Read El Resucitador Online

Authors: James McGee

Tags: #Intriga

El Resucitador (53 page)

BOOK: El Resucitador
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Haciendo caso omiso a la dolorosa agonía de la herida de su brazo, Hawkwood empujó su cuerpo enérgicamente contra el hombro de Hyde hasta que ambos estuvieron casi espalda con espalda. Mientras Hyde luchaba por mantenerse en equilibrio, Hawkwood cambió de dirección y, usando la parte exterior de su rígido brazo izquierdo como fulcro, forzó el brazo armado de Hyde hasta apartarlo de su cuerpo. Sintió abrírsele la herida del brazo y el cálido chorro de sangre, pero siguió dando la vuelta hasta ponerse derecho y erguirse por completo. Cogido totalmente de sorpresa por la celeridad del ataque de Hawkwood, Hyde se vio atrapado, con su brazo armado fuera de posición, su guardia rota y la punta de la espada de Hawkwood suspendida a un pelo de su ojo izquierdo.

Y aún entonces, Hawkwood advirtió que no había miedo en su rostro, sólo una especie de turbación, que mudó en respeto y luego en incertidumbre.

—Había un maestro de esgrima llamado John Turner —dijo Hawkwood—, Su especialidad era matar a su contrincante atravesándole el ojo con la punta de la espada. Una vez
maté
a alguien así; le hinqué una barrena en el cerebro. Pero existe otro tipo de ataque, supuestamente perfeccionado por un maestro francés de nombre Le Flamand. Él lo llamaba el
botte de Nouilles
: la hoja se clava
entre
los ojos… —Hawkwood movió la punta del estoque un par de centímetros a la derecha—. Es un punto débil, según tengo entendido. Aunque no estoy seguro a ciencia cierta.

Hyde frunció el ceño.

Hawkwood ejecutó un golpe recto.

La punta se hundió sin apenas resistencia. Los ojos de Hyde se abrieron sobrecogidos. Y permanecían abiertos cuando Hawkwood retiró su espada y dio un paso atrás. Observó el cadáver de Hyde caer de bruces contra el suelo. Contempló el cuerpo inerte durante unos segundos. Luego, tras recoger su abrigo, arrojó la espada tirándola a un lado y salió de la habitación.

Jago alzó los ojos con alivio al ver a Hawkwood emerger de la oscuridad.

Hawkwood suspiró cansado.

—Váyase a casa, Carslow.

Oyó a un atónito Jago ahogar un grito.

—¿No estarás hablando en serio?

El cirujano miró fijamente la puerta por la que Hawkwood y Hyde habían desaparecido.

—Ya me ha oído, Carslow. Váyase a casa —Hawkwood clavó una mirada incisiva en el cirujano—. Pero asegúrese de presentarse en Bow Street antes del mediodía. No quiero tener que ir a buscarle. Y yo de usted, tampoco haría planes para impartir clases por un buen tiempo.

Con la serenidad hecha añicos, Carslow se puso blanco como la cera. Hawkwood giró sobre sus talones.

—¿Nos vamos, sargento?

James Read estaba de pie frente al fuego, contemplando las llamas con un aire —pensó Hawkwood— de profunda reflexión.

—Es un asunto desagradable, Hawkwood.

Hawkwood supuso que era una frase retórica y no replicó.

El magistrado jefe se volvió.

—¿Cómo sigue el brazo?

—Curándose.

Read asintió lentamente.

—Estuve hablando con Edén Carslow.

Hawkwood aguardó en silencio a que continuara.

—Comprende que se ha malinterpretado su actuación con el coronel Hyde.

—¿Malinterpretado?

—Al considerarlo en retrospectiva admitió que le pudo la lealtad profesada a su amigo a la razón. No obstante, una vez se desencadenaron los hechos, ya fue tarde para echarse atrás.

—¿Tarde para intervenir y salvar a Molly Finn?

Read frunció la boca.

—¿Acaso Carslow le contó qué querían de ella?

—Molly Finn no era… —Read calló unos segundos—…en sí un requisito. Cualquier mujer que rondara su edad hubiera valido. Era su corazón lo que querían.

Hawkwood se quedó petrificado.

—¿Iban a colocar el corazón en el cadáver de su hija? ¿Hyde iba a hacer latir el corazón de Molly con su máquina eléctrica?

—Eso pretendía, sí.

—Como hiciera John Hunter con el reverendo Dodd.

—¿Dodd? —repitió el magistrado jefe frunciendo el ceño—. No me suena ese nombre.

Hawkwood se lo explicó todo.

—Ya veo. En efecto, Carslow dijo que ése era el plan de Hyde.

—¿Es posible hacerlo? ¿Podrían haberlo conseguido?

—Hyde estaba convencido de que sí, mientras que Carslow confesó no saberlo.

