Sin embargo, aunque Jesús asumió entonces su papel mesiánico, no perdió todo sentido de la precaución:
Mateo 16.20.
Entonces ordenó a los discípulos que a nadie dijeran que Él era el Mesías
.
[39]
La aceptación de la función mesiánica por parte de Jesús y, a través de él, por los discípulos, se expone entonces en términos milagrosos. Se dice que Jesús lleva a sus discípulos más destacados, Pedro, Santiago y Juan, a una montaña alta.
Mateo 17.2.
Y se transfiguró ante ellos; brilló su rostro como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz.
Mateo 17.3.
Y se les aparecieron
(a los discípulos)
Moisés y Elías hablando con él
(Jesús).
Pero para los evangelistas era inconcebible que Jesús fuese el Mesías y no pudiera predecir su propio futuro; o que su destino se cumpliera contra su voluntad y careciese de finalidad mesiánica importante. Por tanto, no sólo se dice que Jesús vaticinó su muerte y anunció su sentido, sino que también se lo explicó repetidas veces a sus discípulos:
Mateo 16.21.
Desde entonces comenzó Jesús a manifestar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén para sufrir mucho... y ser muerto, y al tercer día resucitar.
Sin embargo, en la búsqueda del «Jesús histórico» debe desecharse este piadoso propósito de los evangelistas. Pese a su afirmación de que Jesús habla claro y a la abrumadora manifestación de la «Transfiguración», más adelante hay en los evangelios diversos momentos en que los discípulos (Pedro sobre todo) se comportan como si no presintieran el desastre; y como si éste, al producirse, les sumiera en la desesperación causando el abandono de su creencia en el mesianismo de Jesús.
Continuaremos la historia, pues, con la suposición de que Jesús y sus discípulos, seguros ya de que llevaban a cabo la misión del Mesías, contaban con un triunfo rotundo del mesianismo.
Efectivamente, los discípulos estaban convencidos de que Jesús era el Mesías y se hallaban tan lejos de comprender las consecuencias que se avecinaban, que dos de ellos pidieron puestos de honor. Marcos relata el incidente sin reserva alguna:
Marcos 10.35.
Se le acercaron
(a Jesús)
Santiago y Juan ... diciéndole: ...
Marcos 10.37. ...
Concédenos sentarnos el uno a tu derecha y el otro a tu izquierda en tu gloria.
Le pedían altos cargos en el reino mesiánico que, según creían, iba a establecerse; y además, lo hacían a espaldas de los demás.
Marcos 10.41.
Los
(otros)
diez, oyendo esto, se enojaron con Santiago y Juan.
Jesús tuvo que esforzarse por restaurar la concordia entre sus seguidores.
En su versión, Mateo lo suaviza considerablemente eximiendo a Santiago y Juan de toda responsabilidad en la intriga y atribuyendo al menos parte de culpa al partidismo de una madre, fácilmente perdonable:
Mateo 20.20.
Entonces se le acercó
(a Jesús)
la madre de los hijos de Zebedeo con sus hijos...
Según Mateo, fue la madre quien efectivamente pidió el favor de Jesús. Pero tal vez sea preferible la versión de Marcos, donde los dos apóstoles, bajo su propia responsabilidad, piden un trato preferente sin esconderse tras las faldas de su madre.
El restablecimiento de la paz entre los discípulos bien pudo surgir mediante la promesa de igual rango para todos:
Mateo 19.28.
Jesús les dijo: ... vosotros los que me habéis seguido, en la regeneración, cuando el Hijo del hombre se siente sobre el trono de su gloria os sentaréis también vosotros sobre doce tronos para juzgar a las doce tribus de Israel.
Una vez más, Mateo interpreta la misión mesiánica de Jesús en un sentido estrictamente judío.
Ahora que Jesús estaba decidido a llevar a cabo su misión de Mesías, tenía que ir a Jerusalén, porque según todas las profecías allí era donde se instauraría el reino mesiánico.
Mateo 19.1.
... se alejó Jesús de Galilea y vino a los confines de Judea, al otro lado del Jordán.
Jesús cruzó el Jordán hasta Jericó y luego viajó al oeste, hacia Jerusalén, siguiendo deliberadamente las actividades previstas para la llegada del Mesías:
Mateo 20.29.
Al salir de Jericó les seguía una muchedumbre numerosa.
Mateo 21.1.
Cuando, próximos ya a Jerusalén, llegaron a Betfagé, junto al monte de los Olivos...
El monte de los Olivos, cerro de unos seiscientos metros de altitud, está a menos de seiscientos metros al este de Jerusalén. Jesús no eligió ese camino al azar. Según la profecía, el Mesías aparecería por el monte de los Olivos. Así, al vaticinar la llegada de la divinidad en el día de Yahvé, dice Zacarías:
Zacarías 14.4.
Afirmáronse aquel día sus pies sobre el monte de los Olivos, que está frente a Jerusalén, al lado del levante...
