Una influencia limitadora de esta clase puede convertirse en un grave problema. La interferencia con el proceso de formación de vínculo de pareja, proveniente de una persistente imagen parental, puede conducir a una particular elección de compañero que, en todos los demás aspectos, sea inconveniente en grado sumo. A la inversa, un cónyuge, por otro lado perfectamente compatible, puede no conseguir una plena relación por carecer de ciertas características triviales, pero en este aspecto esenciales, del padre del otro cónyuge. («Mi padre nunca haría eso». «Pero yo no soy tu padre»).
Este embarazoso fenómeno de la confusión de lazo parece ser causado por los antinaturales niveles de aislamiento de la unidad familiar, que con tanta frecuencia se producen en el atestado mundo del zoo humano. El fenómeno de «extranjeros en nuestro medio» tiende a irrumpir en la atmósfera de participación tribal y mezcla social típica de las comunidades más pequeñas. Adoptando una postura defensiva, las familias se repliegan sobre sí mismas, encerrándose en ordenadas filas de jaulas dispuestas en terrazas o ligeramente separadas unas de otras por desgracia, no hay señales de que la situación vaya a mejorar; más bien lo contrario.
Dejando la cuestión de la confusión de lazo, tenemos que considerar ahora otra aberración, más extraña, de la grabación humana: nuestra versión de la malgrabación. Entramos aquí en el insólito mundo de lo que se ha denominado fetichismo sexual.
Para una minoría de individuos, la naturaleza de la primera experiencia sexual puede tener un efecto psicológicamente aberrante. En vez de quedar grabado con la imagen de un compañero determinado, este tipo de individuo queda sexualmente fijado sobre algún objeto inanimado que se hallara presente a la sazón. No está claro por qué tantos de nosotros escapamos a estas fijaciones reproductivamente anormales. Quizá ello dependa de la vivacidad o la violencia de ciertos aspectos de la ocasión de nuestro primer descubrimiento sexual importante. Como quiera que sea, el fenómeno es sorprendente.
A juzgar por los casos históricamente conocidos que se hallan a nuestro alcance, parece ser que la adscripción a un fetiche sexual se produce principalmente cuando la consumación sexual inicial tiene lugar espontáneamente, o cuando el individuo está solo. En muchos casos cabe remontarse desde ella hasta la primera eyaculación de un macho adulto joven, que a menudo se produce en ausencia de una hembra y sin los habituales preliminares de formación de pareja. Algún objeto característico que se halla presente en el momento de la eyaculación adquiere instantáneamente un poderoso y perdurable significado sexual. Es como si toda la fuerza grabadora de la formación de pareja se canalizara accidentalmente hacia un objeto inanimado, comunicándole, en un instante, un papel fundamental para el resto de la vida sexual de la persona.
Esta sorprendente forma de malgrabación no es tan rara como parece. La mayoría de nosotros desarrollamos un primario lazo de pareja con un miembro del sexo opuesto, en vez de con guantes de piel o botas de cuero, y nos encanta hacer públicos abiertamente nuestros lazos de pareja, con la confianza de que otros comprenderán y compartirán nuestros sentimientos; pero el fetichista, firmemente grabado con su extraño objeto sexual, tiende a mantener silencio sobre el objeto de su insólita adscripción. El objeto inanimado de su grabación sexual, que tan enorme significado tiene para él, no representaría nada para los demás, y, por miedo al ridículo, lo mantiene en secreto. No significa nada para la inmensa mayoría de las personas, los no fetichistas, y tampoco gran cosa para otros fetichistas, cada uno de los cuales tiene su propia especialidad particular. Los guantes de piel tiene tan poco significado para un fetichista de botas de cuero como para un no fetichista. El fetichista, por tanto, queda aislado por su propia y altamente especializada forma de grabación sexual.
En contra de esto, puede alegarse que hay ciertas clases de objetos que aparecen con extraordinaria frecuencia en el mundo fetichista. Los objetos de goma, por ejemplo, son frecuentes.
Quedará más claro el significado de esto si examinamos unos cuantos casos concretos de desarrollo fetichista.
Un muchacho de doce años estaba jugando con un abrigo de piel de zorra cuando experimentó su primera eyaculación. En la vida adulta, sólo podía conseguir satisfacción sexual en presencia de pieles. Era incapaz de copular con hembras en la forma ordinaria. Una muchacha experimentó su primer orgasmo cuando estaba agarrando un trozo de terciopelo negro mientras se masturbaba. Una vez adulta, el terciopelo se convirtió en un elemento esencial para su sexualidad. Toda su casa estaba decorada con él, y se casó únicamente para obtener más dinero y poder comprar más terciopelo. Un muchacho de catorce años tuvo su primera experiencia sexual con una chica que llevaba un vestido de seda. Más tarde, era incapaz de hacer el amor con una hembra desnuda. Sólo podía excitarse si ella llevaba un vestido de seda.
