Sus frustraciones crecen hasta que cualquier simple acto, por poca importancia que tenga respecto a las preocupaciones que le acucian, le proporcionará una agradable liberación, con sólo que pueda ser realizado sin obstrucción.
Acciones triviales, tales como fumar un cigarrillo, mascar chicle o tomar un trago, ayudan a sosegar al ansioso. El sexo tranquilizador opera de la misma forma. El soldado en la guerra, en espera del momento de entrar en combate, o el ejecutivo comercial en medio de una crisis, puede buscar una paz momentánea en los brazos de una hembra complaciente. La implicación personal, emotiva, puede hallarse reducida a un grado mínimo, y las acciones ser estereotipadas. En cierto modo, cuanto más automáticas sean, mejor, porque su cerebro se halla ya sumido en excesivas complicaciones y sólo busca simplicidad.
Esto es semejante a la actividad animal conocida como «actividad de desplazamiento». Cuando dos animales rivales se encuentran y entran en conflicto uno con otro, cada uno de ellos quiere atacar al otro, pero cada uno de ellos teme hacerlo. Su comportamiento se ve bloqueado, y en su frustrada situación puede que se aparten a un lado para realizar actos sencillos y sin importancia, tales como acicalarse, mordisquear comida u otros semejantes. Estas acciones de desplazamiento no resuelven, naturalmente, el conflicto original, pero proporcionan un momentáneo respiro a la tensa situación. Si da la casualidad de que hay una hembra cerca, puede que sea brevemente montada, y, como en los casos humanos, la acción suele ser estereotipada y simple.
Ya nos hemos referido a la prostitución, pero sólo desde el punto de vista del cliente. Para la prostituta, la función de la copulación es diferente. Puede que estén operando factores secundarios, pero primaria y preponderantemente es una honrada transacción comercial. Una especie de sexo comercial figura también como importante función en muchas situaciones matrimoniales en las que existe un vínculo de pareja unilateral: un asociado suministra al otro un servicio copulatorio a cambio de dinero y albergue. El suministrador que ha desarrollado un verdadero vínculo de pareja tiene, en correspondencia, que aceptar uno falso. La mujer (o el hombre) que se casa por dinero actúa, desde luego, como una prostituta. La única diferencia consiste en que mientras ella, o él, recibe un pago indirecto, la prostituta ordinaria tiene que operar sobre la base de pago por cada servicio prestado. Pero, ya esté el sistema organizado sobre contratos a largo o a corto plazo, la función del comportamiento sexual implicado es la misma.
Una forma más moderada de sexo-por-ganancia-material es ejecutada por las practicantes de striptease, compañeras profesionales de baile, reinas de belleza, bailarinas, modelos y muchas actrices.
Mediante remuneración, proporcionan representaciones ritualizadas de las fases primeras de la secuencia sexual, pero (en su personalidad oficial) se detienen antes de llegar a la copulación. En compensación del carácter incompleto de sus actuaciones sexuales, suelen exagerar y esmerar los preliminares que ofrecen.
Sus posturas y movimientos sexuales, su personalidad y anatomía sexuales, todo tiende a ser exaltado en un intento de compensar las estrictas limitaciones de los servicios sexuales que suministran.
El sexo comercial parece ser raro en otras especies, incluso en los zoos, pero en ciertos primates se ha observado una forma de «prostitución». Se ha visto a monas en cautividad ofrecerse sexualmente a un macho como medio de conseguir pedazos de comida esparcidos por el suelo; las acciones sexuales distraen al macho de la tarea de competir por el alimento.
Con ésta, la última categoría funcional del comportamiento sexual, penetramos en un extraño mundo, lleno de inesperados desarrollos y ramificaciones. El sexo de status se infiltra en nuestras vidas, impregnándolas, de muchas formas subrepticias y ocultas. A causa de su complejidad, la he omitido en el capítulo anterior, a fin de poder examinarla aquí de un modo más completo. Antes de contemplarla en el animal humano, será útil que examinemos la forma que adopta en otras especies.
El sexo de status está referido a la dominación, no a la reproducción, y para comprender cómo se forja este vínculo debemos considerar los diferentes papeles de la hembra sexual y del macho sexual.
Aunque una plena expresión de la sexualidad implica la participación activa de ambos sexos, es, no obstante, cierto decir que para la hembra mamífera el papel sexual es esencialmente de sumisión, y para el macho es esencialmente de agresión. (No es ninguna casualidad de la jerga legal el que cuando un hombre «posee» sexualmente a una hembra reacia, se denomine su acción un «asalto» indecente). Esto no se debe simplemente al hecho de que el macho sea físicamente más fuerte que la hembra. La relación forma parte integrante de la naturaleza del acto copulatorio. Es el mamífero macho quien tiene que montar a la hembra.
Es él quien tiene que penetrar e invadir el cuerpo de su compañera. Una hembra supersumisa y un macho superagresivo están, simplemente, exagerando sus papeles naturales, pero una hembra agresiva y un macho sumiso están invirtiendo completamente sus papeles.
La acción sexual de un mono hembra es «presentarse» al macho volviendo su trasero hacia él, levantándolo ostensiblemente y bajando la parte anterior del cuerpo. La acción sexual del mono macho es montar sobre la espalda de la hembra, introducir su pene y hacer movimientos pelvianos. Debido a que, en un encuentro sexual, la hembra se somete y el macho se impone, estas acciones han sido «tomadas» para su uso en situaciones primariamente no sexuales que requieren signos más generales de sumisión y agresividad. Si la «presentación» sexual de la hembra significa sumisión, entonces puede ser utilizada de esta forma en un encuentro puramente hostil. Una mona no sexual puede presentar su trasero a un macho como signo de que no es agresiva. Actúa como un gesto de apaciguamiento y funciona como una indicación de su status subordinado. En respuesta, el macho puede montarla y hacer unos cuantos y sumarios movimientos pelvianos, utilizando estas acciones puramente para manifestar su status dominante.
El sexo de status, utilizado de esta manera, constituye un valioso instrumento en las vidas sociales de los monos. Como ritual de subordinación y dominación, evita el derramamiento de sangre. Un macho se acerca agresivamente a una hembra, desafiando a la pelea. En vez de gritar o de intentar huir, lo que no conseguiría más que atizar el fuego de su agresión, la hembra «se presenta» a él sexualmente, el macho responde, y se separan, reafirmadas sus posiciones relativas de dominación.
Esto es sólo el principio. El valor del sexo de status es tal que se ha extendido hasta abarcar virtualmente todas las formas de encuentro agresivo dentro del grupo. Si un macho débil es amenazado por otro fuerte, puede protegerse a sí mismo comportándose como una pseudohembra. Señala su subordinación adoptando la postura sexual femenina, ofreciendo su trasero al macho dominante. Este último afirma su status dominante montando al macho débil, exactamente igual que si estuviera tratando con una hembra sumisa.
Idéntica interacción puede observarse entre dos hembras. Una hembra inferior, amenazada por una superior, se «presentará» a ella y será montada por ella. Incluso los monos jóvenes practican el mismo ritual, aun cuando no hayan alcanzado todavía la condición sexual adulta. Esto pone de relieve la extensión en que el sexo de status se ha divorciado de su original condición sexual. Las acciones realizadas son todavía acciones sexuales, pero no están ya sexualmente motivadas. Han sido impregnadas por la dominación.
El hecho de que las actividades sexuales estén siendo repetida y frecuentemente utilizadas en este contexto adicional explica la condición, aparentemente orgiástica, de algunas colonias de monos. Los visitantes de parques zoológicos salen a menudo con la idea de que los monos son insaciables atletas sexuales dispuestos, a la menor oportunidad, a aparearse con cualquiera, sea macho o hembra, adulto o joven. En cierto sentido, desde luego, esto es verdad. La observación es bastante exacta. En donde se yerra es en la interpretación. Sólo cuando se comprende la motivación no sexual del sexo de status, adquiere el cuadro su verdadero sentido.
Puede resultar útil presentar un ejemplo más próximo a nosotros. Casi todo el mundo conoce el amistoso y sumiso saludo de un gato doméstico, mientras frota el costado de su cuerpo contra una pierna humana, con la cola levantada y rígida y alzado el extremo posterior de su cuerpo. Esto lo hacen tanto los gatos como las gatas, y si, en respuesta, acariciamos sus lomos, podemos sentirles empujar hacia arriba los extremos posteriores de sus cuerpos bajo la presión de nuestras manos. La mayoría de las personas aceptan esto simplemente como un gesto felino de saludo y no se interrogan acerca de su origen ni de su significado. En realidad, constituye otro ejemplo del sexo de status. Se deriva del acto de presentación sexual del gato hembra hacia el macho, siendo su función originaria la exposición precopulatoria de la vulva. Pero, al igual que el acto de presentación propio del sexo de status de los monos, ha quedado ya emancipado de su papel puramente sexual y es realizado por cualquiera de ambos sexos para manifestar una condición sumisa y amistosa. A causa de su tamaño y de su fuerza, el dueño humano del gato es inevitable y permanentemente dominante por lo que a su animal doméstico se refiere. Si se vuelve a establecer contacto después de una larga ausencia, el gato siente la necesidad de hacer presente de nuevo su papel subordinado; de ahí la ceremonia de saludo que utiliza la manifestación de un sexo de status sumiso.
