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Authors: Chuck Palahniuk

Tags: #Terror

Fantasmas (41 page)

BOOK: Fantasmas
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Mirando a Miss América, que tiene los ojos rojos y la cara sudorosa por la fiebre, el Eslabón Perdido dice que en el futuro la gente que protesta frente a las clínicas —esa gente que sostiene en alto carteles que muestran a bebés sonrientes, esa gente que maldice a las embarazadas y escupe sobre ellas—, en ese mundo atestado y triste, el Eslabón dice:

—Esa gente protestará contra las pocas mujeres egoístas que todavía decidan tener hijos…

En ese mundo futuro, el mundo de fuera, los únicos animales estarán en los zoos y en las películas. Todo lo que no es humano será un simple sabor en la cena: pollo, buey, cerdo, cordero o pescado.

Miss América se agarra la barriga y dice:

—Pero es que yo tenía que comer.

—Sin animales —dice el Eslabón Perdido—, habrá seres humanos pero no humanidad.

Mirando su anillo de compromiso, el enorme diamante de la Dama Vagabunda que reluce en su dedo esquelético, la Madre Naturaleza dice:

—Lo que has dicho de manifestarse contra los bebés… es tan terrible que me recuerdas a la Camarada Sobrada.

El cuarto fantasma de este sitio.

—Estoy de acuerdo —dice San Destripado mirando a la Madre Naturaleza—. Los bebés son… maravillosos.

La Madre Naturaleza y el Santo… siguen siendo nuestra subtrama romántica.

Luego el Eslabón Perdido levanta las manos y agita los brazos para hacer bajar las mangas de su abrigo. Con un dedo índice apoyado en cada sien, dice:

—Entonces es que ella está hablando a través de mí —dice la Camarada Sobrada hablando a través de él.

Y hablando a través de él, el señor Whittier dice que los seres humanos necesitan aceptar la faceta de animales salvajes de su naturaleza. Que necesitamos alguna forma de agotar nuestros reflejos de luchar-o-huir. Esas habilidades que aprendimos durante los millares de generaciones pasadas. Si olvidamos nuestra necesidad de hacer daño y de recibirlo, si negamos esa necesidad y la dejamos que se acumule, es entonces cuando tenemos guerras. Asesinos en serie. Tiroteos en las escuelas.

—¿Estás diciendo que tenemos guerra —dice San Destripado— porque la gente se aburre fácilmente?

Y el Eslabón Perdido dice:

—Tenemos guerras porque negamos que nos aburramos fácilmente.

El Agente Chivatillo graba en vídeo al Conde de la Calumnia, que está grabando al Eslabón Perdido, y todos buscamos alguna tarea física elocuente que podamos encomendar a un actor, algún día, en un decorado. Algún detalle que haga que nuestra versión de la verdad sea más realista.

Extendiendo una mano y metiéndola por debajo de sus diversas faldas, Miss América baja la vista y mira en dirección a la moqueta vacía. Mientras los dedos de su mano toquetean por debajo de sus faldas, su respiración, los movimientos de su pecho, se detienen.

Cuando vuelve a sacar la mano, le relucen los dedos, mojados de algo de color claro. Que no es sangre. Se lleva la mano a la nariz e inhala el olor. Con el ceño fruncido, su piel se junta formando arrugas profundas entre sus ojos azules.

—Tienes una infección bacteriana —dice el Eslabón Perdido mirando los arañazos de los brazos de Miss América—.
Bartonella bacterium
, una infección de las glándulas linfáticas. —Y deja de hablar un momento para que la gente tome apuntes. Se pone a deletrear: B-A-R-T…

Mientras, el Conde de la Calumnia toma nota.

—Y si no me equivoco —dice el Eslabón oliendo el aire—, acabas de romper aguas…

La Señorita Estornudos tose con el puño delante de la cara, y en medio del silencio reinante el ruido del bolígrafo al garabatear sobre el papel retumba como un trueno.

