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Authors: Cliff McNish

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y juvenil

El olor de la magia (7 page)

BOOK: El olor de la magia
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Los tatuajes de Calen chispearon de excitación. Hizo ademán de marcharse, pero volvió de nuevo.

—No has dicho nada acerca de Raquel o de Eric. ¿Estás segura de que quieres vengarte?

—No los he olvidado —dijo Heebra—. He buscado a Raquel por mi cuenta. Ella no es tan difícil de encontrar. A pesar de sus esfuerzos por esconder su don, la calidad de su energía mágica arde como un volcán en este pequeño mundo.

—¿Qué te parece ella? —preguntó Calen con interés.

—Un sorprendente miembro de su especie. Puedo ver por qué Larpskendya está tan interesado en ella. Y tiene un don inusual que nosotras podemos utilizar.

—¿Un don?

—Tiene una conexión directa con el propio Larpskendya.

Calen ahogó un grito, sabiendo cuánto tiempo inútil habían invertido las brujas en encontrar un camino para dar con Larpskendya.

—¿Podemos usar eso para localizarlo de manera directa? —preguntó.

—No, Larpskendya ha ocultado el camino. Pero si usamos el enlace con cuidado quizá podamos ser capaces de atraerlo hacia nosotras.

—¿Está llamando ahora Raquel a Larpskendya? —preguntó Calen—. No queremos que llegue antes de que estemos preparadas.

—¡Claro que lo está llamando! —dijo Heebra riendo—. Raquel está desconcertada y confusa; está enviando señales de manera desesperada. Pero Larpskendya no las ha recibido. He colocado en ella un hechizo de contención que nunca detectará.

—¿Cuándo la liberarás de él?

—Cuando hayamos adiestrado a suficientes niños. Cuando nos hayamos asentado y yo haya decidido cómo ponerle una trampa a Larpskendya. Hasta entonces no recibirá advertencia alguna por parte de Raquel. Él vendrá cuando estemos bien preparadas para que venga.

Calen asintió.

—¿Cuándo sea el momento preciso intentarás matar a Raquel tú misma?

—Ella apenas merece mi atención —contestó Heebra—. He estado pensando en una manera más interesante de tratarla —dijo alzando una garra en dirección a Calen—. Has puesto mucha fe en los jovenzuelos de este mundo, así que te impongo esta tarea: encuéntrame a otro niño capaz de desafiar a Raquel. Encuentra y adiestra a un ejecutor de su propia especie. La muerte de Raquel será así tanto más satisfactoria.

—Creo que ya he encontrado a un ser así —dijo Calen con complacencia—. Es una niña excepcional en todos los sentidos. Te la mostraré pronto. ¡Será toda una sorpresa!

Mientras Calen salió a dar órdenes al resto de las brujas, Heebra voló durante unos minutos más entre los vientos polares, mostrando sus poderosas mandíbulas abiertas. Dentro, las arañas rodaron de un lado a otro, encantadas con el roce directo de los copos de nieve.

Heebra descendió hasta el suelo. Un oso polar que estaba por los alrededores levantó su hocico de la nieve, se acercó a la bruja y le lamió los pies. Heebra jugó animadamente con él, dando volteretas agarrada a su cuerpo, pero con cuidado de no dañar la fina piel del oso con sus afiladas garras.

«Bien» pensó. «Ahora verás, Larpskendya. Este mundo es tu peor pesadilla, ¿no es así? Cuánto miedo deben de provocarte estos niños. Ya veo por qué has esclavizado su magia, por qué has mantenido este mundo como un secreto cuidadosamente guardado. Tienes miedo, ¿no es cierto? Estás atemorizado porque estos niños, más que ninguna otra especie, ¡son como nosotras!»

6
El volador peludo

La madre le llenó a Eric el tazón del desayuno hasta arriba de copos de avena.

—Más, por favor —dijo Eric.

Ella le puso un poco más.

—¿Suficiente?

—Un poco más.

De alguna manera consiguió poner un par de cucharadas más encima de aquella montaña de copos.

—Ahora seguro que tienes suficiente…

—Solo un poquito más.

Morpet pasó cerca.

—Está a punto de salirse del tazón —murmuró—. ¿Cómo vas a poder comerte todo eso?

Eric alzó su cuchara.

—Estoy creciendo. Necesito todo este alimento, no algo para el apetito de —y acercó su cara a la de su hermana, sentada frente a él— una hormiga.

—Quieres eso para los prapsis —dijo Raquel con naturalidad—. Los he visto chupeteando tu plato. —Ella se rió y se chupó los labios—. Lo pusieron todo perdido y tenían las caras llenas de copos de avena.

La madre suspiró profundamente.

—Eric, ¿es eso cierto?

