Guía de la Biblia. Nuevo Testamento (27 page)

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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Histórico

BOOK: Guía de la Biblia. Nuevo Testamento
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Mateo 26.3.
Se reunieron por entonces los príncipes de los sacerdotes y los ancianos del pueblo en el palacio del pontífice, llamado Caifás.

El cargo de sumo sacerdote no era lo que había sido antiguamente. Los verdaderos sadoqueos habían muerto en tiempos de Antíoco IV. Los pontífices macabeos desaparecieron con la llegada de Herodes. El último sumo sacerdote macabeo, Aristóbulo III, fue ejecutado por orden de Herodes en el 35 aC. En el siglo siguiente (último de la existencia del Templo) hubo numerosos pontífices nombrados por Herodes o por las autoridades romanas, quienes eran elegidos por una u otra de las pocas familias aristocráticas de Judea.

La autoridad de los últimos pontífices, carentes del prestigio sadoqueo o macabeo, debía tener bastante poco peso entre el pueblo llano, pero tenían a su cargo la inspección del Templo y a causa de ello se hacían ricos y poderosos.

En el 6 dC, Anás (Hanan, en hebreo) fue nombrado sumo sacerdote; permaneció en el cargo hasta el 15 dC. Fue depuesto por un nuevo funcionario romano que sin duda pensaba en el beneficio que le producirían los sobornos si se encontraba en posición de nombrar otro pontífice. Durante un tiempo ocupó el cargo Simón, hijo de Anás, y luego, en el 18 dC, le sucedió Caifás (su nombre de pila José, según Josefo), su yerno. En la época de la estancia de Jesús en Jerusalén, Caifás había sido sumo sacerdote durante los últimos once años, y lo seguiría siendo otros siete más.

Caifás comprendió la gravedad de la situación, porque en su posición debía de conocer bien a los romanos. Tenía que tratar a menudo con ellos y sin duda obtuvo el cargo mediante algún cambalache financiero con ellos.

Los judeos del campo, o de los barrios bajos de Jerusalén, o (más todavía) los galileos de las provincias quizá tuvieran poca idea del verdadero poder de Roma. Sólo veían a unos cuantos soldados romanos presentes en una guarnición cercana. El pueblo llano podría creer en una victoria fácil sobre los ocupantes, sobre todo si pensaban que un milagroso Mesías estaba de su parte.

Sin embargo, Caifás sabía que no podía vencerse a los romanos —no en aquel estadio de su historia—, y cuarenta años después aquello quedaría trágicamente demostrado para los judíos.

Desde luego, los judíos rebeldes de la época solían creer que el Mesías estaría de su lado, y en aquel momento particular la plebe de Jerusalén saludaba a Jesús como el Mesías. Sin embargo, Caifás no lo creía. Es importante recordar que, en el siglo siguiente a la caída de los macabeos, aparecieron muchos individuos con pretensiones mesiánicas, y que cada uno de ellos tuvo algunos seguidores. Surgieron en torno a ellos leyendas maravillosas de hechos y curas milagrosas, leyendas que crecían a medida que se contaban. Mateo cita al propio Jesús como testigo de esto en el sermón apocalíptico:

Mateo 24.24.
porque se levantarán falsos mesías
[42]
y falsos profetas, y obrarán grandes señales y prodigios para inducir a error, si posible fuera, aun a los mismos elegidos.

Para Caifás, Jesús sólo podía ser uno de esos «falsos Cristos». Desde su punto de vista, Jerusalén bullía de excitación por un predicador provinciano que empujaba a la plebe a un abismo peligroso. Sólo quedaban un par de días para la celebración de la Pascua, y los peregrinos afluían de todas direcciones a la ciudad para adorar en el Templo. La excitación se convertiría en fiebre que, reforzada por la seguridad de la ayuda mesiánica, causaría la muerte de algún funcionario del Templo o, peor aún, atacaría a los soldados romanos. Entonces todo estaría perdido. Se produciría una rebelión y Judea sería aplastada y borrada del mapa. Lo que Antíoco IV no pudo lograr, lo conseguirían los romanos.

Efectivamente, ese punto de vista se manifiesta de manera explícita en el evangelio de San Juan, donde en este punto de la historia se citan las siguientes opiniones de la jerarquía sacerdotal:

Juan 11.48.
Si le dejamos así, todos creerán en Él,
[43]
y vendrán los romanos y destruirán nuestro tugar santo y nuestra nación.

Juan 11.49.
Uno de ellos. Caifás, que era sumo sacerdote aquel año, les dijo:...

Juan 11.50.
¿no comprendéis que conviene que muera un hombre por todo el pueblo y que no perezca todo el pueblo?

Suele citarse la última observación como ejemplo de un cinismo asombroso, pero claro está que se trata de un principio utilizado continuamente por todas las naciones tanto antes como después del tiempo de Caifás.

