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Authors: James McGee

Tags: #Intriga

El Resucitador (52 page)

BOOK: El Resucitador
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Carslow empalideció y recuperándose en el acto se vino arriba.

—No sabe nada. ¿Piensa que la comunidad científica se quedará con los brazos cruzados?

—Dígaselo a Leonardo o a Galileo… o a John Hunter.

—Cirujanos como John Hunter y Titus Hyde, hombres dispuestos a ser los primeros en traspasar las fronteras del conocimiento, son los que iluminan el camino para el resto de los humanos. Usted ha estado en la guerra, Hawkwood, ha visto trabajar a hombres como el coronel Hyde, ha visto los milagros que son
capaces
de obrar. Imagino que incluso ha tenido motivos para agradecerle a hombres como Titus Hyde que le hayan recompuesto después de un maldito combate. ¿Cómo piensa que ha adquirido esa habilidad? Fue gracias a hombres que antes que él osaron explorar más allá de
sus
límites.

—Se puede ahorrar la clase, Carslow. No soy uno de sus condenados alumnos. No me impresiona en absoluto. Usted caerá también como su cómplice. Vaya mierda de final para una ilustre carrera, ¿no cree? Colgando de la horca. Me pregunto qué pensarán sus alumnos al respecto. Nunca se sabe, puede que acaben diseccionando el cuerpo de un asesino convicto como
usted.
Eso sí que me impresionaría.

Carslow palideció.

«Ahora ya no pareces un tipo tan duro, ¿a que no?» pensó Hawkwood.

Los finos labios de Hyde se abrieron por primera vez.

—Mi estimado capitán, no pensará en serio que eso es lo que va a ocurrir. No sea ingenuo. A los cirujanos no los cuelgan, Hawkwood. Estamos en guerra. ¿Quién cree que va a remendar a todos esos guerreros malheridos? —Hawkwood no abrió la boca. Se percató de la mirada asesina de Jago. Hyde dio un bufido con desprecio—. ¿Con quién dijo que había hablado? ¿Con McGrigor? ¡Ese escocés mojigato! ¿Y se llama a sí mismo cirujano general? Puede que le haya sucedido, pero no le llega a John Hunter ni a la suela de los zapatos. A ese hombre le preocupa más no ofender a Dios que servir a la causa de la ciencia. ¿Qué le contó? ¿Qué se negaron a entregarme porque no aceptan órdenes de los franceses? ¿Cree que esa fue la única razón? Usted ha sido soldado, capitán. Ha visto el interior de las tiendas. Sabe lo que es: el sentimiento de desesperanza, de inutilidad. Piense qué potencial tendría si aprendiéramos a utilizar partes del cuerpo de los muertos para curar a los vivos. Si pudiéramos conseguirlo, las posibilidades serían infinitas. Por Dios, hombre, ¿cree que me habrían destituido de mi cargo si los gabachos no hubieran encontrado la maldita bodega? El motivo por el que no me entregaron fue porque necesitan cirujanos como
yo
para curar a los soldados
británicos.

Usted mismo lo dijo: a lo peor me encerrarán de nuevo en Bedlam. La guerra no durará para siempre. Cuando finalice y los gabachos estén de vuelta en su terruño, yo estaré bebiendo brandy en el comedor de oficiales. Para entonces, ya habré podido volver a ganarme al doctor Locke. Como ya comenté, no es que sea un lumbreras, pero en un lugar como Bethlem uno debe dar gracias por lo que tiene. Necesitaré, empero, un nuevo contrincante de ajedrez. Sin embargo, no puedo quejarme. El pastor cumplió su cometido. Tiene su gracia que ambos volviéramos a encontrarnos. Una extraña coincidencia que visitara el hospital, ¿no cree?

