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Authors: Cliff McNish

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y juvenil

El olor de la magia (3 page)

BOOK: El olor de la magia
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Heebra volvió su atención hacia Nylo, la serpiente del alma de Calen. Era inquieta, como su dueña, con un ágil y sensible cuerpo de color amarillo en constante movimiento alrededor del cuello de su hija.

Heebra sabía que para todas las brujas jóvenes su serpiente-alma era muy valiosa: como consejera, amiga, escudo y arma, y como un segundo juego de ojos siempre en vela. La mayoría de las brujas necesitaba a sus serpientes-alma para mantenerse activas a lo largo de sus vidas. Heebra hacía ya mucho tiempo que había prescindido de Mak, su propia serpiente. Era dorada y pesada, siempre colgando semiinanimada sobre su pecho. Eso, más que cualquier otra cosa, mostraba la magnitud del poder de Heebra.

En un instante, Heebra condujo de nuevo sus pensamientos al presente.

—¿Y bien —preguntó—, conozco a alguna de las participantes en la prueba de hoy?

—Lo dudo —dijo Calen—. Solo son unas cuantas alumnas de los niveles avanzados.

Heebra sonrió.

—¿Por qué siempre insistes en asistir a las batallas juveniles? Sus hechizos son aburridos.

—Disfruto contemplando su pasión encarnizada —respondió Calen—. ¿Ya no recuerdas lo emocionante que era ganar un concurso de sangre, madre?

Heebra empezó a recordar. Una vez había sido como las alumnas de hoy, sufriendo por obtener la oportunidad de luchar por su primer ojo. ¡Cómo saboreó aquella victoria! Aplastando a su oponente, expulsando a los sirvientes de la bruja muerta y trasladándose a vivir a su torre, con su presencia todavía caliente, esperando la próxima oportunidad para ganar una torre más elegante…

Las tres alumnas avanzadas estaban listas. Levantando los brazos desnudos, volaron para colocarse en su posición inicial en el cielo; sus atuendos de zafiro para la batalla temblaban al viento.

—¿Quién crees que ganará? —preguntó Calen esperando impaciente el comienzo de la prueba.

—No importa —dijo Heebra—. Ninguna de ellas tiene el talento suficiente para alcanzar el siguiente nivel de magia.

—¿Cómo puedes decir eso?

Tan pronto como Calen acabó la frase, Heebra arrancó a Nylo de su cuello y tiró de su quijada hasta que casi se partió. Calen esperó temerosa, sabiendo que ninguno de sus hechizos era lo suficientemente poderoso para amenazar a su madre.

Con un infinito desdén, Heebra dijo:


¿Cómo puedes decir eso?
Espero un juicio más apropiado de quien tendrá que gobernar después de mí. ¡Deberías ser capaz de entenderlo de inmediato! La mediocre calidad del vuelo de esas alumnas ya demuestra por sí sola que ninguna de ellas será una Bruja Superior.

Calen bajó su mirada.

—Por supuesto. Debería haberme dado cuenta de ello.

Con un gesto de desdén, Heebra lanzó por los aires a Nylo. Calen recogió su serpiente, aunque no se atrevió a consolarla delante de su madre.

Juntas y en tenso silencio, ambas centraron su atención en la batalla.

En cuanto estuvieron acomodadas, pusieron en marcha su capacidad de visión nocturna. Lentamente, sus ojos tatuados se extendieron por su rostro, encontrándose en la parte de atrás de sus cráneos calvos. Ahora Heebra y Calen podían seguir la prueba con mayor facilidad. Las alumnas empezaron provocando pequeñas tormentas en la atmósfera superior para esconderse rápidamente en ellas y lanzar desde allí sus hechizos. Atacaban sin darse un respiro y se defendían jadeantes.

Pero a Heebra todo eso le importaba muy poco. Enfadada con Calen, su mente había vuelto —como tan a menudo ocurría— a su hija mayor, Dragwena. ¿Dónde estaba?

