal a Will, algo que pudiera haber interpretado así. O a lo mejor no había pasado nada. A lo mejor estaba sacando demasiadas conclusiones por el modo en que la había mirado cuando estaban sentados en el sofá. Seguramente tampoco había ayudado mucho el hecho de que, poco antes de que llegara Will, Sara hubiera estado fantaseando con su marido. A pesar de todo volvió a repasar la escena una vez más, intentando averiguar qué era lo que había provocado ese momento de tensión, o si había existido realmente esa tensión.

Hasta que no recordó el momento en que le había metido la mano en el cuenco, para limpiarle las heridas de los nudillos, no se dio cuenta de que Will Trent ya no llevaba puesta su alianza.

Capítulo diecinueve

Will se preguntaba cuántos hombres en el mundo estarían en ese mismo momento de caza con sus coches en busca de una prostituta. Probablemente cientos de miles, si no millones. Miró a
Betty
, pensando que seguramente él era el único que lo hacía con un chihuahua en el asiento del copiloto.

Al menos eso esperaba.

Will miró sus manos sobre el volante, las tiritas que cubrían sus heridas. Ya no recordaba la última vez que se había visto envuelto en una pelea de verdad. Debió de ser cuando aún estaba en el orfanato. Había allí un abusón que le hizo la vida imposible; Will tragó y tragó hasta que un día saltó y Tony Campano acabó con los dientes delanteros rotos, como una calabaza de Halloween.

Will flexionó los dedos. Sara había hecho lo que había podido con las tiritas, pero no había modo de impedir que se desprendieran. Intentó recordar las veces que había pasado por la consulta de un médico cuando era pequeño: tenía una cicatriz por cada visita, prácticamente, y las utilizaba para hacer memoria, recordando el nombre del padre de acogida o del responsable de la casa que había tenido la amabilidad de romperle algún hueso o quemarle o rajarle la piel.

Perdió la cuenta, o quizá no era capaz de mantener la concentración porque no podía dejar de pensar en el aspecto que tenía Sara cuando salió a abrirle la puerta. Sabía que tenía el cabello largo y normalmente lo llevaba recogido, pero en ese momento lo llevaba suelto en una cascada de sedosos rizos por debajo de los hombros. Se había puesto unos vaqueros y una blusa de manga larga que realzaban y permitían adivinar perfectamente lo que había debajo. Iba descalza, sus zapatos estaban tirados detrás de la puerta. Olía muy bien; no era el perfume, sino un olor limpio y cálido y maravilloso. Mientras le curaba la mano tuvo que hacer un gran esfuerzo por contenerse y no inclinarse a oler su cabello.

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