Espadas y demonios (21 page)

Read Espadas y demonios Online

Authors: Fritz Leiber

Tags: #Fantástico

BOOK: Espadas y demonios
10.88Mb size Format: txt, pdf, ePub

El Ratonero emitió una risa ligera.

—Estás haciendo montañas de granos de arena, mi querido hermano bárbaro, espantajos carentes de lógica, si he de ser sincero.
Inprimis,
no sabemos con certeza que la bestezuela tuviera relación con los ladrones del Gremio. Puede que fuera un gato extraviado o una rata grande y audaz... ¡como esta condenada! —Y al decir esto dio otra patada contra el agujero—. Pero,
secundas,
concediendo que fuera la criatura de un mago empleado por Krovas, ¿cómo podría dar un informe útil? No creo que los animales puedan hablar... excepto los loros y esa clase de pájaros, que sólo pueden... hablar como tales loros, o los que tienen un complicado lenguaje de signos que los hombres pueden compartir. ¿O quizá imaginas a la bestezuela metiendo su garra acolchada en un entero y escribiendo su informe con grandes letras en un pergamino extendido sobre el suelo?

»¡Eh, el del mostrador! ¿Dónde están mis jarros? Las ratas se han comido al muchacho que fue a por ellos hace días? ¿O es que se ha muerto de hambre mientras los buscaba en la bodega? Bueno, dile que se dé más prisa y entretanto llena de nuevo nuestras tazas.

»No, Fafhrd, aun concediendo que la bestezuela fuese directa o indirectamente una criatura de Krovas y que corriera a la Casa de los Ladrones después de nuestra refriega, ¿qué podría decirles? Sólo que algo había salido mal en el asalto a casa de Jengao, lo cual, en cualquier caso, no tardarían en sospechar por la tardanza de los ladrones y matones en regresar.

Fafhrd frunció el ceño y musitó con testarudez:

—Pero ese animalejo peludo y furtivo podría informar de nuestra presencia a los maestros del Gremio, los cuales podrían reconocernos e ir a buscarnos y atacarnos en nuestros hogares. O bien Slivikin y su gordo compañero, recuperados de sus lesiones, podrían hacer lo mismo.

—Mi querido amigo —dijo el Ratonero en tono de condolencia—, rogando una vez más tu indulgencia, me temo que este potente vino está confundiendo tu ingenio. Si el Gremio conociera nuestro aspecto o dónde nos alojamos, hace días, semanas, qué digo, meses que nos habrían importunado con la intención de cortarnos el cuello. O quizá no sepas que la pena impuesta a los que trabajan por cuenta propia o se dedican a robos no asignados dentro de los muros de Lankhmar y para las tres ligas fuera de ellos, no es otra que la muerte, después de la tortura, si felizmente eso puede conseguirse.

—Sé todo eso y mi situación es peor incluso que la tuya —replicó Fafhrd, y tras rogar al Ratonero que guardara el secreto, le contó el relato de la venganza de Vana contra el Gremio y sus sueños tremendamente serios de una venganza absoluta.

Mientras contaba esto llegaron los cuatro jarros de la bodega, pero el Ratonero pidió que les llenaran una vez más sus tazas de barro.

—Y así —concluyó Fafhrd—, a consecuencia de una promesa realizada por un muchacho enamorado y sin instrucción a una intrigante sureña del Yermo Frío, ahora que soy un hombre tranquilo y sobrio —bueno, en otras ocasiones— me veo aguijoneado continuamente para que luche contra un poder tan grande como el de Karstak Ovartamortes, pues como tal vez sepas el Gremio tiene delegados en todas las demás ciudades y poblaciones principales de este reino, por no mencionar los acuerdos que incluyen poderes de extradición con organizaciones de ladrones y bandidos en otros países. Quiero mucho a Vlana, no me interpretes mal, y ella misma es una experta ladrona, sin cuya guía difícilmente habría sobrevivido a mi primera semana en Lankhmar, pero en este único tema tiene una chifladura en el cerebro, un fuerte nudo que ni la lógica ni la persuasión pueden siquiera comenzar a aflojar. Y yo..., bueno, en el mes que llevo aquí he aprendido que la única manera de sobrevivir en la civilización es aceptar sus reglas no escritas, mucho más importantes que sus leyes cinceladas en piedra, y quebrarlas sólo en caso de peligro, con el más profundo secreto y tomando todas las precauciones, como he hecho esta noche... que por cierto no ha sido mi primer asalto.