Dragwena se había aventurado sola más allá del espacio remoto para conquistar nuevos mundos. Durante centenares de años, Heebra había esperado expectante su vuelta. Más tarde envió partidas de búsqueda, pero nunca la encontraron. De pie allí, contemplando a las jóvenes alumnas esforzarse por sobrevivir bajo aquel cielo oscuro como el carbón, el pecho de Heebra dio un vuelco de repente. ¿Estaría la magnífica y feroz Dragwena aún con vida en algún lugar? ¿O estaría muerta en algún mundo odioso, sin nieve para ungir su tumba?

—¿Quieres que detenga la prueba? —preguntó Calen dándose cuenta del estado de ánimo de su madre.

—No —suspiró Heebra—. Déjalas terminar.

—No será largo. Las tres alumnas han empezado ya a cometer graves errores.

Heebra asintió, perdiendo inmediatamente después todo interés. ¿Qué sentido tenía practicar su magia, reflexionó con una súbita sensación de frustración, si no había ningún mago con quien luchar? Sus brujas habían perdido lenta y dolorosamente la guerra interminable contra los magos, durante milenios. Desde el mismo nacimiento de Heebra, la Hermandad había perdido siete mundos previamente conquistados. ¡Siete! Y en cada ocasión los magos desaparecían antes de que sus guerreras más rápidas pudieran darles alcance. ¡Si sus brujas pudieran encontrar Orin Fen, el mundo de los magos! Pero su localización era desconocida. Larpskendya, el líder de los magos, trasladó a los magos de su planeta original, y ocultó el camino al nuevo. De manera gradual, y casi sin derramar sangre, él fue ganando la guerra; haciendo retroceder a sus mejores brujas, cada vez más, hasta confinarlas en Ool. El poder de las brujas nunca había sido más débil.

—Una derrota —rió Calen—. ¡Al fin!

Una de las alumnas, con el rostro enrojecido por la excitación, se deslizó por el aire hasta la torre de Heebra. Entre sus garras portaba como trofeos las serpientes-alma sin vida de las otras dos. Sin embargo, su instante de gloria fue efímero.

En lo alto del cielo, una diminuta bola de luz gris atravesó las nubes. Brillando de manera intermitente, se tambaleaba en el aire con dificultades.

Heebra y Calen olvidaron inmediatamente la victoria de la alumna y volaron desde la torre-ojo al encuentro de la bola.

Calen exclamó:

—¡No puede ser!

—¡Pues lo es! —dijo Heebra maravillada.

Todas las brujas que estaban siguiendo el combate se quedaron en silencio. Ninguna había visto antes algo semejante: la fuerza vital de una bruja volviendo a la vida. Solo dos en toda la historia de Ool habían hecho un viaje semejante. ¿Qué bruja viva podría tener la fuerza para viajar desde tan lejos?

—¡Dragwena! —gritó Heebra.

Su corazón se aceleró de alegría. Amablemente, encendió la luz verde de bienvenida en una de sus lenguas. Seguía respirando, pensó Heebra. Seguía viva.

Su maltrecha fuerza vital temblaba, demasiado débil para hablar.

—Te pondrás bien, hija mía —la reconfortó Heebra—. Estás en casa de nuevo.

Dentro de la Gran Torre, Heebra desenrolló con cuidado su lengua hasta el duro suelo.

En seguida la bola empezó a estirarse y a crecer a una velocidad fantástica. Los muslos de Dragwena se retorcieron, forzándose hasta alcanzar su forma original, sus débiles músculos empezaron a endurecerse.

—¡Cómo lucha! —dijo Calen maravillada—. ¡Mira cuánto desea vivir!

Por fin la transformación acabó, pero Dragwena estaba incompleta.

—Ha vuelto demasiado rápido para sobrevivir —dijo Heebra—. ¡Está demasiado débil!

La mitad superior del cuerpo de Dragwena estaba apenas formado. Tenía un solo brazo. La garra que debería estar al final se agitaba débilmente en el aire. Sus ojos estaban cubiertos de piel, como si nunca hubiesen estado abiertos. Sus pulmones estaban colapsados en su interior. Pero su cerebro —lo que la había guiado a través del espacio por el camino adecuado— estaba totalmente desarrollado. Dragwena podía pensar. De algún modo consiguió moverse con esfuerzo hasta sentarse. Levantó la cabeza malformada mientras intentaba mantener la respiración. Cuando Dragwena comprendió que no podía empezó a sufrir espasmos de manera desesperada.

