Espadas y demonios (20 page)

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Authors: Fritz Leiber

Tags: #Fantástico

BOOK: Espadas y demonios
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—Fafhrd, mi buen amigo, permíteme que te presente a mi princesa. Ivrian, querida mía, ten la bondad de recibir a Fafhrd amablemente, pues esta noche él y yo hemos luchado codo a codo contra tres, y hemos vencido.

Fafhrd avanzó, agachándose un poco, pues la coronilla de su cabeza dorada y rojiza rozaba el dosel estrellado, y se arrodilló ante Ivrian igual que había hecho Vlana. Ahora la fina mano tendida hacia él parecía firme, pero en cuanto la tocó descubrió que todavía temblaba. La trató como si fuera tela tejida con la más fina tela de la araña blanca, apenas rozándola con los labios, y aun así se sintió nervioso mientras musitaba unos cumplidos.

No percibió, al menos de momento, que el Ratonero estaba tan nervioso como él, e incluso más, rogando que Ivrian no exagerase en su papel de princesa y humillara a sus huéspedes, se derrumbara temblando o llorando, o corriera hacia él o a la habitación contigua, pues Fafhrd y Vlana eran literalmente los primeros seres, humanos o animales, nobles, ciudadanos libres o esclavos, a los que él había llevado o permitido entrar en el nido lujoso que había creado para su aristocrática amada... salvo la dos cotorras que gorjeaban en una jaula de plata colgada al otro lado de la chimenea, frente al estrado.

A pesar de su astucia y su cinismo de origen reciente, nunca se le ocurrió al Ratonero que era sobre todo su forma encantadora pero absurda de mimar a Ivrian lo que mantenía como una muñeca, y aumentaba incluso esta condición, a la muchacha potencialmente valiente y realista que había huido con él de la cámara de tortura de su padre cuatro lunas atrás.

Pero ahora, cuando Ivrian sonrió por fin y Fafhrd le devolvió gentilmente su mano y retrocedió con cautela, el Ratonero se relajó aliviado, fue en busca de dos copas y dos tazas de plata, las limpió sin necesidad con una toalla de seda, seleccionó con cuidado una botella de vino violeta y entonces, sonriendo a Fafhrd, descorchó uno de los jarros que el norteño había traído, llenó casi hasta el borde los cuatro recipientes destellantes y los sirvió.

Aclarándose de nuevo la garganta, pero sin rastro de tartamudeo esta vez, el muchacho brindó:

—Por mi mayor robo hasta la fecha en Lankhmar, que de buen o mal grado he de compartir al sesenta por ciento con... —no pudo resistir el súbito impulso— ¡con este patán bárbaro, grande y peludo!

Y se echó al coleto un cuarto de la taza de vino ardiente, agradablemente fortificado con aguardiente.

Fafhrd se tomó la mitad del suyo y luego brindó a su vez:

—Por el más jactancioso, cínico y pequeño individuo civilizado con el que jamás me he dignado compartir un botín.

Bebió el resto y, con un amplia sonrisa que mostró sus dientes blancos, tendió su taza vacía.

El Ratonero la llenó de nuevo, se sirvió a su vez, dejó entonces la taza v se acercó a Ivrian para volcar en su regazo las gemas de la bolsita que le había arrebatado a Fissif. Las piedras preciosas lucieron en su nuevo y envidiable lugar como un pequeño charco de mercurio con los tonos del arco iris.

Ivrian retrocedió estremecida, casi derramándolas, pero Vlana le cogió suavemente el brazo, aquietándolo, y se inclinó sobre las joyas con un gangoso grito de maravilla y admiración, dirigió lentamente una mirada de envidia a la pálida muchacha y empezó a susurrarle algo de un modo apremiante pero sonriendo. Fafhrd se dio cuenta de que ahora Vlana actuaba, pero lo hacía bien y con eficacia, ya que Ivrian pronto asintió ansiosa y no mucho después empezó a susurrarle algo a su vez. Siguiendo sus instrucciones, Vlana fue en busca de una caja esmaltada de azul con incrustaciones de plata, y las dos mujeres transfirieron las joyas del regazo de Ivrian a su interior de terciopelo azul. Entonces Ivrian dejó la caja a su lado y siguieron charlando.

