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Authors: Margaret Weis y Tracy Hickman

Tags: #Fantástico

El paladín de la noche (43 page)

BOOK: El paladín de la noche
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Usti mordisqueó el dobladillo de la sábana. La mirada de Zohra era firme y resuelta. Por fin, el djinn se levantó.

—Princesa —dijo, con sus papadas temblando pero su voz firme—, en alguna parte de este gordo cuerpo encontraré el valor necesario para llevar a cabo tu mandato.

—Gracias, Usti —respondió amablemente Zohra.

—Pero sólo en el último momento, cuando no haya… ninguna esperanza —agregó el djinn. Su última palabra se perdió en un nudo de lágrimas ahogadas.

—En el último momento, cuando no haya esperanza ninguna —repitió Zohra, y su mirada se fue hacia la ventana en espera del amanecer.

Capítulo 12

Mateo esperó hasta que vio la bulbosa cabeza del Maestro de Vida resplandecer bajo la llama de la más distante de las antorchas que iluminaban el corredor. Entonces, el joven brujo se deslizó con sigilo de su nicho. Manteniéndose entre las sombras, corrió hacia las escaleras y, pegándose a la pared, descendió a tientas. Una vez en el fondo, pudo ver la luz que manaba de la habitación donde sabía que debía de encontrarse prisionero Khardan. Ningún sonido salía de ella. Todo estaba en silencio, tan silencioso como una tumba, pensó con el corazón encogido de miedo. Al llegar a la puerta, volvió a él el recuerdo de aquellos gritos y su valor flaqueó.

«¡Cobarde! —se maldijo a sí mismo con amargura mientras permanecía temblando en la entrada, sin atreverse a pasar, aterrado de lo que podría encontrar—. ¡Es
él
quien está sufriendo y tú aquí tiritando de miedo, incapaz de moverte para ir en su ayuda!»

«¡Ayuda! —se burló con desprecio de sí mismo—. ¿Qué clase de ayuda puedes ofrecer tú? ¿Qué esperanza? Ninguna. Palabras, eso es todo. ¿De qué tienes miedo? ¿De encontrarlo muerto? ¿No deberías desear eso para él, si realmente te preocupas por él? ¿O también eres egoísta además de cobarde? ¿Y qué vas a hacer si no está muerto? ¿Le vas a exhortar para que acepte más tormento? Mejor será que lo dejes, que lo dejes marchar…»

«¡No! ¡Estás equivocado!», protestó resueltamente Mateo empujando a un lado sus dudas.

Reconocía aquella voz. Era la misma que le había aconsejado abandonar cuando había sido capturado por el mercader de esclavos, la misma que le había susurrado acerca de la dulzura de la muerte.

«Estoy perdiendo el tiempo. El torturador pronto estará de vuelta. »

Apretando con fuerza la mandíbula, Mateo entró en la cámara de torturas.

—¡Khardan! —murmuró.

La compasión se apresuró a llenar el pozo oscuro y vacío del miedo. Mateo olvidó que el torturador podría regresar en cualquier momento. Se olvidó del diablillo, se olvidó de su propio peligro.

Khardan estaba sentado sobre el suelo de piedra con la espalda contra la pared y los brazos encadenados por encima de su cabeza. Había sido despojado de sus ropas. Su pecho desnudo estaba salpicado de quemaduras y la sangre rezumaba de heridas estratégicamente infligidas. La cabeza del califa colgaba hacia adelante; había perdido el conocimiento. Con el picor de las lágrimas en sus ojos, Mateo se apretó las manos contra los labios para reprimir un grito ahogado de angustia.

—¡Déjalo! —lo apremió la voz—. Déjale este momento de paz, que será el único que tenga…

Sacudiendo la cabeza y parpadeando para secarse las lágrimas, Mateo hizo acopio de toda su fuerza y valor —una tarea bastante más difícil que convocar demonios— y se arrodilló al lado del califa. Una escudilla de agua descansaba sobre una mesa cercana, justo fuera del alcance del encadenado, probablemente colocada allí para intensificar su tormento. Mateo la levantó, sumergió los dedos en el agua fresca y humedeció los ensangrentados labios del califa.

