En este versículo podemos ver al «Jesús histórico» rehuyendo la prueba final, inseguro del éxito, temiendo las consecuencias y, sin embargo, pensando que no hay escape.
Pero la incógnita se interrumpió súbitamente con la llegada de los hombres armados enviados por los sacerdotes. Judas los condujo al sitio donde se encontraba Jesús; un lugar conocido por él, pero no por las autoridades. En la paz de la noche era cuando podía prenderse a Jesús, para que al amanecer del día de Pascua la revuelta quedase sofocada por la repentina ausencia del cabecilla y por la revelación de que Jesús no era más que un falso mesías, un impostor.
La única posibilidad de fracaso radicaba en que se detuviera por error a un discípulo y Jesús escapase. En la escena última de la oración en Getsemaní, había tres discípulos con Jesús:
Mateo 26.37.
Y tomando
(Jesús)
a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo...
Podría confundirse con Jesús a cualquiera de los tres. Al fin y al cabo, era de noche, y es posible que los hombres armados no conociesen de vista a Jesús. Por tanto, Judas tenía que identificarle fuera de toda duda; y se ofreció a hacerlo:
Mateo 26.48.
Él
(Judas)...
les dio una señal, diciendo: Aquel a quien yo besare, ése es; prendedle.
Para nosotros, eso agrava la traición; traicionar con un beso es la peor de las villanías. Esto refleja en parte nuestras costumbres sociales, por las cuales el beso es una señal de especial intimidad y afecto. Pero en otras civilizaciones, el beso entre dos hombres que se encuentran es bastante común. Sería un saludo normal, sin más significación que un apretón de manos en nuestra cultura. Aun así, por supuesto, la traición es bastante grave.
Mateo describe la sorpresa de Jesús ante la llegada de Judas y su desconocimiento de las intenciones del traidor:
Mateo 26.49. ...
acercándose
(Judas)
a Jesús, dijo: Salve, Rabhi
[44]
Y le besó.
Mateo 26.50.
Jesús le dijo: Amigo, ¿a qué vienes? Entonces se adelantaron
(los hombres armados)
y echaron las manos sobre Jesús, apoderándose de Él.
[45]
Desde luego, esta parte del evangelio está llena de indicaciones de que Jesús conocía de antemano la traición de Judas y sus consecuencias, como correspondería a la precognición divina del Mesías, y a veces se sugiere que la pregunta que hace a Judas, «¿a qué vienes?», es una manera metafórica de decir «haz lo que has venido a hacer». O sea, «acabemos de una vez».
Sin embargo, si consideramos al «Jesús histórico» podemos suponerle sorprendido por la inesperada aparición de Judas e ignorante, sólo un momento, de su significado. En ese caso, la pregunta tiene sentido en su aspecto literal.
Uno de los discípulos presentes ofrece una resistencia simbólica. No se le nombra, pero Juan afirma que se trata de Pedro:
Mateo 26.51.
Uno de los que estaban con Jesús extendió la mano, y sacando la espada, hirió a un siervo del pontífice, cortándole una oreja.
Mateo 26.52.
Jesús entonces le dijo: Vuelve tu espada a su lugar...
Imaginaríamos al «Jesús histórico» consciente de que la resistencia era inútil y reacio a que sus discípulos murieran por nada. Tal vez sintiera cierto alivio porque la revuelta no iba a producirse. O quizá siguiera considerándose el Mesías y tuviese la seguridad de que se produciría una intervención divina en su favor.
(El Jesús tradicional, el aceptado por la práctica totalidad de los cristianos desde entonces, conocía lo que había de venir y sabía que el juicio, la crucifixión y la resurrección formaban parte del designio divino.)
Sin embargo, los discípulos reaccionaron en ese momento como si asistieran al prendimiento del «Jesús histórico» y no al del Mesías divino:
Mateo 26.56. ...
Entonces todos los discípulos le abandonaron y huyeron.
La jerarquía sacerdotal necesitaba entonces un delito por el cual condenar a Jesús; un crimen que llevara aparejada la pena de muerte. Si se limitaban a castigarle y a liberarlo, o peor aún, a exculparlo, después de todas las molestias que se habían tomado, el resultado se propagaría por toda Judea como ejemplo de la protección divina al Mesías y la revuelta se produciría a ciencia cierta.
Pero era difícil condenar a Jesús por una polémica puramente doctrinal:
Mateo 26.59.
Los príncipes de los sacerdotes... buscaban falsos testimonios contra Jesús para condenarle a muerte,
Mateo 26.60.
pero no los hallaban...
Desesperados, volvieron al tema del mesianismo. Desde luego, afirmar falsamente que se era el Mesías, constituía el colmo de la blasfemia y merecía la muerte. Y sin duda los discípulos de Jesús le habían proclamado abiertamente como el Mesías, mientras el Maestro aceptaba implícitamente el título negándose a reprenderles (v. este mismo cap.).