Mientras daba cuenta de su segunda taza a pequeños sorbos, Fafhrd se relajó y empezó a adquirir una sensación más profunda en su entorno. La deslumbrante maravilla del primer vistazo a aquella sala del trono escondida en un fétido suburbio, su lujo pintoresco intensificado por contraste con la oscuridad, el barro y la suciedad, las escaleras podridas y el bulevar de la Basura en el exterior se desvaneció y el muchacho empezó a percibir el desvencijamiento y la podredumbre bajo la capa de grandiosidad.

Aquí y allá, entre las colgaduras, asomaba la madera carcomida, seca, agrietada, y exhalaba su olor malsano, su aroma a viejo. Todo el piso se combaba bajo las alfombras, y en el centro de la estancia llegaba a hundirse hasta un palmo. Una gran cucaracha bajaba por una colgadura bordada en oro, y otra se dirigía al sofá. Filamentos de niebla nocturna se filtraban a través de los postigos, produciendo negros arabescos evanescentes contra los dorados. Las piedras de la gran chimenea habían sido restregadas y barnizadas, pero había desaparecido la mayor parte del mortero que las cohesionaba; algunas se hundían y otras faltaban por entero.

El Ratonero había encendido el fuego en la estufa. Introdujo la leña previamente encendida, que despedía llamaradas amarillentas, cerró la portezuela negra y regresó a la estancia. Como si hubiera leído los pensamientos de Fafhrd, tomó varios conos de incienso, encendió sus extremos y los colocó en diversos puntos, en brillantes cuencos de latón, aprovechando mientras lo hacía para pisotear a una cucaracha y capturar por sorpresa a la otra y aplastarla de un uñetazo. Luego rellenó con trapos de seda las grietas más ancas de los postigos, tomó de nuevo su taza de plata y por un momento dirigió a Fafhrd una dura mirada, como desafiándole a decir una sola palabra contra la deliciosa pero algo ridícula casa de muñecas que había preparado para su princesa.

Un instante después sonreía y alzaba su taza hacia Fafhrd, el cual hacía lo mismo. La necesidad de llenar de nuevo los recipientes les acercó. Sin mover apenas los labios, el Ratonero le explicó
sotto voce
:

—El padre de Ivrian era duque. Yo le maté, por medio de la magia negra, según creo, mientras se disponía a darme la muerte en el potro de tortura. Era un hombre de lo más cruel, incluso para su hija, pero aun así era duque, de modo que Ivrian no está nada habituada a ganarse la vida o cuidar de sí misma. Me enorgullezco de mantenerla en un esplendor superior al que jamás le ofreció su padre con todos sus servidores y doncellas.

Fafhrd asintió, suprimiendo las críticas inmediatas que provocaban en él aquella actitud y programa, y le dijo amablemente:

—No hay duda de que has creado con tus robos un pequeño palacio encantador, digno del señor de Lankhmar, Karstak Ovartamortes, o del Rey de Reyes en Tisilinilit.

Vlana le llamó desde el sofá con su bronca voz de contralto.

—Ratonero Gris, tu princesa quiere oír el relato de la aventura de esta noche. ¿Y podríamos tomar más vino?

—Sí, por favor, Ratón —pidió Ivrian.

Estremeciéndose de un modo casi imperceptible al oír aquel apodo anterior, el Ratonero miró a Fafhrd en busca de asentimiento, lo obtuvo y se embarcó en su relato. Pero primero sirvió vino a las muchachas. No había bastante para llenar sus copas, por lo que abrió otro jarro y, tras pensarlo un momento, descorchó los tres, colocando uno junto al sofá, otro donde Fafhrd estaba ahora tendido sobre mullidas alfombras y reservándose el tercero para él. Ivrian pareció tomar con aprensión esta señal de que iban a beber en abundancia, y Vlana lo tomó con cinismo y cierto enojo, pero ninguna de las dos expresó sus críticas.

