Si la explicación del linaje davídico de Jesús que da Mateo es cierta, sería de esperar que Jesús saliera triunfante de la discusión con un abrumador repertorio de pruebas en cuanto a su nacimiento en Belén y su linaje davídico.
Pero supongamos que Jesús no hubiese nacido en Belén ni tampoco fuese de ascendencia davídica; que los detalles que da Mateo sean leyendas de origen relativamente tardío. En ese caso, Jesús debía de contrarrestar el argumento demostrando como fuese que el Mesías no tenía por qué ser del linaje de David; que era imposible, en realidad, que él perteneciese a la casa de David.
En el relato de Mateo, Jesús hace precisamente esto: desaprueba la ascendencia davídica del Mesías, aunque ello esté en flagrante contradicción con la afirmación evangélica de que Jesús pertenecía a la casa de David.
Pero en la narración de Mateo es Jesús quien saca el tema, por ninguna razón aparente:
Mateo 22.41.
Reunidos los fariseos, les pregunto Jesús:
Mateo 22.42.
¿Qué os parece de Cristo? ¿De quién es hijo? Dijéronle ellos: De David.
Jesús demuestra entonces que están equivocados mediante la utilización sagaz de un versículo del Antiguo Testamento. La claridad de su argumentación quizá hiciese al episodio tan popular, que no pudiera omitirse en el evangelio aun a riesgo de incurrir en una molesta contradicción con el relato que hace Mateo del nacimiento de Jesús:
Mateo 22.43.
Les replicó
(Jesús):
Pues ¿cómo David, en espíritu, le llama Señor, diciendo:
Mateo 22.44.
«Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra mientras pongo a tus enemigos bajo tus pies?»
Mateo 22.45.
Si, pues, David le llama Señor, ¿cómo es hijo suyo?
Las palabras de Jesús dan a entender que el segundo «Señor» es el Mesías, algo que efectivamente era común entre los judíos de la época romana y entre los cristianos actuales. Por consiguiente, el autor de los Salmos (David, presumiblemente) habla del Mesías como «mi Señor», y David, argumenta Jesús, no se dirigiría a su propio hijo como a un superior, de modo que el Mesías debe ser algo más que un simple descendiente de David.
(Claro que el Salmo podría tener una interpretación no mesiánica. Se cree que se trata de un salmo de coronación donde se describe a Dios dirigiéndose al nuevo rey de Judá. El segundo «mi Señor» es el normal tratamiento de respeto hacia el rey, y el comienzo del versículo se traduciría: «Dios dijo al rey»...)
Como Jesús es el que hace la primera pregunta, cabría suponer que Mateo trata de presentar el pasaje como un torneo de ingenio entre Jesús y los fariseos, en el que el Maestro, mediante un astuto despliegue de lo que hoy llamaríamos razonamiento «talmúdico», expone una tesis a los fariseos y les reta a refutarla. No es preciso que la tesis sea cierta —no se trata de eso—, pero la ausencia de respuesta por parte de los fariseos establece la superioridad de Jesús sobre ellos. Y fracasan.
Mateo 22.46
. Y nadie podía responderle palabra...
No obstante, resulta tentador pensar que los fariseos fuesen los primeros en preguntar y que Jesús negase tranquilamente el requisito de la ascendencia davídica, salvándose —para sorpresa de los fariseos— de lo que ellos consideraban una maniobra aplastante, y que sólo el apego de Mateo al linaje davídico impidió que lo presentara de esa forma. En ese caso, el pasaje se consideraría como una referencia al «Jesús histórico», que era un carpintero de Galilea pero que, a pesar de ello, insistía en que le considerasen el Mesías.
Para las autoridades del Templo se hizo cada vez más evidente que las afirmaciones de Jesús no se acallarían fácilmente. Ya fuese o no un rústico galileo, era muy inteligente y disponía de un caudal de citas. Pero había que detenerle igualmente antes que el fervor mesiánico causara agitaciones peligrosas en toda la ciudad.
Si sus ideas doctrinales no podían utilizarse contra él, ¿qué ocurría con sus opiniones políticas? Si pudiera obligarse a Jesús para que dijera algo políticamente subversivo, en vez de algo herético desde el mero punto de vista doctrinal, se podría llamar a los romanos. Los soldados romanos actuarían de inmediato, sin tener que detenerse a intercambiar citas del Antiguo Testamento:
Mateo 22.16.
Enviáronle
(los fariseos)
discípulos suyos con herodianos para decirle: Maestro, sabemos que eres sincero ... sin darte cuidado de nadie...
Con ese halago esperaban que hiciese alguna declaración informal sin cuidarse de a quién ofendería. Y por si lo hacía, llevaban con ellos a herodianos. Estos eran funcionarios civiles que apoyaban la dinastía herodiana. Es posible que trabajaran continuamente con los romanos y que tuviesen acceso al gobernador romano; por eso comunicarían a éste cualquier comentario subversivo que hiciese Jesús.