Cuando Miss América se lleva la mano mojada a la nariz, la Directora Denegación la sigue con la mirada.

Todos nosotros somos la cámara tras la cámara tras la cámara.

Sacudiéndose los pelos de gato de las mangas del abrigo, sin levantar la vista, el Eslabón Perdido dice:

—El nombre común de tu enfermedad es «fiebre del arañazo del gato».

—Tengo una migraña… —dice Miss América, y se seca los dedos mojados en el chal. Levantando varios puñados de sus faldas, se inclina hacia delante hasta levantarse de su silla. Se sube el chal un poco más alrededor del cuello lleno de arañazos. Una vez de pie, Miss América empieza a caminar hacia la escalera y dice—: Me voy a mi habitación.

El asiento de cuero de su sillón está oscuro. Mojado. No de sangre sino de agua.

En cuanto Miss América desaparece, encorvándose más y más a medida que desciende las escaleras, solamente entonces se mueve la Directora Denegación.

En cuanto Miss América desaparece de nuestra vista, la Directora Denegación se pone a seguirla.

Y los demás nos la quedamos mirando y escribimos esto. Las manos de la Directora agarran sendos puñados de tela de su uniforme —una falda larga estilo Clara Barton con peto con una cruz roja en el pecho y una cofia de enfermera sujeta con alfileres a la parte superior de su peluca— con tanta fuerza que se le ponen los dedos azules. Avanza con la barbilla pegada al pecho de forma que sus ojos se asoman para mirar desde debajo de la cornisa de su ceño. Con la boca tan fuertemente cerrada que los músculos de los extremos de la mandíbula se le agarrotan y se hinchan. Sin hacer un solo ruido más fuerte que el de nuestros bolígrafos sobre el papel, la Directora Denegación se pone a seguir a Miss América.

Los demás nos quedamos sentados esperando el grito.

Necesitamos que pase algo espantoso.

Necesitamos que pase algo macabro.

La mitología de nosotros, pero con los royalties a dividir entre uno menos.

El Agente Chivatillo se deja caer en el suelo, de costado, jadeante y empapado de sudor. Con unos pantalones holgados como de harén asomando por debajo de su caftán, con su peluca calada y calurosa en la cabeza. Y le dice al Eslabón Perdido:

—Para probar tu propia teoría. —El Agente Chivatillo dice—: ¿A quién has matado tú para llegar aquí?

EVOLUCIÓN

Un poema sobre el Eslabón Perdido

«¿Qué vas a hacer hoy? —pregunta el Eslabón Perdido—.

¿Cómo lo vas a justificar?»

Esa montaña de animales muertos y antepasados sobre la que estás de pie.

El Eslabón Perdido en el escenario, mirando con ojos

amarillos desde las sombras profundas que proyecta su hueso frontal.

Sus ojos y su nariz están apelotonados en el claro, el pequeño espacio abierto

que hay entre la mata de pelo de su frente y el bosque de su barba.

Las manos le cuelgan demasiado cerca de las rodillas,

los nudillos cubiertos de rizos negros.

En el escenario, en vez de un foco, un fragmento de película:

las imágenes en dieciséis milímetros de un monstruo cubierto de pelo rojo,

tan alto como un hombre a caballo, con la cabeza puntiaguda, huyendo de la cámara.

Un día soleado junto a un río, con un trasfondo de pinos.

Y el monstruo del documental, superpuesto al Eslabón Perdido,

con sus pechos cubiertos de pelo rojo balanceándose,

se gira para mirar atrás.

En el escenario, el Eslabón Perdido dice: «Cada vez que respiras es gracias a que ha muerto alguien».

Algo o alguien ha vivido y ha muerto para que puedas tener esta vida.

Una montaña de muertos te aúpa para que veas la luz del sol.

El Eslabón Perdido dice: «¿Y el esfuerzo y la energía y el ímpetu de sus vidas…?».

