Las actividades zoofílicas son mucho más raras entre las hembras humanas. De cerca de seis mil mujeres americanas, sólo veinticinco habían experimentado orgasmo como consecuencia de estímulo provocado por otra especie animal, generalmente un perro.
Para la mayoría de las personas estas actividades parecen grotescas y repulsivas. El hecho de que se produzcan revela hasta qué extraordinarios extremos llegan los luchadores de estímulo para evitar la inactividad. No puede pasar inadvertido el paralelismo con el mundo del zoo.
Oirás formas de conducta sexual, tales como ciertos casos de homosexualidad del tipo «mejor que nada», entran también dentro de esta categoría. En ausencia de estímulo normal, el objeto subnormal se torna adecuado. Los hombres próximos a morirse de hambre masticarán madera y otros objetos carentes de valor nutritivo, antes que estarse sin masticar nada. Los individuos agresivos, sin enemigos a los que atacar, aplastarán violentamente objetos inanimados o mutilarán sus propios cuerpos.
5. Si el estímulo es demasiado débil, puede aumentarse la intensidad de conducta amplificando artificialmente estímulos seleccionados.
Este principio concierne a la creación de «estímulos supernormales». Opera sobre la sencilla premisa de que, si los estímulos normales naturales producen respuestas normales, los estímulos supernormales deben acarrear respuestas supernormales. Esta idea se ha difundido extraordinariamente en el zoo humano, pero es rara en el zoo animal. Los investigadores de la conducta animal han ideado gran número de estímulos supernormales para animales experimentales, pero la producción accidental del fenómeno se limita a sólo unos ejemplos, uno de los cuales describiré con detalle.
Proviene de mi propia investigación. Durante algún tiempo, yo había estado guardando una variada colección de pájaros en una gran pajarera situada sobre el techo de un departamento de investigación. En cierta ocasión, se vieron molestados por las visitas nocturnas de una lechuza rapaz que intentaba atacarlos a través del alambre de la pajarera. Mi deseo de investigar el problema me llevó a hacer cierto número de observaciones nocturnas. La lechuza no acudió nunca mientras yo estaba allí, y, de hecho, no volví a oírla más, pero, aunque no saqué nada en limpio en aquel aspecto, lo que vi fue que dentro de la pajarera tenía lugar un comportamiento muy extraño.
Entre los pájaros, había algunas palomas y unos pequeños pinzones llamados gorriones de Java.
Estos pinzones suelen dormir juntos, apretados uno contra otro en una rama. Para mi sorpresa, los pinzones de la pajarera se ignoraban entre sí, favoreciendo en su lugar a las palomas como compañeros de descanso. Cada paloma tenía un pequeño pinzón apretado contra su rollizo cuerpo. Los pajaritos se acomodaban para pasar la noche, y las palomas, aunque algo sorprendidas al principio por sus extraños compañeros, estaban demasiado soñolientas para oponerse y, por fin, también ellas adoptaron esta disposición para dormir.
Yo me encontraba completamente desconcertado ante este peculiar modo de conducirse. Las dos especies no habían sido criadas juntas, así que no podía tratarse de una malgrabación. Los pinzones ni siquiera se habían criado en cautividad. De acuerdo con todas las reglas, deberían haber dormido con otros miembros de su propia especie. Había otro problema. ¿Por qué, entre todas las especies existentes en la pajarera, elegían para dormir a las palomas?
Volviendo a mi vigilancia durante las noches siguientes, pude observar una conducta aún más curiosa. Antes de irse a dormir, los pequeños pinzones arreglaban a menudo las plumas de sus palomas, acción ésta también que, en circunstancias normales, sólo aplicarían a uno de los suyos. Más extraño aún: empezaban a saltar sobre las espaldas de sus enormes compañeros. Un pinzón saltaba al lomo de su paloma y, luego, al otro lado; repetía el salto, y así sucesivamente. Presencié lo más extraño de todo cuando vi a uno de los pequeños pájaros empujar hacia arriba el cuerpo de su paloma e introducirse entre las grandes patas de ella. La soñolienta paloma se irguió sobre sus patas y miró a la forcejeante forma por debajo de su redondeado pecho. Una vez en posición, el pinzón se acurrucó, y la paloma se echó sobre él.
Allí quedaron, con el rosado pico del pinzón emergiendo por debajo de la pechuga de la paloma.
Yo tenía que encontrar una explicación para esta extraña relación. No había nada raro en las palomas, excepto, quizá, su extraordinaria tolerancia. Eran los pinzones los que requerían un atento estudio. Descubrí que, a la hora de dormir, hacían una señal especial que indicaba a los demás miembros de su especie que estaban dispuestos a acostarse. Cuando se hallaban en actividad, se mantenían a distancia unos de otros, pero cuando llegaba la hora de dormir, un pinzón, presumiblemente el más soñoliento, ahuecaba sus plumas y se acurrucaba en su percha. Ésta era la señal para los otros miembros de su grupo de que podían unirse a él sin ser rechazados. Se acercaba un segundo pinzón y se acurrucaba junto al primero, ahuecando sus plumas al hacerlo; luego un tercero, un cuarto, y así sucesivamente, hasta que quedaba formada una fila de pájaros dormidos. Los últimos en llegar solían saltar sobre las alineadas espaldas y se introducían en el centro, en una posición más cálida y favorable. Aquí estaban todas las pistas que yo necesitaba.