Porque usted
sabía
que Tombs fue capellán del ejército, ¿cierto? Que fuimos compañeros en España. ¡Ah!, por la expresión de sus ojos, puede que no. Pues visitaba asiduamente las tiendas del hospital. Las cicatrices del rostro se las hizo precisamente allí, cortesía de un mortero francés. Fui yo quien le practicó los puntos más tarde. Irónico, ¿no cree? La verdad es que se mostró de lo más agradecido, incluso se ofreció a entregar misivas de mi parte cuando me encontraba recluido en el hospital. Estaba usted en lo cierto cuando acusó a Edén de mantener correspondencia conmigo. El reverendo Tombs era nuestro mensajero alado, nuestro Hermes —Hyde se hizo el olvidadizo—, Pero me estoy yendo por las ramas. ¿Por dónde iba…? ¡Ah, sí!, ya recuerdo. No, capitán Hawkwood, no nos colgarán. Somos condenadamente valiosos.

—No para mí —espetó Hawkwood.

Hyde abrió los ojos como platos cuando Hawkwood, en un visto y no visto, levantó su pistola y apretó el gatillo.

Oyó a Carslow lanzar un grito ahogado. Se produjo un destello, pero ahí quedo todo. En ese momento, Hawkwood supo que la pistola había fallado. Aunque el pedernal había golpeado el rastrillo y prendido la pólvora de la cazoleta, la chispa no alcanzó a penetrar en el agujero en el lateral del cañón. Lo único que la pistola disparó fue humo.

Hyde había desaparecido.

Era rápido; Hawkwood había olvidado lo rápido que era. Se había esfumado en un abrir y cerrar de ojos.

—¡La puerta!

Jago levantó su pistola y apuntó. Hawkwood vislumbró una silueta perdiéndose como una exhalación en un trecho de sombra que escapaba al resplandor de la vela; acto seguido se desvaneció.

—¡No! —exclamó Hawkwood señalando a un boquiabierto Carslow, sin habla por la sucesión de acontecimientos—. ¡Vigílale! ¡Hyde es mío!

Hawkwood salió corriendo.

Tan pronto cruzó la puerta, quedó de manifiesto que se había adentrado en un mundo diferente. No había lúgubres pasadizos ni sombrías escaleras ni suelos desnudos. En su lugar, encontró un largo pasillo flanqueado por retratos con una puerta abierta al fondo. Sin detenerse a reflexionar sobre el contraste, se precipitó por el oscuro corredor. Al franquear la puerta, entró en lo que parecía ser un amplio salón, desprovisto de mobiliario. Tampoco había luz artificial, pero arriba, en la pared, los postigos abiertos dejaban pasar la fría luz de luna a través de los ventanales. Se paró en seco. ¿Dónde estaba Hyde?

—Swaney dijo que era usted un cabrón. Tenía razón —pronunció una voz a su espalda.

Hawkwood se giró. Hyde estaba de pie mostrando una calma total. En la mano tenía un arma, cuya punta descansaba en el suelo junto a su pie. Se había deshecho del delantal salpicado de sangre. Parecía encontrarse de lo más tranquilo. Su rostro era gris a la luz de la luna; sus ojos negros y duros como la piedra.

Hawkwood supuso que Hyde había cogido la espada de uno de los estantes que cubrían las paredes de la habitación. Ahora entendía por qué no había muebles. Seguramente fue aquí donde Hyde se procuró el bastón-espada que llevaba la otra noche. La selección de armas expuestas en torno al perímetro de la habitación era digna de admiración y hubiera hecho justicia al arsenal de un regimiento. Por lo que Hawkwood veía, no sólo había espadas, sido también armas de asta, estiletes, sables y floretes que se disputaban el espacio con alabardas, gujas, bisarmas y picas.

—Veo que se estará preguntando dónde se encuentra —comentó Hyde—. Este lugar también era de Hunter. Ambas propiedades le pertenecían. Si atraviesa estas habitaciones y sale por la puerta principal, se encontrará en Leicester Square. Hizo construir toda esta parte más tarde (la sala de operaciones y todo lo demás). Tenía incluso un museo para sus especímenes. Recibía a sus mecenas y pacientes por Leicester Square y le hacían entrega de los cuerpos por Castle Street. Fascinante, ¿verdad?