¿Cómo te encontrarán?

¿Cómo disfrutarás de su don?

Los zapatos de piel y el pollo frito y los soldados muertos solamente son una tragedia

si malgastas sus dones

sentado delante del televisor. O en un atasco de tráfico. O retenido en un aeropuerto.

«¿Cómo vas a mostrar a todas las criaturas de la historia?», dice el Eslabón Perdido.

¿Cómo vas a mostrar que su nacimiento y su trabajo y su muerte valieron la pena?

DISERTACIÓN

Un relato del Eslabón Perdido

Resulta que aquello no era una cita de verdad.

Sí, se estaba tomando una cerveza en una taberna con una chica bastante guapa. Jugando al billar. Oyendo música en la máquina de discos. Un par de hamburguesas con huevos fritos y patatas fritas. Comida típica de cita.

Hacía muy poco de la muerte de Lisa, pero aquello resultaba agradable. Salir.

Con todo, aquella chica nueva no le quitaba la vista de encima. Ni para mirar el partido de fútbol americano que daban por el televisor de encima de la barra. Fallaba todos los tiros del billar porque era incapaz de mirar la bola blanca. Su mirada era como si estuviera escribiendo al dictado. Tomando notas taquigráficas. Sacando fotos.

—¿Te has enterado de lo de esa niña que ha muerto? —dijo—. ¿No era de la reserva? —Dijo—: ¿La conocías?

Las ásperas paredes de madera de cedro del bar estaban oscurecidas de tantos años de gente fumando. En el suelo había una gruesa capa de serrín para absorber los escupitajos de mascadura de tabaco. Las luces de Navidad parpadeaban de un lado a otro del techo negro. Rojas, azules y amarillas. Verdes y naranjas. Algunas de ellas fallaban. Se trataba del tipo de bar donde no les importaba que entraras con tu perro o que llevaras pistola.

Con todo, a pesar de las apariencias, aquello no era tanto una cita como una entrevista.

Aun cuando aquella chica hacía afirmaciones, sonaban a preguntas.

—¿Sabías —dijo— que san Andrés y san Bartolomé intentaron convertir a un gigante con cabeza de perro? —Ni siquiera intentaba enfilar su siguiente tirada mientras hablaba—. La primitiva Iglesia católica describe al gigante como un ser de tres metros con cara de perro, melena de león y unos dientes como los colmillos de un jabalí salvaje.

Por supuesto, erraba el tiro, pero no se callaba. Venga a largar y a largar y a largar.

—¿Has oído el término italiano
lupa manera
? —dijo.

Inclinada sobre la mesa de billar, cagaba otro tiro fácil, con las dos bolas en línea frente a un agujero de la esquina. Y sin callarse ni un momento:

—¿Has oído hablar de la familia Gandillon de Francia? —Decía—: En mil quinientos ochenta y cuatro, la familia entera fue quemada en la hoguera…

La chica aquella, Mandy Algo, debía de llevar un par de meses por el campus, tal vez desde las vacaciones de Navidad. Falda corta y zapatones con tacón de aguja tan afilado como un lápiz. La clase de atuendo que una chica de por aquí no podría ni siquiera comprar. Al principio, se la veía sobre todo por los alrededores de la oficina de «Antropo». En «Pueblos del mundo 101» hacía de licenciada ayudante del profesor, y fue allí donde empezó realmente su hábito de ponerse a mirarme fijamente. Luego se la vio por el departamento de lengua y literatura inglesa, preguntando por el programa de introducción al derecho. Estaba allí todos los días. Y todos los días decía hola. Con todo, siempre estaba espiando. Sacando fotos con los ojos. Tomando apuntes.

Y siendo: Mandy Algo, Agente Secreta.

Siguió mirándome fijamente a los ojos durante todo el trimestre de invierno, y aquella semana me dijo:

—¿Quieres ir a comer algo?