—Khardan —dijo.

Perdiendo el control, el nombre salió con sollozo.

Khardan se movió ligeramente y gimió, y el corazón de Mateo se retorció de lástima. La mano que tocó los labios tembló, las lágrimas lo cegaron momentáneamente y no pudo hablar. Se esforzó cuanto pudo por apartar de su cabeza las vividas imágenes que lo asaltaban de lo que debía de haber sido soportar aquella tortura.

—Khardan —repitió con más firmeza, con una determinación que él sabía que no era más que un bastón de apoyo para no perder la calma.

Khardan levantó bruscamente la cabeza y miró a su alrededor con un enloquecido terror en sus enfebrecidos ojos que atravesó a Mateo hasta el alma.

—¡Ya basta! —murmuró, retorciendo los brazos en un intento de arrancar las cadenas del muro—. ¡Ya no más!

—¡Khardan! —insistió Mateo, acariciando el negro pelo del nómada con una mano dulce y apaciguadora mientras, con la otra, le llevaba la escudilla de agua hasta los labios—. ¡Khardan, soy Mateo! Bebe…

Khardan bebió con avidez y, después, gimiendo de dolor, le sobrevino una arcada que le hizo vomitar casi toda el agua que había bebido. Pero sus ojos perdieron aquella mirada enloquecida y un tenue brillo de reconocimiento titiló en las oscuras profundidades. Luego se recostó con debilidad contra la pared.

—¿Dónde está…
él
?

El horror con que Khardan dijo esta palabra hizo estremecer a Mateo. Éste depositó la escudilla de agua con una mano temblorosa que estaba derramando la mayor parte de ella.

—Se ha ido, por el momento —respondió con suavidad—. La criatura que yo… controlo… lo ha hecho salir de aquí.

—¡Sácame de aquí! —jadeó Khardan.

Retirando su mano de la frente del califa, Mateo se sentó en el suelo mirando a aquellos esperanzados ojos negros.

—No puedo, Khardan.

Jamás palabra alguna había salido tan reacia de la boca de Mateo, que vio cómo los mismos ojos centelleaban de desprecio e ira y luego se cerraban. Khardan suspiró.

—Gracias por esto, al menos —dijo despacio, gesticulando dolorosamente con la cabeza hacia el agua—. Mejor será que te vayas ahora. Te has arriesgado demasiado viniendo hasta aquí…

—¡Khardan! —exclamó Mateo juntando las manos en actitud suplicante—. ¡Te liberaría, si pudiera! ¡Daría mi vida por ti si pudiera!

Khardan abrió los ojos y lo observó fija y detenidamente. Mateo se sonrojó. No había podido evitar que sus palabras salieran teñidas con la sangre de su corazón. Bajando la cabeza, miró la escudilla de agua enrojecida que descansaba en el suelo, junto a sus rodillas, y continuó hablando en un tono más bajo, sin dejar de retorcer nerviosamente sus hábitos de terciopelo negro entre sus temblorosos dedos.

—Pero no puedo. Sería inútil. No hay dónde ir, ni esperanza alguna de escapatoria.

—Al menos podríamos morir como hombres, luchando hasta el final —dijo Khardan con tono afectuoso—. Deberíamos morir cada uno sirviendo a nuestro dios…

—¡No! —dijo obstinadamente Mateo, apretando de improviso su puño y golpeándose con él la rodilla—. ¡Eso es en lo único que pensáis vosotros los nómadas! ¡En la muerte! ¡Cuando estáis ganando, la vida es estupenda; cuando perdéis, decidís abandonar y morir!

—Morir con honor…

—¡Al infierno el honor! —replicó airadamente Mateo, levantando la cabeza y mirando con ojos centelleantes a Khardan—. ¡Tal vez no sea tu muerte lo que tu dios quiere! ¿Se te ha ocurrido alguna vez pensar en eso? ¡Tal vez no le sirvas de nada muerto! ¡Quizá te haya traído hasta aquí por alguna razón, con algún propósito, y de ti depende vivir lo bastante como para intentar averiguar por qué!

