El zoo humano (20 page)

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Authors: Desmond Morris

Tags: #GusiX, Ensayo, Ciencia

BOOK: El zoo humano
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La idea de imponer por la fuerza cualquier medio dirigido a impedir la concepción o a suprimir la vida es inaceptable para nuestra naturaleza, fundamentalmente cooperativa. La única opción es estimular los controles voluntarios. Podríamos, desde luego, promover y presentar en forma atrayente deportes y pasatiempos cada vez más peligrosos. Podríamos popularizar el suicidio («¿Por qué esperar a la enfermedad? Muérase ahora, ¡sin dolor!»), o quizá crear un nuevo y sofisticado culto al celibato («el placer de la pureza»). Podrían utilizarse los servicios de agencias publicitarias para que difundieran en todo el mundo una persuasiva propaganda ensalzando las virtudes de la muerte instantánea.

Aunque adoptáramos medidas tan extraordinarias (y biológicamente destructivas), es dudoso que condujeran a un apreciable grado de control de la población. El método más generalmente defendido en la actualidad es la anticoncepción fomentada, con la medida adicional del aborto legalizado en el caso de embarazos no deseados. El argumento en favor de la anticoncepción, como he señalado en el capítulo anterior, consiste en que prevenir la vida es mejor que curarla. Si algo tiene que morir, es mejor que sean los óvulos y el esperma humanos, en vez de seres humanos dotados de pensamientos y sentimientos, amados y amantes, que se han convertido ya en parte integrantes e interdependientes de la sociedad. Si se aplica a los óvulos y esperma sobre los que se ha practicado la anticoncepción el argumento del derroche repugnante, puede señalarse que la naturaleza es ya extraordinariamente derrochadora, toda vez que la hembra humana es capaz de producir alrededor de cuatrocientos óvulos durante su vida, y el macho adulto literalmente millones de espermatozoides cada día.

Existen inconvenientes, sin embargo. Así como lo probable es que los deportes peligrosos eliminen selectivamente a los espíritus más intrépidos de la sociedad, y los suicidios a los más sensibles e imaginativos, así también la anticoncepción puede favorecer una tendencia contra los más inteligentes. En su actual fase de desarrollo, los medios anticoncepcionales requieren, si han de ser utilizados con eficiencia, un cierto nivel de inteligencia, reflexión y autocontrol. Todo el que esté por debajo de ese nivel será más propenso a concebir. Si su bajo nivel de inteligencia está de alguna manera gobernado por factores genéticos, esos factores serán transmitidos a su prole. Lenta, pero inexorablemente, estas cualidades genéticas se extenderán y aumentarán en la población considerada como un todo.

Para que la anticoncepción moderna funcione con eficiencia y sin parcialismos, es esencial que se realice un urgente progreso en el sentido de encontrar técnicas cada vez menos exigentes; técnicas que requieran el mínimo absoluto de cuidado y atención. Juntamente con ello, debe precederse a un intenso ataque a las actitudes sociales en relación con las prácticas anticoncepcionales. Sólo cuando haya 150.000 fertilizaciones diarias menos que las que hay en la actualidad, estaremos manteniendo la población humana en su ya excesivo nivel.

Además, aunque esto sea en sí mismo bastante difícil de conseguir, debemos añadir el problema de asegurar que el aumento de control sea adecuadamente extendido por el mundo, en vez de quedar concentrado en una o dos regiones cultas. Si los progresos anticoncepcionales se distribuyen geográficamente de forma desigual, conducirán de modo inevitable a la inestabilización de las ya tensas relaciones interregionales.

Es difícil ser optimista cuando se contemplan estos problemas, pero supongamos, por el momento, que son mágicamente resueltos y que la población mundial de animales humanos se mantiene en su nivel actual de tres mil millones, aproximadamente. Esto significa que, si tomamos toda la superficie sólida de la Tierra y la imaginamos poblada en todas partes por igual, nos encontramos ya a un nivel superior a quinientas veces la densidad del hombre primitivo. Aunque consiguiéramos detener el incremento y dispersar más espaciadamente a la población total por todo el Globo, no deberíamos, por ello, hacernos la ilusión de estar logrando nada remotamente semejante siquiera a la condición social en que se desenvolvieron nuestros primitivos antepasados. Seguiremos necesitando tremendos esfuerzos de autodisciplina si queremos impedir violentos conflictos y explosiones sociales. Pero, al menos, tendríamos una probabilidad. Si, por el contrario, permitimos irreflexivamente que continúe aumentando la cota de la población, pronto habremos perdido esa oportunidad.

Por si esto no bastara, debemos recordar también que el estar quinientas veces por encima de nuestro primitivo nivel natural es sólo una de las diez condiciones que contribuyen a nuestro actual estado bélico. Se trata de una terrible perspectiva, y el peligro de que destruyamos completamente la civilización se está haciendo día a día más real.