El Ratonero contó bien el relato de su robo a los ladrones, con alguna teatralidad y con sólo el más artístico de los adornos, a saber, que el hurón—tití, antes de escapar, se le subió a la espalda y trató de arrancarle los ojos... y sólo le interrumpieron en dos ocasiones. Cuando dijo:

—Y así con un zumbido suave y un leve golpe desnudé a Escalpelo...

Fafhrd observó:

—¿De modo que también le has puesto un sobrenombre a tu espada?

El Ratonero se levantó.

—Sí, y llamo a mi daga Garra de Gato. ¿Algo que objetar? ¿Te parece infantil?

—En absoluto. También yo le he puesto un nombre a mi espada: Varita Gris. Todas las armas están vivas de algún modo, son civilizadas y dignas de recibir un nombre. Pero sigue, por favor.

Y cuando mencionó la bestezuela de naturaleza incierta que cabrioleaba al lado de los ladrones (¡y que se lanzó contra sus ojos!), Ivrian palideció, se estremeció y dijo:

—¡Ratón! ¡Podría ser un animal de compañía de una bruja!

—De un brujo—le corrigió Vlana—. Esos cobardes villanos del Gremio no tienen tratos con las mujeres, excepto para que les alimenten o como vehículos forzados de su lujuria. Pero Krovas, su rey actual, aunque supersticioso, tiene fama de tomar toda clase de precauciones, y muy bien podría tener un mago a su servicio.

—Eso parece muy probable —dijo el Ratonero, con claros signos de mal agüero en su mirada y su voz—, y eso me llena de inquietud.

En realidad no creía lo que estaba diciendo, ni lo sentía —estaba tan inquieto como una pradera virgen— en lo más mínimo, pero estaba dispuesto a aceptar cualquier refuerzo ambiental de su representación.

Cuando terminó, las muchachas, con sus ojos relucientes y llenos de afecto, brindaron por la astucia y valentía de los dos jóvenes. El Ratonero hizo una reverencia y les correspondió con una sonrisa radiante. Luego se tendió, con un suspiro de fatiga, enjugándose la frente con un paño de seda, y tomó un largo trago.

Tras pedirle permiso a Vlana, Fafhrd contó el relato de su audaz huida de Rincón Frío —él de su clan y ella de una compañía teatral— y de su avance hasta Lankhmar, donde ahora se alojaban en una casa de actores cerca de la Plaza de los Oscuros Deseos. Ivrian se abrazó a Vlana y se estremeció llena de asombro cuando Fafhrd relataba las partes en las que intervenía la brujería y que, pensó el muchacho, le producían tanto placer como temor. Fafhrd se dijo que era natural que a aquella muñeca le gustaran las historias de fantasmas, aunque no estaba seguro de que su placer fuera tan grande de haber sabido que las historias de fantasmas eran ciertas. Parecía vivir en mundos de imaginación... y estaba seguro de que, una vez más, el Ratonero tenía mucho que ver en ello.

Lo único que omitió de su relato fue el constante interés de Vlana por lograr una venganza monstruosa contra el Gremio de los Ladrones, por torturar a muerte a sus cómplices y acosarla para que se marchara de Lankhmar cuando ella trató de dedicarse a robar por su cuenta en la ciudad, utilizando la mímica como cobertura. Ni tampoco mencionó su propia promesa —que ahora le parecía estúpida— de ayudarla en aquel sangriento asunto.

Cuando terminó y obtuvo su aplauso, notó la garganta seca a pesar de su adiestramiento como bardo, pero cuando quiso humedecerla descubrió que tanto su taza como el jarro estaban vacíos, aunque no se sentía borracho ni por asomo. Se dijo que los efectos del licor se habían evaporado mientras hablaba, escapándose un poquito con cada palabra deslumbrante que había pronunciado.

