El viejo gesto femenino de presentar las nalgas al macho sobrevive todavía como un acto denotativo de subordinación.
Los niños son obligados a menudo a adoptar esta postura para someterse al castigo. Asimismo, las nalgas son consideradas generalmente como la parte más «ridícula» del cuerpo humano, objeto de bromas y risas o de alfilerazos. Las desamparadas víctimas de la pornografía sadomasoquista —por no mencionar las películas de dibujos animados y los chistes gráficos— son con frecuencia atrapadas con las nalgas al aire.
Es en el terreno de los actos masculinos dominantes, sin embargo, donde la imaginación humana se ha desbocado. El arte y la literatura de la civilización han estado, desde sus tiempos más antiguos, sembrados de símbolos fálicos de todas clases. En tiempos recientes, éstos se han tornado sumamente crípticos y muy alejados de su fuente original, el pene humano erecto, pero aún es posible observar manifestaciones fálicas más directas y claras en las civilizaciones más primitivas que aún sobreviven. En las tribus de Nueva Guinea, por ejemplo, los machos hacen la guerra llevando largos tubos acoplados a sus penes. Estas extensiones, a menudo de más de un palmo de longitud, son mantenidas en posición vertical por cuerdas atadas al cuerpo. También en otras civilizaciones el pene es ornamentado y artificialmente alargado de varias maneras.
Evidentemente, si la erección del pene es utilizada como una manifestación amenazadora de la dominación del macho, la consecuencia es que cuanto más grande sea el pene mayor será la amenaza.
Las señales visuales que trasmiten la intensidad de la amenaza son de cuatro clases: al ponerse erecto el pene, altera su ángulo, cambia de blando a duro, aumenta de anchura y crece en longitud. Si todas estas cuatro cualidades pueden ser artificialmente exageradas, entonces el impacto de la exhibición quedará realzado al máximo. Hay un límite para lo que puede hacerse en el cuerpo humano (que es alcanzado, más o menos, por los miembros de las tribus de Nueva Guinea), pero semejante límite no existe cuando se trata de efigies humanas. En dibujos, pinturas y esculturas de la figura humana, la ostentación fálica puede ser magnificada a voluntad. En la vida real, la longitud media del pene erecto es de unos dieciséis centímetros, lo que equivale a menos de la décima parte de la estatura de un macho adulto. En las estatuas fálicas, la longitud del pene excede con frecuencia a la altura de la figura.
Exagerando aún más el falo, se omite por completo la representación de un cuerpo, y el dibujo o escultura muestra simplemente un enorme y vertical pene solitario. En numerosas partes del mundo se han encontrado antiguas esculturas de esta clase que, a menudo, se elevan varios pies en el aire. Gigantescas estatuas fálicas de casi sesenta metros de altura se guardaban en el templo de Venus en Hierápolis, pero aun éstas eran superadas en tamaño por otros antiguos falos que se dice alcanzaban la altura de cien metros, lo que equivale a setenta veces la longitud del órgano físico que representaban. Se dice que fueron recubiertas de oro puro.
De las claras representaciones de este tipo no hay más que un paso hasta el mundo del simbolismo fálico, donde casi cualquier objeto largo, rígido y erecto puede desempeñar un papel fálico. Por los estudios de los sueños realizados por los psicoanalistas sabemos cuan variados pueden ser estos símbolos. Pero no se hallan limitados a los sueños. Son deliberadamente utilizados por anunciantes, artistas y escritores.
Aparecen en películas, obras de teatro y en casi todas las formas de diversión. Aun cuando no sean conscientemente comprendidas, pueden producir su impacto a causa de la misma señal básica que transmiten. Lo abarcan todo, desde velas, plátanos, corbatas, mangos de escoba, anguilas, bastones, serpientes, zanahorias, flechas, mangueras de riego y cohetes, hasta obeliscos, árboles, ballenas, postes eléctricos, rascacielos, mástiles de banderas, cañones, chimeneas de fábrica, cohetes espaciales, faros y torres. Todos ellos poseen valor simbólico a causa de su forma general, pero en algunos casos se halla implicada una propiedad más específica. Los peces se han convertido en símbolos fálicos debido a su consistencia, además de su forma, y también a que se introducen en el agua; los elefantes, por sus trompas eréctiles; los rinocerontes, por sus cuernos; los pájaros, porque se alzan desafiando a la ley de la gravedad; las varitas mágicas, porque dan poderes especiales a los magos; las espadas, venablos y lanzas, porque penetran en el cuerpo; las botellas de champaña, porque eyaculan al ser descorchadas; las llaves, porque se insertan en los agujeros de las cerraduras; y los cigarros puros, porque son cigarrillos tumescentes. La lista es casi interminable, y el campo de acción para las imaginativas ecuaciones simbólicas, enorme.
Todas estas imágenes han sido usadas, y en muchos casos usadas frecuentemente, como objetos representativos de la masculinidad. El duro y dominante macho (o supuestamente duro y dominante macho) que masca su grueso cigarro y lo agita en dirección a la cara de su compañero, está realizando fundamentalmente la misma manifestación de sexo de status que el pequeño mono ardilla que separa las piernas y proyecta su pene erecto hacia la cara de un subordinado. Los tabúes sociales nos han obligado a emplear crípticos sustitutos de nuestras agresivas manifestaciones sexuales, pero, habida cuenta de lo que es la imaginación del hombre, esto no ha reducido el fenómeno; sólo lo ha diversificado y complicado.
Como ya he explicado en el capítulo referente al status y al súper status, tenemos buenas razones, en nuestra condición supertribal, para hacer grandes alardes con nuestros instrumentos de status, y esto es precisamente lo que hacemos en el caso del sexo de status.
Podemos encontrar ejemplos de diversas clases de perfeccionamientos en símbolos fálicos que se presentan casi constantemente a nuestra vista. El diseño de los automóviles deportivos ilustra bien esto.
Siempre han irradiado una audaz y agresiva masculinidad, y a ello les han ayudado considerablemente sus cualidades fálicas. Como el pene de un babuino, son largos, suaves y relucientes, se proyectan hacia delante con gran vigor, y muchos de ellos son de un vivo color rojo. Un hombre sentado en su automóvil deportivo descapotable es como una escultura fálica sumamente estilizada. Su cuerpo ha desaparecido, y todo lo que se ve es una pequeña cabeza y unas manos coronando un largo y reluciente pene. (Puede alegarse que la forma de los automóviles deportivos está controlada exclusivamente por las exigencias técnicas de darles una línea aerodinámica, pero la densidad actual de tráfico y los cada vez más estrictos límites de velocidad hacen absurda esta explicación). Incluso los automóviles corrientes tienen cualidades fálicas, y esto puede explicar hasta cierto punto por qué los conductores masculinos se vuelven tan agresivos y ansiosos por adelantarse unos a otros, pese a los considerables riesgos y al hecho de que todos volverán a reunirse ante el siguiente semáforo, o, en el mejor de los casos, sólo habrán conseguido reducir en unos segundos la duración de su viaje. Otra ilustración proviene del mundo de la música popular, donde la guitarra ha sufrido recientemente un cambio de sexo. La guitarra antigua, con su curvado y entallado cuerpo, era simbólicamente femenina en esencia. Se la sostenía junto al pecho, y sus cuerdas eran amorosamente acariciadas. Pero los tiempos han cambiado, y su feminidad se ha desvanecido. Desde que grupos de «ídolos sexuales» masculinos se han dedicado a tocar guitarras eléctricas, los diseñadores de estos instrumentos se han esforzado por desarrollar sus masculinas cualidades fálicas. El cuerpo de la guitarra (ahora sus simbólicos testículos) se ha hecho más pequeño, menos entallado y más brillantemente coloreado, permitiendo que el mástil (su nuevo pene simbólico) se haga más largo. Los propios intérpretes han contribuido a esto llevando las guitarras cada vez más bajas, hasta hallarse ahora centradas en la región genital. También ha sido alterado el ángulo en que se las toca, siendo sostenido el mástil en una posición cada vez más erecta. Con la combinación de estas modificaciones, el moderno conjunto musical puede erguirse en el escenario y realizar los movimientos de masturbar sus gigantescos falos eléctricos, mientras dominan a sus rendidas «esclavas» del auditorio. (El cantante tiene que conformarse con acariciar un micrófono fálico).
En contraste con estos «desarrollos» fálicos, existe un cierto número de casos en los que los símbolos fálicos han entrado en decadencia o sufrido un eclipse. Al ir siendo remplazadas las antiguas civilizaciones (que, como he dicho, eran mucho más directas en su uso del simbolismo fálico), sus patentes imágenes fueron a menudo veladas y deformadas.
Podrían presentarse muchos ejemplos. La hoguera, pongamos por caso, aunque conservando todavía en ciertas ocasiones una cualidad ritual casi mágica, ha perdido sus propiedades sexuales.
Originariamente, era encendida de un modo especial, frotando un palo «macho» contra un palo «hembra» en un acto de copulación simbólica, hasta que se engendraba una chispa y la hoguera estallaba en llamas sexuales.
Muchos edificios solían mostrar falos esculpidos en sus paredes exteriores para protegerlos contra el «mal de ojo» y otros peligros imaginarios. Estos símbolos, al ser agresivos, amenazas de sexo de status dominante dirigidas contra el mundo exterior, protegían al edificio y a sus ocupantes. En ciertos países mediterráneos pueden verse todavía símbolos de esta clase, pero han adquirido un carácter menos abiertamente sexual. En la actualidad, suelen componerse de un par de cuernos de toro firmemente sujetos en la parte superior de una pared exterior o en la esquina de un tejado. Sin embargo, pese a estos expurgos y censuras, que han convertido el árbol del conocimiento sexual en el simple árbol del conocimiento y han sustituido la evidente verga por la menos evidente corbata, quedan todavía zonas en donde los agresivos símbolos fálicos conservan sus originales propiedades manifiestas. En el terreno de los insultos los encontramos todavía con mucha claridad.