Otro joven se hallaba asomado a una ventana cuando se produjo su primera eyaculación. Dio la casualidad de que en aquel momento vio pasar por la calle una figura que caminaba apoyándose en muletas. Cuando se casó, sólo podía hacer el amor con su esposa si ella llevaba muletas a la cama. Un niño de nueve años estaba jugueteando con un guante suave contra su pene en el momento de su primera eyaculación. Ya adulto, se convirtió en fetichista de guantes, con una colección de varios cientos de ellos. Todas sus actividades sexuales iban dirigidas hacia esos guantes.
Existen muchos ejemplos de este tipo, que enlazan claramente el fetiche del adulto con su primera experiencia sexual. Otros objetos que suelen servir de fetiches son: zapatos, botas de montar, cuellos almidonados, corsés, medias, ropas interiores, cuero, goma, delantales, pañuelos, cabellos, pies y vestidos especiales, tales como uniformes de niñera. A veces, éstos llegan a convertirse en los elementos necesarios para una copulación afortunada (y de otro modo normal). A veces, sustituyen por completo al compañero sexual. La calidad del tejido parece ser una característica importante de la mayoría de ellos; con frecuencia, porque presiones y fricciones de diversas clases poseen gran importancia para causar en la vida de un individuo la primera excitación sexual. Si se halla presente alguna sustancia dotada de una cualidad táctil altamente característica, entonces hay una gran probabilidad de que se convierta en fetiche Sexual. Esto podría explicar, por ejemplo, la abundancia de fetiches de goma, cuero y seda.
Los fetiches de zapato, bota y pie son también comunes, y, probablemente, puede hallarse implicada en ello una presión contra el cuerpo. Se conoce el caso clásico de un chico de catorce años que estaba jugando con una muchacha de veinte calzada con zapatos de tacón alto. Él estaba tendido en el suelo, y ella se subió encima de él y le pisó. Cuando el pie de ella se posó sobre su pene, experimentó su primera eyaculación. De adulto, esto se convirtió en su única forma de actividad sexual. A lo largo de su vida, se las arregló para persuadir a más de cien mujeres para que le pisaran con zapatos de tacón alto.
Idealmente, su compañera sexual tenía que ser de un peso determinado y los zapatos de un determinado color. El encuentro original tenía que ser reproducido lo más exactamente posible para producir un máximo de reacción.
Este último caso muestra con claridad cómo puede desarrollarse el masoquismo. Otro joven, por ejemplo, tuvo su primera experiencia sexual espontáneamente, mientras luchaba con una chica mucho mayor. En su vida posterior, quedó fijado sobre mujeres pesadas y agresivas que estuviesen dispuestas a causarle daño durante los encuentros sexuales. No es difícil imaginar cómo pueden desarrollarse de forma similar ciertas clases de sadismo.
La adscripción a un fetiche sexual difiere en varios aspectos del proceso de condicionamiento ordinario. Al igual que la grabación (o las experiencias traumáticas que he mencionado al principio de este capítulo), es muy rápida, tiene un efecto duradero y es extremadamente difícil de suprimir. Aparece también en un período de sensibilidad. Del mismo modo que la malgrabación, fija al individuo sobre un objeto anormal, canalizando el comportamiento sexual en el sentido de apartarlo del objeto biológicamente normal, es decir, un miembro del sexo opuesto. No es tanto la adquisición positiva de significado sexual por parte de un objeto, como un guante de goma, lo que causa el daño; lo que crea el problema es la eliminación absoluta de todos los demás objetos sexuales. En los casos que he mencionado, la malgrabación es tan poderosa que «agota» todo el interés sexual disponible. Así como el polluelo experimental seguirá únicamente al balón anaranjado e ignorará por completo a su madre real, del mismo modo el fetichista de guante se apareará sólo con un guante, ignorando por completo a sus parejas potenciales. Es la exclusividad del proceso de grabación lo que provoca las dificultades cuando el mecanismo se pone en funcionamiento en la dirección errónea. Todos encontramos estimulantes diversos tejidos y presiones como accesorios de los encuentros sexuales. No hay nada extraño en responder a las sedas suaves y a los terciopelos. Pero si nos tornamos exclusivamente fijados en ellos, de modo que desarrollamos con ellos lo que equivale a un lazo de pareja (como el fetichista de zapatos que, cuando estaba a solas con unos zapatos femeninos, «enrojecía en su presencia como si estuviera con las propias muchachas»), entonces es que algo ha fallado totalmente en el mecanismo de grabación.
¿Por qué han de sufrir un pequeño, aunque considerable, número de animales humanos esta clase de malgrabación? No parece que esto les ocurra a otros animales en sus condiciones naturales de libertad.
