El zoo humano (28 page)

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Authors: Desmond Morris

Tags: #GusiX, Ensayo, Ciencia

BOOK: El zoo humano
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En los vestidos femeninos, en que la manifestación sexual tiene la máxima importancia, esto ha dado lugar a lo que los expertos denominan ley del desplazamiento de zonas erógenas. Técnicamente, una zona erógena es una determinada superficie del cuerpo que está particularmente bien provista de terminaciones nerviosas que emiten una respuesta al tacto, cuya directa estimulación está despertando sexualmente. Las principales superficies son la región genital, los senos, la boca, los lóbulos de las orejas, las nalgas y los muslos. A veces, se añaden a la lista el cuello, los sobacos y el ombligo. Las modas femeninas no guardan, naturalmente, relación con la estimulación táctil, sino con la exposición (u ocultamiento) visual de estas zonas sensibles. En casos extremos, todas estas zonas pueden ser mostradas a la vez, o, como en los vestidos de las mujeres árabes, pueden ser ocultadas todas. Sin embargo, en la inmensa mayoría de las comunidades supertribales, algunas son expuestas y otras simultáneamente ocultadas. Alternativamente, algunas pueden ser puestas de manifiesto, aunque cubiertas, mientras otras quedan relegadas.

La ley del desplazamiento de zonas erógenas se refiere a la forma en que la concentración en una región deja paso, a medida que pasa el tiempo y cambian las modas, a la concentración en otra región. Si la hembra moderna realza una zona durante demasiado tiempo, la atracción se desvanece, precisándose entonces un nuevo estímulo supernormal para volver a despertar el interés.

En tiempos recientes, las dos zonas principales, los senos y la pelvis, han permanecido en su mayor parte ocultas, pero han sido realzadas de diversas formas. Una de ellas consiste en almohadillar o apretar el vestido para exagerar las formas de estas regiones. La otra, en aproximarlas lo más posible a las zonas de carne descubierta. Cuando esta exposición llega a la región del pecho, con vestidos excepcionalmente escotados, se aleja generalmente de la región pelviana, haciéndose más largos los vestidos. Cuando la zona de interés se desplaza y las faldas se hacen más cortas, el escote se eleva. En las ocasiones en que se han generalizado los diafragmas desnudos, dejando al descubierto el ombligo, las otras zonas han sólido estar bien tapadas, a menudo hasta el punto de que las piernas han quedado ocultas bajo alguna clase de pantalones.

El gran problema para los diseñadores de la moda estriba en que sus estímulos supernormales están relacionados con características biológicas básicas. Como sólo hay unas cuantas zonas vitales, esto crea una estricta limitación y obliga a los diseñadores a una serie de ciclos peligrosamente repetitivos. Sólo con gran ingenio puede vencerse esta dificultad. Pero siempre queda la región de la cabeza para manipular con ella. Los lóbulos de las orejas pueden ser puestos de relieve por medio de pendientes; los cuellos, con collares; el rostro, con maquillaje. También aquí se aplica la ley del desplazamiento de zonas erógenas, y es de notar que cuando el maquillaje se hace particularmente intenso y llamativo, los labios suelen aparecer más pálidos y menos realzados.

Los ciclos de la moda masculina siguen un rumbo un tanto diferente. En los últimos tiempos, el macho ha estado más interesado en manifestar su status que sus características sexuales. Un status elevado significa posibilidad de ocio, y los vestidos más característicos del ocio son las ropas deportivas.

Los estudiosos de la historia de la moda han descubierto el hecho revelador de que prácticamente todos los hombres llevan hoy lo que puede ser clasificado como «ex ropa de deporte». Puede demostrarse que hasta nuestro traje más ceremonioso tiene este origen.

El sistema funciona de la siguiente manera. En cualquier momento concreto de la historia reciente ha habido siempre un traje altamente funcional indicado para la práctica del deporte característico del alto status del momento. Llevar ese traje indica que uno puede disponer del tiempo y el dinero necesarios para la práctica de ese deporte. Esta manifestación de status puede ser supernormalizada llevando el traje como indumento corriente, aun cuando no se esté practicando el deporte en cuestión, magnificando así, al extenderla, dicha manifestación. Las señales que emanan de la ropa deportiva dicen: «Yo tengo mucho tiempo libre». Y esto mismo pueden decir casi igual de bien respecto de un hombre no deportista que no puede permitirse el lujo de participar en el deporte. Al cabo de algún tiempo, cuando han llegado a ser completamente aceptados como ropa cotidiana, estos trajes pierden su impacto. Se hace preciso entonces echar mano de otro deporte para tomar su insólito atuendo.

En el siglo XVIII, los caballeros rurales ingleses exhibían su status dedicándose a la caza.