—Ciertamente sería una locura asaltar directamente al Gremio —comentó el Ratonero—. En eso tu prudencia es perfecta. Si no puedes hacer que tu bella compañera abandone esa loca idea, o lograr con paciencia que la olvide —y puedo ver que es una mujer intrépida y porfiada— entonces debes negarte con firmeza a su más mínima solicitud en esa dirección.

—Desde luego ——convino Fafhrd, y añadió en un tono algo acusador—:aunque parece que le dijiste que habrías degollado de buen grado a los dos que dejamos sin sentido.

—¡Por mera cortesía, hombre! ¿Habrías preferido que no me mostrara amable con ella? Esto da la medida del valor que adjudicaba ya a tu benevolencia. Pero sólo el hombre de una mujer puede volverse contra ella, como debes hacer en este caso.

—Desde luego —repitió Fafhrd con gran intensidad y convicción. Sería un idiota si me enfrentara al Gremio. Naturalmente, si me capturan me matarán de todos modos por actuar por mi cuenta y dedicarme al asalto. Pero atacar caprichosamente al Gremio, matar si necesidad a uno de sus ladrones... ¡eso es una locura!

—No sólo serías un idiota borracho y babeante, sino que sin duda alguna, al cabo de tres noches como mucho hederías a esa emperatriz de las enfermedades, la Muerte. Malignos ataques contra su persona, golpes dirigidos a la organización... el Gremio se venga haciendo a quienes le atacan diez veces lo que han hecho. Se cancelarían todos los robos planeados y otros delitos, y todo el poder del Gremio y sus aliados sería movilizado contra ti. Creo que tendrías más posibilidades enfrentándote solo a las huestes del Rey de Reyes que a los sutiles esbirros del Gremio de Ladrones. Por tu tamaño, fuerza e ingenio vales por un pelotón, o quizá por una compañía, pero no por todo un ejército. Por eso no debes asentir a lo que te diga Vlana sobre este asunto.

—¡De acuerdo! —dijo sonoramente Fafhrd, estrechando con una fuerza casi aplastante la mano nervuda del Ratonero.

—Y ahora debemos volver con las mujeres —dijo éste.

—Después de otro trago mientras nos hacen la cuenta. ¡Eh, muchacho!

—Me complace.

El Ratonero abrió su bolsa para pagar, pero Fafhrd protestó con vehemencia. A1 final se jugaron a cara o cruz quién habría de pagar, ganó Fafhrd y con gran satisfacción hizo tintinear sus smerduks de plata sobre el sucio y abollado mostrador, marcado además por infinidad de círculos dejados por las tazas, como si en algún tiempo hubiera sido el escritorio de un geómetra loco. Se pusieron en pie y el Ratonero dio un último puntapié al agujero de la rata.

Entonces volvieron a presentarse los pensamientos de Fafhrd.

—De acuerdo en que la bestezuela no puede escribir con las garras o hablar con la boca o por medio de signos, pero aun así podría habernos seguido a distancia, observado nuestro alojamiento y luego regresado a la Casa de los Ladrones para dirigir a sus amos hacia nosotros, como un sabueso.

—Ahora vuelves a hablar con sensatez —dijo el Ratonero—. ¡Eh, chico, una jarra pequeña de cerveza para llevar! ¡En seguida! —Al ver la mirada de incomprensión de Fafhrd, le explicó—: La derramaré fuera de la Anguila para eliminar nuestro olor, y en todo el pasadizo. Sí, y también salpicaré con ella la parte superior de las paredes.

Fafhrd hizo un gesto de asentimiento.

—Creí que había bebido hasta volverme tonto.

