El paladín de la noche (39 page)

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Authors: Margaret Weis y Tracy Hickman

Tags: #Fantástico

BOOK: El paladín de la noche
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Un silencio solemne se hizo en toda la asamblea. Todos inclinaron la cabeza y unieron las manos ante sí. El Señor de los Paladines dio un paso adelante.

—Zhakrin, dios del Mal, nos hemos reunido en tu nombre para rendirte honor esta noche. Te damos gracias por el regreso a salvo de nuestro hermano Auda ibn Jad y por la realización, por fin, de todo cuanto hemos trabajado por conseguir durante tantos años.

—Te damos gracias, Zhakrin —repitió todo el círculo al unísono.

—Y ahora, de acuerdo con nuestra antigua tradición, rendimos honor a los caídos.

El Señor de los Paladines Negros se volvió hacia su esposa, quien se aproximó a la mesa cubierta de terciopelo negro. Retirando la tela, levantó en su mano un cáliz de oro. El pie de dicho cáliz era el cuerpo enroscado de una serpiente, que sostenía la copa entre sus vueltas. Colocando la mano sobre el cáliz, la Maga Negra susurró unas palabras arcanas y roció sobre él un polvo que vertió de un anillo que llevaba en el dedo. Entrando en el círculo, caminó lentamente por el suelo de mármol negro y entregó el cáliz a Auda ibn Jad, quien lo aceptó con una reverencia. Y, volviéndose después hacia el lugar vacío que había junto a él en el círculo, Auda levantó el cáliz con ambas manos.

—A nuestro hermano Catalus.

—A Catalus —repitieron los presentes.

Ibn Jad se llevó el cáliz a los labios, tomó un sorbo de su contenido y, después, avanzó solemnemente para ofrecer el cáliz a una mujer vestida de negro.

Ésta habló en una lengua que Mateo no comprendió, pero a su lado, en el círculo, había también un lugar vacío. El cáliz fue entonces de mano en mano. Mateo dedujo, de las pocas palabras que pudo entender, que muchos de los que allí se recordaban habían muerto en la ciudad de Meda. Algunos de los Paladines Negros lloraban sin disimulo. Un hombre puso su brazo en torno a los hombros de una mujer y ambos bebieron juntos del cáliz. Mateo comprendió que un hijo amado había estado entre aquellos que se habían dado muerte a sí mismos en el templo antes que permitir que sus almas fuesen ofrecidas a Quar. El dolor de aquella gente conmovió profundamente a Mateo. Las lágrimas se le agolparon en los ojos, y habrían terminado por salir si el cáliz no hubiese sido pasado de nuevo al Señor de los Paladines Negros. Éste, a su vez, se lo devolvió a su esposa, quien lo sostuvo con gran reverencia.

—La hora ha llegado de dejar a un lado el dolor y prepararse para la alegría —dijo el Señor de los Paladines—. Nuestro hermano Auda ibn Jad nos relatará cuanto ha hecho en su viaje en el nombre de Zhakrin.

Auda ibn Jad dio unos pasos adelante y comenzó a hablar. La narración que siguió contaba tales atrocidades que a Mateo se le secaron las lágrimas de los ojos y tuvo que apretar con toda su fuerza los dientes para contener una horrorizada exclamación. Poblados quemados, donde los ancianos y los más jóvenes habían sido exterminados sin piedad, y los más útiles y fuertes capturados y más tarde vendidos como esclavos. Ibn Jad habló con orgullo del asesinato de los sacerdotes y magos de Promenthas que habían tenido la gran desgracia de poner pie en las costas de Tara-kan. Describió sus muertes con detalle y contó a todos cómo había perdonado la vida al joven mago que, como más tarde se vio, resultó que había sido enviado a ellos por Astafás.

