En el nivel universitario, la escena cambia. Hay muchos más hechos que transmitir, pero no son tan «indiscutibles». Se espera del estudiante que los someta a discusión y los valore, y, eventualmente, que invente nuevas ideas propias. Pero en ambos estadios, la escuela y la Universidad, hay algo más bajo la superficie, algo que tiene poco que ver con el estímulo de expansión intelectual, pero mucho con la enseñanza de identidad supertribal. Para comprender esto, debemos examinar lo que sucedía en sociedades tribales más sencillas.
En muchas civilizaciones, los niños han sido sometidos, al llegar a la pubertad, a impresionantes ceremonias de iniciación. Son apartados de sus padres y mantenidos en grupos. Luego, son obligados a sufrir severas pruebas, que, a menudo, implican tortura o mutilación. Se practican operaciones sobre sus genitales, o sus cuerpos pueden ser marcados con cicatrices, quemados, azotados o mordidos por hormigas. Al mismo tiempo, se les instruye en los secretos de la tribu. Cuando los rituales han terminado, son aceptados como miembros adultos de la sociedad.
Antes de ver cómo se relaciona esto con los rituales de la educación moderna, es importante preguntar qué valor tienen estas actividades aparentemente perjudiciales. En primer lugar, aíslan al niño de sus padre. Antes de eso, siempre podía acudir a ellos en busca de consuelo cuando sufría algún padecimiento. Ahora, por primera vez, el niño tiene que soportar el dolor y el miedo en una situación en que no es posible solicitar la ayuda de los padres. (Las ceremonias de iniciación suelen ser realizadas en estricta intimidad por los ancianos de la tribu, quedando excluidos los restantes miembros de la misma).
Esto sirve para destruir el sentido de dependencia del niño respecto de sus padres y desplazar su fidelidad desde el hogar familiar hasta la comunidad tribal considerada como un todo. El hecho de que, al mismo tiempo, se le permita compartir los secretos tribales de los adultos fortalece el proceso, dando contenido a su nueva identidad tribal. En segundo lugar, la violencia de la experiencia emocional que acompaña a su instrucción contribuye a grabar a fuego en su cerebro los detalles de las enseñanzas tribales. Así como nos resulta imposible olvidar los pormenores de una experiencia traumática, como un accidente de automóvil, del mismo modo el iniciado tribal recordará hasta el día mismo de su muerte los secretos que le fueron comunicados en tan aterradora ocasión. La iniciación es, en cierto sentido, una deliberada enseñanza traumática. En tercer lugar, manifiesta con plena claridad al subadulto que, aunque está ingresando en las filas de sus mayores, lo está haciendo en el papel de un subordinado. El intenso poder que ejercitaron sobre él será también vívidamente recordado.
Las escuelas y Universidades modernas no pinchan con hormigas a sus estudiantes, pero, en muchos aspectos, el sistema educativo actual presenta sorprendentes similitudes con los primitivos procedimientos tribales de iniciación. En primer lugar, los niños son apartados de sus padres y puestos en manos de ancianos supertribales —los profesores—, que los instruyen en los «secretos» de la supertribu. En muchas culturas aún se les hace llevar un uniforme distinto con el fin de situarles aparte y de reforzar su nueva fidelidad. Puede estimulárseles también a entregarse a ciertos rituales, tales como canciones escolares. Las severas pruebas de la ceremonia de iniciación tribal ya no dejan cicatrices físicas (las cicatrices de los duelos alemanes nunca alcanzaron gran difusión). Pero las pruebas físicas de un tipo menos perverso han persistido casi en todas partes hasta fecha muy reciente, al menos en el nivel escolar, en forma de palmetazos en las nalgas. Como las mutilaciones genitales de las ceremonias tribales, esta forma de castigo ha tenido siempre cierto sabor sexual, y no puede ser disociada del fenómeno de sexo de status.
A falta de una forma más violenta de prueba procedente de los profesores, los alumnos más antiguos asumen con frecuencia el papel de «ancianos tribales» y administran sus propias torturas a los «nuevos». Estas torturas varían de un lugar a otro. En una escuela, por ejemplo, se les introducen a los recién llegados manojos de hierbas dentro de sus ropas. En otra, se les hace inclinarse sobre una piedra grande y se les azota. En otra, se les obliga a correr por un largo pasillo entre dos filas formadas por alumnos veteranos, que les dan patadas mientras pasan. En otra aún, se les coge por los brazos y las piernas y se les golpea contra el suelo tantas veces como años tienen. Alternativamente, el día en que un nuevo alumno lleva su primer uniforme escolar, puede recibir en la carne un pinchazo por cada prenda nueva que lleva, que le es infligido por cada alumno veterano. En casos raros, la prueba a que se les somete es mucho más complicada y puede casi aproximarse a una ceremonia de iniciación tribal a gran escala. Incluso hoy día, de cuando en cuando se producen muertes a consecuencia de estas actividades.