—Mi dios me ha abandonado —afirmó Khardan con resentimiento—. Nos ha abandonado a todos, al parecer, ya que se digna hablar a estos infieles.

—¡Eso es lo que ellos quieren que pienses! —repuso Mateo estirando los brazos para coger el pálido y sufriente rostro entre sus manos—. ¡Cree que tu dios te ha abandonado y así estarás abandonando a tu dios!

—¿Qué sabes tú de mi dios,
kafir
? —dijo Khardan retirando de un tirón su cabeza de las manos de Mateo y apartando la mirada.

Agarrándolo por los hombros, el joven brujo se acercó hasta que los ojos negros no tenían a dónde mirar sino a él.

—Khardan, ¡piensa en lo que oímos allá arriba! ¡Piensa en lo que esta gente ha soportado, ha sufrido por su fe! ¡Su dios estaba muerto y aun así ellos no lo abandonaron! ¿Acaso eres tú menos fuerte? ¿Vas a desistir?

Khardan lo miró pensativo, con las cejas fruncidas y los ojos oscuros e insondables. Su mirada se fue después hacia las manos de Mateo, hacia los finos y delicados dedos, fríos por el contacto del agua, que descansaban sobre su ardiente piel.

—Tu tacto es suave como el de una mujer —murmuró.

Enrojeciendo de vergüenza, Mateo retiró de golpe las manos.


Más
suaves que las de algunas mujeres…, como mi esposa —continuo Khardan, ahora con una leve sonrisa—. No envidio a aquel que se propone utilizar su cuerpo. Dios o no dios, le espera una experiencia de lo más interesante…

Khardan jadeó de dolor. Su cuerpo se dobló, casi arrancando sus brazos de los grilletes.

Mateo miró por todo su cuerpo en busca de la fuente, pero no vio nada y adivinó que debía de proceder del interior. Impotente, observó cómo Khardan se retorcía, con su cuerpo agitándose convulsivamente hasta que el espasmo pasó. Respirando con pesadez, y con la piel brillando de sudor, Khardan levantó despacio la cabeza.

Mateo se vio a sí mismo reflejado en aquellos ojos ribeteados de rojo. Habría podido ser él el atormentado. Su cara estaba cenicienta y todo su cuerpo temblaba.

Khardan sonrió dulcemente. Sus labios se deformaron casi al instante en una mueca de dolor, pero la sonrisa permaneció en los oscuros y ensombrecidos ojos.

—Será mejor que te vayas —dijo con voz casi inaudible—. No creo que… puedas soportar… mucho más de esto…

Rogando por que el diablillo mantuviese todavía al Maestro de Vida bien alejado, Mateo cogió la ensangrentada camisa de Khardan y, mojándola en el agua, lavó la calenturienta frente y el rostro del hombre con el refrescante líquido. Los ojos de Khardan se cerraron y, mientras las lágrimas se deslizaban por debajo de sus párpados, lanzó un tembloroso suspiro.

—Khardan —dijo Mateo—, hay una forma de salir, pero es desesperada, casi imposible.

Khardan asintió débilmente con la cabeza para mostrar que había comprendido. No le quedaban fuerzas para nada más y Mateo, al ver su sufrimiento, casi cedió.

«Quédate en paz —ansiaba decir—, termina ya con todo este sufrimiento y muere. Estaba equivocado. Concédete reposo a ti mismo».

Pero no lo dijo. Apretando los dientes, volvió a mojar la tela en el agua y continuó; el conocimiento de lo que iba a pedirle le estrujaba el corazón.

—Debemos intentar, sin embargo, apoderarnos de los dos dioses antes de que Zhakrin pueda regresar al mundo. Una vez que tengamos a los dos, debemos liberar a Evren, la diosa que se opone a Zhakrin. Con su poder (debilitado como estará) de nuestro lado, creo que podríamos lograr escapar.