Pero no era suficiente. Las afirmaciones de los discípulos podían desacreditarse; la aceptación implícita del mesianismo podía justificarse. No obstante, si se inducía a Jesús a hacer una confesión clara de mesianismo en el tribunal y bajo juramento, entonces sería suyo.
En realidad, tenían todo lo que necesitaban. En aquel tiempo, el sacerdocio no podía dictar y llevar a cabo una sentencia de muerte. Se requería la aprobación del gobernador romano de Judea. Tal consentimiento no se obtendría por un asunto meramente doctrinal (pues, como norma de buena política, los dirigentes romanos evitaban intervenir en tales polémicas; había demasiadas probabilidades de que se originase una revuelta importuna). Pero si Jesús afirmaba ser el Mesías, ello equivaldría a proclamarse Rey legítimo e ideal de los judíos. A su vez, esto constituiría una forma clara de rebelión política contra la autoridad de Roma. Con el resultado de que tendría que apelarse a las autoridades romanas que, con toda seguridad, dictarían sentencia de muerte.
Por tanto, la pregunta crucial se le hizo bajo juramento:
Mateo 26.63. ...
el pontífice le dijo: Te conjuro por Dios vivo a que me digas si eres tú el Mesías...
[46]
Mateo 26.64.
Díjole Jesús: Tú lo has dicho. Y yo os digo que un día veréis al Hijo del hombre sentado a la diestra del poder y venir sobre las nubes del cielo.
La frase «Tú lo has dicho» es evasiva en sí misma; significa «Eso es algo que tú has dicho», como si el propio Jesús tuviese cuidado en no afirmar ni negar. La versión que da Marcos de la pregunta y de la respuesta hace que Jesús ofrezca a su interrogador una confesión clara:
Marcos 14.61. ...
el pontífice... dijo: ¿Eres tú el Mesías...?
Marcos 14.62.
Jesús dijo: Yo soy...
Sin embargo, incluso en la versión que da Mateo de la respuesta de Jesús, más cautelosa, el interrogado amplía su posición con una cita mesiánica. La observación sobre el Hijo del hombre es del libro de Daniel:
Daniel 7.13. ...
vi venir sobre las nubes del cielo a un como hijo de hombre...
Daniel 7.14.
Fuele dado el señorío, la gloria y el imperio...
Ya estaba. Jesús ofrecía una clara comparación de sí mismo con la imagen de Daniel, que en la época se aceptaba comúnmente como representación del Mesías (v. cap. I, 27). El sumo sacerdote tenía lo que quería:
Mateo 26.65.
Entonces el pontífice rasgó sus vestiduras, diciendo: Ha blasfemado. ¿Qué necesidad tenemos de mas testigos?...
Mateo 26.66.
¿Qué os parece? Ellos
(el tribunal)
respondieron: Reo es de muerte.
Si Jesús mantuvo incluso en estos momentos críticos una creencia firme en su mesianismo, sus discípulos no hicieron lo mismo. Todos huyeron, y se dice que sólo uno estuvo presente, en secreto, en el juicio:
Mateo 26.58.
Pedro le siguió
(a Jesús)
hasta el atrio
[47]
del pontífice, y, entrando dentro, se sentó con los criados para ver el desenlace.
Al término del juicio, Pedro fue reconocido tres veces como uno de los discípulos de Jesús. Era la oportunidad de Pedro para mantenerse tan fiel a su misión como Jesús, pero falló. Cada una de las veces negó conocer a Jesús, la tercera de modo bastante enfático:
Mateo 26.74.
Entonces comenzó él
(Pedro)
a maldecir y a jurar: ¡Yo no conozco a ese hombre!...
La jerarquía eclesiástica también tenía lo que necesitaba para llevar a Jesús ante las autoridades romanas:
Mateo 27.1.
Llegada la mañana, todos los príncipes de los sacerdotes...
Mateo 27.2.
y atado le llevaron y entregaron al gobernador Pilato.
Ésta es la primera mención que se hace en Mateo del dirigente seglar de Judea desde la referencia a Arquelao cuando la vuelta de José y su familia de Egipto (v. este mismo cap.).
Arquelao, o Herodes Arquelao, gobernó como etnarca en Judea, Samaria e Idumea tras la muerte de su padre, Herodes el Grande, en el 4 dC. Sin embargo, su gobierno fue duro y opresivo, y logró enfrentarse tanto con los judíos como con los samaritanos. En una rara muestra de colaboración, ambos grupos apelaron por la liberación al emperador romano.
Roma no era contraria en lo más mínimo a reforzar su dominio sobre la indómita provincia, pues Judea poseía una importante significación estratégica en aquella época. Justo al oriente de Judea se hallaba el poderoso reino de Partia, y en tiempos del Nuevo Testamento aquel imperio era el enemigo más peligroso de Roma.