A diferencia de lo que ocurría en la primitiva situación tribal, no hay nada que impida a un muchacho torturado quejarse a sus padres, pero esto difícilmente sucede, porque acarrearía oprobio sobre el muchacho en cuestión. Muchos padres ni siquiera tienen la menor idea de las pruebas a que son sometidos sus hijos. La antigua práctica de separar a un niño de su hogar familiar ha empezado ya a producir su extraña magia.
Aunque estos extraoficiales ritos de iniciación han persistido acá y allá, el castigo oficial de bastonazos suministrados por los profesores ha entrado ya en decadencia, debido a la presión de la opinión pública y a la revisión de ideas de ciertos profesores. Pero si la prueba oficial por medios físicos está desapareciendo, siempre queda la alternativa de la prueba mental. Virtualmente, a todo lo largo del sistema educativo moderno existe en la actualidad una poderosa e impresionante forma de ceremonia de iniciación supertribal que se denomina con el revelador nombre de «exámenes». Éstos se desarrollan bajo la pesada atmósfera de un solemne ritual, con los alumnos imposibilitados de toda ayuda externa. Tienen que sufrir solos. En todos los demás momentos de sus vidas, pueden hacer uso de libros de consulta, o de estudios sobre puntos oscuros, cuando aplican su inteligencia a un problema, pero no durante los rituales privados de los temidos exámenes.
La prueba se intensifica más aún estableciendo un estricto límite de tiempo y acumulando todos los diferentes exámenes en el corto espacio de unos días o unas semanas. El efecto conjunto de estas medidas es el de crear una considerable cantidad de tormento mental, que recuerda de nuevo las ceremonias de iniciación, más primitivas, de las simples tribus.
Cuando, a nivel universitario, los exámenes finales han terminado, los estudiantes que han «superado la prueba» quedan cualificados como miembros de la sección adulta de la supertribu. Visten complicadas y ostentosas túnicas y toman parte en un nuevo ritual, llamado ceremonia de graduación, en presencia de los ancianos académicos que llevan túnicas aún más dramáticas e impresionantes.
La fase de estudiante universitario suele durar tres años, muy largo tiempo por lo que a las ceremonias de iniciación se refiere. Para algunos es demasiado tiempo. La falta de asistencia parental y del confortante medio ambiente social del hogar, juntamente con las grandes demandas de la prueba de examen, constituye con frecuencia un peso demasiado grande para el joven iniciado. En las universidades británicas, el veinte por ciento, aproximadamente, de los estudiantes se someten a tratamiento psiquiátrico en algún momento de sus tres años de estudio. Para algunos, la situación se vuelve insoportable, y los suicidios son insólitamente frecuentes, hasta el punto de que la proporción en la universidad es de tres a seis veces más elevada que el promedio nacional para el mismo grupo de edad. En las universidades de Oxford y Cambridge, la proporción de suicidios es de siete a diez veces más elevada.
Evidentemente, las pruebas educativas que he estado describiendo tienen poco que ver con el estímulo y la expansión de la práctica infantil de juegos, la inventiva y la creatividad. Al igual que las primitivas ceremonias de iniciación tribal, guardan relación más bien, con la enseñanza de identidad supertribal. Como tales, desempeñan un importante papel cohesivo, pero el desarrollo del intelecto creador es cosa completamente distinta.
Una de las excusas formuladas en favor de las pruebas rituales de la educación moderna, es que constituyen el único medio de asegurar que los estudiantes absorban la enorme masa de hechos conocidos. Es cierto que hoy día se necesitan conocimientos detallados y destreza de especialista antes de que un adulto pueda empezar siquiera a ser satisfactoriamente inventivo. Asimismo, las ceremonias de examen impiden el fraude. Podría alegarse, además, que los estudiantes deberían ser sometidos deliberadamente a un estado de tensión con el fin de calibrar su resistencia. Los desafíos de la vida adulta son también fuertes, y, si un estudiante se derrumba bajo la tensión de las pruebas educativas, entonces, probablemente, es que tampoco estaba equipado para resistir las presiones poseducacionales. Estos argumentos son plausibles, y, sin embargo, uno siente todavía, bajo la pesada bota de los procedimientos rituales educativos, el aplastamiento de los potenciales creadores. No cabe duda de que el sistema actual constituye un considerable progreso sobre anteriores métodos educativos, y que, para los que sobreviven a las pruebas, existe una gran cantidad de alimento exploratorio a su alcance. En la actualidad, en nuestras supertribus hay más adultos infantiles que nunca. Pese a ello, sin embargo, en muchas esferas existe todavía una opresiva atmósfera de resistencia emocional a ideas radicalmente nuevas e inventivas. Los individuos dominantes estimulan una inventiva de segundo grado en forma de nuevas variaciones sobre viejos temas, pero presentan resistencia a la inventiva de primer grado que conduce a temas enteramente nuevos.