Encogiéndose, Mateo bajó los ojos. Una serie de escalofríos sacudió todo su cuerpo. Era consciente de todos los ojos dirigidos hacia él; los ojos de quienes escuchaban en el círculo, los ojos de la Maga Negra y los ojos de Ibn Jad. También era agudamente consciente de la mirada de otros ojos que le produjo un rápido y secreto estremecimiento de dulce dolor. Era la primera vez que Khardan oía la historia de Mateo, y ahora el califa contemplaba al joven brujo con una mirada de afectuosa compasión e incipiente comprensión.

Auda ibn Jad continuó su relato, hablando de cómo Khardan y sus nómadas habían saqueado los bazares de Kich, de cómo habían secuestrado a Mateo de sus manos y después habían profanado el templo de Quar. A Ibn Jad no parecía importarle contar cosas en contra de sí mismo y relató la bravura y el valor de Khardan en tales términos que ganaron para el califa murmullos de aprobación y una ceñuda sonrisa del Señor de los Paladines Negros.

Auda continuó relatando cómo el amir había volcado su ira ante aquella afrenta hecha a Quar atacando a los nómadas, llevándose prisioneros a sus mujeres, niños y hombres jóvenes y desperdigando sus tribus. La gente de Zhakrin miraba a Khardan con un sentimiento de compartida compasión por quienes han sufrido un destino similar. Mateo se dio cuenta entonces de que Ibn Jad estaba presentando a Khardan como un héroe a los ojos de los seguidores de Zhakrin. Las palabras que había dicho la Maga Negra sobre el «honor que se le va a otorgar» vinieron a su mente. Todo ello sonaba muy bien, como si Khardan se encontrase fuera de peligro. Pero la inquietud de Mateo creció, en especial cuando escuchó lo que había ocurrido durante su travesía desde el desierto de Pagrahhacia el norte: la matanza a sangre fría de gente inocente en la ciudad de Idrith. Ahora supo que era la sangre de aquella gente, drenada de sus cuerpos, lo que contenían aquellas vasijas de marfil que con tanto esmero vigilaba Ibn Jad, y su alma se encogió de horror cuando recordó que él se había apoyado contra ellas a bordo del barco.

También Khardan debía de estar preguntándose cuáles serían las intenciones del Paladín Negro. El califa observaba a Ibn Jad con un gesto sombrío y receloso. Había un dicho entre su gente que Mateo había oído, y tenía la certeza que Khardan debía de estar pensando en él en ese momento.

«Cuidado con las lenguas melosas. A menudo gotean veneno».

Ibn Jad terminó su relato, que fue acogido con suaves murmullos por parte de las mujeres y con más sonoras aprobaciones por parte de los hombres. El Señor de los Paladines expresó su complacencia y la Maga Negra recompensó a Auda con un movimiento apreciativo de cabeza, una sonrisa y otro sorbo del líquido del cáliz. Mateo no tenía idea de lo que aquella copa podía contener, pero vio un intenso rubor iluminar las pálidas mejillas de Auda ibn Jad mientras sus ojos brillaban con creciente ferocidad. El cáliz fue pasado entonces de una a otra persona por todo el círculo una vez más, y cada una bebió un trago de él. Al parecer, nunca se agotaba y, a medida que pasaba de mano en mano, Mateo advirtió que cada uno de ellos comenzaba a arder con un fuego interior.

Ibn Jad regresó a su lugar en el círculo y su Señor se adelantó un paso para hablar.

—Ahora vamos a hablar de nuestra historia reciente, para que cada uno pueda escucharla otra vez y resuene para siempre en su corazón. Y, para aquellos que son nuevos para nosotros y la oigan por primera vez —sus ojos se fueron hacia Mateo y Khardan—, esto os ayudará a entendernos mejor.

»Hace mucho tiempo, Zhakrin era un poder creciente en este mundo. Y, como a menudo suele ser la manera de Sul, cuando la faceta del Mal comenzó a resplandecer con más intensidad en los cielos, la faceta del Bien brilló también con esplendor. Muchos y gloriosos fueron los encuentros entre los Paladines Negros de Zhakrin y los Caballeros Blancos de Evren, la Buena Diosa.