»Solían llamar a esta habitación la sala de
conversazione
—continuó Hyde con aire risueño—. Era un salón recibidor. Es curioso que ahora esté más bien destinado al adiestramiento para el combate que al arte de la conversación. De las veladas al manejo de la espada, ¿eh? ¿Quién lo hubiera dicho? Pero está muy bien conservado, ¿no opina lo mismo? Aunque los retratos nos son los originales, por supuesto; esos se vendieron con el resto de enseres cuando Hunter murió. Fue entonces cuando arrendaron la casa principal. No estoy seguro de quién la tenía antes, pero ahora es una academia de esgrima; un lugar para que los hijos de la nobleza aprendan la noble ciencia. Así es como la llaman, ¿sabe? Con toda seguridad, Hunter también lo encontraría irónico —dijo Hyde soltando una risilla.

»Por fortuna para mí, el
maitre d'armes
se encuentra indispuesto. Se está recuperando de una herida bastante grave infligida por un alumno demasiado entusiasta. Una feliz coincidencia también ha querido que dicho maestro sea paciente de Edén Carslow. Teníamos, pues, el sitio para nosotros hasta que usted cometió la estupidez de encontrarlo.

Hawkwood observó la hoja. Se preguntaba cuáles serían sus probabilidades de alcanzar un arma. Se preguntaba por qué Hyde no le había atacado nada más entrar en la habitación. Se le ocurrió que tal vez Hyde pretendía conducirle aquí desde el principio.

Hawkwood calculó la distancia que mediaba hasta la pared. Sería arriesgado. El coronel era rápido, mientras que él seguía llevando el puto abrigo, que ralentizaría sus movimientos. Hawkwood se fijó en que la punta de la espada de Hyde no tenía botón.

—¿Cómo va el brazo? —se interesó Hyde—. Casi olvido preguntarle. Si le duele, debería permitirme examinarlo. El corte de la mejilla, sin embargo, parece estar cicatrizando bastante bien —de repente, Hyde esgrimió una sonrisa—. Por cierto, ¿sabía usted, y esto si que es la más extraordinaria de las coincidencias, que atendí al joven Delancey después que usted le disparara? Aunque evidentemente no pude hacer nada por él. Murió en el acto; es lo que ocurre cuando se recibe una bala en el corazón.

Hawkwood lo miró fijamente. Delancey era un oficial de la Guardia Real a quien abatió en duelo tras la batalla de Talavera. Delancey le había desafiado después de que Hawkwood le hubiera acusado de ser un temerario que ponía en peligro a sus hombres. De no haber intervenido Wellington, Hawkwood hubiera sido destituido del servicio y enviado de vuelta a casa. I m cambio, se unió a la unidad británica de inteligencia de Colquhoun Grant, donde sirvió de enlace con los guerrilleros.

—Lo que me hace pensar en cómo se desenvolverá con la hoja en lugar de con la pistola. ¿Ha manejado alguna vez una espada, Hawkwood?

—En alguna ocasión.

—¿De verdad? ¡Ah, sí!, pero si es usted agente de la ley, ¿cierto? Edén me lo contó. Bueno, ¿qué me dice?

—¿Qué le digo de qué?

—De un cuerpo a cuerpo, ¿qué va ser si no? Al menos yo le estoy brindando la oportunidad de luchar, lo que usted no estuvo dispuesto a ofrecerme antes. ¿Sabe qué? se lo voy a poner fácil. Aquí tiene, cójalo.

Hyde le lanzó el estoque por lo alto. Si no hubiera sido por el reflejo de la luna sobre la hoja ondeante, Hawkwood la hubiera perdido de vista en el aire. Pero la amplia parábola no había sido más que una calculada artimaña que Hyde aprovechó para rearmarse. Para cuando Hawkwood hubo agarrado el estoque, Hyde ya se había vuelto y asido una espada del estante tras de sí.

—Puede que le resulte más sencillo si se quita el abrigo.

Hawkwood vaciló. «Esto es una locura», pensó.

—¿Y bien? —preguntó Hyde con una voz queda claramente desafiante.

Hawkwood se despojó de su abrigo y lo tiró al suelo. Oyó reír a Hyde.

