El Oráculo de la Luna (20 page)

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Authors: Frédéric Lenoir

BOOK: El Oráculo de la Luna
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—¡Sois muy escrupuloso! —exclamó el anfitrión—. ¡Las mujeres más excitantes no han desviado en absoluto de su vocación a la mayoría de nuestros sacerdotes y de nuestros obispos! ¡Por no hablar del papa Pablo III, que fue investido cardenal a los veinticinco años por haber metido a su encantadora hermana Julia en la cama del papa Alejandro VI Borgia, y a quien la púrpura cardenalicia no ha impedido tener por lo menos cuatro hijos y numerosas concubinas!

—Eso es precisamente lo que yo me negaba a hacer. ¿No creéis que nuestra Iglesia necesita una profunda reforma de las costumbres del clero, si no quiere ser totalmente liquidada por los reformadores?

—Lo admito —respondió Priuli en un tono más grave—. No siento una gran simpatía por ese tal Lutero, que es un personaje tosco y vanidoso, pero le doy la razón en ese punto y en algunos más.

—Tengo la impresión de que vuestra ciudad piensa mantener una posición bastante neutral en ese conflicto —observó Giovanni—. Porque, si bien la Reforma no tiene aquí ni templo ni pastor, he podido constatar que no condenáis a los defensores de la nueva doctrina.

—Así es —dijo el señor de la casa—.Apoyamos al Papa, pero no deseamos entregarle a los herejes.

Giovanni sonrió.

—¡Me parece que eso confirma vuestro perpetuo deseo de independencia!

Agostino apreció la observación de Giovanni.

—¡«Antes venecianos que cristianos», como dice el adagio! Veo que nuestro amigo ha comprendido a la perfección lo que da sentido a la política de nuestra orgullosa ciudad. —Acariciándose la barba, añadió—: ¿Puedo aprovechar vuestros conocimientos astrológicos para haceros una pregunta importante que inquieta a toda la cristiandad?

—Hacedla.

—¿Es Lutero el Anticristo?

Desde su llegada a Venecia, Giovanni había oído varias veces esa extraña afirmación en boca de fervientes papistas. Su maestro había evocado la cuestión del Anticristo cuando le había hecho estudiar el Apocalipsis de Juan. En ese texto profético, el último de las Escrituras cristianas, nunca se menciona explícitamente al Anticristo, sino a «bestias» al servicio del diablo que seducen a los creyentes y los apartan de la verdadera fe. Es, más concretamente, en sus dos epístolas donde Juan habla de la llegada del «Anticristo» al final de los tiempos y de los «anticristos» que le precederán, esos «seductores» y esos «mentirosos» que «han salido de nosotros, pero no eran de los nuestros». Lucius había explicado a Giovanni que, desde la época de los apóstoles, todas las generaciones de cristianos habían creído en la inminencia del fin de los tiempos. Las numerosas persecuciones de que fueron víctimas los discípulos de Jesús y los disturbios en el Imperio romano parecían entonces confirmar las predicciones de las Escrituras que anunciaban el fin próximo del mundo, precedido de males de toda naturaleza.

Sin embargo, tras la conversión del emperador Constantino, a mediados del siglo IV, la conciencia cristiana sufrió una modificación en profundidad. Agustín fue el mejor intérprete de ese nuevo estado espiritual y anunció que el fin del mundo no era tan inminente como los apóstoles pensaban: al tiempo apostólico de los fundadores sucedería el tiempo de la Iglesia, durante el cual la Buena Nueva de Jesucristo debía ser anunciada a todas las naciones. Solo entonces llegaría el fin de los tiempos y el advenimiento del Reino de Dios. Durante más de mil años dejó de vivirse en esa tensión escatológica de la espera inminente del fin del mundo.

