—¿Qué otra cosa podrían ser? —dijo triunfante—. Ésta es una nueva empresa, mi querido. Debemos ser parte de ella.
Y así, creo, nuestro cambio tendrá como destino el mundo del espiritismo. Ahora que escribo cómo fue mi conversación con Julia, me doy cuenta de que debo parecer estúpido, pues fui muy lento al darme cuenta de lo que me estaba diciendo. Sin embargo, ilustra mi perpetuo punto flaco. Siempre he tenido dificultades para entender la magia hasta que se me revela el secreto.
15 de julio de 1878
Dos de las cartas que escribí a las revistas de magia a finales del año pasado han aparecido esta semana. ¡Estoy un poco desconcertado al verlas! Desde entonces, en mi vida han cambiado muchas cosas. Recuerdo cuando redacté una de las cartas, por ejemplo, el día después de descubrir la verdad acerca de Drusilla MacAvoy; al leer mis palabras ahora recuerdo aquel triste día de diciembre en mi habitación sin calefacción, sentado delante de mi escritorio y descargando mis sentimientos contra algún mago infeliz que había sido entrevistado a la ligera en la revista, por crear cierta clase de banco en el que los secretos de la magia serían almacenados y protegidos. Ahora me doy cuenta de que fue un comentario hecho medio en broma, pero allí está mi carta, como una avalancha de tediosa seriedad, castigando al pobre tipo por aquello.
Y la otra carta, igualmente vergonzosa de contemplar ahora, y una de la que ni siquiera puedo recordar las atenuantes circunstancias bajo las cuales la pude haber escrito.
Todo esto me ha recordado el estado de amargura emocional en el que había vivido antes de conocer a mi querida Julia.
31 de agosto de 1878
Hemos asistido a un total de cuatro sesiones de espiritismo, y ya sabemos de qué se trata. El fraude es generalmente de un nivel bastante bajo. Tal vez los destinatarios se encuentran en tal estado de dolor que serían receptivos a casi cualquier cosa. De hecho, en una de estas desafortunadas ocasiones los efectos fueron tan claramente fallidos que únicamente la credulidad puede ser la explicación.
Julia y yo hemos pasado mucho tiempo discutiendo cómo realizaremos esto, y hemos decidido que la mejor y la única manera es pensar en nuestros esfuerzos como magia profesional, realizada con los criterios más elevados. Ya hay demasiados charlatanes realizando sesiones de espiritismo, y no tengo deseos de convertirme en uno más de ellos.
Este esfuerzo es para mí un medio para un fin, una manera de hacer y tal vez acumular un poco de dinero hasta que pueda mantenerme con una carrera teatral.
Los trucos que se realizan en una sesión de espiritismo son de una naturaleza bastante simple, pero ya hemos estudiado algunas formas para elaborarlos un poco, con el fin de que sus efectos parezcan más sobrenaturales. Tal como nos sucedió con nuestro número mentalista, aprenderemos con la experiencia, y por lo tanto ya hemos redactado y pagado nuestro primer anuncio en una de las gacetas de Londres.
Al principio cobraremos tarifas modestas, en parte porque podemos permitírnoslo a medida que vamos aprendiendo, y en parte para asegurarnos tantos números como sean posibles.
Ya he recibido, y por lo tanto gastado mi última asignación mensual. Dentro de tres semanas debo ser totalmente autosuficiente, me guste o no.
9 de septiembre de 1878
¡Nuestro anuncio nos ha reportado catorce citas para otras tantas sesiones!
Ofrecimos nuestros servicios a dos guineas por sesión, y el anuncio me costó 3 chelines y 6 peniques, ¡por lo que ya estamos obteniendo beneficios!
Mientras escribo esto, Julia está redactando cartas de respuesta, tratando de organizar para nosotros un programa de citas firmes.
Hoy, durante toda la mañana, he estado practicando una técnica conocida como «La cuerda Jacoby». En esta técnica el mago está atado a una simple silla de madera con una cuerda común y corriente, que sin embargo todavía permite una fuga. Con un mínimo de supervisión por parte del asistente del ilusionista (Julia, en mi caso), cualquier número de voluntarios puede atar, anudar e incluso sellar la cuerda, y sin embargo todavía podrá realizarse la fuga. El mago, una vez escondido dentro de una caja, no solamente puede liberarse lo suficiente como para realizar supuestos prodigios desde el interior de la caja, sino que después recupera sus ataduras y es hallado nuevamente, liberado por los mismos voluntarios que lo ataron.
Esta mañana fui incapaz por dos veces de liberar uno de mis brazos. Nada debe dejarse librado al azar, así que dedicaré el resto de la tarde y de la noche a ensayar aún más.
20 de septiembre de 1878
Tenemos nuestras dos guineas, el cliente estaba literalmente sollozando de agradecimiento, y debo decir modestamente que establecimos breve contacto con el mundo de los muertos.