La voz del Señor de los Paladines bajó de volumen de pronto y sus ojos se quedaron como ausentes, mirando en la lejanía.

—Apenas puedo recordar aquel tiempo. Yo no era más que un muchacho, escudero de mi caballero. Bravas hazañas se llevaron a cabo tanto en nombre de la Oscuridad como de la Luz, cada uno esforzándose por ganar la supremacía con honor, como es propio de los caballeros.

»Y entonces vino un tiempo en que el precio del honor se hizo demasiado caro —dijo el Señor con un suspiro—. Seres inmortales que durante largo tiempo nos habían servido dejaron de responder a nuestras plegarias. El poder de nuestro propio dios se debilitó. La gente enfermaba y moría, las mujeres se quedaban yermas. Algunos se acogieron entonces al favor de otros dioses y Zhakrin se volvió todavía más débil. Y fue en aquel momento cuando los seguidores de Evren comenzaron a perseguirnos, y, llenos de ira y desesperación, nosotros nos resistimos. Como sabuesos, anduvimos los unos tras los otros, gastando y minando nuestras reducidas energías en un odio salvaje. El número de nuestra gente disminuyó, como también lo hizo el de la suya, y nos vimos obligados a retirarnos del mundo y ocultarnos en lugares oscuros y secretos, donde pasábamos nuestros días buscándonos y dándonos caza los unos a los otros.

El rostro del Señor se volvió más sombrío.

—Nuestros enfrentamientos dejaron de ser bravos y gloriosos. Ya no podíamos permitirnos tal cosa. Atacábamos de noche, furtivamente, lo mismo que hacían ellos. La cuchillada en la espalda reemplazó al encuentro de espadas frente a frente.

»Y entonces llegó un momento en que el fuego de nuestros corazones se convirtió en cenizas negras, y supimos que nuestro dios había sido derrotado. Todos, menos los más fieles, nos abandonaron entonces, pues éramos débiles y sólo disponíamos del poder que teníamos dentro de nosotros para luchar la batalla que es esta vida. Huimos a este lugar. Con la fuerza que nos quedaba, construimos este castillo. Maldijimos el nombre de Evren y planeamos destruir a sus seguidores aunque nos costase hasta la última gota de nuestra sangre.

»Entonces un dios vino hasta nosotros. No era nuestro dios. Era un dios extraño que no habíamos visto jamás. Se apareció ante nosotros, en ese mismo lugar —dijo el Señor gesticulando hacia la cabeza de la serpiente en el suelo—. Le preguntamos su nombre. Él dijo que era conocido tan sólo como el dios Errante —Mateo miró atónito a Khardan y la boca del califa se abrió de par en par— y que nos traía noticias urgentes. No era Evren la que provocaba la caída de Zhakrin, nos aseguró. Ella también había desaparecido, y todos sus inmortales. Sus seguidores se escondían en recónditos lugares lo mismo que nosotros.

» “Vuestra lucha no es entre ellos y vosotros”, dijo aquel dios Errante. “Habéis sido embaucados por uno llamado Quar, quien ha intrigado para que os destruyerais entre vosotros. De ese modo, él ha ocupado el campo y se ha proclamado victorioso. Él quiere convertirse en el Único y Verdadero Dios y hacer que todos los hombres se inclinen ante él y le rindan culto“.

»El dios extraño desapareció, y nosotros discutimos la cuestión durante largo rato. Después enviamos a nuestros caballeros a investigar. Ellos comprobaron que lo que el dios Errante había dicho era verdad. Quar era el poder predominante en el mundo. Pocos parecía haber en él que pudiesen detenerlo. Fue entonces cuando Auda ibn Jad, con gran peligro de su vida, se hizo pasar por un sacerdote de Quar y penetró en los más íntimos círculos del templo de este dios en la corte del emperador en Khandar. Allí descubrió las esencias de Zhakrin y Evren, que Quar mantenía prisioneras. Auda ibn Jad convocó entonces a mi esposa para que lo ayudase. Juntos y en secreto, lograron arrebatar las almas de ambos dioses a Quar, quien probablemente todavía no es consciente de su desaparición.