Es interesante contemplar qué sucederá si dejamos que las cosas sigan así. Estamos realizando tan grandes progresos en el desarrollo de técnicas cada vez más eficientes de guerra química y biológica, que las armas nucleares pueden quedar pronto anticuadas. Una vez que esto haya sucedido, estos artilugios nucleares adquirirán la respetabilidad de ser denominados armas convencionales y serán blandidos temerariamente entre las supertribus más importantes. (Con los sucesivos y continuos ingresos de más grupos en el club nuclear, la «línea caliente» se habrá convertido para entonces en una desesperadamente enmarañada «red caliente»). La nube radiactiva resultante que entonces rodeará la Tierra producirá la muerte a toda forma de vida en las zonas que reciban lluvias o nevadas. Sólo los bosquimanos africanos y otros pocos grupos remotos que habiten en los centros de las más áridas regiones desérticas tendrán una probabilidad de sobrevivir. Irónicamente, los bosquimanos han sido, hasta la fecha, los más dramáticamente frustrados de todos los grupos humanos, y aún siguen viviendo en la primitiva condición cazadora típica del hombre antiguo. Parece ser un caso de regreso al tablero de dibujo o un supremo ejemplo, como alguien predijo una vez, de los mansos heredando la Tierra.

CAPÍTULO V

Grabación y malgrabación

Viviendo en un zoo humano, tenemos mucho que aprender y mucho que recordar: pero, tal como funcionan las máquinas de aprendizaje biológico, nuestro cerebro es, con mucho, la mejor que existe. Con catorce mil millones de células intrincadamente relacionadas y en funcionamiento constante, somos capaces de asimilar y almacenar un número enorme de impresiones.

En su uso normal, la maquinaria funciona con toda suavidad, pero cuando algo extraordinario ocurre en el mundo exterior, conectamos un sistema especial de emergencia. Es entonces cuando, en nuestra condición supertribal, las cosas pueden descarriarse. Hay dos razones para ello. Por una parte, el zoo humano en que vivimos nos protege de ciertas experiencias. No matamos regularmente animales, comemos carne. No vemos cadáveres; están cubiertos por una manta o escondidos en el interior de una caja. Esto significa que, cuando la violencia hace irrupción a través de las barreras protectoras, su impacto sobre nuestro cerebro es mayor de lo acostumbrado. Por otra parte, las clases de violencia supertribal que irrumpen hasta nosotros son con frecuencia de tan extraordinaria magnitud que resultan dolorosamente impresionantes, y nuestro cerebro no siempre está equipado para hacerles frente. Es este tipo de aprendizaje de emergencia el que merece aquí algo más que una ojeada superficial.

Todo el que haya estado alguna vez implicado en un grave accidente de carretera comprenderá lo que quiero decir. Hasta el más mínimo detalle queda impreso como a fuego en la memoria y allí permanece toda la vida. Todos hemos tenido experiencia personales de este tipo. A la edad de siete años, por ejemplo, yo estuve a punto de ahogarme, y hoy día puedo recordar el incidente tan vívidamente como si hubiera ocurrido ayer. Como resultado de esta experiencia infantil, cumplí los treinta años antes de que pudiera obligarme a mí mismo a vencer mis irracionales temores a la natación. Como todos los niños, tuve muchas otras desagradables experiencias durante mi proceso de crecimiento, pero la gran mayoría de ellas pasaron sin dejar cicatrices duraderas.

Parece, pues, que en el curso de nuestras vidas encontramos dos clases distintas de experiencias.

En una de esas dos clases, la breve exposición a una situación produce un indeleble e inolvidable impacto, en la otra causa, sólo una leve y pronto olvidada impresión. Utilizando los términos un tanto libremente, podemos decir que la primera implica un aprendizaje traumático, y la segunda un aprendizaje normal. En el aprendizaje traumático, el efecto producido es completamente desproporcionado a la experiencia que lo causó. En el aprendizaje normal, la experiencia original tiene que ser repetida una y otra vez para que su influencia se mantenga viva. La falta de reforzamiento del aprendizaje ordinario conduce a un debilitamiento de la respuesta. En el aprendizaje traumático no sucede así.

Los intentos de modificar el aprendizaje traumático tropiezan con enormes dificultades y pueden empeorar las cosas con facilidad. En el aprendizaje normal no es así. El incidente de mi niñez constituye un ejemplo. Cuanto más se me mostraban los placeres de la natación, más intenso se hacía mi aborrecimiento a este deporte. Si el primitivo incidente no hubiera ejercido tan traumático efecto, yo habría respondido cada vez más de modo positivo, en lugar de más negativamente cada vez.

Los traumas no constituyen el tema principal de este capítulo, pero le proporcionan una introducción útil. Muestran con claridad que el animal humano es capaz de una clase un tanto especial de aprendizaje, una clase que es increíblemente rápida, difícil de modificar, extremadamente duradera y que no requiere ninguna práctica para mantenerlo perfecto. Es tentador desear que pudiéramos de esta manera, leer libros, recordando para siempre todo su contenido después de una sola y breve ojeada. Sin embargo, si todo nuestro aprendizaje funcionara de esta manera, perderíamos el sentido de los valores.