El siglo XIV marcó un giro. Las hambrunas, la guerra de los Cien Años, la peste que diezmó a más de un tercio de la población europea: todo ello, catástrofes que no dejaron de ser interpretadas como las grandes tribulaciones que debían preceder al fin del mundo. Pero la última señal, la prueba de que la historia humana tocaba a su fin, fue el descubrimiento del Nuevo Mundo por Cristóbal Colón: así, el Evangelio sería anunciado a toda la Creación y el Juicio Final podría tener lugar, según las propias profecías de Jesucristo. Lucius recordaba la emoción que había provocado en toda la cristiandad el anuncio del descubrimiento del gran navegante. Pero, si de verdad el fin de los tiempos era inminente, debía producirse otra señal: la aparición de los «anticristos» y del Anticristo en persona. Ese servidor del diablo, ese falso profeta debía seducir a numerosos fieles imitando al propio Cristo o haciéndose pasar por su mensajero. Lucius también se planteaba el asunto de la venida del Anticristo, concomitante al descubrimiento del Nuevo Mundo. Pero jamás había identificado a ese personaje con Lutero, ni con nadie en concreto.

Giovanni ordenó sus recuerdos y finalmente dijo:

—Ignoro si Lutero es el falso Cristo anunciado por las Escrituras, ni siquiera si es un secuaz cualquiera de Satán, pero me parece que coincidiría demasiado con la propaganda de los papistas para ser cierto.

Agostino prorrumpió en unas carcajadas atronadoras.

—¡Evidentemente! La cuestión es, por lo demás, saber si el Anticristo es un único personaje, como creen la mayoría de los católicos, o si se trata más bien de una función o de una institución, como afirman los reformadores. ¿Qué pensáis vos?

Giovanni comprendió adonde quería llevarlo su interlocutor.

—Os referís al papado, ¿no?

—Tengo curiosidad por saber qué pensáis de las acusaciones de Lutero y sus discípulos contra la Roma católica. ¿Es la sede pontificia la del Anticristo? Los papas se hacen pasar por los representantes de Cristo en la Tierra, cuando, según los reformadores, en realidad son su figura opuesta y demoníaca. Jesucristo era casto; los papas son concupiscentes. Jesucristo era pobre; los papas son ricos. Jesucristo rechazaba todo poder terrenal; los papas corren tras poderes y honores. Jesucristo había pedido que no se llamara a nadie en la Tierra ni «padre» ni «santo», pues afirmaba que «tenéis un solo Padre» y «solo Dios es santo», mientras que los papas se hacen llamar «Santísimo Padre». En resumen, para el antiguo monje alemán el papado es la sede del Anticristo, la continuidad de la Babilonia y la Roma paganas, que se hace pasar por la cabeza y el corazón del cristianismo.

—De la misma manera que no seguiría a los papistas que acusan a Lutero de ser ese falso profeta salido del interior de la Iglesia para seducir a muchos fieles con sus mentiras, tampoco suscribiría esas tesis que asimilan la Santa Sede al trono de la Bestia del Apocalipsis o del Anticristo. Todo eso me parece que forma parte de una polémica demasiado simplista.

El viejo Priuli interrumpió a Giovanni:

—No parecéis creer mucho en la inminencia del fin de los tiempos, mi joven amigo. ¿Acaso no son los signos suficientemente numerosos para convenceros? ¿Qué dicen de ellos los planetas?

—Hablando con franqueza, no tengo una opinión precisa sobre esa cuestión. En cuanto a los astros, nunca se me ha ocurrido la idea de consultarlos sobre ella.

Mientras hablaba, un pensamiento cruzó súbitamente por la mente de Giovanni. Se acordó de que, después de la visita del legado del Papa, su maestro se había dedicado durante meses a realizar minuciosos cálculos astrológicos. Se preguntó si no sería ese el objeto de sus frenéticas investigaciones: la fecha del fin del mundo. No tendría nada de absurdo, puesto que católicos y protestantes solo pensaban en eso y Lucius tenía fama de ser el mejor astrólogo de su época. Pero ¿era posible prever semejante acontecimiento a partir de determinadas conjunciones planetarias excepcionales?