La acción combinada de ahuecar las plumas y acurrucarse hacía que los pinzones parecieran más grandes y más esféricos que cuando estaban moviéndose activamente. Esta era la señal clave, que significaba «ven a dormir conmigo». Una paloma dormida era aún más grande y esférica y, por consiguiente, no podía por menos de enviar una versión mucho más potente de la misma señal. Además, a diferencia de las otras especies contenidas en la pajarera, las palomas tenían el mismo color grisáceo que los pequeños pinzones. Como eran tan grandes, redondeadas y grises, emitían una señal supernormal a los pinzones, que los pequeños pájaros no podían resistir. Estando de modo innato programados para esta combinación de tamaño, forma y color, los pinzones respondían automáticamente a las palomas como estímulos supernormales para echarse a dormir, prefiriéndolas a los miembros de su propia especie. El inconveniente era que las palomas no formaban filas. Un pinzón acurrucado al lado de una de ellas se encontraba a sí mismo al extremo de una «fila», saltaba sobre el lomo de la paloma, no conseguía encontrar el centro de la «fila» y saltaba al otro lado. La paloma era tan grande que debía de parecerle como toda una fila de pinzones, así que el pajarito volvía a intentarlo, pero de nuevo sin éxito. Con gran persistencia, el pinzón intentaba por fin, abrirse paso desde detrás de la paloma, y acababa por encontrar una cómoda posición en el «centro de la fila», entre las grandes patas del ave.
Como he dicho antes, éste es uno de los pocos casos conocidos de un estímulo supernormal no humano producido sin que se esté desarrollando un experimento deliberado. Otros casos más conocidos han implicado siempre al uso de algún objeto experimental artificial. Los cogedores de ostras, por ejemplo, son pájaros que anidan en el suelo. Si uno de sus huevos rueda fuera del nido, es devuelto a su sitio con un movimiento especial del pico. Si se colocan huevos artificiales cerca del nido, los pájaros los cogerán también. Si se les ofrecen huevos falsos de diferentes tamaños, siempre prefieren el mayor. De hecho, intentarán coger huevos que tengan muchas veces el tamaño de sus verdaderos huevos. No pueden por menos de reaccionar a un estímulo supernormal.
Las crías de gaviota, cuando piden alimento a sus padres, picotean una brillante mancha roja que está situada cerca de la extremidad del pico del ave adulta. Los padres responden a este picoteo regurgitando pescado para su hijos. La mancha roja es la señal vital. Se ha descubierto que las crías picotearían incluso modelos en cartón de las cabezas de sus padres. Mediante una serie de pruebas, se descubrió que los demás detalles de la cabeza adulta carecían de significado. Las crías picoteaban la mancha roja sólo en atención a ella. Además, si se les ofrecía un palo con tres manchas rojas pintadas en él, picoteaban más a eso que a una reproducción completa y realista de sus padres. También en este caso, el palo con las tres manchas rojas era un estímulo supernormal.
Hay otros ejemplos, pero bastan los mencionados. Evidentemente, es posible mejorar la Naturaleza, lo que a algunos les parece desagradable. Pero la razón es sencilla: cada animal es un complejo sistema de compromisos. Las encontradas demandas de supervivencia lo mueven en direcciones diferentes. Si, por ejemplo, tiene colores demasiado vivos, será detectado por sus predadores. Si sus colores son excesivamente sombríos, será incapaz de atraer a un compañero, etc. Sólo cuando las presiones de la supervivencia son artificialmente reducidas, se aflojará este sistema de compromisos. Los animales domesticados, por ejemplo, están protegidos por el hombre y ya no tienen por qué temer a sus predadores. Sus apagados colores pueden ser sustituidos sin riesgo por blancos purísimos, abigarradas policromías y otros vividos dibujos. Pero si fueran soltados de nuevo en su medio ambiente natural, serían tan visibles que caerían rápidamente presa de sus enemigos naturales.
Al igual que sus animales domesticados, también el hombre supertribal puede permitirse ignorar las restricciones de supervivencia de los estímulos naturales. Puede manipular los estímulos, exagerarlos y deformarlos a placer. Incrementando artificialmente su intensidad —creando estímulos supernormales—, puede dar un realce enorme a su correspondiente respuesta. En su mundo supertribal, es como un cogedor de ostras rodeado de huevos gigantescos.