—¿Qué no lo sabía? Pero él bien que siguió adelante con ello.

—Le atraía la posibilidad de que pudiera conseguirse. A Carslow no le interesaba el hecho de resucitar a la hija de Hyde; participaba simplemente, según él, para nutrirse de conocimientos.

—Dudo que a Hyde se lo dijera así —comentó Hawkwood.

—Admitió que coincidía con Hyde en que algún día sería posible utilizar órganos y sangre de muertos o moribundos para prolongar la vida de los vivos. Añadió que si uno creía de verdad en el avance de la cirugía, había que estar dispuesto a asumir riesgos, a forzar los límites de la ciencia y de la medicina en pos de un bien supremo: el beneficio para la humanidad. Reconoció abiertamente que la habilidad y los conocimientos de anatomía de Hyde superaban con creces los suyos propios. La pericia adquirida por el coronel tratando a los heridos en el campo de batalla le confirió un entendimiento único del funcionamiento del cuerpo.

—¿Y qué hay de la chica?

—Dijo sentirse profundamente arrepentido.

—¿Arrepentido? ¿Eso es todo? ¿
Arrepentido?

—Me contó que le invadía un gran remordimiento, así como vergüenza por sus actos, pero no habló de culpabilidad y, por sus formas, no percibí que la sintiera.

—En otras palabras, en lo que a él respecta, su único crimen ha sido que le echaran el guante.

—Aunque suene crudo, sospecho que así es.

—Se librará de ésta, ¿cierto? —afirmó Hawkwood con gravedad.

—Carslow no se enfrentará a un juicio, eso téngalo por seguro. Hoy no será el día en que se sienten precedentes. Usted sabe tan bien como yo que nunca se ha enviado a un cirujano a la horca por relacionarlo con bandas de resucitadores. En cualquier caso, sería de lo más improbable que a una figura tan eminente como Edén Carslow le leyeran la cartilla.

—¡Pero ha sido cómplice de asesinato!

Read lanzó un suspiro.

—Las autoridades ya han decretado que al coronel Hyde lo mató el reverendo Tombs en el hospital Bethlem. Un muerto no puede resucitar y cometer asesinato.

—Pero fue eso precisamente lo que hizo —objetó Hawkwood.

—No quedará constancia de la muerte de la chica a manos del coronel Hyde —aseveró Read.

—Tenía un nombre —espetó Hawkwood—. Molly Finn.

Read levantó la cabeza, con la mandíbula apretada. Entonces, la expresión de su rostro se ablandó.

—Tiene razón. Perdóneme, Hawkwood. No puedo decir que esta situación me guste más que a usted.

—¿No puede hacer nada?

—Hay asuntos que traspasan la competencia de esta oficina —el magistrado jefe unió las manos formando un rombo—. Creo haberle avisado con anterioridad, Hawkwood, de que Edén Carslow se movía por círculos privilegiados. Tiene amigos poderosos e influyentes. El primer ministro y al menos dos miembros del gabinete son pacientes suyos. Molly Finn era una chica de la calle, alguien insignificante. Conste que son sus palabras, no las mías. Encuentro su arrogancia algo irritante, como podrá imaginar.

—¿Quiere decir que están cerrando filas?

—En efecto.

—¿Y ahora qué? ¿Reanudará sus visitas a domicilio como si nada?

—No del todo.

—¿Qué quiere decir?

—Tengo entendido que se le ha propuesto para recibir el título de sir. No vi mal alguno en advertirle que tal honor entraña ciertas responsabilidades para el titulado. Le dije que de seguro llegaría el día en que se le recordaría su… aberración, y sus obligaciones para con esta oficina.

—¿Qué quiere decir eso?

—Quiere decir que está en deuda con nosotros.

—Así que a él lo hacen sir mientras que a Molly Finn la entierran en la flor de la vida. ¿Y qué hay de la justicia?

—¿Justicia, Hawkwood? —preguntó retóricamente James Read soltando un suspiro—. El mundo funciona así.

—Pero está mal.

—Puede, aunque el mundo sigue girando, no hay nada que lo detenga. Es algo imparable, inevitable.

—Eso no quiere decir que tenga que gustarme.

—No —reconoció Read.

Pasó un ángel entre ellos. Sólo se oía el crepitar del fuego en la chimenea. Fue Read quien rompió el hechizo.

—¿Cómo está el comandante Lomax?

—Vivirá. Tiene más vidas que un gato.

—Me complace oírlo. ¿Y el guardia Hopkins?

—Tengo que hablar con él sobre el mantenimiento de armas ligeras.

—¿Y el sargento Jago?

—Tan autosuficiente como siempre.

Read torció el morro. Por cierto, supongo que Twigg le ha informado de que descubrió la ubicación de la tumba de la hija de Hyde.