Para los que preguntaban a Jesús estaría claro que cualquiera que afirmase ser el Mesías debería abrigar esperanzas de derribar al imperio romano para instaurar el Estado judío ideal. Eso era exactamente lo que el populacho esperaba del Mesías. Entonces se le espetó una pregunta que, según creían, obligaría a Jesús a defender la rebelión o a abandonar toda pretensión mesiánica:
Mateo 22.17.
Dinos, pues, tu parecer: ¿Es licito pagar tributo al César o no?
(«César» era el título dado al emperador romano. Se remontaba a Julio César, asesinado en el 44 aC, pero cuyo sobrino nieto se convirtió en el primer emperador de Roma quince años después.)
Si Jesús se negaba a responder, sin duda sería despreciado como cobarde por aquellos de entre su público que abogaban por la resistencia a los romanos, y que quizá representasen la mayoría de los que ansiosamente aclamaban a Jesús como Mesías. Si recomendaba el pago del tributo, sería peor todavía. Por otro lado, si decía que no debía pagarse, ello daría a los romanos razones para intervenir al instante.
Jesús buscó una salida. Las monedas utilizadas para pagar tributo llevaban la efigie del César. En sentido estricto, eso las hacía impropias para que las emplearan los judíos. El primero de los Diez Mandamientos prohibía las representaciones de criaturas vivas, y los monarcas judíos, como los diversos Herodes, solían tener cuidado para no molestar a los ortodoxos poniendo sus retratos en las monedas. La moneda idólatra, cuya utilización por los judíos era pecaminosa, bien podría darse al hombre cuyo retrato llevaba. Jesús dijo:
Mateo 22.21.
...Pues dad. al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.
Así encontró Jesús una salida airosa a lo que parecía un dilema insalvable. Admitió el pago del tributo, lo que alejaba la intervención romana; pero lo hizo por una razón exclusivamente religiosa que era consecuente con su misión mesiánica.
Sin embargo, los enemigos de Jesús quizá lograran algo con ello. Es concebible que entre el público que seguía a Jesús, los zelotes esperaran con impaciencia la respuesta del Maestro. Eran violentamente antirromanos y querían un Mesías que con su divina fuerza les condujese contra el odiado invasor.
Ahí estaba, pues, la pregunta. ¿Debemos pagar tributo? Según el punto de vista de los zelotes, la auténtica respuesta mesiánica sería una negativa rotunda. Eso iniciaría la rebelión al instante; igual que una vez la negativa de Matatías a participar en un sacrificio pagano había desencadenado la rebelión macabea. Y en cambio, Jesús se refugiaba en una evasiva. Si en general la multitud aplaudió la astuta respuesta del Maestro, quizá algunos de los zelotes, más extremistas, se alejaran desdeñosos. Aquél no era el Mesías que esperaban.
¿Y qué debió de parecerle a Judas Iscariote? Si era cierto que formaba parte de los zelotes extremistas (v. este mismo cap.), bien pudo sentir una ira frenética ante la decepción por aquel hombre a quien él creía el Mesías. Si así fue, ello explica los acontecimientos siguientes.
Pero si Jesús evitaba cuidadosamente el ofender a los romanos, no dudaba en atacar a los dirigentes religiosos. Mateo narra que en ese tiempo predicaba a la muchedumbre; en un sermón, atacó sin piedad a escribas y fariseos acusándoles de ser individuos cuya piedad se remitía exclusivamente a la liturgia y no a la sustancia. Por tanto, eran unos hipócritas.
Además, habló amenazadoramente de la manera en que hombres verdaderamente piadosos habían muerto en el pasado a manos de un pueblo desagradecido, y advierte de la venganza:
Mateo 23.35.
para que caiga sobre vosotros toda la sangre inocente derramada sobre la tierra, desde la sangre del justo Abel hasta la sangre de Zacarías, hijo de Baraquías, a quien matasteis entre el templo y el altar.
Suele pensarse que esto se refiere al destino de Zacarías, sumo sacerdote en tiempos de Joás de Judá (v. cap. I, 14). Zacarías reprendió con vehemencia a la corte por tolerar la idolatría, ganándose la enemistad del rey y de los cortesanos:
2 Crónicas 24.21
. Conjuráronse contra él
(Zacarías),
y de orden del rey le lapidaron en el atrio de la casa de Yahvé.
Esta identificación resulta más convincente porque Jesús incluiría deliberadamente todos los asesinatos injustos de hombres piadosos que se mencionan de un extremo a otro de la Biblia. En la Biblia hebrea, los libros de Crónicas se colocan al final, y todos los libros del Antiguo Testamento se dividen (para su uso actual) en un total de 929 capítulos. El asesinato de Caín es el primero que se menciona, y se halla en el capítulo cuarto; el de Zacarías es el último, y está en el capítulo 917.