Los insultos verbales adoptan con frecuencia una forma fálica. Casi todos los insultos realmente ofensivos que podemos utilizar para injuriar a alguien son palabras sexuales. Sus significados literales hacen relación a la copulación o a diversas partes de la anatomía genital, pero son empleados predominantemente en momentos de extrema virulencia. También esto es típico del sexo de status, y demuestra con toda claridad la forma en que en un contexto de dominación se hace uso del sexo.
Los insultos visuales siguen la misma dirección, siendo empleadas como gestos hostiles varias clases de acciones fálicas. El acto de sacar la lengua tuvo este origen, simbolizando la lengua el pené erecto. Gestos hostiles conocidos como «mano fálica» han existido en formas diversas durante, por lo menos, dos mil años. Uno de los más antiguos consiste en apuntar con el dedo medio (es decir, el segundo), rígido y completamente extendido, a la persona a quien se quiere manifestar desprecio. El resto del puño permanece cerrado. Simbólicamente, el dedo medio representa el pené, el pulgar y el primer dedo cerrados representan un testículo, y el tercero y el cuarto dedos, también doblados, representan el otro testículo. Este gesto era popular en los tiempos de Roma, cuando el dedo medio era conocido con el nombre de digitus impudicus, o digitus infamis. Se ha modificado a lo largo de los siglos, pero todavía puede observarse en muchas partes del mundo. A veces, se utiliza el dedo índice en vez del medio, probablemente porque es una postura ligeramente más cómoda. En ocasiones, se extienden el primero y segundo dedo juntos, poniendo de relieve el tamaño del pené simbólico. Hoy día, es usual que este tipo de mano fálica sea agitada hacia arriba en el aire una o más veces, en dirección a la persona insultada, simbolizando la acción de las sacudidas pelvianas. Los dos dedos extendidos pueden ser mantenidos juntos o separados, en forma de V.
Una interesante corrupción de esta última forma apareció en tiempos recientes como signo de victoria, que hizo algo más que limitarse a imitar la primera letra de la palabra «victoria». Sus propiedades fálicas también intervenían. Difería de la V insultante por la posición de la mano. En la V insultante la palma de la mano mira hacia la cara del que insulta; en la V victoriosa mira hacia la multitud de espectadores. Esto significa, en efecto, que el individuo dominante que ejecuta el signo de V victoriosa está haciendo realmente la V insultante, pero en nombre de ellos, no contra ellos. Lo que ven cuando miran a su jefe hacer el signo de la victoria, es la misma posición de la mano que verían si ellos estuviesen haciendo el signo insultante de la V. Mediante el sencillo expediente de hacer girar la mano, el insulto fálico se convierte en protección fálica. Como ya hemos observado, amenaza y protección son dos de los aspectos más vitales de la dominación. Si un individuo dominante realiza una amenaza en dirección a un miembro de su grupo, este último resulta insultado, pero si el dominante efectúa la misma amenaza desde el grupo hacia un enemigo, o hacia un enemigo imaginado, entonces sus subordinados le aclamarán por el papel protector que está desempeñando. Resulta pasmoso pensar que un jefe puede cambiar enteramente su imagen sólo con dar un giro de 180 grados a su mano, pero tales son los refinamientos de las modernas señales del sexo de status.
Otra antigua forma de «mano fálica», que también data, por lo menos, de dos mil años, es la llamada «higa». En ésta, todo el puño está cerrado, pero al dirigirse hacia la persona insultada el pulgar asoma entre la base de los dedos índice y medio. La punta del pulgar sobresale entonces ligeramente como la cabeza de un pené, apuntando al subordinado o enemigo. Este gesto se ha difundido por todo el mundo y es conocido en casi todas partes como «Hacer la higa». En nuestro idioma, la frase «no se me da una higa» significa que alguien no es ni siquiera digno de un insulto.
En amuletos antiguos y otros ornamentos se han encontrado numerosos ejemplos de estas manos fálicas. Eran llevados como protecciones contra el «mal de ojo». Algunas personas podrían, hay día considerar tales emblemas como indecentes u obscenos, pero no era ése el papel que desempeñaban.
Entonces eran usados como símbolos protectores de sexo de status. En contextos específicos se veía en el falo simbólico algo digno de ser aclamado e, incluso, adorado como guardián mágico presto a destruir, no a los miembros del grupo, sino a las amenazas procedentes de fuera de él. En las fiestas romanas llamadas Liberalias, un enorme falo era llevado en procesión sobre una suntuosa carroza hasta el centro de la plaza pública de la ciudad, donde, con gran ceremonia, las hembras, entre las que figuraban las matronas más respetables, colgaban guirnaldas a su alrededor para «expulsar de la tierra los maleficios». En la Edad Media, muchas iglesias tenían falos en sus paredes exteriores para protegerlas de influencias malignas, pero en casi todos los casos fueron destruidos como «depravados».