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Authors: Endo Shusaku

El samurái (44 page)

BOOK: El samurái
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POST SCRIPTUM

Hechos y verdades en
El samurái

Van C. Gessel

El contexto histórico

Cuando Hasekura Rokuemon (1571-1622) partió de Tsukinoura el día 28 de octubre de 1613, empezó a llevar un diario de sus experiencias en el extranjero. Después de su muerte, el diario fue conservado durante cierto tiempo en el dominio del noreste del Japón al que pertenecía, pero, como casi todas las cosas relacionadas con ese viaje, fue extraviado o destruido por las autoridades feudales. Es una gran pérdida para nosotros, puesto que quizá fuera la única fuente digna de confianza capaz de arrojar alguna luz sobre los diversos misterios que rodean ese viaje.

En verdad, tan poco se sabe acerca de esta embajada, que tanto los historiadores occidentales como los japoneses prácticamente la han ignorado. Aunque abundan los documentos secundarios en Madrid y Roma, los interrogantes principales acerca de los motivos del viaje continúan sin respuesta. Es verdad que Scipione Amati, un archivista italiano que viajó con el grupo en carácter de intérprete entre agosto de 1615 y enero de 1616, escribió un relato del viaje titulado
Historia del Regno di Voxu
. Pero sólo se puede confiar en el relato de Amati cuando narra hechos que vio con sus propios ojos. Un ambicioso sacerdote franciscano de Sevilla había referido a Amati en detalle los acontecimientos que determinaron el viaje y los ocurridos durante los primeros dos años de éste, y en su mente había algo más que el mero deseo de explicar la verdad.

El padre Luis Sotelo (1574-1624), modelo del Velasco de la novela, parece haber sido exactamente el intrigante fanático que describe Endo. La exagerada versión que dio Sotelo a Amati de sus propias proezas evangelizadoras en el Japón hacían de él un predicador mucho más persuasivo y eficaz que Aquel a quien decía representar. Como no se puede tomar a Sotelo al pie de la letra, estamos librados a nuestros propios medios para determinar por qué se organizó aquella embajada, qué deseaban verdaderamente obtener el gobernante Ieyasu y Date Masamune, el señor de Hasekura, y por qué Hasekura fue elegido como jefe de la misión.

En este sentido la novela de Endo, aparte de ser una excelente obra de ficción, es un valioso trabajo de especulación.
El samurái
es meticulosamente fiel a la historia, cosa que no se proponía el autor en Silencio, su anterior novela. Virtualmente todo lo que se dice de Hasekura (excepto la afirmación de que jamás había participado en una batalla) es verdad, aunque lamentablemente es muy poco más lo que se sabe. Gracias a los esfuerzos de historiadores japoneses como Matsuda Kiichi se ha verificado que Hasekura fue miembro del cuerpo de mosqueteros de Date y que gobernaba un feudo relativamente insignificante del noreste del Japón. Pero no hallamos otra mención de su nombre hasta que aparece en la cubierta del San
Juan Bautista
, juntamente con más de un centenar de japoneses y unos cuarenta marinos españoles.

El galeón atracó en Acapulco el 28 de enero de 1614; irónicamente, casi el mismo día en que Ieyasu promulgó el notorio edicto de expulsión de los cristianos que señaló el principio del fin de la acción misionera en el Japón. Las actividades de Hasekura y los demás emisarios continúan envueltas por la bruma incluso después de su llegada a Nueva España. Amati transmite con resplandecientes colores el informe de Sotelo sobre el bautismo de setenta y ocho japoneses en Ciudad de México; pero los archivos locales de la iglesia no registran el hecho. La Historia describe luego la recepción entusiasta que se brindó a los embajadores a su paso por Nueva España; pero Sotelo, autor de esa gloriosa narración oficial, despachó simultáneamente cartas al rey de España en que se quejaba del frío tratamiento que habían recibido en todas partes.

Los aproximadamente veinte japoneses que embarcaron en Veracruz el 10 de junio de 1614 fueron probablemente los primeros que atravesaron el océano Atlántico. Sólo después de su llegada a Europa la documentación del viaje se torna lo bastante digna de crédito. Los emisarios fueron realmente bien acogidos en Sevilla, ciudad natal de Sotelo; consiguieron una audiencia del rey Felipe III de España (en la cual Hasekura, con típica deferencia japonesa, declaró que se consideraba «el más honrado de todos mis compatriotas» por haber abandonado una tierra a oscuras y recibir la luz de una nación cristiana);

Hasekura fue bautizado el 17 de febrero de 1615 por el capellán personal del rey, y fue designado senador y patricio romano cuando llegó a la Ciudad Eterna. Sin embargo, el gobierno español recibió iracundos informes de los jesuitas que cuestionaban los verdaderos motivos de la embajada y no pudo articular una respuesta razonable a las peticiones de los emisarios, de modo que el grupo languideció en España durante casi diez meses.