Debe admitirse, sin embargo, que al Zacarías aludido en 2 Crónicas se le identifica de manera diferente por el nombre paterno:
2 Crónicas 24.20.
El espíritu de Dios descendió sobre Zacarías, hijo del sacerdote Joyada...
¿Por qué, entonces, le identificaría Jesús como hijo de Baraquías? No se sabe. ¿Se trata de un individuo diferente? ¿O la mención de Baraquías es un añadido (erróneo) del copista, basado en la confusión con otro Zacarías a quien se alude de pasada en Isaías?
Isaías 8.2.
Y tómame dos testigos fieles: Urías, el sacerdote, y Zacarías, hijo de Jeberequias.
Sigue entonces un paisaje apocalíptico en el que Jesús describe el futuro. Parte de él trata de manera bastante clara de la destrucción de Jerusalén por los romanos, que tendría lugar cuarenta años después del período evangélico.
Mateo 24.15.
Cuando viereis, pues, la abominable desolación predicha por el profeta Daniel en el lugar santo...,
Mateo 24.16.
entonces los que estén en Judea huyan a los montes...
La abominable desolación era la estatua de Zeus erigida en el Templo por Antíoco IV, y en sentido más general podría referirse a la victoria de las fuerzas paganas sobre Jerusalén, cosa que ocurrió en el 70 dC.
Durante la rebelión judía contra Roma, los seguidores de Jesús adoptaron una actitud pacifista y no participaron en la defensa de Jerusalén, sino que huyeron a las montañas. Por consiguiente, es posible que estos versículos se añadieran al tradicional sermón apocalíptico de Jesús después de los hechos, y que este evangelio (al igual que los demás) no llegara a su forma definitiva actual hasta después del 70 dC.
Tras la referencia a la caída de Jerusalén, sigue una descripción general del futuro, expresada en términos de destrucción total, típicos del Antiguo Testamento:
Mateo 24.29.
Luego, en seguida, después de la tribulación de aquellos días, se oscurecerá el sol, y la luna no dará su luz, y las estrellas caerán del cielo...
A continuación se producirá la aparición del Mesías y la instauración del reino ideal.
Mateo 24.30. ...
y verán al Hijo del hombre venir sobre las nubes del cielo con poder y majestad grande.
Sin embargo, esto introduce un problema. Para aquellos que creían que Jesús era el Mesías, éste ya había venido. Al parecer, habría un «segundo advenimiento» que no se retrasaría mucho:
Mateo 24.34.
En verdad os digo que no pasará esta generación antes que todo esto suceda.
Desde luego, en la actualidad suele mantenerse que este versículo se refiere a la caída de Jerusalén y no al segundo advenimiento, que se describe inmediatamente antes. Sin embargo, ésa no era la opinión de los cristianos primitivos que, de acuerdo con este versículo, esperaban el advenimiento en cualquier momento.
No obstante, Jesús se niega a dar fecha precisa para el segundo advenimiento.
Mateo 24.36.
De aquel día y de aquella hora nadie sabe. ni los ángeles del cielo..., sino sólo el Padre.
Una de las parábolas de Jesús, citada en relación con el repentino e inesperado segundo advenimiento, trata de un hombre que entrega dinero al cuidado de sus criados para volver súbitamente y exigir las cuentas.
Mateo 25.15.
dando a uno cinco talentos, a otro dos y a otro uno, a cada cual según su capacidad...
Originalmente, el «talento» era una unidad griega de medida, derivada de una palabra que significa «balanza». Se trata de una referencia a cuando el oro y la plata se pesaban cuidadosamente en una balanza antes de utilizarse para el pago, en época anterior al período (en el siglo VI aC) en que empezaron a emplearse monedas de un peso establecido con el retrato grabado del monarca como garantía de la veracidad del peso.
El talento era una gran cantidad de dinero, especialmente en la antigüedad. El talento que se utilizaba en Judea en época del Nuevo Testamento equivalía a mil siclos, y sin duda representaba la cantidad de varios miles de dólares en dinero actual.
La utilización de esta palabra en los versículos citados, en los que cada hombre recibe una cantidad de talentos según su capacidad, ha dado origen al empleo del término como expresión de una habilidad particular poseída por un individuo. Efectivamente, en castellano moderno ha desaparecido la utilización de esa palabra en su significado de unidad monetaria, y el único sentido de «talento» de que es consciente la mayoría de la gente, es el de una capacidad superior de alguna especie.
Para los fariseos y para las autoridades del Templo, los últimos sermones de Jesús debieron representar un peligro intolerable. Las acusaciones que Jesús dirigía contra ellos despertaban la furia del populacho ignorante. Podría pasar cualquier cosa, y el asunto fue llevado a la más alta autoridad religiosa de los judíos, el sumo sacerdote: