Algunos escritores de ciencia ficción adoptan una postura pesimista. Cuando describen el futuro, lo representan como una existencia en la que los individuos humanos se hallan sometidos a un sofocante grado de uniformidad, como si los nuevos progresos hubieran llevado casi a un punto muerto las ulteriores invenciones. Todo el mundo lleva trajes de tonos tristes, y predomina la automación. Si tienen lugar nuevas invenciones, sólo sirven para apretar más aún la trampa en torno al cerebro humano.
Podría alegarse que esta imagen tan sólo refleja la pobreza de imaginación de los escritores, pero hay algo más que eso. Hasta cierto punto, se limitan a exagerar la tendencia que ya pueden detectar en las condiciones actuales. Están respondiendo al incansable crecimiento de lo que se ha denominado la «prisión del planificador». Lo malo es que a medida que los nuevos progresos en medicina, higiene, alojamiento y producción de alimentos permiten amontonar con eficacia cada vez más gente en un espacio dado, los elementos creadores de la sociedad se preocupan de problemas de cantidad, más que de calidad. Se da preferencia a aquellos inventos que permiten nuevos incrementos de la reiterada mediocridad. La eficiente homogeneidad goza de preferencia sobre la estimulante heterogeneidad.
Como señalaba un planificador rebelde, un sendero recto entre dos edificios puede ser la solución más eficaz (y barata), pero eso no significa que sea el mejor sendero por lo que se refiere a satisfacer las necesidades humanas. El animal humano necesita un territorio espacial en que vivir que posea características distintivas, sorpresas, singularidades visuales, puntos de referencia y peculiaridades arquitectónicas. Sin todo esto, puede tener escaso significado. Una forma geométrica y limpiamente simétrica tal vez sea útil para sostener un techado, o para facilitar la prefabricación de unidades de alojamiento producidas en masa, pero cuando se aplica al nivel del paisaje va contra la naturaleza del animal humano. ¿Por qué, si no, resulta tan ameno pasear por un serpenteante camino rural? ¿Por qué, sino, los niños prefieren jugar entre los montones de escombros de edificios abandonados, en vez de hacerlo en sus inmaculados, desnudos y geométricamente dispuestos campos de recreo?
La actual tendencia arquitectónica hacia la austera sencillez de diseño puede fácilmente llegar a desbocarse y ser utilizada como excusa de la falta de imaginación. Las manifestaciones estéticas mínimas sólo son excitantes como contraste con otras manifestaciones más complejas. Cuando llegan a dominar la escena, los resultados pueden ser extremadamente perjudiciales. La arquitectura moderna ha estado siguiendo esta dirección durante algún tiempo, fuertemente estimulada por los planificadores del zoo humano. Enormes bloques de apartamentos, todo iguales, han proliferado en muchas ciudades como respuesta a las demandas de alojamiento de las poblaciones supertribales, en continuo aumento. La excusa ha sido la eliminación de los suburbios, pero, con demasiada frecuencia, el resultado ha sido la creación de los supersuburbios del inmediato futuro. En cierto sentido, son peores que nada, ya que dan una falsa impresión de progreso, originan complacencia y satisfacción por la obra realizada y disminuyen la posibilidad de un auténtico progreso.
Los más adelantados zoos animales han ido desembarazándose de sus viejas residencias de monos. Los directores de zoo vieron lo que les estaba sucediendo a los residentes, y comprendieron que poner más baldosas higiénicas en las paredes y mejorar el desagüe no constituía una auténtica solución.
Los directores de los zoos humanos, enfrentados con poblaciones que se multiplican a velocidad vertiginosa, no han sido tan perspicaces. El resultado de sus experimentos en uniformidad de gran densidad está siendo apreciado ahora en los tribunales juveniles y en las salas de consulta de los psiquiatras. En algunos casos se ha recomendado incluso que los aspirantes a inquilinos de los pisos altos deberían ser sometidos a examen psiquiátrico antes de fijar en ellos su residencia, con el fin de asegurar que, en opinión del psiquiatra, podrán soportar la tensión derivada de su nueva forma de vida.
Este hecho debería constituir por sí solo un aviso suficiente para los planificadores, revelándoles claramente la enormidad de la locura que están cometiendo, pero hasta el momento hay pocos indicios de que estén escuchando tales avisos. Cuando se les hace notar las deficiencias e inconvenientes de sus realizaciones, replican que no tienen alternativa; hay cada vez más personas, y es preciso proporcionarles vivienda. Pero hay que encontrar alternativas de alguna manera. Hay que reexaminar toda la naturaleza de los complejos ciudadanos. Es preciso devolver a los fatigados moradores urbanos del zoo humano el sentimiento de identidad social de «comunidad pueblerina». Un auténtico pueblo, visto desde el aire, parece una excrescencia orgánica, no una pieza geométrica, cuestión ésta que la mayoría de los planificadores parecen ignorar deliberadamente. No aprecian las demandas básicas de la conducta territorial humana. Las casas y las calles no son primariamente para ser miradas, sino para moverse en ellas. Mientras recorremos nuestro espacio territorial, el medio ambiente arquitectónico debe producir su impacto segundo a segundo y minuto a minuto, cambiando sutilmente la perspectiva a cada nueva línea de visión. Cuando volvemos una esquina o abrimos una puerta, lo último que queremos es vernos frente a una configuración espacial que reproduzca monótonamente la que acabamos de dejar. Con demasiada frecuencia, sin embargo, esto es precisamente lo que sucede; el diseñador arquitectónico se ha asomado a su tablero de dibujo como el piloto de un bombardeo avista un objetivo, en vez de intentar proyectarse a sí mismo como un pequeño objeto móvil que circula en el interior del medio.
Estos problemas de reiterativas monotonía y uniformidad informan, desde luego, casi todos los aspectos de la vida moderna. Con la creciente complejidad del medio en que el zoo humano se desenvuelve, los peligros de una intensificada regimentación social aumentan día a día. Mientras los organizadores se esfuerzan en encontrar la conducta humana en un marco cada vez más rígido, otras tendencias actúan en dirección opuesta. Como hemos visto, la progresivamente mejorada educación de los jóvenes y la creciente opulencia de sus mayores contribuyen a suscitar una demanda cada vez mayor de estímulo, aventura, excitación y experimentación. Si el mundo moderno no consigue permitir estas tendencias, entonces el miembro de supertribu del mañana tendrá que luchar violentamente para cambiar ese mundo. Tendrán el tiempo, los conocimientos y la energía necesarios para hacerlo, y lo conseguirán. Si el medio no les permite innovaciones creadoras, lo destruirán para poder empezar de nuevo. Éste es uno de los mayores dilemas a que se enfrenta nuestra sociedad. Resolverlo es nuestra formidable tarea para el futuro.
Por desgracia, tendemos a olvidar que somos animales con ciertas específicas debilidades y ciertas específicas fuerzas. Nos consideramos a nosotros mismos como hojas en blanco en las que puede escribirse cualquier cosa. No es así. Entramos en el mundo con un conjunto de instrucciones básicas, y las ignoramos o las desobedecemos a nuestro propio riesgo. Los políticos, los administradores y los demás dirigentes supertribales son buenos matemáticos sociales, pero esto no basta; en lo que promete ser el aún más atestado mundo del futuro, deben convertirse también en buenos biólogos, porque en algún lugar de toda esa masa de alambres, cables, plásticos, cemento, ladrillos, metal y vidrio que ellos controlan, existe un animal, un animal humano, un primitivo cazador tribal, disfrazado de civilizado ciudadano supertribal, que se esfuerza desesperadamente en adaptar sus viejas cualidades heredadas a su extraordinariamente nueva situación. Si se le da una oportunidad aún puede lograr convertirse este zoo humano en un magnífico parque de atracciones. Si no, puede transformarse en una gigantesca casa de locos, como una de las horriblemente abarrotadas casas de fieras del siglo pasado.
Pasa nosotros, los miembros de supertribu del siglo XX, será interesante ver qué sucede. Para nuestros hijos, sin embargo, será algo más que meramente interesante. Para cuando ellos asuman el mando de la situación, la especie humana estará, sin duda, enfrentándose a problemas de tal magnitud, que será una cuestión de vida o muerte.
Es imposible citar todas y cada una de las numerosas obras que han sido de utilidad para escribir El zoo humano. Por consiguiente, sólo he incluido las que han sido importantes para suministrar información sobre un punto concreto o revisten particular interés para su ulterior lectura. A continuación, se relacionan, capítulo por capítulo, los temas que se tratan en los mismos, seguidos de los nombres de los autores que han escrito sobre ellos.
CAPÍTULO I: TRIBUS Y SUPERTRIBUS Radio doméstico de acción del hombre prehistórico: Washburn y Devore, 1962. El hombre prehistórico:
Boule y Vallois, 1957. Clark y Piggot, 1965. Read, 1925. Tax, 1960. Washburn. 1962. Orígenes agropecuarios: Colé, 1959. Piggot, 1965. Zeuner, 1963. Orígenes urbanos: Piggot, 1961, 1965. Smailes, 1953. Vestido de luto: Crawley, 1931.
CAPÍTULO II: STATUS Y SUPERSTATUS Comportamiento de los babuinos: Hall y Devoré, 1965. Modos de dominación: Caine, 1960. Buscadores de status: Packard, 1960. Mimetismo: Wickler, 1968.
Suicidio: Berelson y Steiner, 1964. Stengel, 1964. Woddis, 1957. Redirección de la agresión: Bastock, Morris y Moynihan, 1953. Crueldad con los animales: Jennison, 1937. Turner, 1964.
CAPÍTULO III: SEXO Y SUPERSEXO Conducta sexual: Beach, 1965. Ford y Beach, 1952. Hediger, 1965. Kinsey y otros, 1948, 1953. Morris, 1956, 1964, 1966 y 1967.
Masturbación: Kinsey y otros, 1948.
Éxtasis religioso: Bataille, 1962.
Aburrimiento: Berlyne, 1960.
Actividades de desplazamiento: Tinbergen, 1951.
Monas prostitutas: Zuckerman, 1932.
Ostentación felina: Leyhausen, 1956.
Mimetismo sexual: Wickler, 1967.
Sexo de status: Russell y Russell, 1961.
Símbolos fálicos: Knight y Wright, 1957. Boullet, 1961.
La cruz de Malta: Ádions, 1870.
CAPÍTULO IV: GRUPOS PROPIOS Y GRUPOS EXTRAÑOS Agresión y guerra: Ardrey, 1963, 1967. Berkowitz, 1962. Carthy y Ebling, 1964. Lorenz, 1963. Richardson, 1960. Storr, 1968.
Razas de hombres: Broca, 1864. Coon, 1963, 1966. Montagu, 1945. Pickering, 1850. Smith, 1968. Conflicto racial: Berelson y Steiner, 1964. Segal, 1966, Niveles de población: Fremlin, 1965
CAPÍTULO V: GRABACIÓN Y MALGRABACIÓN Grabación en los animales: Lorenz, 1935. SJuckin, 1965.
Malgrabación en los animales: Hediger, 1950, 1965 (animales de zoo). Morris, 1964 (animales de zoo).
Scott, 1956, 1958 (perros), Scott y Fuller, 1965 (perros). Whitman, 1919 (palomas).
Aislamiento social en los monos: Harlow y Harlow, 1962.
Vinculación del infante humano: Ambrose, 1960. Brackbill y Thompson, 1967.
Formación de pareja: Morris, 1967.
Fetichismo: Freeman, 1967. Hartwich, 1959.
Homosexualidad: Morris, 1952, 1954, 1955. Schutz, 1965. West 1968.
Tenencia de animales domésticos: Morris y Morris, 1966.