Sotelo llegó finalmente a la conclusión de que su único recurso era el Papa. La audiencia con Pablo V del 3 de noviembre de 1615, aunque fue cuidadosamente preparada, produjo escasos resultados concretos. Sotelo no consiguió ser designado obispo del Japón, y se soslayó hábilmente el asunto de las relaciones comerciales entre el Japón y Nueva España. Aunque el Papa manifestó estar de acuerdo con el envío de más franciscanos al Japón, las noticias de los violentos cambios allí ocurridos anularon pronto esa promesa.

Endo comprime las etapas finales del viaje para obtener mayor efecto dramático. En realidad los emisarios permanecieron en Europa hasta el verano de 1617, aunque no se sabe bien qué hicieron. Cuando su barco llegó a Manila en julio de 1618, el gobierno del Japón les ordenó que se quedaran allí hasta nueva orden. En 1620 el Consejo Católico de Indias ordenó a Sotelo retornar a Nueva España y continuar allí su tarea de misionero. Ese mismo año se le permitió a Hasekura regresar a su país. Encontró un Japón dramáticamente distinto del que había dejado. Se estaba eliminando de modo sistemático y sangriento el cristianismo; y pocos años más tarde el shogunado había de prohibir a todo ciudadano japonés abandonar el país al tiempo que suprimía el comercio con la mayor parte de las naciones extranjeras. Los fines de la misión de Hasekura habían sido totalmente abandonados en su ausencia. El cristianismo, religión que había adoptado para servir con mayor eficacia a su señor, era considerado una peligrosa herejía. Y Hasekura mismo era mirado como una irritante anomalía por la sociedad hostil y aislacionista del Japón del siglo xvii.

Después de registrar que Hasekura regresó a su dominio, los archivos oficiales del Japón guardan silencio. Las versiones derivadas de la tradición acerca de sus últimos años divergen. Algunos afirman que abandonó voluntariamente el cristianismo, que sólo había adoptado como un recurso. Otros insisten en que ratificó su nueva fe y en que, por lo tanto, se le ordenó morir; y un tercer grupo sostiene que abjuró en público de la religión extranjera y que continuó su práctica en privado. Aunque no hay forma de establecer cuál de estas versiones es real, existe una carta supuestamente escrita por el nieto de Hasekura, que debe de haber excitado la curiosidad de Endo. La carta dice que en 1640 las autoridades Tokugawa descubrieron que el hijo menor de Hasekura, Gonshiro, practicaba furtivamente los ritos de la religión ilegal; y que, por haber permitido que esto ocurriera, se ordenó al hijo mayor, Kanzaburo, que se abriese las entrañas.

Sea o no auténtica esta carta, su intrigante contenido hace aún más interesante la reconstrucción realizada por Endo. En 1622, el año de la muerte de Hasekura, Sotelo regresó disfrazado al Japón. Sufrió martirio el 25 de agosto de 1624, exactamente como lo describe la novela. Las muertes de los dos hombres, así como sus vidas, se ajustan a la tesis fundamental de Endo: la esencia del cristianismo no consiste en un mandato burocrático, sino en los anhelos privados de cada uno de los creyentes.

La novela

Cuando se publicó en el Japón El samurái, en la primavera de 1980, obtuvo la aclamación universal de los críticos y gran cantidad de lectores. Endo recibió uno de los premios literarios más importantes del Japón, el Premio Noma. Sin embargo, la lectura de las críticas lleva a pensar que muchos japoneses consideran que se trata de una atractiva aventura histórica y nada más.

Me parece que tanto críticos como lectores se equivocan. Endo, como afirma en su introducción para los lectores occidentales, no está interesado en los hechos históricos per se. En realidad, los hechos históricos nunca le han atraído tanto como una «verdad» menos sustantiva acerca de los individuos y los acontecimientos. Así como la historia de Rodrigues en Silencio, que no es estrictamente verídica, es incuestionablemente «verdad» en un sentido más amplio, la versión que da Endo de la vida de Hasekura es un registro verdadero del viaje espiritual desarrollado dentro del corazón de un hombre. Se engañan aquellos lectores que esperan una novela referida puramente a un viaje temporal.

La preocupación básica de Endo se refleja adecuadamente en el título que tenía in mente mientras escribía.El libro debía llamarse originariamente
El hombre que encontró a un rey
. Es un título apropiado, porque tanto el Hasekura de la realidad como el de la ficción conocieron a varios reyes del mundo. Sin embargo, todos estos encuentros demostraron ser vacíos y frustrantes. Hasekura y sus camaradas son derrotados en el mundo de la realidad y regresan al Japón humillados y fracasados. Pero cuando Hasekura se enfrenta a un abismo de desesperación y a su probable muerte, encuentra a otro rey, uno que sólo desea curar sus heridas y que también ha sido «despreciado y rechazado por los hombres». Cuando Hasekura encuentra a ese rey patético, sus propias aflicciones se tornan soportables.