—Es curioso que un astrólogo de tanto talento como vos no parezca preocuparse de estas cuestiones tan apasionantes —dijo su anfitrión, un poco decepcionado.

—A decir verdad —confesó Giovanni con modestia—, todavía soy muy joven y he recibido toda mi formación de un solo maestro, alejado de la agitación de las ciudades. Pese a su grandeza, no ha tenido tiempo, en menos de cuatro años, de transmitirme todos sus conocimientos. Desde que estoy aquí, no paro de descubrir asuntos que preocupan a las mentes despiertas y sobre los que, desgraciadamente, he reflexionado muy poco.

—Quería preguntaros sobre otro punto igualmente atrayente —dijo Agostino—. Aunque quizá no estéis al corriente de esa otra polémica que inquieta a la cristiandad…

—Os escucho.

—Si Lutero no es el Anticristo, ¿es el profeta anunciado por el gran astrólogo árabe Albumazar hace varios siglos.

34

E
l nombre de ese astrólogo no era desconocido para Giovanni. Sabía que los cristianos habían heredado conocimientos astrológicos de los antiguos a través de los pensadores árabes, los cuales habían enriquecido el saber astrológico. Le parecía que Albumazar era uno de ellos. Pero no había oído ni leído nada acerca de una predicción referente a Lutero y le parecía muy sorprendente.

—Debo confesar de nuevo mi ignorancia sobre esa cuestión —respondió Giovanni, incómodo.

—¿Y el nombre de Lichtenberger tampoco os dice nada? —insistió Agostino.

Giovanni negó con la cabeza. Todos los comensales abrieron los ojos con curiosidad.

—Pero estoy deseando ser iluminado sobre ese asunto —dijo el astrólogo, esbozando una sonrisa divertida y comunicativa.

—Estaré encantado de hacerlo si nuestro anfitrión lo permite, pues es un tema que me apasiona —contestó Agostino, volviéndose hacia Priuli.

—¡Adelante! —dijo sin vacilar el noble veneciano—. Pero que nos cambien antes los platos para evitar que os interrumpan.

La sirvienta obedeció. Agostino se alisó la barba y comenzó su relato con voz grave:

—Todo empezó en 1484 con la publicación de los
Pronostica
de Pablo de Middelburg, el obispo de Urbino. En ese texto, el eclesiástico exhuma una antigua predicción astrológica efectuada en el siglo IX por el gran astrólogo árabe Albumazar. Este último observó en el espacio de varios siglos la conjunción de los planetas Júpiter y Saturno que se produce cada veinte años, si no me equivoco.

—En efecto —confirmó Giovanni.

—Albumazar calculó que en 1484 la gran conjunción se produciría en el signo de Escorpio y de ello dedujo la aparición en ese momento de un nuevo profeta. En 1492, Johannes Lichtenberger, un astrólogo de Maguncia, publicó la predicción de Albumazar, completada con sus propios comentarios. Recuerdo perfectamente su texto: «Esa notable constelación y concordancia de los astros indica que debe nacer un pequeño profeta que interpretará excelentemente las Escrituras y proporcionará también respuestas con un gran respeto por la divinidad y acercará de nuevo a la almas humanas a esta. Pues los astrólogos llaman pequeños profetas a aquellos que aportan cambios en las leyes o crean ritos nuevos, o dan una interpretación diferente a la palabra que la gente considera divina».

Giovanni, cautivado, evidentemente no pudo evitar pensar en Lutero. Aprovechó la llegada de la sirvienta, que llevaba el plato principal, para preguntar a su interlocutor:

—Decidme sin más dilación: ¿Nació Lutero durante la gran conjunción de 1484?