CAPÍTULO VI: LA LUCHA DE ESTÍMULO Animales de zoo: Appelman, 1960. Hediger, 1950. Inhelder, 1962. Lang, 1943. Lyall-Watson, 1963. Morris, 1962,1964, 1966, Aburrimiento y tensión: Berlyne, 1960.
Estética: Morris, 1962.
Bectialidad: Kinsey y otros, 1948, 1953.
Estímulos supernormales: Morris, 1956. Tinbergen, 1951, 1953.
Dibujos infantiles: Morris, 1962.
Vestidos: Laver, 1950, 1952, 1963.
Apartamiento: Chance, 1962.
CAPÍTULO VII: EL ADULTO INFANTIL Curiosidad en los chimpancés: Morris, 1962. Morris y Morris, 1966.
Ceremonias de iniciación: Cohén, 1964. Rituales escolares: Opie y Opie, 1959.
Al igual que su predecesor,
El mono desnudo
, este libro va destinado a un público general, y, por consiguiente, no se citan en su texto los nombres de personas que, con anterioridad, han desarrollado sus ideas sobre los temas tratados en el mismo. No obstante, durante la redacción de este volumen han sido consultados numerosos libros y documentos, y sería incorrecto presentarlos sin agradecer tan valiosa ayuda. En las últimas páginas, he incluido un apéndice en el que se relacionan, capítulo por capítulo, los temas tratados, con las más destacadas autoridades sobre los mismos.
Quisiera también expresar mi deuda y mi gratitud a los muchos colegas y amigos que me han ayudado con discusiones, correspondencia y de muchas otras maneras. Sus contribuciones han variado.
En algunos casos, han sido de ayuda directa en relación con un punto concreto del presente texto, pero, en otros, han ejercido su estímulo de un modo más indirecto, a menudo a lo largo de un período de varios años, influyendo sobre mi pensamiento general y ayudándome a clarificar mis ideas. Con un tema tan amplio como El zoo humano es imposible citarlos a todos ellos, pero cabe destacar particularmente los siguientes: doctor Anthony Ambrose, Mr. Robert Ardrey, Mr. David Atteriborough, Mr. Kenneth Bayes, profesor Misha Black, doctor David Blest, doctor N. G. Blurton-Jones, Mr. James Bomford, doctor John Bowlby, Mr. Richard Carrington, Sir Hugh Casson, doctor Michael Chance, doctor Richard Coss, doctor Christopher Evans, profesor Robin Fox, profesor J. H. Fremlin, Mr. Oliver Graham-Jones, doctor Fae Hall, profesor Harry Harlow, Mrs. Mary Haynes, profesor Heini Hediger, profesor Robert Hinde, doctor Jan van Hooff, doctor Francis Huxley, Sir Julián Huxley, profesor Janey Ironside, Miss Devra Kleiman, doctor Adriaan Kortlandt, baronesa Jane van Lawick-Goodall, doctor Paul Leyhausen, Mrs. Caroline Loizos, profesor Konrad Lorenz, doctor Malcolm Lyall-Watson, doctor Gilbert Manley, doctor Isaac Marks, Mr. Tom Maschler, doctor L. Ha-rrison Matthews, Lady Medway, Mrs. Ramona Morris, doctor Martin Moynihan, doctor John Napier, Mrs. Caroline Nicolson, Mr. Philip Oakes, doctor Kenneth Oakley, Mr. Victor Pasmore, Sir Rolan d Penrose, Sir Herbert Read, doctor Francés Reynolds, doctor Vernon Reynolds, Mrs. Claire Russell, doctor W. M. S. Russell, profesor Arthur Smailes, Mr. Peter She-pheard, doctor John Sparks, doctor Anthony Storr, Mr. Frank Taylor, doctor Lionel Tiger, profesor Niko Tinbergen, doctor Nevil Tronchin-James, Mr. Ronald Webster, doctor Wolfgang Wickler, Miss Pat Williams, doctor G. M. Woddis y profesor John Yudkin.