En Betfagé, un villorio sobre la montaña, Jesús hizo sus preparativos finales. Sus discípulos debían estar sumamente emocionados, pues es lógico suponer que esperaran el éxito inmediato de la misión. Al menos, se citan unas palabras de Jesús donde se predice esto a los discípulos, poco después de que el maestro asumiera su misión mesiánica en Cesárea de Filipo.
Mateo 16.28.
En verdad os digo que hay algunos entre los presentes que no gustarán la muerte antes de haber visto al Hijo del hombre venir en su reino.
Estas palabras se han interpretado de diversas formas, pero si se dirigieron a los discípulos, puede suponerse que éstos las aceptaran ciegamente y que el viaje a Jerusalén se hiciera con la seguridad de que se iba a instaurar el reino mesiánico.
Pensando en la instauración del reino. Jesús pretendía entrar en Jerusalén a la manera tradicional de un rey; a caballo, y no a pie. Así, cuando Salomón fue proclamado rey, una de las fórmulas simbólicas de la coronación fue que montara la mula real:
1 Reyes 1.38.
Bajó el sacerdote Sadoc con Natán, profeta; Banayas ... montando a Salomón sobre la mula de David...
Sin embargo, la montura no sería real, pues una profecía importante del Mesías dice que está destinado a entrar en Jerusalén en una forma humilde, montado en un asno.
Zacarías 9.9.
Alégrate sobremanera, hija de Sión... He aquí que viene a ti tu Rey ... montado en un asno, en un pollino hijo de asna.
Con el fin de cumplir la profecía. Jesús envía a dos discípulos a buscarle un borriquillo para hacer su entrada montado en él. Así se hace, y en todos los evangelios, menos en el de Mateo, se describe la entrada sobre el asno en Jerusalén.
En su deseo por citar el pasaje de Zacarías (que no se menciona en los demás evangelios), y para demostrar su perfecto cumplimiento, a Mateo se le escapa el aspecto del paralelismo de la poesía hebrea. La frase «montado en un asno, en un pollino hijo de asna» describe la
misma
acción en dos expresiones ligeramente diferentes.
En cambio, Mateo supone que se trata de dos animales distintos, y hace que los discípulos lleven dos: una borrica y su pollino:
Mateo 21.7.
y trajeron
(los discípulos)
la borrica y el pollino, y pusieron sobre ellos los mantos, y encima de ellos montó Jesús.
Lo que nos ofrece una imagen bastante extraña de Jesús al montar dos animales al mismo tiempo.
En la narración de Mateo, Jesús tiene a su lado un grupo de entusiastas, importante y numeroso. Parte de ellos quizá fueran acompañándole, atraídos por sus enseñanzas; otros tal vez estuvieran en Jerusalén, sabedores de la llegada a la ciudad de un profeta que hacía milagros. En cualquier caso, el camino desde el monte de los Olivos a Jerusalén se describe como un paseo triunfal:
Mateo 21.8.
Los más de entre la turba desplegaban sus mantos por el camino, mientras que otros, cortando ramos de árboles, los extendían por la calzada.
Mateo 21.9.
La multitud que le precedía y la que le seguía gritaba, diciendo: ¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas!
La palabra «hosanna» es la versión griega de una expresión hebrea que significa «¡Salve! ¡Rogamos!», o bien, en lenguaje corriente, «Te rogamos ayuda». La aclamación es una paráfrasis del libro de los Salmos.
Salmo 118.25.
¡Oh Yahvé, sálvanos! ¡Oh Yahvé, haznos prosperar!
Salmo 118.26.
¡Bendito quien viene en el nombre de Yahvé!
[40]
El versículo 25 traduce «Hosanna» por «¡Oh Yahvé, sálvanos!» Si no se tradujera, quedaría así: «¡Hosanna, oh Yahvé!...»
Queda claro que Jesús fue aclamado con un pasaje que los Salmos aplicaban a Dios, y que por tanto le llamaban Mesías. Efectivamente, el empleo de la expresión «Hijo de David» es explícito.
Los discípulos guiaban y dirigían las aclamaciones, y entre la multitud había quienes se horrorizaban ante la blasfemia perpetrada al aclamar como Mesías a un predicador galileo. Esto se indica en Lucas:
Lucas 19.39.
Algunos fariseos de entre la muchedumbre le dijeron: Maestro, reprende a tus discípulos.
Lucas 19.40.
Él
(Jesús)
contestó y dijo: Os digo que si ellos callasen, gritarían las piedras.
Ya no se trataba de que los discípulos estuvieran desbordantes de entusiasmo. El propio Jesús, si no afirmaba efectivamente su mesianismo delante de todo el pueblo de Jerusalén, aceptaba que otros le proclamasen Mesías.
En su nuevo papel como autoridad última. Jesús toma medidas drásticas en el Templo mismo:
Mateo 21.12.
