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Authors: Dan Brown

El símbolo perdido (49 page)

BOOK: El símbolo perdido
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El deán Galloway lo oyó, de manera que no tuvo necesidad de verlo.

Frente a él, al otro lado de la mesa, Langdon y Katherine guardaban un silencio absoluto, sin duda con la vista clavada en mudo asombro en el cubo de piedra, que acababa de sufrir una ruidosa transformación ante sus propios ojos.

Galloway no pudo por menos de sonreír. Ya se lo olía, y aunque seguía sin saber de qué manera los ayudaría ese cambio a resolver el enigma de la pirámide, estaba disfrutando con la rara oportunidad de enseñarle algo sobre símbolos a un experto en simbología de Harvard.

—Profesor —dijo el anciano—, no son muchos los que saben que los masones veneran la forma del cubo (o sillar, como lo llamamos nosotros) por ser una representación tridimensional de otro símbolo..., un símbolo mucho más antiguo, bidimensional.

A Galloway no le hizo falta preguntar si el profesor reconocía el antiguo símbolo que ahora tenían delante en el escritorio. Se trataba de uno de los más famosos del mundo.

Robert Langdon se devanaba los sesos mientras miraba la caja transformada que tenía delante, en la mesa. «No tenía ni idea...»

Hacía unos instantes había metido la mano en el cubo de piedra para coger el anillo masónico y moverlo en sentido circular. Cuando lo hizo girar treinta y tres grados, la caja cambió de repente delante de sus narices. Los cuadrados que conformaban sus lados se soltaron cuando los goznes ocultos se abrieron. El cubo se deshizo de pronto, los laterales y la tapa cayeron ruidosamente en la mesa.

«El cubo se convierte en una cruz —pensó Langdon—. Alquimia simbólica.»

Katherine puso cara de asombro al ver el cubo desmontado.

—La pirámide masónica está relacionada con... ¿el cristianismo?

Durante un momento, Langdon se planteó eso mismo. Después de todo, el crucifijo cristiano era un símbolo que gozaba de respeto entre los masones, y sin lugar a dudas eran muchos los masones cristianos. Sin embargo, también los había judíos, musulmanes, budistas, hinduistas y otros cuyo dios no tenía nombre. La presencia de un símbolo exclusivamente cristiano parecía restrictiva. Entonces cayó en cuál era el verdadero significado del símbolo.

—No es un crucifijo —aseguró, poniéndose de pie—. La cruz con el circumpunto en el centro es un símbolo binario: dos símbolos en uno.

—¿De qué estás hablando?

Los ojos de Katherine lo seguían mientras él caminaba arriba y abajo.

—La cruz —explicó él— no fue un símbolo cristiano hasta el siglo
iv
. Mucho antes era utilizada por los egipcios para representar la intersección de dos dimensiones: la humana y la celestial. Como es arriba es abajo. Era una representación visual de la unión entre el hombre y Dios.

—Entiendo.

—El circumpunto —prosiguió Langdon—, como ya sabemos, posee numerosos significados, y uno de los más esotéricos es la rosa, el símbolo alquímico de la perfección. Sin embargo, cuando se sitúa una rosa en el centro de una cruz, se crea otro símbolo: la rosacruz.

Galloway se echó hacia atrás en su silla, sonriendo.

—Vaya, vaya, esto ya es otra cosa.

Katherine también se levantó.

—¿Qué es lo que me estoy perdiendo?

—La rosacruz —se dispuso a aclarar su amigo— es un símbolo habitual en la masonería. De hecho, dentro del Rito Escocés, caballero rosacruz es un grado que honra a los primeros rosacruces, los cuales contribuyeron a crear la filosofía mística masónica. Puede que Peter te haya mencionado a los rosacruces; docenas de grandes científicos eran miembros de esa orden: John Dee, Elias Ashmole, Robert Fludd...

—Claro —repuso Katherine—. He leído todos los manifiestos de los rosacruces como parte de mi investigación.

«Todos los científicos deberían hacerlo», pensó Langdon. La orden rosacruz —o más formalmente, la Antigua y Mística Orden Rosae Crucis tenía una enigmática historia que había ejercido una gran influencia en la ciencia y era muy similar a la leyenda de los antiguos misterios..., sabios de la antigüedad poseedores de una sabiduría secreta que fue transmitida a lo largo de los siglos y estudiada sólo por las mentes más brillantes. Había que admitir que la lista de rosacruces famosos en la historia era un quién es quién de las lumbreras renacentistas europeas: Paracelso, Bacon, Fludd, Descartes, Pascal, Spinoza, Newton, Leibniz.