Todo tendría la misma importancia, y padeceríamos una grave falta de selectividad. El aprendizaje rápido e indeleble está reservado para los momentos más transcendentales de nuestra vida. Las experiencias traumáticas son sólo una cara de esta moneda. Ahora quiero darle la vuelta y examinar la otra cara, la cara que ha sido denominada «grabación».

Mientras los traumas están relacionados con experiencias dolorosas, negativas, la grabación es un proceso positivo. Cuando un animal experimenta el fenómeno de la grabación, desarrolla una unión positiva a algo. Al igual que las experiencias traumáticas, el proceso termina rápidamente, es casi irreversible y no necesita ningún reforzamiento ulterior. En los seres humanos sucede entre una madre y su hijo. Puede suceder también cuando el hijo crece y se enamora. Quedar unido a una madre, a un hijo o a un cónyuge, son tres de los más transcendentales aprendizajes que podemos experimentar en nuestra vida, y son éstos los que hemos elegido por la especial ayuda que proporciona el fenómeno de grabación. La palabra «amor» es, de hecho, la forma en que solemos describir los sentimientos emocionales que acompañan al proceso de grabación. Pero, antes de profundizar más en la situación humana, será útil echar un breve vistazo a alguna otra especie.

Muchas aves, cuando salen del cascarón, deben formar inmediatamente una unión con su madre y aprender a reconocerla. Pueden entonces seguirla a todas partes y mantenerse cerca de ella en busca de seguridad. Si los polluelos o los patitos recién nacidos no hacen esto, podrían fácilmente perderse y perecer. Son demasiado activos y móviles para que su madre pueda mantenerlos juntos y protegerlos sin la ayuda del fenómeno de grabación. El proceso puede desarrollarse en cuestión de minutos, literalmente. El primer gran objeto en movimiento que ven los polluelos o los patos se convierte automáticamente en «madre». Desde luego, en condiciones normales es realmente su madre, pero en situaciones experimentales puede ser casi cualquier cosa. Si sucede que el primer gran objeto en movimiento que ve el pollo de incubadora es un balón anaranjado del que se tira mediante una cuerda, seguirá a eso. El balón se convierte rápidamente en «madre». Tan poderoso es este proceso de grabación que si, al cabo de unos días, se da a elegir a los polluelos entre su adoptado balón y su verdadera madre (que ha sido anteriormente mantenida fuera de su vista), preferirán el balón. No puede presentarse prueba más extraordinaria del fenómeno de grabación que la vista de un grupo de polluelos experimentales arremolinándose ansiosamente en pos de un balón anaranjado e ignorando por completo a su auténtica madre, que se encuentra no lejos de ellos.

Sin experimentos de este tipo, podría argüirse que las aves jóvenes quedan unidas a su madre natural porque son recompensadas estando con ella. Permanecer cerca de ella significa encontrar calor, alimentos, agua, etc. Pero los balones anaranjados no conducen a tales recompensas, y, sin embargo, se convierten fácilmente en poderosas figuras maternales. La grabación, pues, no consiste en una simple cuestión de respuesta a recompensas, como en el aprendizaje ordinario. Es, simplemente, cuestión de exposición. Podríamos llamarla «aprendizaje de exposición». Además, a diferencia del aprendizaje normal, tiene un período crítico. Los polluelos y los patos son sensibles a la grabación sólo durante un breve período de días después de su nacimiento. A medida que el tiempo pasa, empiezan a asustarse de los objetos grandes en movimiento y, si no han sido ya objeto de grabación, ello les resulta difícil en lo sucesivo.

Al crecer, las aves jóvenes se vuelven independientes y dejan de seguir a la madre. Pero el impacto de la primitiva grabación no se ha desvanecido. Ésta no sólo les indicó quién era su madre, sino que también a qué especie pertenecía. Una vez llegadas al estado adulto, les ayuda a elegir un compañero sexual de su propia especie, en vez de tomarlo de otra especie extraña.

También esto tiene que ser demostrado con experimentos. Si jóvenes animales de una especie son criados por padres adoptivos de otra especie, entonces, cuando lleguen a la madurez, pueden tratar de emparejarse con miembros de la especie adoptiva, en vez de intentarlo con los de su propia especie. Esto no ocurre siempre, pero hay muchos ejemplos de ello. (Ignoramos todavía por qué ocurre en unos casos y no en otros).

Entre los animales cautivos, esta susceptibilidad de fijarse en la especie inadecuada puede conducir a situaciones grotescas. Cuando las palomas criadas por tórtolas llegan a su madurez sexual, hacen caso omiso de las otras palomas y tratan de aparearse con tórtolas. Las tórtolas criadas por palomas tratan de aparearse con palomas. Un gallo de zoo, criado por sí mismo en el recinto de una tortuga gigante, se exhibía persistentemente a los aturdidos reptiles, negándose a tener nada que ver con gallinas recién llegadas.

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