Heebra cruzó corriendo la habitación y le sostuvo la cabeza, mientras Calen lanzaba hechizos de renovación. Pero Dragwena estaba tan débil que los hechizos no pudieron hacer nada.

Tendida en brazos de su madre, esperaba la muerte.

—¿Cómo puede estar en este estado? —gimió Calen—. Debe de haber viajado desde donde ninguna otra bruja se hubiese atrevido. ¡Oh, hermana!

—Sí. Debe de tener una razón extraordinaria para haberse esforzado tanto. Heebra agarró la cabeza de Dragwena y conectó sus mentes.

—¿Qué ha pasado? —le preguntó—. ¿Quién te ha hecho esto?

Dragwena luchó contra su propio pánico. En su mente se formaban varias imágenes: Raquel, Eric, Larpskendya y el poder de sus magias. Formó una panorámica del mundo de Itrea y le enseñó a su madre el dolor de sus momentos finales. Las imágenes, como el cerebro falto de oxígeno de Dragwena, empezaban a desvanecerse.

—¡Todavía no! —gritó Heebra—. ¡Todavía no! ¿Dónde está ese mundo? ¡Enséñanoslo!

Dragwena agarró las manos de su madre, mientras su cuerpo sufría fuertes temblores. Una representación borrosa se fue formando en la mente de Heebra, marcando el camino entre constelaciones lejanas; desde Ool a Itrea, y desde Itrea hasta un gran planeta con remolinos de nubes lleno de niños: la Tierra.

En ese instante, las cuatro quijadas de Dragwena se abrieron. Heebra la sujetó contra su pecho con fuerza, apretando el cuerpo de su hija con amor e ira. La mente de Dragwena se había apagado, pero había conseguido mostrar una imagen final. Era una imagen de la Dragwena de antaño, en la plenitud de sus poderes, segura de sí misma, de pie al lado de su madre, contemplando juntas la inmensa línea del horizonte llena de torres-ojo. El viento soplaba contra sus brillantes vestimentas negras, y sus serpientes-alma, doradas y refulgentes, estaban entrelazadas. Eran invencibles.

La imagen se apagó y Dragwena cayó muerta.

Heebra se quedó sentada completamente inmóvil durante varios minutos. Abrazaba a su hija en silencio. Apenas respiraba. Cuando Heebra se levantó, Calen, ciega de dolor e ira, volvió a la cámara notando el poder de la furia acercándose.

¡Y cómo llegó! Heebra atravesó la ventana de la torre-ojo, arrastrando con ella su rabia. Rasgando los negros cielos de Ool se dirigió a todas partes y a ninguna, fuera de control, llevando su lamento a través de las tempestades. Ninguna bruja se atrevió a volar aquella noche, y por primera vez en miles de años Mak iba enrollada alrededor de su cuello consolándola en un abrazo escamoso.

Calen pasó la noche enterrando el corazón de su hermana muerta.

Como requería la tradición, lo metió en una de sus bocas, y usó solo sus garras para excavar bajo el hielo más profundo. Allí, ni siquiera los animales más grandes podrían alcanzar el cuerpo de Dragwena por mucho que excavasen. Después, Calen voló hasta la Gran Torre, potenciando su odio y angustia, y preguntándose de qué humor estaría su madre.

Poco después del alba volvió Heebra. Su rostro demostraba ahora una calma total, casi sin expresión alguna. Al instante, le explicó a Calen todas las imágenes que Dragwena le había enseñado horas antes.

—¡Cuando encontremos a Raquel y a Eric vengaremos la muerte de Dragwena! —dijo Calen exultante—. Déjame ir. Será muy fácil encontrar a la niña, su hedor impregnaba todo el cuerpo de Dragwena.

Heebra rascó pensativamente a Mak con sus garras.