Adoptaron para la ocasión una ostensible manera de vestir, llevando una chaqueta larga recortada por delante, lo que daba a ésta el aspecto de tener colas por la parte de atrás. Abandonaron los grandes y aleteantes sombreros y empezaron a llevar rígidos sombreros de copa, como prototípicos cascos de batalla. Una vez que este atuendo quedó plenamente establecido como traje de deporte de elevado status, comenzó a extenderse. Al principio, fueron los dandys (los petimetres de la época) quienes empezaron a usar un modificado traje de caza como indumento diario. Esto fue considerado el colmo del atrevimiento, cuando no completamente escandaloso. Pero, poco a poco, se difundió la moda (los jóvenes petimetres fueron envejeciendo), y a mediados del siglo XIX el traje de sombrero de copa y faldones se había convertido en atuendo diario normal.

Habiendo llegado a ser tan aceptado y tradicional, la indumentaria de sombrero de copa y faldones tuvo que ser sustituido por algo nuevo por los miembros más audaces de la sociedad, que deseaban hacer ostentación de sus señales supernormales de ocio. Otros deportes de status elevado disponibles para este fin eran la caza, la pesca y el golf. Los bombines se convirtieron en sombreros hongos, y las chaquetas de caza en americanas a cuadros. Los blandos sombreros deportivos dieron paso a los sombreros flexibles.

En el transcurso del presente siglo, la americana ha sido aceptada como traje serio de uso diario, perdiendo colorido en el proceso. El «traje de mañana», o frac, ha sido desplazado un paso más hacia la etiqueta, estando reservado ahora para ocasiones especiales, tales como bodas. Sobrevive también como traje de noche, pero la americana ha llegado ya a su altura y lo ha despojado de sus faldones para crear el smoking.

Una vez que el traje de americana hubo perdido su osadía, tuvo que ser sustituido, a su vez, por algo más manifiestamente deportivo. La caza podía haber pasado de moda, pero la equitación en general conservaba un alto valor de status, de modo que la situación se repitió. Esta vez fue la chaqueta de montar la que no tardó en ser conocida como «chaqueta deportiva». Irónicamente, sólo adquirió este nombre cuando perdió su verdadera función deportiva. Se convirtió en el atuendo despreocupado para uso cotidiano, y en la actualidad mantiene esta posición. Sin embargo, ya se está introduciendo en el ceremonioso mundo de los gerentes de empresa. Entre los más osados, ha invadido incluso ese sanctasanctórum que es la fiesta de noche, en forma de un smoking con dibujos.

Al difundirse en la vida cotidiana la chaqueta deportiva, se propagó con ella el suéter de cuello de polo. El polo era otro deporte de status elevado, y llevar el suéter de cuello redondo típico de este juego confería automáticamente un alto status a su afortunado portador. Pero esta característica prenda ha perdido ya su gallardo encanto. Una versión en seda de él fue recientemente llevada por primera vez con una chaqueta de smoking. Instantáneamente, las tiendas fueron asaltadas por jóvenes machos que demandaban este último ataque deportivo a la etiqueta. Tal vez haya perdido su impacto como atuendo ordinario, pero como indumento de noche aún podía llamar la atención, y, por consiguiente, su radio de acción se extendió. Durante los últimos cincuenta años han surgido otros rumbos similares. Chaquetas marineras deportivas con botones dorados han sido llevadas por hombres que jamás han abandonado la tierra firme. Trajes de esquiar han sido llevados por hombres (y mujeres) que jamás han visto la nevada cumbre de una montaña. Mientras un deporte determinado sea exclusivo y costoso, le serán tomadas sus señales de vestimenta. Durante el presente siglo, los deportes de lujo han sido sustituidos hasta cierto punto por la costumbre de acudir a las playas de climas cálidos. Esto empezó a ponerse de moda en la Riviera francesa. Los visitantes empezaron copiando los suéteres y las camisas de los pescadores locales.

Podían demostrar que habían disfrutado de estas costosas vacaciones de nuevo status llevando en sus lugares habituales de residencia versiones modificadas de estas camisas y suéteres. Inmediatamente, hizo su irrupción en el mercado una nueva gama de esta clase de prendas. En América, se puso de moda que los machos adinerados y de status elevado poseyeran un rancho en el campo, donde vestían modificadas prendas de cowboy. Al instante, muchos habitantes de la ciudad que no tenían ningún rancho se paseaban a grandes zancadas con su modificado (más aún) traje de cowboy. Podría alegarse que lo habían tomado directamente de las películas del Oeste, pero esto es poco probable. Habría sido un disfraz. Sin embargo, una vez que los machos de status elevado, reales, contemporáneos, lo llevan cuando se toman sus vacaciones, entonces todo está bien y una nueva moda se pone en boga.

Nada de esto, puede pensarse, explica los extraños vestidos del adolescente macho que lleva chalinas, cabellos largos, collares, bufandas de colores, pulseras, zapatos de hebilla, pantalones acampanados y camisas con puños de encajes.