Considérese, por vía de ejemplo, lo asombroso de nuestro proceder al insistir en tratar de mejorar algo tan primitivo como el motor utilizado en nuestros actuales automóviles. Existen grandes probabilidades de que para el siglo XXI se haya quedado tan anticuado como lo es hoy el carro y el caballo. Que sea sólo una gran probabilidad y no una certeza absoluta se debe al hecho de que, hasta el momento, todos los mejores cerebros de la profesión se hallan enteramente absorbidos por los secundarios problemas inventivos de cómo lograr nimias mejoras en el funcionamiento y rendimiento de la maquinaria existente, en vez de investigar algo realmente nuevo.
Esta tendencia a la miopía en la conducta exploratoria adulta, da una medida de la inseguridad de una sociedad pacífica. Quizás, a medida que avanzamos en la era atómica, alcancemos tales cumbres de seguridad supertribal, o caigamos en tan profundos abismos de pánico supertribal, que nos volvamos cada vez más exploratorios, inventivos y creadores.
No será una lucha fácil, sin embargo, y recientes sucesos en todo el mundo lo demuestran. Los mejorados sistemas educativos se han mostrado tan eficaces, que muchos no están ya dispuestos a aceptar sin discusión la autoridad de sus mayores. La comunidad no estaba preparada para ello, y ha sido cogida por sorpresa.
Al pedir mayor ingenio e inventiva, no se calculó la magnitud de la respuesta que había de producirse, y ésta escapó rápidamente a todo control. Parecía no comprenderse que se estaba estimulando algo que tenía ya un fuerte respaldo biológico. Se consideraba, erróneamente, el ingenio y el sentido de responsabilidad creadora como propiedades ajenas al cerebro humano, cuando, en realidad, estaban allí ocultas todo el tiempo, esperando sólo una oportunidad para hacer irrupción en el exterior.
Los ya anticuados sistemas educacionales habían hecho todo lo posible para reprimir estas propiedades, exigiendo una obediencia mucho más estricta a las reglas establecidas de los mayores.
Habían impuesto rigurosamente el aprendizaje mecánico de rígidos dogmas. La inventiva había sido forzada a librar sus propias batallas, emergiendo a la superficie sólo en individuos aislados y excepcionales.
Sin embargo, cuando conseguía hacer su aparición, su valor para la sociedad era indiscutible, y esto acabó conduciendo, por fin, al actual movimiento por parte de la organización del sistema para estimularlo activamente. Abordando la cuestión de un modo racional, vieron en la inventiva y en la creatividad inmensas ayudas para el progreso social. Al mismo tiempo, el impulso, profundamente arraigado, de estas autoridades supertribales de mantener su control sobre el orden social aún persistía, haciéndolas oponerse a la misma dirección que ahora estaban defendiendo oficialmente. Se atrincheraron aún con más firmeza, moldeando a la sociedad para darle una forma que resistiese a las nuevas olas de inventiva que ellas mismas habían desatado. Era inevitable una colisión.
Al crecer la tendencia a la experimentación, la respuesta inicial de las autoridades fue de tolerante regocijo. Contemplando cautelosamente los ataques cada vez más osados de las generaciones jóvenes a las tradiciones aceptadas de las artes, la literatura, la música, las diversiones y las costumbres sociales, se mantuvieron a distancia. No obstante, esta tolerancia se desvaneció cuando esta tendencia se extendió a terrenos más amenazadores.
La solución estriba en proporcionar un medio social capaz de absorber tanta inventiva y novedad como pretende estimular. Como las supertribus están aumentando continuamente de tamaño y el zoo humano se está volviendo cada vez más angosto y abarrotado, esto requiere una planificación más cuidadosa e imaginativa. Sobre todo, exige una consideración de las demandas biológicas de la especie humana por parte de administradores y planificadores de ciudades mucho mayor de la que se ha manifestado en un reciente pasado.
Cuanto más atentamente se examina la situación, más alarmante aparece ésta. Reformadores y organizadores bienintencionados trabajan para conseguir lo que consideran mejores condiciones de vida, sin poner ni por un momento en duda el valor de lo que están haciendo. Después de todo, ¿quién puede negar el valor de suministrar más casas, más pisos, más automóviles, más hospitales, más escuelas y más alimentos? Si existe, tal vez, cierto grado de monotonía y uniformidad en todas estas comodidades, se trata de algo que no puede evitarse. La población humana está creciendo con tanta rapidez que no hay tiempo ni espacio suficientes para hacerlo mejor. El inconveniente es que mientras, por una parte, todas estas nuevas escuelas están saturadas de alumnos, plenamente dispuesta la inventiva para modificar las cosas, los otros nuevos progresos están conspirando para hacer cada vez más imposibles las innovaciones sorprendentes. En su monotonía altamente organizada y en continua expansión, estos progresos favorecen incuestionablemente la generalizada aceptación de las más triviales soluciones a la lucha de estímulo. Si no tenemos cuidado, el zoo humano se irá convirtiendo cada vez más en algo parecido a una casa de fieras victoriana, con pequeñas jaulas de agitados paseantes cautivos.