En todas partes a donde vuelva uno la vista, encontrará pruebas de alguna clase de estimulación supernormal. Nos gustan los colores de las flores, y por ello las producimos más grandes y relucientes. Nos gusta el ritmo de la locomoción humana, y por esta razón desarrollamos la gimnasia. Nos gusta el sabor de la comida, y, en consecuencia la hacemos más sazonada y más sabrosa. Nos gustan ciertos aromas, y por ello fabricamos perfumes fuertes. Nos gusta dormir en una superficie cómoda, así que construimos camas supernormales, con muelles y colchones.
Podemos empezar examinando nuestro aspecto, nuestros vestidos y nuestros cosméticos. Muchos trajes masculinos incluyen el almohadillado de los hombros. En la pubertad, existe una marcada diferencia entre el ritmo de crecimiento de los hombros de los machos y los de las hembras, siendo los de los muchachos más anchos que los de las muchachas. Esto es un signo natural y biológico de masculinidad adulta. Almohadillar los hombros añade una cualidad supernormal a esta masculinidad, y no es sorprendente que la modalidad más exagerada tenga lugar en la más masculina de todas las esferas, la militar, en la que se añaden rígidas charreteras para aumentar el efecto. Una elevación de la altura del cuerpo es también una característica adulta, especialmente en los machos, y muchos trajes agresivos se hallan coronados por alguna forma de sombrero alto, creando la impresión de estatura supernormal. No dudaríamos en llevar también zancos, si no fuesen tan incómodos.
Si los machos quieren parecer supernormalmente jóvenes, pueden llevar tupés para cubrir sus cabezas calvas, dientes postizos para llenar sus envejecidas bocas y corsés para contener sus abultados vientres. Se sabe de jóvenes ejecutivos que, deseando parecer supernormalmente viejos, se han teñido de gris sus juveniles cabellos.
La hembra adolescente de nuestra especie experimenta un engrosamiento de los pechos y un ensanchamiento de las caderas que la señalan como una adulta sexual en desarrollo. Puede reforzar sus señales sexuales exagerando estas características. Puede erguir, almohadillar, ahusar o inflar sus pechos de muchas maneras. Apretándose la cintura, puede hacer resaltar la anchura de sus caderas. Puede también almohadillar sus nalgas y sus caderas, tendencia que encontró su desarrollo más supernormal en los períodos de polisones y crinolinas.
Otro cambio de crecimiento que acompaña a la maduración de la hembra es el alargamiento de las piernas en relación al resto del cuerpo. Las piernas largas pueden, por tanto, llegar a equipararse a sexualidad, y las piernas excepcionalmente largas se convierten en sexualmente atractivas. Por supuesto, no pueden convertirse en estímulos supernormales, toda vez que son objetos naturales (aunque los tacones altos ayudarán un poco), pero un alargamiento artificial puede tener lugar en dibujos y cuadros eróticos de hembras. Las medidas de dibujos de «modelos» muestran que las muchachas son habitualmente representadas con piernas artificialmente largas, a veces casi una vez y media más largas que las piernas de las mujeres en que se basan. La reciente moda de faldas muy cortas debe su atractivo sexual no simplemente a la exhibición de carne desnuda, sino también a la impresión de piernas más largas que da cuando se compara con las modas anteriores de faldas más largas.
Puede encontrarse un brillante muestrario de estímulos supernormales en el mundo de los cosméticos femeninos. Una piel clara e impoluta es sexualmente atractiva. Su suavidad puede ser acentuada con polvos y cremas. En épocas en que era importante demostrar que una hembra no tenía que trabajar al sol, sus cosméticos la ayudaron creando una blancura supernormal para su piel visible. Cuando las condiciones cambiaron y se hizo importante para ella revelar que podía permitirse el lujo de tenderse al sol, el bronceamiento de la piel se convirtió en un bien estimable. Una vez más, sus cosméticos estaban allí para proporcionarle un tonalidad morena supernormal. En otros períodos, en el pasado, era importante que hiciera ostentación de buena salud, y se añadía el supernormal rubor del colorete. Otra característica de su piel, es que es menos vellosa que la del macho adulto. También aquí se puede conseguir un efecto supernormal mediante formas diversas de depilación, afeitado o cortando los pequeños pelos de las piernas, o arrancándolos dolorosamente de la cara Las cejas del macho tienden a ser más espesas que las de la hembra, de modo que también en este aspecto se puede obtener una feminidad supernormal mediante la depilación. Añádase a todo esto su supernormal maquillaje de ojos, lápiz de labios, laca de uñas, perfume y, ocasionalmente, incluso rouge para pezones, y resulta fácil comprender con cuánta intensidad aplicamos el principio supernormal de la lucha de estímulo.
En un capítulo anterior hemos observado ya hasta qué extremos ha llegado el pene masculino para convertirse en un símbolo fálico supernormal. En el vestido ordinario no le ha ido tan bien, excepto un breve momento de esplendor durante la época del adminículo escrotal. En la actualidad apenas si nos queda el supernormal mechón de vello pubiano de la escarcela que llevan los montañeses de Escocia sobre la faldilla.