¿Qué clase de deporte está él modificando? No hay nada misterioso en la adolescente con minifalda. Lo único que ella ha hecho, aparte de desplazar a sus muslos su zona erógena, es arrancar una hoja del libro de modas del macho y tomar un vestido deportivo para uso diario. La falda de tenis de los años treinta y la falda de esquiar de los años cuarenta eran ya auténticas minifaldas. Sólo faltaba que algún atrevido diseñador las modificara para adaptarlas al uso diario. Pero, ¿qué diablos está haciendo el extravagante joven macho? La respuesta parece ser que, con el reciente establecimiento de una «subcultura de juventud», se hacía necesario desarrollar una vestimenta completamente nueva, una que debiera lo menos posible a las variaciones de la aborrecida «subcultura adulta». El status en la «subcultura de juventud» tiene menos que ver con el dinero y mucho más con el atractivo sexual y con la virilidad. Esto ha significado que los machos jóvenes han empezado a vestirse de forma más semejante a la de las hembras, no porque sean afeminados (una burla frecuente en el grupo más viejo), sino porque están más preocupados por las manifestaciones de atracción sexual. En los últimos tiempos, éstas han estado atribuidas casi exclusivamente a las hembras, pero ahora afectan a los dos sexos. Constituye, de hecho, un retorno a una anterior condición (de antes del siglo XVIII) de la vestimenta masculina, y no deberíamos sorprendernos demasiado si en cualquier momento hace su reaparición el sostén escrotal. Quizá veamos también el retorno del cuidadoso maquillaje masculino. Es difícil decir cuánto durará esta fase, porque será gradualmente copiada por los machos de más edad, que se están sintiendo ya disgustados por las abiertas ostentaciones sexuales de sus menores. Volviendo a una ostentación de pavo real, los jóvenes machos de la «subcultura de juventud» han golpeado donde más duele. El macho humano tiene su máxima potencia sexual entre los dieciséis y diecisiete años de edad. Abandonando el traje de status de ocio y sustituyéndolo por el traje de status de sexo, han elegido el arma ideal. Sin embargo, como he dicho antes, los jóvenes dandys acaban envejeciendo. Será interesante ver qué sucede dentro de veinte años, cuando los «Beatles» estén calvos y haya surgido una nueva subcultura de juventud.

Casi todo lo que llevamos hoy es, pues, el resultado del principio de la lucha de estímulo de agotar las posibilidades para producir el efecto de súbita novedad. Lo que es atrevido hoy, se convierte mañana en ordinario y al día siguiente en rancio, y olvidamos rápidamente su procedencia. ¿Cuántos hombres, al ponerse sus trajes de etiqueta y calarse sus sombreros de copa, se dan cuenta de que están vistiendo el traje de un noble cazador del siglo XVIII? ¿Cuántos hombres de negocios vestidos con americanas de severos tonos se dan cuenta de que están siguiendo la forma de vestir de los deportistas de principios del siglo XIX? ¿Cuántos jóvenes con chaquetas deportivas piensan en sí mismos como jinetes? ¿Cuántos jóvenes que llevan camisas de cuello abierto y flojos suéteres de punto se imaginan a sí mismos como pescadores del Mediterráneo? ¿Y cuántas jovencitas con minifalda piensan en ellas mismas como jugadores de tenis o patinadoras sobre hielo?

El shock se extingue rápidamente. El nuevo estilo es absorbido sin tardanza, y entonces se necesita otro que ocupe su lugar y suministre un nuevo estímulo. De una cosa podemos estar siempre seguros: cualquiera que hoy sea la más atrevida innovación en el mundo de la moda, mañana se convertirá en respetabilidad y sé fosilizará luego rápidamente en pomposa etiqueta, mientras surgen nuevas rebeliones para sustituirla.

Sólo mediante este constante proceso giratorio pueden los extremos de la moda, los estímulos supernormales de diseño, mantener su impacto masivo. La necesidad sea, tal vez, la madre de la invención, pero allá donde están implicados los estímulos supernormales de la moda es también cierto afirmar que la novedad es la madre de la necesidad.

Hemos estado considerando hasta ahora los cinco principios de la lucha de estímulo que guardan relación con el aumento de la intensidad de conducta del individuo. En ocasiones, se hace necesaria la dirección inversa. Cuando esto sucede, entra en acción el sexto y último principio.

6. Si el estímulo es demasiado fuerte, puede reducirse la intensidad de conducta amortiguando la capacidad de respuesta a las sensaciones provenientes del exterior.

Éste es el principio de contención. Algunos animales de zoo encuentran intimidante y tenso su confinamiento, especialmente cuando son recién llegados, trasladados a una nueva jaula o alojados con compañeros hostiles o inadecuados. En su agitada condición, pueden padecer una anormal superestimulación. Cuando esto sucede y no pueden huir u ocultarse, deben interrumpir de alguna manera el flujo de estímulos exteriores. Pueden hacerlo acurrucándose, simplemente, en un rincón y cerrando los ojos. Esto, al menos, elimina los estímulos visuales. Dormir durante un excesivo lapso de tiempo (procedimiento utilizado también por inválidos, tanto animales como humanos) se presenta, asimismo, como una forma más extrema de contención. Pero no pueden estar acurrucados y dormir continuamente.

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