El Ratonero se hallaba en una situación similar, tampoco borracho, aunque inclinado a detenerse misteriosamente y mirar al infinito antes de responder a una pregunta o hacer una observación. Esta vez, tras una mirada al infinito especialmente larga, sugirió que Fafhrd le acompañara a la Anguila para adquirir nuevas provisiones de licor.

—Pero tenemos mucho vino en
nuestro
jarro —protestó Ivrian—. O al menos un poco —corrigió; parecía vacío cuando Vlana lo agitó—. Además, aquí tenéis toda clase de vinos.

—No de esta clase, querida, y la primera regla es no mezclarlos nunca —le explicó el Ratonero, agitando un dedo ante ella—. La mezcla es lo que provoca la enfermedad y la locura.

Vlana, comprensiva, dio unas palmaditas en la muñeca de Ivrian.

—Mira, querida, hay un momento en toda buena fiesta en el que los hombres que lo son de veras tienen que salir. Es algo estúpido en extremo, pero así es su naturaleza y no hay nada qué hacer, créeme.

—Pero, Ratón, estoy asustada. El relato de Fafhrd me ha infundido temor. Y también el tuyo... Oiré el ruido de ese bicho cabezón y negro raspando los postigos en cuanto te vayas. ¡Lo sé!

A Fafhrd le pareció que no tenía ningún miedo, sino que tan sólo le complacía hacerse la asustada y demostrar el poder que tenía sobre su amado.

—Querida mía —le dijo el Ratonero con un leve hipo—, está todo el Mar Interior, toda la Tierra de las Ocho Ciudades y, para postre, todas las Montañas de los Duendes en su inmensidad entre tú y los frígidos espectros de Fafhrd o —perdóname, camarada, pero podría ser— alucinaciones mezcladas con coincidencias. En cuanto a los animales de los brujos, ¡psé! Nunca ha habido en el mundo otra cosa que los repugnantes y muy naturales animales domésticos de las viejas hediondas y los viejos afeminados.

—La Anguila está a un paso, señora Ivrian —dijo Fafhrd—, y a vuestro lado está mi querida Vlana, la cual mató a mi principal enemigo arrojando esa daga que ahora lleva colgada al cinto.

Con una furibunda mirada a Fafhrd que no duró más que un abrir y cerrar los ojos, pero que decía: «¡Qué manera de tranquilizar a una muchacha asustada!», Vlana dijo alegremente:

—Deja que marchen los muy tontos, querida. Eso nos dará oportunidad para tener una conversación privada, durante la cual los despedazaremos, comentando desde su tendencia a embrutecerse con la bebida hasta esa inquietud que les impide quedarse tranquilamente en casa.

Así pues, Ivrian se dejó persuadir y el Ratonero y Fafhrd se escabulleron, cerrando en seguida la puerta tras ellos para evitar que entrara la negra niebla. Sus pasos más bien rápidos por las escaleras podían oírse desde el interior. Hubo débiles crujidos y gemidos de la antigua madera, pero ningún sonido que indicara otra rotura o paso en falso.

Mientras aguardaban que les subieran de la bodega los cuatro jarros, los dos nuevos camaradas pidieron una taza cada uno del mismo vino reforzado, u otro bastante parecido, y se metieron en el extremo menos ruidoso del largo mostrador, en la tumultuosa taberna. Diestramente, el Ratonero pateó a una rata que sacó su negra cabeza y su cuarto delantero por el agujero de su guarida.

Después de que se intercambiaran entusiastas cumplidos por sus respectivas mujeres, Fafhrd dijo tímidamente:

—Entre nosotros, crees que podría haber algo de verdad en la idea de tu dulce Ivrian de que la pequeña criatura oscura que acompañaba a Slivikin y el otro ladrón del Gremio era el animal de compañía de un brujo, o en cualquier caso el astuto animal doméstico de un hechicero, adiestrado para actuar como mensajero e informar de los desastres a su amo, a Krovas o a ambos?

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