En ellos, esto sólo tiene lugar cuando son capturados y criados por el hombre en condiciones sumamente artificiales, o cuando son mantenidos en recintos cerrados con especies extrañas, o cuando se llevan a cabo experimentos especiales. Aquí está, quizá, la clave. Como ya he puesto de relieve, en un zoo humano las condiciones sociales son sumamente artificiales para nuestra simple especie tribal. En muchas de nuestras supertribus, la conducta sexual se halla severamente reprimida en la etapa crítica de la pubertad.
Pero, aunque quede oculta y velada por toda clase de antinaturales inhibiciones, nada puede frenarla por completo. No tarda en abrirse paso bruscamente. Si, cuando esto ocurre, se hallan presentes ciertos objetos altamente característicos, entonces éstos pueden ejercer una impresión excesiva. Si el adolescente en trance de desarrollo se hubiera ido haciendo gradualmente más experto en cuestiones sexuales en una etapa más temprana, y si sus exploraciones iniciales hubieran sido más ricas y menos constreñidas por las artificialidades de la supertribu, quizás entonces la malgrabación hubiera podido ser evitada. Sería interesante saber cuántos de los fetichistas extremos fueron niños solitarios, sin hermanos, o, en su adolescencia, manifestaron timidez ante los contactos personales, o vivieron en el seno de una familia de normas de conducta muy estrictas. En este terreno, son precisas ulteriores investigaciones, pero sospecho que la proporción resultaría bastante elevada.
Una forma importante de malgrabación que no he mencionado aún es la homosexualidad. No lo he hecho hasta ahora porque constituye un fenómeno más complejo y porque la malgrabación es sólo una parte de la misma. El comportamiento homosexual puede surgir de una de cuatro maneras. Un primer lugar, puede producirse como un caso de malgrabación en forma muy semejante a la del fetichismo. Si la primera experiencia sexual de la vida de un individuo es poderosa y se produce como resultado de un encuentro íntimo con un miembro del mismo sexo, entonces puede desarrollarse rápidamente una fijación sobre ese sexo. Si dos muchachos adolescentes están luchando juntos o entregándose a alguna forma de juego sexual, y se produce la eyaculación, esto puede conducir a la malgrabación. Lo extraño es que los muchachos comparten frecuentemente experiencias tempranas de un tipo u otro, y, sin embargo, la mayoría sobreviven y llegan al estado adulto como heterosexuales. También en este punto necesitamos saber mucho más acerca de qué es lo que fija a unos pocos, pero no a la mayoría. Como en el caso de los fetichistas, probablemente tiene algo que ver con el grado de riqueza de la experiencia social del muchacho. Cuanto más restringido haya sido socialmente y más alejado de interacciones personales, más en blanco estará su lienzo sexual. La mayoría de los muchachos tienen, como si dijéramos, una pizarra sexual, en la que las cosas son ligeramente esbozadas, borradas y vueltas a dibujar. Pero el chico que mantiene su vida dirigida hacia dentro mantiene su lienzo sexual virginalmente blanco. Cuando, por fin, algo se dibuja en él, producirá un impacto mucho más dramático, y, probablemente, conservará la imagen durante toda su vida. Los muchachos revoltosos y extrovertidos pueden participar en actividades homosexuales, pero intervendrán en ellas simplemente como una experiencia y seguirán adelante, añadiendo cada vez más experiencias a medida que avanzan en sus exploraciones socializadoras.
Esto me lleva a otras causas de persistente comportamiento homosexual. Digo «persistente» porque, desde luego, en la gran mayoría de los miembros de ambos sexos tienen lugar, en algún momento de sus vidas, breves y fugaces actividades homosexuales como parte de exploraciones sexuales generales.
Para la mayoría de las personas, como para los muchachos revoltosos, son experiencias intrascendentes, que suelen hallarse limitadas a la niñez. Mas, para otras, los modos homosexuales persisten a todo lo largo de la vida, a menudo hasta el grado de una exclusión casi total, o total, de actividades heterosexuales. La malgrabación del tipo que he estado examinando no explica todos estos casos. Una segunda causa, muy simple, es que el sexo opuesto se comporta de forma excepcionalmente desagradable hacia un individuo determinado. Un muchacho aterrorizado por las muchachas puede muy bien llegar a considerar a los otros machos como compañeros sexuales más atractivos, pese al hecho de que, como parejas, son objetos sexualmente inadecuados. Una muchacha aterrorizada por los muchachos puede reaccionar de la misma manera, y volverse a otras muchachas como compañeras sexuales. Aterrorizar no es el único mecanismo, naturalmente: la traición y otras formas de castigo social o físico provenientes del sexo opuesto pueden actuar con la misma eficacia. (Aun cuando el sexo opuesto no sea directamente hostil, las presiones culturales que imponen poderosas restricciones a las actividades heterosexuales pueden conducir al mismo resultado).