Ella invitaba. Con todo, aun con las hamburguesas, las luces de Navidad y la cerveza, aquello no era una cita.

Ahora, rozando apenas la bolsa seis, me dijo:

—Se me da mejor la antropología que jugar al billar. —Poniendo tiza en su taco, dijo—: ¿Conoces la palabra
varulf
? ¿Y has oído hablar de un hombre llamado Gil Trudeau? Fue el guía del general Lafayette durante la Revolución americana. —Sin dejar de frotar el cubito de tiza azul contra la punta de su taco, Mandy Algo dijo—: ¿Y has oído alguna vez el término francés
loup-garou
?

Y durante todo aquel tiempo sus ojos no dejaban de mirarme. De medirme. En busca de alguna respuesta. De una reacción.

Era su parte antropóloga la que quería quedar y salir. Se había mudado aquí desde Nueva York solamente para conocer a tíos de la reserva india chewlah. Sí, era racista, dijo:

—Pero racista en el buen sentido. Simplemente pienso que los tíos chewlah están buenos…

Mientras se comían las hamburguesas, Mandy Algo se inclinó hacia delante, con los dos codos sobre la mesa, la barbilla apoyada en una mano ahuecada y la otra mano haciendo un dibujo invisible con el dedo sobre la superficie grasienta de la mesa. Dijo que todos los tíos de la reserva chewlah eran muy parecidos.

—Todos los hombres chewlah tienen una polla y unas pelotas enormes en vez de cara —dijo.

Lo que quería decir era que los hombres chewlah tenían mentones cuadrados y un poco demasiado protuberantes. Tenían hoyuelos en la barbilla tan profundos que parecían dos pelotas en un escroto. Y que los tíos chewlah siempre estaban mal afeitados, aunque acabaran de afeitarse.

A aquella sombra oscura y constante, Mandy Algo la llamaba «la Sombra de los Cinco Minutos».

Los tíos de la reserva chewlah solamente tenían una ceja, una mata de pelo negro tan grueso como un matorral de vello púbico sobre el puente de sus narices, que luego se prolongaba a ambos lados hasta casi llegar a las orejas.

Entre aquel matorral de rizos negros y el hirsuto escroto de su barbilla caída, estaba la nariz chewlah. Como un enorme tubo ondulado y caído en medio de sus caras. Una nariz tan gruesa y medio dura que su gorda punta les tapaba la boca. Las narices chewlah eran tan largas que les tapaban un poco las barbillas parecidas a escrotos.

—Las cejas esconden los ojos —dijo Mandy—. Y la nariz esconde la boca.

Cuando uno conocía por primera vez a un tío de la reserva chewlah, lo único que veía era vello púbico y una polla grande y medio dura colgando y las dos pelotas colgando un poco más abajo.

—Como Nicolas Cage —dijo ella—, pero más. Como una polla y unas pelotas.

Se comió una patata frita y dijo:

—Así es como se sabe si un tío es guapo.

La mesa estaba recubierta de la sal que ella había echado sobre sus patatas fritas. Pagó todo con una tarjeta American Express de un color que el encargado de la barra no había visto nunca. Titanio o uranio.

Era su disertación la que la había traído hasta aquí. Construir un caso de estudio de aquellas características, en Manhattan, en medio de todos aquellos estudiantes de antropología de tercer ciclo, con sus risitas, era algo que solamente se podía tolerar durante una temporada antes de que los directores de uno empezaran a aconsejarte que empezaras a hacer trabajo de campo. En su campo, la criptozoología. El estudio de animales extintos o legendarios, como el Yeti, el monstruo del lago Ness, los vampiros, el Puma de Surrey, el Hombre Polilla o el Diablo de Nueva Jersey. Animales que podrían existir o no. Fue idea de su directora de tesis que viniera aquí, que visitara la reserva chewlah para estudiar su cultura y hacer un poco de trabajo preliminar forense. Para construir el caso de estudio de su tesis.

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