La opinión del alto jerarca tampoco puede considerarse como demasiado pesimista, porque cuarenta años más tarde ocurrió cuanto ellos temían. Llegaron los romanos e hicieron desaparecer su país y su nación. Incluso podría argumentarse que sólo porque las autoridades tomaron medidas contra Jesús, la nación tuvo cuarenta años más de vida.

Judas Iscariote

No sólo las autoridades decidieron que debía prenderse y eliminar a Jesús por ser un gran peligro para el Estado, también creían que debía hacerse de inmediato. No faltaban más que dos días para la Pascua, y entonces sería demasiado tarde. El mero hecho de efectuar la detención en la fiesta judía más nacionalista (cuando Dios aniquiló a los egipcios), podía agitar las pasiones e iniciar una revuelta en el caso de que la rebelión no hubiera surgido ya de manera espontánea:

Mateo 26.4.
y
(los príncipes de los sacerdotes)
tomaron consejo entre sí sobre el modo de apoderarse de Jesús con engaño para darle muerte.

Mateo 26.5.
Pero se decían: Que no sea durante la fiesta, no vaya a alborotarse el pueblo.

Además, era evidente que sería mejor prenderle de noche, cuando la ciudad durmiese, para que así no se produjeran motines en el momento del arresto y para que la población se encontrara por la mañana con los hechos consumados. En efecto, si el asunto se solucionaba sin alborotos inmediatos, el éxito mismo evitaría la revuelta, porque ¿a qué clase de mesías podrían detener unos pocos soldados? Para muchos, Jesús se convertiría en un falso mesías y en sus filas habría grandes deserciones.

Pero —y ahí estaba el problema— ¿dónde pasaba Jesús la noche? Las autoridades darían con él, pero ¿lo harían a tiempo?

Dio la casualidad de que Caifás contó con un aliado inesperado. Uno de los discípulos principales de Jesús, Judas Iscariote, había desertado:

Mateo 26.14.
Entonces se fue uno de los doce, llamado Judas Iscariote, a los príncipes de los sacerdotes

Mateo 26.15.
y les dijo: ¿Qué me queréis dar y os lo entrego?

En otras palabras, les señalaría a Jesús en la paz de la noche para que pudieran prenderlo sin alboroto.

El acto de Judas convirtió desde entonces a su nombre en sinónimo de villanía. Llamar «judas» a alguien es acusarle de la máxima traición.

Pero ¿cuáles fueron los motivos de Judas? Mateo sugiere que fue la avaricia, puesto que pidió dinero. «¿Qué me queréis dar...?».

En Juan se precisa esta opinión, dándose a entender que, como tesorero de la comunidad. Judas estaba a cargo de los fondos y se apropiaba de ellos:

Juan 12.6. ...
era
(Judas)
ladrón, y, llevando él la bolsa, hurtaba de lo que en ella echaban.

¿Acaso habían descubierto sus desfalcos y se vio impelido a la traición en un intento desesperado por evitar la deshonra?

Pero si el motivo de Judas fue la avaricia, parece que se benefició muy poco. Los príncipes de los sacerdotes se encontraban en una posición en la que estarían dispuestos a pagarle verdaderamente bien por el servicio que Judas ofrecía, y sin embargo Mateo informa de que:

Mateo 26.15. ...
Se convinieron en treinta piezas de plata.

No es posible dejar de preguntarse si Mateo no se dejó llevar por su inclinación hacia las profecías del Antiguo Testamento.

Ése fue el precio mencionado por Zacarías en relación con su pastor misterioso (v. cap. I, 38).

Zacarías 11.12.
Yo les dije: ... dadme mi salario...; y me pesaron mi salario, treinta monedas de plata.

Mateo debió de tener presente este versículo. Es el único evangelista que menciona la suma precisa pagada por la traición, porque sólo él siente la necesidad de cumplir profecías del Antiguo Testamento.

¿Acaso fue el dinero un motivo secundario (como mucho) de la traición, y la auténtica causa era otra cosa?

A menudo se dice (v. este mismo cap.) que Judas era el único judeo entre los apóstoles y que por eso fue menos leal a un predicador galileo que los demás discípulos, todos los cuales eran de Galilea.

En realidad, ha habido individuos fuertemente antisemitas que han argumentado que sólo los judeos eran judíos verdaderos en el sentido actual de la palabra, y que los galileos sólo eran conversos carentes de auténtica ascendencia judía. Según su razonamiento, de ello se desprende que los galileos son virtuosos y que los judíos son perversos, y no se necesitan más razones para explicar la traición de Judas.

Claro que tales argumentos no son siquiera dignos de desprecio, aunque Judas fuese realmente el único judeo. Pero ¿lo era? Eso depende exclusivamente de la idea de que Iscariote signifique «habitante de Cariot», teoría que durante siglos ha sido ampliamente aceptada pero que, sin embargo, es dudosa. Si efectivamente Judas Iscariote es un error por Judas Sicariote («Judas el Terrorista»), entonces es posible considerar la traición bajo una luz completamente diferente.