En el 53 aC, por ejemplo, no mucho después de que Judea pasara a ser dominio romano, los partos derrotaron a un ejército romano en Garres. (Ése era el nombre grecorromano de Jarán, la ciudad donde habitaron antiguamente Abraham y su familia; véase cap. I, 1). Siete legiones romanas fueron aniquiladas, la peor derrota que Roma sufrió jamás en el oriente y de la que aún no se había desquitado. Otra vez, en el 40 aC, los partos habían aprovechado la guerras civiles de Roma para ocupar grandes franjas de territorio romano en el este. Ocuparon Judea, que de buena gana colaboró con ellos contra Roma y contra el títere del imperio, Herodes.
Entonces, mientras Judea conservara siquiera la apariencia de independencia, constituía un peligro para la seguridad romana, pues su dirigente podía decidir en cualquier momento intrigar con los partos.
Por tanto. Roma aprovechó las quejas de judíos y samaritanos para deponer a Herodes Arquelao en el 6 dC, permitiéndole vivir en el exilio los doce años restantes de su vida.
Ni Judea ni Samaria lograron la independencia por ello, claro está. En cambio, la zona entró a formar parte de una provincia romana, con un gobernador romano y una guarnición bien armada.
Aunque Judea se incluyó en la provincia de Siria, debido a su importancia estratégica se le concedió un «status» especial. El emperador nombró un gobernador que era responsable directo ante él, lo mismo que ante el gobernador provincial de Siria. El nombre latino de ese funcionario era procurador («administrador»). En griego, el nombre dado a los funcionarios romanos de Judea era «hegemón» («dirigente»), y tanto en la versión King James como en la Revised Standard el nombre que se da es «gobernador».
Los cuatro primeros procuradores de Judea gobernaron en relativa paz. En el 26 dC, se nombró a Poncio Pilato. Era un hombre de origen oscuro que debía su nombramiento al hecho de ser protegido de Lucio Elio Seyano, que entonces era jefe de la Guardia Pretoriana (contingente de soldados que guardaban la ciudad de Roma) y el individuo más poderoso del Imperio en aquel momento.
Seyano era fuertemente antijudío, y Pilato asumió probablemente el cargo con el entendimiento de mantener controlados a los judíos, debilitarlos en toda oportunidad y evitar que sirvieran a los partos como peones contra Roma.
Pilato se puso a la tarea con energía. Mientras los primeros procuradores asentaron su cuartel general en Cesárea, ciudad en la costa samaritana, a 80 kilómetros al noroeste de Jerusalén, Poncio Pilato destacó tropas en la propia capital. Lo que significaba que el ejército, con las enseñas que llevaban el retrato del emperador, se presentó en Jerusalén. Los inquietos judíos consideraron que tales retratos eran una falta al mandamiento contra la idolatría, y protestaron de manera violenta. Finalmente, Pilato hubo de quitar los retratos protestados cuando vio que, si no lo hacía, se produciría una revuelta inevitable. No había duda de que podía aplastar tal rebelión, pero los desórdenes, que tal vez hicieran intervenir a los partos, serían una mancha en su hoja de servicios si daba la impresión de que él mismo los había provocado deliberadamente.
Pilato tal vez tuviera costumbre de estar en Jerusalén durante la Pascua, cuando la ciudad se hallaba atestada y se disparaban las emociones peligrosas. Sin duda estaría dispuesto a tomar medidas directas en caso de que tales sentimientos se convirtieran en una rebelión. Incluso habría acogido con agrado tal oportunidad.
En una ocasión reciente no había vacilado en perpetrar una matanza contra una muchedumbre galilea que empezó provocando desórdenes durante una fiesta:
Lucas 13.1. ...
algunos ... le contaron
(a Jesús)
lo de los galileos, cuya sangre había mezclado Pilato con los sacrificios...
No titubearía en hacerlo de nuevo. El sumo sacerdote debía ser consciente de ello, y uno de los motivos del juicio realizado contra Jesús debió obedecer al deseo de evitar esa eventualidad por cualquier medio, de desviar la ira de Pilato de los judíos en general y dirigirla a un sólo individuo para que «un hombre muriera por todo el pueblo».
Entretanto, se describe a Judas Iscariote horrorizado por las consecuencias de su traición:
Mateo 27.3.
Viendo entonces Judas... cómo era condenado
(Jesús),
se arrepintió...
Si pensaba obligar a Jesús a realizar algún acto mesiánico, ahora vio que su plan había fracasado y que él iba a ser responsable de su muerte. Si trataba de castigar a Jesús por no ser la clase de Mesías que a él le hubiera gustado, entonces pensó que la pena de muerte era un castigo mayor del que había pensado.
Trató de devolver las treinta piezas de plata a los jerarcas eclesiásticos y, cuando se negaron a tomarlas de sus manos, arrojó el dinero al suelo, se marchó y se ahorcó; de modo que murió la misma noche de su traición. Este remordimiento tiende a salvar al traidor de algunos de los negros estigmas que han surgido en torno a su nombre.