De acuerdo con la doctrina de los rosacruces, la orden estaba «basada en verdades esotéricas del pasado», unas verdades que habían de ser «ocultadas al hombre de a pie» y que prometían un gran conocimiento del «mundo espiritual». Con los años, el símbolo de la hermandad había acabado siendo una rosa en flor sobre una cruz ornada, pero en un principio era más modesto: un círculo con un punto en el centro sobre una sobria cruz, la manifestación más simple de la rosa sobre la manifestación más simple de la cruz.

—Peter y yo solíamos hablar de la filosofía de los rosacruces —contó el deán a Katherine.

Cuando el anciano comenzó a explicar a grandes rasgos la relación existente entre los masones y los rosacruces, Langdon sintió que su atención volvía a centrarse en algo a lo que no había parado de darle vueltas en toda la noche.
«"Jeova Sanctus Unus."
Estoy seguro de que guarda relación con la alquimia.» Seguía sin poder recordar exactamente qué le había dicho Peter de esa locución, pero por algún motivo la mención de la rosacruz parecía haber reavivado esa idea. «Piensa, Robert.»

—Supuestamente, el fundador de la orden —relataba Galloway— fue un místico alemán que se hacía llamar Christian Rosenkreuz, a todas luces un seudónimo; tal vez incluso se tratase de Francis Bacon, fundador de dicha organización según algunos historiadores, aunque no hay ninguna prueba de...

—¡Un seudónimo! —exclamó de repente Langdon, asustándose incluso él—. ¡Eso es! ¡
«Jeova Sanctus Unus»
es un seudónimo!

—¿De qué estás hablando? —inquirió ella.

Langdon estaba acelerado.

—Llevo toda la noche intentando acordarme de lo que me dijo Peter sobre
«Jeova Sanctus Unus»
y su relación con la alquimia. Y acabo de recordarlo, aunque no tiene que ver con la alquimia, sino más bien con un alquimista, uno muy famoso.

Galloway soltó una risita.

—Ya era hora, profesor. He mencionado su nombre dos veces y también la palabra seudónimo.

Langdon clavó la vista en el anciano.

—¿Usted lo sabía?

—Abrigué mis sospechas cuando me dijo usted que las letras decían
«Jeova Sanctus Unus»
y las habían descifrado con ayuda del cuadrado mágico alquímico de Durero, pero cuando encontró la rosacruz no me cupo ninguna duda. Como probablemente sepa, entre los papeles personales del científico en cuestión había una copia de los manifiestos rosacruces repleta de anotaciones.

—¿Quién es? —quiso saber Katherine.

—Uno de los mejores científicos del mundo —contestó Langdon—. Era alquimista, miembro de la Royal Society londinense y rosacruz, y firmó algunos de sus documentos científicos más herméticos con un seudónimo:
«Jeova Sanctus Unus.»

—¿Un único Dios? —dijo ella—. Un tipo modesto.

—Un tipo brillante, a decir verdad —corrigió Galloway—. Firmaba así porque, al igual que los antiguos maestros, se consideraba divino. Y, además, porque las dieciséis letras que componen
«Jeova Sanctus Unus»
se podían reordenar para formar su nombre en latín, lo que lo convertía en un seudónimo perfecto.

Katherine estaba perpleja.

—¿«Jeova Sanctus Unus»
es el anagrama del nombre en latín de un famoso alquimista?

Langdon cogió papel y lápiz de la mesa del deán y se puso a escribir mientras hablaba.

—En latín, las letras «J» e «I» y «V» y «U» son intercambiables, lo que significa que con
«Jeova Sanctus Unus»
se puede formar el nombre de ese personaje.

Langdon reorganizó las dieciséis letras: Isaacus Neutonuus.

A continuación le entregó el papel a Katherine y observó:

—Creo que has oído hablar de él.

—¿Isaac Newton? —dijo ella sin apartar la vista del papel—. Así que eso es lo que la pirámide intentaba revelarnos.

Por un instante Langdon se vio en la abadía de Westminster, junto a la tumba piramidal de Newton, donde en su día experimentó una epifanía similar. «Y esta noche vuelvo a toparme con el gran científico.» No era ninguna coincidencia, claro estaba... Las pirámides, los misterios, la ciencia, el conocimiento oculto..., todo estaba relacionado. El nombre de Newton siempre había sido una guía recurrente para quienes buscaban conocimientos secretos.

—Seguro que Isaac Newton tiene algo que ver con la forma de descifrar el significado de la pirámide —apuntó el anciano—. No acierto a imaginar qué, pero...

—¡Ingenio! —exclamó Katherine, los ojos muy abiertos—. Así es como transformaremos la pirámide.

—¿Lo has adivinado? —preguntó Langdon.

—Sí —aseguró ella—. No puedo creer que no lo hayamos visto antes. Lo hemos tenido delante de las mismísimas narices. Se trata de un sencillo proceso alquímico. Puedo transformar la pirámide por medio de la ciencia. ¡De la ciencia newtoniana!