Sin embargo, mañana, que resulta ser también mi vigésimo primer cumpleaños, y el día en que mi vida adulta comienza en todos los sentidos, tenemos que realizar una sesión de espiritismo en Deptford, ¡y tenemos mucho que preparar!
Ayer nuestro primer error fue ser puntuales. Nuestra clienta y sus amigas nos estaban
esperando
, y mientras entramos en la casa e intentamos montar nuestros equipos, nos estaban
observando
. No puedo permitir que vuelva a ocurrir esto.
Necesitamos ayuda física. Ayer alquilamos un vehículo para que nos transportara hasta el domicilio, pero el chófer no estaba dispuesto en absoluto a ayudarnos a cargar nuestras máquinas hasta el interior de la casa (lo que significaba que Julia y yo teníamos que hacerlo solos, y algunas de las cosas son pesadas y la gran mayoría voluminosas). Cuando nos fuimos de la casa del cliente el maldito chófer no nos había esperado tal y como le habíamos dicho, y me vi obligado a quedarme de pie con todos nuestros aparatos de magia en la calle, fuera de la casa de la que habíamos salido, mientras Julia iba a buscar otro vehículo.
Y nunca más deberemos depender del mobiliario de la casa para hallar los muebles necesarios para algunos de nuestros efectos. Hoy tuvimos suerte; había una mesa que pudimos utilizar, ¡pero no podemos arriesgarnos así otra vez!
Muchas de estas mejoras ya han sido realizadas. ¡Hoy he comprado un caballo y un transporte! (El caballo tendrá que permanecer temporalmente en el pequeño patio que está detrás de mi taller hasta que pueda alquilar un establo de verdad). Y he contratado a un hombre para que conduzca y para que nos ayude a transportar todas nuestras cosas. El señor Appleby puede resultar, a la larga, no ser el indicado (esperaba encontrar a un hombre de aproximadamente mi misma edad, que fuera físicamente fuerte), pero por ahora es una gran mejora comparado con aquel pálido y maleducado chófer que nos falló ayer.
Nuestros gastos están aumentando. Para un número mentalista únicamente nos necesitábamos a nosotros mismos, dos buenas memorias y una venda; convertirnos en espiritistas nos obliga a realizar desembolsos que amenazan con superar nuestros ingresos potenciales. Anoche estuve acostado despierto durante largo rato, pensando en esto, y preguntándome cuántos más gastos quedan por venir.
¡Ahora debemos viajar hasta Deptford para nuestra próxima sesión! Deptford es una de las partes más inaccesibles de Londres desde aquí, ya que se encuentra no solamente más allá de la zona Este de Londres, sino en el lado más alejado del río.
Para llegar a una buena hora debemos partir al amanecer. Julia y yo hemos acordado que en el futuro únicamente aceptaremos presentaciones de gente que viva a una distancia razonable de donde vivimos nosotros, de lo contrario, el trabajo es, considerándolo todo, demasiado arduo, el día demasiado largo y las recompensas financieras demasiado pequeñas para lo que tenemos que hacer.
2 de noviembre de 1878
¡Julia está embarazada! Se espera la llegada del bebé para el próximo junio. Con toda la excitación que esto ha causado hemos cancelado algunas de nuestras citas, y mañana partimos hacia Southampton, para llevarle la noticia a la madre de Julia.
15 de noviembre de 1878
Ayer y anteayer nos dedicamos a sesiones de espiritismo; no hubo problema alguno, y los clientes quedaron satisfechos. Sin embargo, cada vez estoy más preocupado por las posibles consecuencias de los esfuerzos que Julia tiene que hacer, y estoy pensando en encontrar y contratar urgentemente a una asistente femenina para que trabaje conmigo.
El señor Appleby, tal como sospechaba, entregó su dimisión después de unos días.
Lo he reemplazado por un tal Ernest Nugent, un hombre de una fuerte constitución física de más de veinticinco años que hasta el año pasado era cabo voluntario en el Ejército de Su Majestad. Creo que es algo parecido a un diamante en bruto, pero no es estúpido; trabaja todo el día sin quejarse, y ya ha demostrado ser una persona leal.
En la sesión de hace dos días (la primera desde que regresamos de Sothampton), descubrí demasiado tarde que una de las personas que yo pensaba era familiar del difunto, era de hecho el reportero de un periódico. Este hombre tenía el propósito de denunciarme como a un charlatán, pero una vez que nos dimos cuenta de cuál era su propósito, Nugent y yo lo sacamos rápidamente (pero con gentileza) de la casa.
Por lo tanto, debe añadirse otra precaución a este trabajo: debo estar en guardia contra los escépticos activos.
Porque de hecho
soy
el tipo de charlatán que buscan desprestigiar. No soy lo que digo ser, pero mis engaños son inofensivos y, sinceramente creo, útiles en un momento de pérdida personal. En lo que respecta al dinero que cambia de manos, las cantidades son modestas, y hasta ahora ni un solo cliente se ha quejado de nada.