El comportamiento felino es acusadamente simple, pero, volviendo de nuevo a los monos, existen ciertas sorprendentes extensiones del sexo de status que deberíamos examinar antes de investigar la condición humana. Muchos monos hembras poseen trozos de piel turgente y desnuda de vivo color rojo en la región anal que son ostensiblemente mostradas al macho durante el acto de presentación sexual.
También son mostradas, naturalmente, cuando una hembra ofrece sumisamente su región trasera en encuentros de sexo de status. Se ha señalado recientemente que los machos de algunas especies han aplicado a sus nalgas mímicas propias de estas zonas rojas como medio de realzar sus manifestaciones de sumisión de sexo de status hacia individuos más dominantes. Para las hembras, las zonas rojas de sus nalgas sirven a una doble finalidad, pero en los machos su función se relaciona exclusivamente con el sexo de status.
Pasando ahora a la manifestación de sexo de status dominante, podemos apreciar una evolución similar. El acto dominante implica la erección del pene, y también esto se ha completado mediante la adición de llamativos colores. En cierto número de especies, los machos poseen penes de color rojo vivo, rodeados frecuentemente de un trozo de piel azul brillante sobre la región escrotal. Esto hace lo más visibles posible a los genitales masculinos, y a menudo puede verse a los machos, sentados con las piernas separadas, mostrando estos brillantes colores. De este modo, y sin necesidad de moverse siquiera, pueden poner de manifiesto su elevado status. En algunas especies de monos, los machos que se exhiben de esta forma se sientan en el límite exterior de su grupo, y, si se acerca otro grupo, el rojo pene se torna plenamente erecto y puede ser repetidamente alzado hasta golpear el estómago de su dueño. En el antiguo Egipto, se consideraba al babuino sagrado como la encarnación de la sexualidad masculina. No sólo era representado en las pinturas y esculturas egipcias en su postura de ostentación de sexo de status, sino que incluso era embalsamado y enterrado en esa misma postura, invirtiéndose setenta días en el procedimiento de embalsamiento y dos días en la ceremonia fúnebre. Evidentemente, la manifestación de sexo de status dominante de esta especie era captada perfectamente no sólo por los demás babuinos, sino también por los antiguos egipcios. Esto no era ningún accidente, como veremos en seguida.
Así como, en algunas especies, los machos han imitado las manifestaciones de sumisión de las hembras, desarrollando sus propias zonas rojas en las nalgas, así también las hembras, en algunos casos, han imitado las manifestaciones dominantes de los machos. Algunas monas de América del Sur han desarrollado un clítoris alargado, que se ha convertido virtualmente en un pseudopene. En ciertas especies, su aspecto es tan semejante al pene auténtico del macho que resulta difícil distinguir los sexos. Esto ha dado lugar a gran número de leyendas en las regiones donde estos animales viven en estado salvaje.
Como todos parecen ser machos, las poblaciones locales creen que son exclusivamente homosexuales (curiosamente, la hiena hembra ha desarrollado también un pseudopene similar, pero el mito que ha surgido en África es que esta especie es hermafrodita, teniendo cada individuo actividades sexuales masculinas y femeninas).
En unas cuantas especies de monos, las hembras han desarrollado un pseudoescroto, además de un pseudopene. Hasta el momento, disponemos de escasa información sobre el modo en que estos falsos genitales masculinos son empleados en la selva. Sabemos que ciertos monos sudamericanos utilizan la erección del pene como una amenaza directa contra un subordinado. En el caso del pequeño mono ardilla, se ha convertido en la señal más importante de dominación del repertorio del animal. Es algo más que limitarse a estar sentado con las piernas abiertas. Cuando se propone amenazar, el macho superior de esta especie se acerca a un inferior y yergue su pene ante su rostro. El pseudopene de las monas, sin embargo, no parece ser eréctil; quizá basta exhibirlo tal como es en dirección a un mono inferior.
Esta es, pues, la situación del sexo de status en nuestros parientes más próximos, los monos. Lo he expuesto con cierto detalle porque proporciona una útil perspectiva evolucionista sobre la que examinar los desarrollos del sexo de status en la especie humana. Facilita la comprensión de algunas de las extraordinarias distancias que el animal humano ha recorrido en esta dirección. Seguramente que, al leer los detalles del comportamiento de los monos, usted, como los antiguos egipcios, habrá notado ya ciertas similitudes con la condición humana. En los hombres, como en los monos, los comportamientos sexuales femeninos de sumisión y los comportamientos masculinos de dominación han llegado a representar la sumisión y la dominación, en contextos no sexuales.