—No.

—Un asunto de lo más interesante.

—¿Y eso?

—Parece ser que el cuerpo aún se encontraba allí.

—¿Qué?

—No se había tratado de forzar la tumba. El cuerpo que Hyde intentaba resucitar no era el de su hija.

—¿Entonces de quién era?

—Dudo que alguna vez obtengamos respuesta a esa pregunta. Me temo que si alguien puede arrojar luz sobre el misterio, ése es Edén Carslow. Me dijo que Hyde le había pedido hacerse con el cuerpo
a él personalmente.

—¿Le dijo eso?

—En uno de los momentos en que bajó la guardia.

—Aunque no lo desenterraría él mismo.

—No. Sí que admitió, empero, recurrir con frecuencia a una de las bandas de resucitadores. Su enlace es un portero del Saint Thomas, un tal Butler. Le interesará saber que Butler también fue soldado, y socio de Swaney durante la guerra. Tendría gracia que le hubieran encomendado a Swaney recuperar el cuerpo de la hija. Twigg me ha explicado que la tumba era de piedra y estaba protegida por una rejilla metálica. Creo que no es aventurado suponer que Swaney y sus secuaces, si efectivamente fueron ellos, habrían encontrado esa exhumación en particular una empresa demasiado ardua. Es obvio que robaron otro cuerpo en su lugar y guardaron silencio sobre el tema. Dudo que Carslow lo supiera. Por supuesto, el coronel Hyde no había visto nunca a su hija. Depositó su confianza en Carslow para que éste recobrara el cuerpo y lo conservara hasta que él pudiera escapar. Carslow guardó el cuerpo en el número 13 de Castle Street… —El magistrado jefe arrugó una ceja—. Fue una suerte que encontrara esa nota.

—¿Qué van a hacer con el sitio?

—Aún no se ha tomado decisión alguna al respecto. Seguramente trasladarán los enseres a la posada Lincoln, donde pasarán a engrosar el resto de la colección de John Hunter. Aún no me han explicado por qué no fueron retirados antes, cuando se cerró la casa. Parece haber sido un descuido.

—¡Dios Todopoderoso! —exclamó Hawkwood.

—En efecto. Los caminos del Señor son inescrutables. Caminos que, por cierto, me llevan a otro misterio. Me intriga, aunque no me preocupa lo más mínimo, el haber sabido del incendio que redujo a cenizas el Perro Negro. Tengo entendido que el dueño y sus hijos murieron presos de las llamas, junto con Swaney y sus socios.

—Eso he oído —dijo Hawkwood—. Toda una tragedia.

—En efecto. ¿No sabrá usted por un casual cómo empezó el fuego? Por suerte no se propagó a los edificios aledaños, aunque creo que los vecinos pudieron brindar alguna ayuda. La nevada de esta madrugada también habrá contribuido a humedecerlo.

El magistrado jefe miró por la ventana.

—Probablemente habrá sido una chispa extraviada —contestó Hawkwood caminando hacia la puerta—. Ya sabe la facilidad con la que ocurren esas cosas.

James Read se giró y contempló la punta de su alargada nariz.

Hawkwood se detuvo, la mano sobre el pomo de la puerta, y, señalándole al magistrado jefe con la cabeza la recién instalada pantalla de chimenea, dijo:

—Le puede pasar a cualquiera, señor…

Read entornó los ojos.

Cerrando la puerta tras de sí, Hawkwood dirigió una sonrisa forzada a Ezra Twigg, quien se encontraba sentado tras su escritorio en la antesala, y masculló entre dientes:

—… incluso a los cirujanos.

Fin

JAMES MCGEE, nació en el seno de una familia militar. Se educó en Gibraltar, Alemania y Belfast. Ha trabajado en la banca, en el negocio de las aerolíneas y actualmente suele trabajar como crítico de libros para varios programas de radio para la BBC, Liberty Radio y Talk Radio. Es el autor de 6 novelas.
El Resucitador
es el segundo libro que tiene como protagonista al agente Hawkwood.

Notas

[1]
Esta palabra procede de la pronunciación coloquial de «Bethlem». En un primer momento, el término hacía referencia exclusivamente a dicho hospital. Con el paso del tiempo su significado original ha derivado a «alboroto» o «manicomio». (N. de las T.).
<<

[2]
Los
runner
(corredores) de Bow Street, calle en la que se ubicaba el Tribunal de Magistrados, están considerados el primer cuerpo oficial de policía de Londres. Fue fundado en 1749 por el novelista y dramaturgo Henry Fielding. Su cometido no consistía en patrullar las calles como los guardias, sino en aprehender a delincuentes siguiendo órdenes directas de los magistrados judiciales, a cuya autoridad estaban sometidos. (N. de las T.).
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