La imagen de ese Cristo miserable y compasivo es familiar en la obra literaria de Endo: es el mismo Cristo que urge a Rodrigues a pisotear el
fumie
. Sin embargo es significativo, en El samurái, que Endo ponga directamente en conflicto el concepto del cristianismo de Velasco con el del samurái. En Silencio, los sacerdotes occidentales debían ser despojados de los arreos culturales de su fe antes de poder comprender la verdadera naturaleza de Cristo. En El samurái, Endo es menos dogmático acerca de la fe y la cultura. Una vez que Velasco arroja a un lado su orgullo, se le permite adorar y servir a un Cristo glorificado con una fe racional y agresiva; y su muerte de mártir es el limpio reflejo de sus dinámicas creencias occidentales. Hasekura, en contraste, acepta la Compañía de Jesús de un modo casi pasivo. Su fe es primariamente no racional e internalizada; y los vagos contornos de su muerte constituyen un adecuado símbolo de una convicción distinta de la de Velasco, aunque no menos válida. En esta novela, Endo concede a ambos hombres un sitio en las moradas eternas del cielo.

Las derrotas de Hasekura y su posterior despertar a la fe representan un nuevo rechazo y posterior triunfo de Jesús, pero también algo mucho más personal para Endo.

En una entrevista publicada en la época de la aparición del libro en el Japón, Endo observaba:

"El samurái
es en cierto sentido una novela autobiográfica. Yo fui el primer japonés que estudió en el extranjero después de la guerra, el primero que viajó a Europa. El viaje de treinta y cinco días por el océano fue una agonía. Las descripciones del océano en esta novela se fundan en mis propias experiencias, y mediante la vida de Hasekura y la modalidad de su muerte he expresado mi actual estado de ánimo..." (
Nami
, abril de 1980).

La novela es autobiográfica no sólo por los aspectos externos de un viaje por mar a Europa. El sentimiento de incomprensión e incluso de repugnancia que experimenta Hasekura cuando mira los crucifijos que parecen seguirlo por todo el mundo no están muy lejos de las emociones que Endo se atribuye a sí mismo en su juventud. La escena de El samurái en que Hasekura es bautizado en Madrid evoca con curiosa precisión la ceremonia en que participó Endo a los once años. Como Hasekura, Endo no eligió por propia voluntad el cristianismo. Inicialmente se le impuso esta religión, de la que se sintió durante cierto tiempo muy alejado. Sólo cuando las penurias del viaje de su vida lo llevaron hasta un punto en que pudo «encontrar a un rey», como el protagonista de su novela, se reconcilió con una religión que ya no era extraña, sino intensamente personal. En cierto nivel, esta novela es la historia de ese viaje hacia la fe.

Lo que en última instancia inspira vida a
El samurái
es el sentimiento de afinidad de Endo con Hasekura, así como la forma en que las vidas del autor y el personaje se encuentran y confunden con la de Jesús. La novela es en muchos aspectos justamente lo que de ella esperaba el autor: una obra sinfónica que ofrece muchas vigorosas melodías, concilia Oriente y Occidente, la fe y la incredulidad, el fervor y la pasividad. Y aunque los ejecutantes de esta obra musical provienen de tradiciones distintas y tocan muy distintos instrumentos, el tema central resuena clara y armoniosamente.

Notas

[1]
Señor feudal perteneciente a la clase militar que llegó al poder en el siglo XVI. En 1614 había doscientos
daimyos
en Japón

[2]
Especie de chaqueta corta que se usa sobre el kimono en las ocasiones formales.

[3]
Tokugawa Ieyasu (1542-1616), el último de los «tres grandes unifícadores» del Japón, estableció el shogunado que llevó su nombre y reinó sobre un Japón aislado durante más de doscientos cincuenta años. Ieyasu cedió el título de Shogun a su hijo Hidetada en 1605, reteniendo el poder real hasta su muerte con el título de Naifu.

[4]
Edo es el actual Tokio.

[5]
Antes de que la familia Tokugawa consolidara el dominio del Japón, Toyotomi Hideyoshi (1536-1598), conocido como Taiko, o «Regente», era quien gobernaba realmente el país. Después de la muerte de Hideyoshi, su familia continuó ejerciendo influencia hasta que los Tokugawa la aniquilaron en 1615.

[6]
Aproximadamente 35 metros de eslora, 10 de manga y 26 de puntal.

[7]
Aproximadamente 30 y 26 metros de altura

[8]
En japonés, «castañas de la victoria» talismanes que se ponen en las casas el día de Año Nuevo o el de la partida a la guerra.

[9]
Bhêchadjaguru, el «médico de las almas» del panteón budista.

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