Vlana e Ivrian estaban enfrascadas en una animada charla, y se sobresaltaron al oír las precipitadas pisadas escaleras arriba. Unos behemots al galope no habrían hecho más ruido. Los crujidos y gemidos de la madera eran prodigiosos, y se oyeron los ruidos de dos escalones rotos, pero las fuertes pisadas no se alteraron por ello. Se abrió la puerta y los dos hombres penetraron a través de la sombrilla de un gran hongo de niebla nocturna que quedó pulcramente separada de su negro tallo al cerrarse la puerta.

—Te dije que regresaríamos en seguida —gritó alegremente el Ratonero a Ivrian, mientras Fafhrd se adelantaba, sin hacer caso del suelo crujiente, y decía:

—Corazón mío, cuánto te he echado de menos.

Y alzó en brazos a Vlana a pesar de sus protestas y movimientos para liberarse, besándola y abrazándola con brío antes á de depositarla de nuevo sobre el sofá.

Curiosamente, era Ivrian la que parecía enfadada con á Fafhrd, y no Vlana, la cual sonreía con afecto aunque algo aturdido.

—Fafhrd, señor—dijo con audacia, sus pequeños puños sobre las estrechas caderas, el mentón alto, los ojos relucientes—, mi querida Vlana me ha contado las cosas horrendas que le hizo el Gremio de los Ladrones, a ella y a sus mejores amigos. Perdona que hable con tanta franqueza a alguien que acabo de conocer, pero creo muy poco viril por tu parte que le niegues la justa venganza que desea y que merece plenamente. Y eso también va por ti, Ratón, que te jactaste ante Vlana de lo que habrías hecho de haberlo sabido. ¡Tú, que en un caso parecido no tuviste escrúpulo en matar a mi propio padre —o por tal reputado— a causa de sus crueldades!

Fafhrd comprendió con claridad que mientras había estado bebiendo ociosamente con el Ratonero Gris en la Anguila, Vlana había ofrecido a Ivrian una versión sin duda embellecida de sus agravios contra el Gremio y jugando sin piedad con las simpatías románticas e ingenuas de la muchacha y su alto concepto del amor caballeresco. También estaba claro que Ivrian se hallaba algo más que un poco borracha. Un frasco casi vacío de vino violeta de la lejana Kiraay permanecía en la mesa junto a ellas.

Sin embargo, no se le ocurrió nada que hacer salvo extender sus grandes manos en un gesto de impotencia y agachar la cabeza, más de lo que el techo bajo hacía necesario, bajo la mirada feroz de Ivrian, reforzada ahora por la de Vlana. Después de todo, tenían razón. Él había hecho aquella promesa.

Así pues, fue el Ratonero quien trató de contradecirla primero.

—Vamos, pequeña —exclamó mientras recorría la estancia, rellenando con seda más grietas para impedir la entrada de la espesa niebla, agitando y alimentando el fuego de la estufa—, y también vos, bella señora Vlana. Durante el mes pasado Fafhrd ha atacado a los ladrones del Gremio allá donde más les duele, en las bolsas que les cuelgan entre las piernas. Sus asaltos a los botines de sus robos han sido como otras tantas patadas en sus ingles. Duele más, créeme, que quitarles la vida con un rápido tajo de espada, casi indoloro, o una estocada. Y esta noche le he ayudado en su respetable propósito, y volvería a hacerlo de buen grado. Así que bebamos todos.

Con un diestro movimiento descorchó uno de los jarros, y se apresuró a llenar tazas y copas de plata.

—¡Una venganza de mercader! —replicó Ivrian con desdén, ni un ápice apaciguada, sino más bien enojada de nuevo—. Sé que los dos sois caballeros fieles y gentiles, a pesar de vuestra negligencia presente. ¡Como mínimo debéis traerle a Vlana la cabeza de Krovas!

—¿Y qué haría con ella? ¿De qué le serviría excepto para manchar las alfombras?

El Ratonero hizo estas preguntas en tono quejumbroso, mientras Fafhrd, que había recuperado el buen sentido, se arrodillaba y decía lentamente:

—Muy respetada señora Ivrian, es cierto que solemnemente prometí a mi amada Vlana que le ayudaría en su venganza, pero eso fue cuando me hallaba aún en el bárbaro Rincón Frío, donde la enemistad entre clanes es un lugar común, sancionado por la costumbre y aceptado por todos los clanes, tribus y hermandades de los salvajes nórdicos del Yermo Frío. En mi ingenuidad pensé en la venganza de Vlana como algo parecido. Pero aquí, en medio de la civilización, descubro que todo es diferente y que las reglas y costumbres están al revés. Sin embargo, tanto en Lankhmar como en el Rincón Frío, uno ha de aparentar que observa las reglas y las costumbres para sobrevivir. Aquí el dinero es todopoderoso, el ídolo situado en más alto lugar, tanto si uno suda, roba, aplasta a otros o practica toda clase de estratagemas para conseguirlo. Aquí la enemistad y la venganza están fuera de todas las reglas y se castigan peor que la locura violenta. Pensad, señora Ivrian, que si el Ratón y yo tuviéramos que traerle a Vlana la cabeza de Krovas, tendríamos que huir de Lankhmar al instante, perseguidos por todos sus hombres, mientras que vos perderíais con toda certeza este país de hadas que el Ratón ha creado por amor a vos y os veríais obligada a hacer lo mismo, a ser con él una mendiga en continua fuga durante el resto de vuestras vidas naturales.

Era un razonamiento elegantemente expresado... pero que no sirvió de nada. Mientras Fafhrd hablaba, Ivrian tomó su copa que acababan de llenarle otra vez y la apuró. Ahora estaba en pie, firme como un soldado, su rostro pálido ruborizado, y le dijo acerbamente a Fafhrd, arrodillado ante ella—

—¡Cuentas el coste! Me hablas de cosas —señaló el esplendor multicolor que la rodeaba— de simple propiedad, por costosa que sea, cuando lo que está en juego es el honor. Le diste a Vlana tu palabra. Oh, ¿es que ha muerto del todo la caballerosidad? Y eso se aplica también a ti, Ratón, pues has jurado que seccionarías las miserables gargantas de dos dañinos ladrones del gremio.

—No lo he jurado —objetó débilmente el Ratonero, tornando un trago largo—. Me limité a decir que lo habría hecho.

Fafhrd no pudo hacer más que volver a encogerse de hombros, mientras sentía que se le retorcían las entrañas, y procuró calmarse bebiendo de su taza de plata, pues Ivrian hablaba con os mismos tonos que le hacían sentirse culpable y utilizaba los mismos argumentos femeninos injustos pero que partían el corazón que podrían haber utilizado Mor, su madre, o Mara, su amor abandonado del Clan de la Nieve y esposa reconocida, que ahora tendría la panza hinchada con el hijo engendrado por él.

Vlana hizo un amable intento para sentar de nuevo a Ivrian en el sofá dorado.

—No te excites, querida —le rogó—. Has hablado con nobleza por mí y mi causa, y créeme, te estoy muy agradecida. Tus palabras han revivido en mí fuertes y magníficos sentimientos extinguidos durante muchos años. Pero de los aquí presentes, sólo tú eres una verdadera aristócrata a tono comas más altas propiedades. Nosotros tres no somos más que ladrones. ¿Es de extrañar que alguno considere la seguridad por encima del honor y el mantenimiento de la palabra dada y ente con la mayor prudencia arries1ár nuestras vidas? Sí, somos ladrones y tengo la mayoría de votos en contra. Así que, por favor, no hables más de honor y temeraria e intrépida valentía, sino que siéntate y...

Other books

Whom the Gods Love by Kate Ross
A Soul for Vengeance by Crista McHugh
A Kind Of Wild Justice by Hilary Bonner
Hard News by Jeffery Deaver
The Bureau of Time by Brett Michael Orr
Marked by Elisabeth Naughton
Double Play by Jill Shalvis
Texas Brides Collection by Darlene Mindrup
Priceless by Sherryl Woods