Langdon pugnaba por comprender sus palabras.

—Deán Galloway —dijo ella—, en el anillo pone...

—¡Alto! —El anciano alzó de pronto un dedo en el aire para pedirles que guardaran silencio. Acto seguido ladeó la cabeza con suavidad, como si escuchara algo. Al cabo de un momento se puso de pie sin ceremonias—. Amigos míos, es evidente que esta pirámide aún tiene secretos que revelar. No sé adonde quiere llegar la señora Solomon, pero si sabe cuál es el siguiente paso que hay que dar, mi papel ha terminado. Cojan sus cosas y no me digan más. Déjenme a oscuras por ahora. Preferiría no tener ninguna información que me vea obligado a compartir con nuestros visitantes en caso de que intentasen forzarme a hacerlo.

—¿Visitantes? —repitió Katherine, aguzando el oído—. Yo no oigo nada.

—Lo oirá —aseveró el religioso mientras se dirigía a la puerta—. Dense prisa.

Al otro lado de la ciudad, una torre de telefonía intentaba establecer contacto con un móvil hecho trizas que estaba tirado en Massachusetts Avenue. Al no encontrar señal, redirigió la llamada al buzón de voz.

«¡Robert! —chilló la aterrorizada voz de Warren Bellamy—. ¿Dónde estás? Llámame. Está ocurriendo algo terrible.»

Capítulo 86

Bañado por el brillo cerúleo de las luces del sótano, Mal'akh se hallaba junto a la mesa de piedra, inmerso en sus preparativos. Mientras trabajaba, oía los rugidos de su vacío estómago, pero no les prestaba atención. Sus días de servidumbre de los caprichos de la carne habían terminado.

«Toda transformación requiere sacrificio.»

Al igual que muchos de los hombres más avanzados de la historia desde el punto de vista espiritual, Mal'akh se había comprometido a seguir su camino realizando el más noble de los sacrificios de la carne. La castración había resultado menos dolorosa de lo que imaginaba. Y, según había averiguado, era muy habitual. Cada año miles de hombres se sometían a la esterilización quirúrgica —u orquiectomía, como se denominaba el proceso—, ya fuera por cuestiones de cambio de sexo, para dominar adicciones sexuales o motivados por creencias espirituales profundamente arraigadas. En el caso de Mal'akh, las razones eran de lo más elevado. Como el ser mitológico Atis, cuya castración llevó a cabo él mismo, Mal'akh, sabía que alcanzar la inmortalidad requería romper por completo con el mundo material de lo masculino y lo femenino.

«El andrógino es uno.»

En la actualidad, los eunucos eran rechazados, aunque los antiguos entendían el poder inherente a ese sacrificio transmutatorio. Hasta los primeros cristianos habían oído al propio Jesús ensalzar sus virtudes en Mateo 19, 12: «Y hay eunucos que a sí mismos se han hecho tales por amor del reino de los cielos. El que pueda entender, que entienda.»

Peter Solomon había realizado un sacrificio de carne, aunque una mano era un pequeño precio que pagar dentro del ambicioso plan. No obstante, antes de que terminara esa noche, Solomon sacrificaría más, mucho más.

«Para crear, he de destruir.»

Ésa era la naturaleza de la polaridad.

Peter Solomon, desde luego, merecía el destino que le aguardaba esa noche. Sería un final adecuado. Tiempo atrás había desempeñado un papel fundamental en la vida mortal de Mal'akh, motivo por el cual Peter había sido escogido para desempeñar el papel fundamental en su gran transformación. Ese hombre se había ganado todo el horror y el dolor que estaba a punto de sufrir. Peter Solomon no era la persona que el mundo creía.

«Sacrificó a su propio hijo.»

En su día, Peter Solomon planteó a su hijo Zachary una elección imposible: riqueza o sabiduría. «Zachary escogió mal.» La decisión que tomó desencadenó una serie de acontecimientos que acabaron arrastrándolo a las profundidades del infierno. «La prisión de Soganlik.» Zachary Solomon murió en esa cárcel turca. El mundo entero conocía la historia..., pero lo que no sabía era que Peter Solomon pudo salvar a su hijo.

«Yo estaba allí —pensó Mal'akh—. Lo oí todo.»

Mal'akh no había olvidado aquella noche. La brutal decisión de Solomon acarreó el final de su hijo Zach, pero supuso el nacimiento de Mal'akh.

«Unos han de morir para que otros puedan vivir.»

Cuando la luz cenital empezó a cambiar de color de nuevo, Mal'akh supo que era tarde. Terminó sus preparativos y fue hacia la rampa. Era hora de ocuparse de asuntos del mundo mortal.

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