El resto de este mes está lleno de citas, pero hay un período tranquilo antes de la Navidad. Ya sabemos que estos acontecimientos son generalmente el resultado de una tormentosa decisión repentina, no de un prolongado cálculo, por lo que tendremos que seguir anunciándonos en los diarios.
20 de noviembre de 1878
Hoy Julia y yo hemos entrevistado a cinco jóvenes muchachas, todas deseosas de reemplazar a Julia como mi asistente. Ninguna servía.
Julia se ha sentido continuamente mal durante dos semanas, pero ahora dice que está empezando a mejorar. La idea de la llegada de un bebé, niño o niña, a nuestras vidas, ilumina nuestros días.
23 de noviembre de 1878
Ha ocurrido un incidente particularmente desagradable, y estoy tan lleno de furia que he tenido que esperar hasta ahora (once y veinticinco de la noche, cuando Julia está por fin dormida) antes de poder confiar en mí mismo para dejarlo escrito con algo de ecuanimidad.
Hemos ido a un domicilio cerca del Ángel, en Islington. El cliente era un hombre bastante joven, recientemente desconsolado por la muerte de su esposa, y a cargo de una familia de tres niños pequeños, uno de ellos casi un bebé. Este caballero, cuyo nombre cambiaré por el de señor L, fue el primero de nuestros clientes espiritistas que se dirigió hacia nosotros recomendado por otro. Por esta razón, habíamos planeado la cita con particular cuidado y tacto, porque a estas alturas ya nos damos cuenta de que si queremos prosperar como espiritistas, entonces tendrá que ser mediante una espiral de honorarios gradualmente en aumento, garantizados por la agradecida recomendación de clientes satisfechos.
Estábamos justo a punto de comenzar cuando alguien llegó con retraso. Inmediatamente sospeché de él, y lo digo sin tener en cuenta lo que sucedió después.
Nadie de la familia parecía conocerlo, y su llegada provocó una sensación de nerviosismo en la habitación. Ya me he vuelto susceptible a tales impresiones al comienzo de una de estas presentaciones.
Le indiqué a Julia, en nuestro código privado no verbal, que sospechaba que estaba presente el reportero de un periódico, y vi por su expresión que había llegado a una conclusión similar. Nugent estaba de pie junto a una de las ventanas cubiertas, no ajeno al lenguaje silencioso que Julia y yo utilizamos entre nosotros. Tuve que tomar rápidamente una decisión sobre qué hacer. Si yo insistía en que el hombre se retirara antes de que comenzara la sesión de espiritismo, seguramente se armaría un desagradable jaleo, con los cuales ya tengo algo de experiencia; por otro lado, si hacía algo sin duda quedaría expuesto como un charlatán al final de la presentación, y por consiguiente probablemente no cobraría honorarios y mi cliente no conseguiría el anhelado consuelo.
Todavía estaba intentando decidir qué hacer cuando me di cuenta de que había visto antes a aquel hombre. Había estado presente en una sesión anterior, y me acordé de él porque en aquel momento me había desconcertado mucho el hecho de que me mirara fijamente durante todo mi trabajo. ¿Era su presencia otra vez una coincidencia? Si así era, ¿cuáles eran las probabilidades de que perdiera a dos seres queridos en un corto período de tiempo, y cuáles eran las probabilidades adicionales de que yo hubiera sido llamado para realizar dos sesiones con su presencia? Si no era una coincidencia, tal como yo sospechaba, ¿cuál era su juego?
Evidentemente estaba allí para perjudicarme, pero ya había tenido su oportunidad antes y no la había aprovechado. ¿Por qué?
Éstos eran mis pensamientos en la desesperación del momento. Apenas si podía concentrarme, tal era la necesidad de mantener la apariencia de tranquila preparación para la comunión con el fallecido. Pero mi conclusión apresurada fue que, considerando las probabilidades, debía empezar la sesión, y así lo hice. Al escribir esto ahora me doy cuenta de que tomé la decisión equivocada.
En primer lugar, sin siquiera levantar una mano contra mí, estuvo a punto de arruinar mi presentación. Yo estaba tan nervioso que casi no podía concentrarme en lo que estaba haciendo, hasta tal punto que cuando Julia y uno de los hombres que estaban allí me ataron con «La cuerda Jacoby», permití que una de mis manos quedara sujetada más fuertemente de lo deseable. Dentro de la caja, afortunadamente apartado de la siniestra mirada fija y silenciosa de mi adversario, tuve que forcejear largamente antes de poder liberarme las manos.
Una vez terminado el truco de la caja, mi enemigo soltó su trampa. Se alejó de la mesa, empujó hacia un costado con un hombro al pobre Nugent, y arrancó una de las persianas que tapaban las ventanas. Sobrevinieron muchos gritos, causando intenso e incontrolable dolor en mi cliente y sus hijos. Nugent estaba luchando con el hombre, y Julia estaba intentando consolar a los niños del señor L, cuando sobrevino el desastre.