»La última vez que nos reunimos, oísteis de boca de mi esposa el relato de tan osado robo. La oísteis relatar su triunfo final. Ella y los caballeros viajaron de vuelta hasta aquí, atrayendo toda persecución y permitiendo que Auda ibn Jad y sus bravos soldados se adentraran sin ser vistos en Ravenchai con el precioso tesoro que guardaban. Esta noche le habéis oído contar las aventuras de su regreso a casa con nosotros. Y ahora vais…

Mateo ya no oyó nada más. El sonido de olas rompientes y el clamor de un viento impetuoso se agolparon en su cabeza. Apretando su mano contra su pecho, sintió la bola de cristal fría y lisa contra su piel.

El Portador.

Ahora sabía lo que llevaba. Dos peces: uno oscuro, otro claro…

Mateo miró aterrado a los caballeros; vio cómo ellos se volvían a mirarlo. La boca de su Señor se estaba moviendo; estaba diciendo algo, pero sus palabras se arremolinaban en su cabeza y no podía oír. La Maga Negra apareció ante su vista penetrando en su mente y en su corazón. Ella era todo cuanto podía ver, lo único en que podía pensar. Sólo podía entender sus palabras y, cuando ella levantó la mano y le hizo un ademán, él respondió.

—Abrid paso al Portador.

Moviéndose muy despacio, Mateo avanzó hacia el Círculo Sagrado. Éste se abrió para darle paso y, después de absorberlo, se volvió a cerrar en torno a él.

La Maga Negra se acercó hasta situarse directamente delante del joven brujo.

—Entrégame lo que llevas —le dijo en voz baja.

No era posible negarse. La mano de Mateo se movió por su propia cuenta, sin que él la dirigiese. Buscando en el seno de sus hábitos negros, sacó la bola de cristal y la sostuvo en su temblorosa palma.

El pez dorado permanecía inmóvil en el centro del globo; el pez negro nadaba en torno a él describiendo amplios círculos, con la boca abierta de par en par y golpeando excitado contra las paredes de cristal.

Con un reverente suspiro, la Maga Negra levantó la bola con suavidad y cuidado. Mateo sintió el ligero peso abandonar sus manos y un gran peso, que hasta ahora no había notado, abandonar su corazón. La maga llevó la bola hasta la mesa y la depositó al lado del cáliz. Después cubrió ambos con la tela negra de terciopelo.

—Oídme, mi gente —resonó triunfante su voz a través de la Sacristía—. ¡Mañana por la noche nuestro dios, Zhakrin, regresará a nosotros!

No hubo sonido alguno por parte de los seguidores del dios; ningún grito de entusiasmo. Aquellas palabras tocaron su alma demasiado profundamente como para hacer eco de ellas. Su victoria brillaba en sus ojos.

—Él estará débil y, por ello, ha determinado residir en un cuerpo humano hasta que vuelva a cobrar fuerza y retorne a su forma inmortal. Esto significará la muerte del cuerpo en el que elija residir durante su corta estancia sobre este plano, ya que se verá obligado a sorber sus jugos vitales para alimentarse…

Auda ibn Jad dio un paso adelante.

—¡Dejad que tome mi cuerpo!

—¡El mío! ¡El mío! —gritaron los Paladines Negros rompiendo el círculo para rivalizar entre sí por tan elevado honor.

La Maga Negra alzó la mano solicitando silencio.

—Gracias a todos. El dios toma nota de vuestro valor. Pero él ha hecho ya su elección y —la maga sonrió con orgullo— ha de ser el cuerpo de una mujer. Del mismo modo en que el hombre nace de la mujer, así nuestro dios regresará al mundo en el cuerpo de una mujer. Y, puesto que él no quiere reducir el número de sus seguidores, ha escogido a una de nuestras prisioneras. La más nueva. Ella es fuerte en magia, cosa que el dios encontrará útil. Es inteligente y de voluntad y espíritu fuertes…

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