Khardan movió la cabeza y abrió los ojos, tan sólo la más diminuta rendija, para mirar a Mateo con atención. El joven brujo retiró la tela. Suavemente, pasó sus dedos por entre los crespos y rizados cabellos del califa. Incapaz de encontrarse con aquellos ojos, miró por encima de ellos, a su propia mano.

—Para hacer esto, debes conseguir la admisión a la ceremonia —continuó Mateo con la voz atollándose en su garganta—. Y, para conseguir la admisión, tendrás que ser un Paladín Negro…

Los músculos maxilares de Khardan se crisparon y sus dientes se apretaron con fuerza.

—¿Sabes lo que estoy diciendo? —persistió Mateo medio ahogado por la emoción—. Estoy diciendo que debes aguantar hasta el punto… el punto de…

No pudo continuar.

—La muerte… —murmuró Khardan—. Y entonces… convencerlos de que yo soy… un…

Mateo se quedó paralizado. ¿Qué era eso? Aterrorizado ¡oyó los pasos! ¡En las escaleras!

Khardan no se movió. Su cara estaba pálida y la sangre le goteaba por la comisura de la boca.

Temblando de tal manera que casi no podía levantarse, Mateo se las arregló como pudo para ponerse en pie. Sus piernas parecían haberse quedado dormidas y, por un momento, pensó que debía volver a dejarse caer en el suelo. Vacilando, miró a Khardan.

«¡Debería olvidarme de esto! ¡Es una idea loca! ¡Mucho mejor desistir ahora!»

Los hundidos ojos de Khardan titilaron.

—¡Yo… no… fallaré!

«¡Ni tampoco yo!», se dijo Mateo en un repentino arrebato de coraje. Y, volviéndose, huyó de la cámara echando a correr vestíbulo abajo, fuera de la luz, para ocultarse en la oscuridad de otra celda.

Musitando irritadas imprecaciones contra Auda ibn Jad por perturbar su trabajo para nada y, después, tener el valor de negar que él hubiese hecho nada, el Maestro de Vida se introdujo de nuevo en la cámara.

Mateo oyó los pasos del hombrecillo cruzando la habitación; después los oyó detenerse y casi pudo visualizar al torturador inclinándose sobre Khardan.

—Ah, has tenido visita —dijo el Maestro de Vida con una risotada—. De modo que a eso se debía todo este galimatías. Quienquiera que fuese te devolvió algo de fuerzas, veo. Bien, bien. No te ha hecho ningún favor, quienquiera que fuese. Sencillamente, tendremos que trabajar un poco más duro…

El grito de Khardan rasgó la oscuridad y también el corazón de Mateo. Poniendo la mano en su escarcela y asiendo con fuerza la varita, el joven brujo pronunció las palabras mágicas y sintió cómo unas impías manos lo agarraban y lo sumían en las tinieblas.

Capítulo 13

—Llévame a la Torre de las Mujeres —ordenó con voz desfallecida Mateo.

—¿Para ver a la Maga Negra? ¡Creo que no! —respondió el diablillo.

—No, debo hablar con… —y, mirando a su alrededor, Mateo se tragó la palabra.

El diablillo lo había devuelto a la habitación adonde el joven brujo había sido llevado a su llegada. Al materializarse dentro de ella, tanto Mateo como su «sirviente» se quedaron desagradablemente atónitos al ver a la Maga Negra de pie ante las frías cenizas esparcidas en la chimenea.

—¿Hablar con quién? —inquirió la mujer—. ¿Con tu otra amiga?

—Si ya no tienes necesidad de mí, Oscuro Amo… —gañó el diablillo con un obsceno culebreo que pretendió ser un saludo.

—No te vayas todavía, criatura de Sul —ordenó la maga.

—¡Sirviente de Astafás! —siseó evidentemente enojado el diablillo, con su lengua deslizándose por entre sus afilados dientes negros—. ¡Yo no soy un demonio inferior de Caos, señora!

—Eso se podría arreglar —dijo la Maga Negra juntando sus cejas tan estrechamente como era posible en la tirante piel de su cara, y después miró a Mateo—. Regálame a esta criatura.

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