Supongamos que Judas fuese la personificación de uno de los extremismos que deseaban y exigían el enfrentamiento directo con Roma. Quizá se relacionara con Jesús con esperanza de que aquel hombre fuese verdaderamente el Mesías, cuya llegada acabaría al instante con la odiada dominación romana. Con emoción creciente, viajó con Jesús hasta Jerusalén, fue testigo de su entrada triunfal, de la limpieza del Templo y de su fama, que no dejaba de aumentar.

Judas quizá estuviese seguro de que la Pascua sería la señal para la batalla divina, tan a menudo vaticinada en detalle por los profetas y en la cual todas las fuerzas del paganismo serían destruidas para que el Hijo de David se sentara en el trono del reino.

¿Cómo cambiaron las cosas? Tal vez fuese por el asunto del tributo romano y la réplica de Jesús de que había de dar al César lo que era del César (v. este mismo cap.). Para Judas, eso significaría el abandono de cualquier intención de oponerse políticamente a Roma y una declaración por parte de Jesús de que a él sólo le interesaban los asuntos religiosos y éticos. Si fue así, debió de ser un golpe tremendo para él.

Además, si Jesús predicó realmente el segundo advenimiento, y si ese pasaje (v. este mismo cap.) no es añadido tardío, posterior a la muerte de Jesús, ello podría haber colmado la desilusión de Judas. Ahora era cuando Judas quería acción, no aplazarla hasta el segundo advenimiento mesiánico.

Lo que ocurrió a continuación podría explicarse de una o de dos maneras. Judas debió de sentir una decepción tan grande como para desear venganza. Al creer que le hablan tomado el pelo, se habría apresurado, en un acceso de ira, a desquitarse de quien consideraba un impostor concertando su aprisionamiento y ejecución.

O tal vez siguiera creyendo Judas que Jesús era el Mesías, pero que de manera inexplicable se sustraía a la confrontación decisiva. Quizá si le ponía ante el peligro de la cárcel, podría
obligar
a Jesús a tomar lo que él consideraba justas medidas mesiánicas.

Todo esto son especulaciones, por supuesto, nada más que una suposición. Sin embargo, puede añadirse algo más.

Mientras los sacerdotes celebraban consejo y Judas concertaba la traición. Jesús pasaba su última noche en Betania. Allí, una mujer vierte sobre su cabeza un frasco de ungüento de gran valor.

Los discípulos se muestran molestos ante el despilfarro, pensando que el ungüento podría haberse vendido y el importe entregado a los pobres, pero Jesús les consuela observando que le han ungido para su próximo entierro.

Sin embargo, en Juan sólo es Judas quien se queja:

Juan 12.4.
Judas Iscariote... dijo:

Juan 12.5.
¿Por qué este ungüento no se vendió en trescientos denarios y se dio a los pobres?

(En este punto declara Juan que Judas no lo dijo por amor a los pobres, sino porque era un ladrón y estaba a cargo de la tesorería.)

En Juan, fue después de este incidente cuando Judas llevó a cabo su traición. Si consideramos el relato de Juan, esto no encajaría con la teoría de un Judas decepcionado. ¿Se enfadó por la ceremonia de la unción, el rito tradicional de la coronación? El acto físico subrayaba que Jesús era el Mesías, el «Ungido», y ello debió agudizar la enfermiza sensación de Judas de que Jesús traicionaba el mesianismo negándose a dirigir una revuelta contra Roma.

Getsemaní

En la víspera de Pascua, Jesús y sus discípulos cenaron en Jerusalén. Es la «última cena». Judas Iscariote asistió a ella, pero inmediatamente después debió escabullirse para consultar con los príncipes de los sacerdotes.

Jesús y el resto de los apóstoles se marchan entonces, pero no van muy lejos:

Mateo 26.36.
Entonces vino Jesús con ellos a un lugar llamado Getsemaní...

Getsemaní estaba a las afueras de Jerusalén, en la ladera oeste del monte de los Olivos, posiblemente en un olivar donde antes había una prensa de aceite. (La palabra «Getsemaní» significa «molino de aceite».) Judas sabía que Jesús estaría allí, cosa que en Juan se especifica con claridad:

Juan 18.2.
Judas ... conocía el sitio, porque muchas veces concurría allí Jesús con sus discípulos.

Interpretado desde un punto de vista racionalista, el «Jesús histórico» posiblemente esperase que el día siguiente fuese decisivo, la jornada en que la ciudad se levantaría en su favor; así que, dadas las circunstancias, se quedó lo más cerca posible de la ciudad.

Es probable que entonces, cuando llegaba el momento de la verdad, se apoderara de él una sensación de incertidumbre. ¿Era realmente justo lo que estaba haciendo? ¿Triunfaría? Se cuenta que pasó el tiempo rezando desesperadamente.

Mateo 26.39.
Y... se postró sobre su rostro, orando y diciendo: Padre mío, si es posible pase de mí este cáliz; sin embargo, no se haga como yo quiero, sino como quieres tú.

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