Entró Jesús en el templo de Dios y arrojó de allí a cuantos vendían y compraban en él, y derribó las mesas de los cambistas y los asientos de los vendedores de palomas,
Mateo 21.13.
diciéndoles: Escrito está: «Mi casa será llamada casa de oración», pero vosotros la habéis convertido en cueva de ladrones.
En realidad, los cambistas y mercaderes realizaban un servicio esencial para los que deseaban practicar los ritos que requerían la donación de pequeñas sumas y el sacrificio de aves menudas. Sin embargo, la relajación había hecho que el mercantilismo invadiera el recinto sagrado del Templo en vez de instalarse en el exterior. Además, es posible que algunos mercaderes utilizaran prácticas ilícitas a expensas de peregrinos ignorantes e ingenuos de los distritos rurales. (Es muy probable que Jesús oyese en Galilea comentarios indignados respecto a la manera en que se engañaba a sus vecinos cuando visitaban el Templo.)
El ejercicio de poder de Jesús en el interior del Templo y sus sermones ofendieron severamente a los saduceos. Quizá ignorasen aspectos doctrinales y cuestiones de ritual, ya que rechazaban todas las tradiciones farisaicas que habían surgido en torno a la Ley escrita. Pero el Templo constituía su prerrogativa particular, y no tomaban a la ligera las actitudes violentas de extranjeros en su interior. Además, la cita de Jesús era ofensiva, pues al referirse al Templo como «cueva de ladrones» utilizaba el Sermón del Templo de Jeremías, que entre todos los pasajes del Antiguo Testamento sería el que menos agradara a los sacerdotes del Templo (v. cap. I, 24).
Jeremías 7.11. ...
¿Es acaso a vuestros ojos esta casa
(el Templo) ...
una cueva de bandidos? Mirad, también yo lo veo, oráculo de Yahvé.
La reacción de los sacerdotes del Templo se describe así:
Mateo 21.15.
Viendo los príncipes de los sacerdotes y los escribas las maravillas que hacía
(Jesús)
y a los niños que gritaban en el templo y decían: ¡Hosanna al Hijo de David.!, se indignaron.
Sin embargo, los sermones de Jesús, como sus milagros reunían a su alrededor multitudes entusiastas, y los sacerdotes del Templo no gozaban de mucha popularidad entre la muchedumbre humilde y analfabeta. No sabían qué medidas adecuadas podrían tomar:
Mateo 21.46.
y queriendo apoderarse de Él, temieron a la muchedumbre, que le tenía por profeta.
Tampoco podían aprovechar la oportunidad de atraparle por la noche, cuando estuviese relativamente solo, pues Jesús era lo bastante precavido para no quedarse en Jerusalén.
Mateo 21.17.
Y dejándalos, salió
(Jesús)
de la ciudad a Betania, donde pasó la noche.
Betania era un barrio apartado de Jerusalén, a un kilómetro y medio hacia el este, justo enfrente del monte de los Olivos.
A su entrada en Jerusalén, Jesús fue recibido como Hijo de David, y así se le menciona varias veces en el evangelio. La expresión es sinónima de «Mesías», porque en general se esperaba, según numerosas profecías del Antiguo Testamento, que el Mesías sería del linaje de David y, por tanto, hijo (es decir, descendiente) de tal rey.
En los dos capítulos primeros de Mateo (y de Lucas también), se considera a Jesús como verdadero descendiente de David, especificándose su línea de ascendencia así como la leyenda de su nacimiento en Belén. Pero ello no vuelve a mencionarse en parte alguna. Siempre se identifica la cuna de Jesús con Nazaret, y en ningún sitio corrige él esa impresión afirmando ser de Belén.
Incluso en la entrada a Jerusalén, cuando le aclaman como Mesías, se le identifica como galileo:
Mateo 21.10.
Y cuando entró
(Jesús)
en Jerusalén, toda la ciudad se conmovió y decía: ¿Quién es éste?
Mateo 21.11.
Y la muchedumbre respondía: Este es Jesús el profeta, el de Nazaret de Galilea.
Eso constituía un grave obstáculo para que Jesús se proclamara Mesías. Mateo no puede decirlo porque mantiene que Jesús era efectivamente de linaje davídico. Pero en el evangelio de San Juan, donde el nacimiento en Belén y el linaje davídico no desempeñan papel alguno, se expresa tal objeción:
Juan 7.14.
Otros decían
(de Jesús):
Este es el Mesías; pero otros replicaban: ¿Acaso el Mesías
[41]
puede venir de Galilea?
Cabría imaginar, pues, que los fariseos de Jerusalén se sintieran ultrajados por un don nadie de Galilea que llegaba a la ciudad proclamándose Mesías. Tal afirmación podía desmentirse fácilmente. Sólo debían de presentarse ante él y preguntarle: «Dices que eres el Mesías; si es así, ¿de qué linaje debe ser el Mesías?» y Jesús habría de responder: «Es descendiente de David». Y los fariseos replicarían: «Pues entonces, como tú no eres descendiente de David, ¿cómo puedes ser el Mesías?».