—Disfrutaremos de ese placer muy pronto. Dragwena viajó una larga distancia para alcanzarnos. Dudo que fuese solo el deseo de venganza lo que la llevó tan lejos. Creo que quería mostrarnos ese lugar llamado Tierra. Solo un mago se atreve a desafiar a una Bruja Superior a un combate personal. Y esa niña, Raquel, encontró una manera de atravesar las defensas de Dragwena. ¡Piensa en ello! Debemos averiguar más cosas sobre esos niños misteriosos.

—Si poseen talento, Larpskendya los tendrá muy bien protegidos.

—No lo dudo —dijo Heebra riendo—. Larpskendya los protege de todas maneras, incluso si son inútiles. Las criaturas débiles siempre han atraído su simpatía.

—¿Crees que Dragwena abandonó Itrea sin ser vista?

—Debe de haberlo hecho. Larpskendya nunca pondría en peligro a los chicos permitiendo escapar a Dragwena.

—En ese caso —dijo Calen—, los magos no nos esperarán.

—Lo harán —susurró Heebra—. Larpskendya siempre lo tiene todo planeado —dijo meditativa mientras enrollaba una araña en su lengua—. De todas maneras, Itrea es el mundo más cercano. Larpskendya esperará que lleguemos allí primero. Para sorprenderlo pasaremos de largo de Itrea, la dejaremos en paz por ahora.

—Pero puede que haya dejado a alguien para defender la Tierra —dijo Calen.

—Es cierto. ¿Cómo podemos deshacernos de él? —Los ojos de Heebra brillaron—. ¿Qué es lo que aterraría a Larpskendya más que cualquier otra cosa?

Calen la miró con fijeza, inexpresivamente.

—Las gridas —dijo Heebra.

En el mismo instante en que Heebra mencionó el nombre de las gridas, Nylo se encogió de repente, convirtiéndose en un amasijo de temblores alrededor del cuello de Calen. Las brujas gridas eran consideradas casi demoníacas, incluso por las brujas más sanguinarias de Ool. Eran las más grandes y salvajes de la Hermandad, sus caras de color naranja y sus descomunales cuerpos marrones eran inconfundibles. Engendradas en un número pequeño, fueron encerradas bajo llave en el subsuelo. Eran mantenidas con vida únicamente para ser usadas como última línea de defensa en caso de que el propio Ool estuviera sitiado, o para atacar Orin Fen, si alguna vez las Brujas Superiores descubrían dónde se encontraba el mundo de los magos.

Calen acarició a Nylo con ternura.

—No podemos soltar a las gridas —protestó—. Son imprevisibles. Incluso… pueden hacer estragos.

—Exactamente —dijo Heebra—. Esa es la intención. Las dejaremos libres, les permitiremos llevar el horror a tantos mundos como puedan alcanzar.

—Madre, una vez se haya desatado la furia, será imposible controlar a las gridas. Pueden matar a miles.

—No me importa a cuántos puedan matar —dijo Heebra—. Ningún otro mundo tiene criaturas como esa Raquel. La intención es que Larpskendya se impresione. Se verá forzado a utilizar a la mayoría de sus magos para detener a las gridas. Eso dejará la Tierra vulnerable.

Miró fijamente a Nylo y después se dirigió a su hija:

—¿Qué ruta deberemos tomar para llegar al mundo de Raquel? Si fueses tú quien gobernara, ¿qué me aconsejarías?

Calen parecía desconcertada.

—Deberíamos tomarnos nuestro tiempo —sugirió—. Movernos de manera furtiva, evitando nuestros lugares habituales de reunión y descansando en los santuarios del espacio. Lo mejor sería mandar una avanzadilla; solo cinco o seis brujas, difíciles de detectar. Y cuando nosotras llegáramos a ese planeta Tierra recomendaría no matar a Raquel y a Eric inmediatamente. Son dos objetivos para nuestra venganza demasiado obvios. Larpskendya puede estar vigilándolos de cerca. Deberíamos empezar observando a los otros niños. Veamos qué tienen para ofrecer. Podemos negociar con Raquel y Eric, y con ese otro, Morpet, cuando estemos listas.

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