—Ejem…

—No, no me lo digas —dijo ella—. Prefiero no saberlo… —Cogió su maletín y se puso la chaqueta—. Estaré fuera cerca de una hora, llevo el teléfono móvil por si me necesitáis. —Se dirigió a Eric—: Será mejor que no encuentre copos de avena en ningún lugar inusual de mi cocina cuando vuelva. ¿Entendido? —Eric asintió y ella salió de la casa.

Minutos después, Raquel notó un alboroto en la ventana de la cocina.

—¿Qué están haciendo los muchachos? —preguntó.

Ambos prapsis parloteaban de manera descontrolada, volando en espirales cerradas, demasiado excitados para que se les entendiese algo de lo que decían. Finalmente se calmaron lo suficiente como para distinguir sus voces.

—¡Una maravilla peluda! —gritó uno mirando a través de las cortinas.

—¡Un aullador volador! —dijo el otro.

—¡Chorradas! ¡Un volador peludo!

Eric pestañeó por culpa del sol.

—¡Caray!

Contra el cielo azul, una forma negra volaba en círculos por encima del techo.

—Parece un perro —dijo Eric—. Pero eso es ridículo. Tiene que ser una cometa.

—No veo los hilos —dijo Morpet—. ¡Y está ladrando!

—Un perro labrador —susurró Raquel.

Eric le dio un codazo.

—¿Qué está pasando? ¿Lo estás haciendo tú?

—Por supuesto que no.

—¿Pues quién?

El labrador estaba suspendido en el aire a media altura en el centro de un campo de deportes. Se mantenía boca arriba, con sus enormes patas en dirección al cielo. Entonces emitió un aullido, giró sobre sí mismo, y salió disparado directamente hacia arriba. Algunos niños que estaban jugando a fútbol en el campo no supieron si quedarse a contemplar el espectáculo o salir pitando de allí.

—¡Guau! —dijo Eric—. Está controlado por un hechizo. ¡Magia, Raquel!

Ella asintió, temblando un poco, intentando localizar la fuente, y llamando a su mente a los hechizos defensivos que había practicado durante las dos semanas pasadas.

Los prapsis jadearon en las orejas de Eric.

—Puedo destruir el hechizo si tú quieres —dijo él.

—No —respondió Raquel—. El perro aún está demasiado arriba. Le haríamos daño.

—¿Por qué no usas tu propia magia, Raquel?

—Todavía no —advirtió Morpet—. No muestres tu poder antes de que sepamos a qué nos enfrentamos. Vayamos al campo.

Todos juntos corrieron fuera de la casa. Los prapsis se agarraron al hombro de Eric antes de que él pudiera cerrar la puerta detrás de sí.

—¡Hey, volved adentro, chicos! —les dijo—. ¡No se os permite salir!

Los prapsis volaron contentos sobre las casas y alcanzaron pronto al perro. Parloteando excitados, copiaban sus violentos movimientos por todo el cielo.

—¡Hey, vuelve! —gritó uno de los prapsis en la oreja del labrador.

—¡Perro travieso! —gritó el otro—. ¡Estáte quieto, maravilla peluda!

Raquel tomó el camino de subida hasta el campo. Por lo que podía apreciar, el cuerpo del perro empezaba a moverse en el aire con otro patrón —formas largas y rítmicas— una mezcla de círculos y líneas rectas.

Eric se esforzó en mantenerse al ritmo de los largos pasos de Raquel.

—¡Está completamente poseído!

—No —dijo Morpet, siguiendo los movimientos del perro—. Es un nombre.

—¿Qué es un nombre?

Llegaron al final del campo.

—Eso —Morpet señaló al cielo—. PAUL. ¿No lo ves? El perro está escribiendo el mismo nombre una y otra vez.

Se apresuraron a llegar al principio del campo, hasta colocarse directamente debajo del desesperado labrador. Los chicos del fútbol se habían largado dejando la pelota allí.

—Ya estamos bastante cerca —dijo Raquel—. Tráelo aquí abajo, Eric. —Eric apuntó su dedo hacia el labrador, poniendo fin al hechizo de vuelo, y el perro cayó pesadamente del cielo. Justo antes de que se estrellase contra el suelo, Raquel colocó un hechizo de amortiguación en la hierba. El perro aterrizó sano y salvo y huyó colina abajo mientras ladraba con la poca voz que le quedaba. Los prapsis lo persiguieron alegres, ofreciéndole útiles consejos.

—Paul —murmuró Eric—. Eso no suena como un nombre de perro.

—No —dijo Raquel—. Creo que es el nombre de su dueño.

Raquel apuntó hacia el final del campo. Allí, medio cubierto por la hierba alta, estaba tendido un niño gordito y con los pelos de punta, más o menos de la misma edad de Eric. Apoyado sobre sus codos estaba furiosamente concentrado en el perro, moviendo los dedos, como si intentara volver a mandar al perro al aire.

Eric sonrió.

—No puede hacer eso. No sabe que después de que yo destruyo un hechizo él nunca más podrá utilizarlo.