—¡Naturalmente! Nadie sabe, no obstante, la fecha exacta de su nacimiento. Las opiniones oscilan entre noviembre de 1483 y noviembre de 1484. Pero me ocuparé más adelante de esa cuestión, pues es objeto de vivos debates entre protestantes y católicos.

»Volvamos un poco, si os parece bien, al texto de Lichtenberger, dado a conocer tan solo ocho años después del nacimiento de Lutero a partir de las predicciones de Albumazar. Lichtenberger acompañó su texto de dibujos. Uno de ellos muestra a dos monjes, uno alto y otro bajo. El alto parece amonestar a alguien y lleva un demonio encaramado en un hombro. En su comentario, el astrólogo escribe: «Vemos a un monje con hábito blanco y con el diablo de pie sobre sus hombros. Lleva un gran capote que llega hasta el suelo, con amplias mangas, y un joven monje le sigue. Tendrá una inteligencia muy viva, sabrá muchas cosas y poseerá una gran sabiduría. Sin embargo, proferirá a menudo mentiras y tendrá una conciencia exaltada. Y, como un escorpión, pues esta conjunción se efectúa en la Casa de Marte y en las tinieblas, arrojará a menudo el veneno que lleva en su cola. Y será la causa de grandes derramamientos de sangre».

Agostino se quedó callado. Todos lo miraban con atención.

—Comed antes de que el plato se enfríe —se decidió a decir la señora de la casa.

—Una profecía como esa te quita el apetito —dijo Giovanni, anonadado por la descripción de Lichtenberger—.Y puedo aseguraos que sobrepasa el marco estricto de los cálculos astrológicos; ese hombre tenía también dotes de vidente. En cualquier caso, a mi entender no se puede describir mejor la ambigüedad de Lutero, su inteligencia y su perfidia, su talento para interpretar las Escrituras y su ferocidad para atacar a sus adversarios.

—¡Cierto! —Intervino Priuli, pinchando enérgicamente el pollo con aceitunas con el tenedor—. ¿Y sabéis que Lutero se ha reconocido en la profecía?

—Más aún —precisó Agostino—: la hizo imprimir él mismo en 1527 y la prologó, marcando cierta distancia respecto al texto de Lichtenberger.

—Yo creía que Lutero era contrario a la astrología —comentó, sorprendido, Giovanni.

—Lo era, en efecto, hasta que su discípulo Philipp Melanchthon, un astrólogo de talento, lo convenció de que la predicción de Albumazar y de Lichtenberger solo podía aplicarse a él… y que le interesaba enormemente admitirlo para servir a la causa de la Reforma. Desde entonces, los protestantes no han parado de difundir ese texto.

—¡Buen uso de la astrología!

—¡Y que lo digáis! Pero la cuestión de su fecha de nacimiento continúa abierta. El propio Lutero no puede afirmar con certeza el momento de su venida al mundo.

«Como no figura en ningún registro y ningún testigo fiable la recuerda, cada uno la sitúa, según lo que quiera demostrar, entre finales de 1483 y finales de 1484. Nadie pone en duda que nació, exactamente o más o menos, en el momento de la gran conjunción predicha por Albumazar y que es nativo del signo de Escorpio. Pero, según sea uno astrólogo protestante o astrólogo católico, adaptará el año, el día y la hora de su nacimiento en función del horóscopo preciso que quiera hacer. Por ejemplo, su discípulo Melanchthon ha situado su Sol en conjunción con Júpiter y Saturno en el sector del tema astral que rige la religión, mientras que los papistas se las componen para que esa triple conjunción caiga en el dominio correspondiente a la sexualidad y a las costumbres ligeras.

Giovanni se echó a reír.

—Por eso —continuó Agostino— quería preguntaros por el horóscopo de Martín Lutero. Porque, por un lado, lo esgrimen como el del profeta anunciado y, por el otro, como el de un ser desenfrenado que solo puede ser un falso profeta, ¡o incluso el Anticristo en persona!

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