Hawkwood notó que hacía un frío glacial en la habitación. Alzó la vista a las ventanas, por las que no entraba mucha luz. Se preguntaba si la nieve que Jago había pronosticado estaría a punto de caer.

Hyde atacó. El brazo armado se abalanzó como una mancha borrosa hacia a la garganta de Hawkwood.

Por instinto, Hawkwood efectuó una parada de cuarta a primera. La habitación resonaba con el entrechocar de las hojas. Hawkwood respondió proyectando la punta de su espada al flanco de Hyde. Hyde paró el ataque con soltura, desenganchó y retrocedió.

—Veo que tiene
cierto
manejo de la espada —espetó Hyde con desdén.

Hawkwood sabía que la táctica de apertura de Hyde no había sido más que un tanteo para poner a prueba sus reflejos. La estrategia de un buen espadachín se regía por las acciones defensivas de su contrincante. Hyde habría visto cómo Hawkwood sostenía la espada, cómo se movía, y la velocidad de ejecución de su respuesta. Probablemente el segundo ataque sería más agresivo, aunque con el mismo propósito de sondearlo.

Hawkwood aguardó.

La próxima acometida del coronel fue una estocada hacia el brazo armado de Hawkwood, quién la paró usando el
forte
y la curva de la guarnición de su espada para apartar el hierro. Respondió apuntando al flanco de Hyde, quien realizó una parada y volvió a adelantarse, con la hoja de su espada centelleando bajo la luz que se filtraba por las ventanas. Hawkwood efectuó una parada y respondió acometiendo contra el flanco derecho de su adversario. Hyde alzó su espada interceptando así la finta de Hawkwood, el cual, acto seguido, con un giro de muñeca hacia abajo, arremetió con un revés de mano contra el vientre de Hyde. Sintió la punta rasgar el torso de Hyde y le oyó emitir un gruñido al arañar la hoja el lateral inferior de su cuello. Mientras Hyde se retorcía, Hawkwood retrocedió antes de que su rival pudiera responder. Hyde se llevó la mano al pecho y a la barbilla, y contempló sus dedos manchados de sangre. Levantó los ojos. Los ojos oscuros de quien ha tomado una nueva conciencia.

De súbito, se lanzó hacia adelante. Hawkwood apenas tuvo tiempo de reaccionar ante el extremo de la hoja de Hyde acometiendo a sus costillas. Hawkwood tomó aire, dirigió su espada contra la de Hyde y sintió tensarse los nervios de su muñeca al contener con su hierro toda la fuerza del ataque de su adversario. Oyó a Hyde gruñir de nuevo. Hawkwood apartó con ímpetu la espada de su contendiente y aferró el puño de su arma pertrechándose para la próxima ofensiva del coronel.

Hyde volvió a la carga. Espada en alto, Hawkwood reaccionó para bloquear el tajo, pero fue demasiado lento, había malinterpretado la señal y sintió un dolor lacerante abrasarle el brazo derecho cuando la punta de la hoja de Hyde le sajó el bíceps. Escuchó a Hyde mascullar de placer por el corte.

Había llegado el momento de poner fin a aquello.

Hawkwood lanzó una repentina estocada al brazo armado de Hyde, quien rechazó la hoja con desdeñosa agilidad y esgrimió la espada contra el tórax del agente, el cual, a su vez, repelió con violencia el arma echándola a un lado. Entonces, Hyde contraatacó. Hawkwood cruzó su espada en diagonal frente a su cuerpo y golpeó con fuerza la superficie de la hoja de su rival, forzándola hacia abajo y afuera. Nada más empezar a revirar los hombros del coronel, Hawkwood efectuó su jugada: dando un paso a la izquierda, giró a la derecha arrimándose a su contrincante y con su brazo izquierdo inmovilizó el brazo armado del coronel. Hyde era un hombre flexible con un alcance profundo. Metiéndose de lleno en el ataque de Hyde, y recortando así la distancia entre ellos, Hawkwood había reducido el margen de maniobra de su adversario. Había roto la cadencia de Hyde.

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