—Permanezcamos ocultos —dijo Morpet—. Dejémosle hacer el siguiente movimiento.

Eric miró entrecerrando los ojos.

—¿Qué está haciendo ahora? Está mirando aquella pelota.

La pelota de cuero se elevó unos centímetros y empezó a deslizarse sobre la hierba. Se movía muchísimo más deprisa que si le hubiesen dado una patada.

—Se dirige hacia nosotros —señaló Morpet.

—En estos momentos —dijo Raquel—, se dirige hacia mí.

La pelota aceleró, elevándose a la altura de su cabeza, tan rápida que ya solo era un borrón en el aire.

Eric apuntó su dedo, destruyendo el hechizo, pero la aceleración de la pelota era altísima y continuó directa a la cabeza de Raquel.

—Ha hecho eso deliberadamente. —Eric estaba furioso—. ¡Déjamelo a mí!

Raquel sacudió la cabeza.

—No. Déjame ver qué hace ahora.

El niño de los pelos de punta frunció el entrecejo. Un instante después Raquel sintió un nuevo hechizo, esta vez actuando en ella.

—No puedo creerlo —dijo Raquel—. Está intentando hundir mi cara en el barro.

—Déjame espachurrar el hechizo —gruñó Eric. Raquel le dijo que no con un gesto, intentando entender algo de la magia del muchacho.

—Parece que no tiene experiencia —le dijo Morpet a Raquel—. ¿Sientes que hay alguna autoridad real sobre sus hechizos o que lo está manipulando alguien?

—No —replicó ella viendo al chico repetir el hechizo con desespero otra vez—. Solo habilidad en estado salvaje, recién despertada; ¡y poderosa!

—Pero ¿por qué intenta herirte, o hacerle daño a ese perro? —preguntó Eric.

Raquel estaba desconcertada. Aquel muchacho ¿había decidido realmente atacarla a ella y al labrador? ¿O estaba simplemente probando su propia magia y la de ella, con curiosidad sobre lo que eran capaces de hacer?

Caminaron hacia Paul con cuidado. Cuando Morpet estuvo tan cerca como para verle la cara, se dio cuenta de que el chico parecía aterrorizado. Ahogó un grito, se puso a temblar, y su cuerpo se sacudió. Finalmente salió corriendo camino abajo.

—Vamos —dijo Eric—. No puede escapar por ahí. Raquel, puedes volar tras él.

—No —dijo ella—. No quiero mostrarle de lo que soy capaz, aún.

Ellos recorrieron el camino hasta la falda de la colina, allí se curvaba bruscamente para dar a una pradera llana. La pradera estaba vacía.

—¿Dónde se ha metido? —dijo Eric casi sin aire—. No puede esconderse en ninguna parte. ¿Cómo ha podido correr tan rápido?

—No nos ha dejado atrás —dijo Morpet—. Debe de haberse esperado hasta que se perdió de vista, y entonces ha cogido un camino
distinto.
¿Puede haber salido volando?

—No —dijo Raquel con el rostro pálido—. No es eso. Algo o alguien más se ha llevado a Paul. He notado un leve rastro de magia, pero no como la del chico. Era increíblemente fuerte. —Entonces envió unos cuantos hechizos para recabar información a un kilómetro a la redonda. Todo rastro de Paul había desaparecido—. No puedo detectar nada. Las huellas acaban aquí. —Se dejó caer de rodillas, donde una sola huella de zapato había aplanado la hierba, marcando el último lugar donde había estado Paul. Pronto la hierba volvió a su lugar, como si el chico no hubiera existido nunca.

—¿Crees que Paul puede haber llevado a cabo su desaparición solo? —preguntó Raquel a Morpet.

—Lo dudo —dijo él pensativo—. No con tanta perfección. Se necesita una gran habilidad para borrar las huellas de esos hechizos; y ese chico estaba demasiado aturdido. Ha debido tener alguna ayuda; y de alguien con muchísima más experiencia.

Mientras volvían a casa, Eric gruñó:

—Pase lo que pase, no me gusta ese Paul. Ya has visto lo que ha hecho. Le ha hecho daño al perro de manera deliberada y encima disfrutando.

Morpet se frotó la barbilla.

—¿Seguro que ha disfrutado? Eso no es lo que yo he visto. Yo vi a un muchacho enfrentado, o consigo mismo o contra un compañero invisible. Algo estaba asustándolo.

En cuanto llegaron a la puerta de la entrada los prapsis aterrizaron en los hombros de Eric. Discutían animadamente mientras escupían pelos del perro.

Raquel se estremeció.

—¿No habrán mordido al labrador, no?

—Nooo —dijo Eric disimulando—. Probablemente solo han intentado besarle.

Eric metió a los prapsis debajo de su camiseta para que nadie en la calle pudiera ver sus caras sonrosadas y felices.

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