—Palatina no puede tener tantos primos directos.
—Tú eres primo de Palatina y crees saber quién eres. Cuando este clan no corra peligro, entonces regresaré y te revelaré la verdad. Ahora no diré nada más al respecto. Acabo de llegar en la manta de Hamílcar y partiré mañana nuevamente en el buque de línea. Quisiera ver los cambios que habéis hecho en la ciudad.
Me sentí totalmente decepcionado, aunque no tanto como lo habría estado de conocer con anticipación que el Visitante estaba en camino; eso hubiese alentado mis esperanzas. Sí, quizá yo fuese un Tar' Conantur, el nieto de un emperador, pero ¿por qué era tan reticente a confirmármelo? Yo lo sabía a medias. ¿Qué ganaría al no decírmelo ahora?
Pero el gigantesco militar se negó a permitir que le sonsacase la información e incluso declinó volver a hablar del asunto. No lo presioné más: estaba demasiado en deuda con él por sus atenciones hacia mí. Por no mencionar su inmenso tamaño y expansiva presencia. Si es que realmente era quien decía ser,Tanais Lethien, su vida había sido extraordinaria. Él me contó la historia que Carausius no había narrado.
Como yo sospechaba, Lethien había nacido doscientos cincuenta años atrás en un pequeño poblado de Thetia y, en su juventud, se unió a las milicias del Antiguo Imperio, llegando a ser comandante del ejército bajo el mando de Aetius el grande. Permaneció al lado de Aetius a lo largo de los días más oscuros de la guerra de Tuonetar y no se rindió jamás, ni siquiera cuando parecía que Thetia estaba perdida. Además, al contrario que tantos de sus amigos y compañeros, él sobrevivió y fue testigo incluso de la desesperada batalla final en la que perecieron Aetius y la mayor parte de sus fuerzas.
Al parecer, Lethien vivió durante los años que siguieron a la usurpación y llegó a ser la única persona que permanecía con vida de la era de la guerra. Al comprender lo que eso significaba, lo compadecí. Si de verdad era Tanais Lethien, había perdido a todos y cada uno de sus amigos, y presenciado la destrucción de todos los valores en los que creía. Exceptuando al decadente imperio de Thetia, con su gobernador títere, un hombre que no merecía estar sentado en el trono de Aetius.
Aproveché la visita de Tanais para averiguar todo lo que pude sobre Thetia y, lo que es más importante, sobre Aetius y sus compañeros, mis ancestros lejanos. Incluso si Tanais no era quien de cía ser, poseía una enorme erudición en relación con la era de la Historia. A medida que avanzaba el día, me fui convenciendo progresivamente de que, de hecho, era el mismísimo Tanais Lethien, por imposible que pudiese parecer. Las personas qué mencionaba el libro habían sido para él seres de carne y hueso con las que había conversado, bebido y discutido. En su memoria perduraba la imagen del imperio en la cima de su poder, en una época en la que cada uno era libre de escoger su propio dios.
Cuando le consulté sobre el actual emperador, su expresión se tornó más tensa y seria:
—Hay algo que debes entender acerca de los Tar' Conantur, y es que pueden volverse hacia el mal o el bien con mucha facilidad. Incluso un par de gemelos pueden ser entre sí opuestos como la imagen de un espejo. Orosius... —Aquí hizo una pausa, mirando a la distancia—. Orosius no es un emblema del nombre Tar' Conantur. Su padre era incompetente e influenciable, pero Orosius es aún peor. Es un traidor y un cobarde que no pudo enfrentar sus responsabilidades y se ha convertido en un monstruo. Y un monstruo de los más peligrosos, porque podría haber sido algo especial.
—Es la primera vez que oigo a alguien llamarlo cobarde —intervino Ravenna con tono neutral.
—Existen muchas clases de cobardía. Orosius decidió que él no acataría las mismas reglas que el resto de nosotros, que ser emperador lo exceptuaba de las normas de la moral.
La voz de Tanais estaba cargada de desprecio y daba la impresión que apenas toleraba la mera existencia de Orosius.
Hamílcar había regresado con su buque, tal como había prometido, trayendo las últimas novedades de Taneth. La protesta de mi padre exigiendo que Foryth se mantuviese alejado de nuestros asuntos aún no había llegado a destino cuando zarpó, pero había, sin embargo, otras novedades no menos interesantes. La familia Canadrath había declarado su enemistad con la familia Foryth en venganza por una acción no especificada de los agentes de Foryth. Canadrath había sido la familia favorita del antiguo rey, y volví a preguntarme si Foryth no habría participado de algún modo en el asesinato, aunque no fuese más que de forma indirecta.
Según nos contó Hamílcar mientras degustaba un vino en una de las salas de recepción, también había noticias sobre el imperio haletita. Hamílcar parecía mucho más joven que cuando lo habíamos visto por primera vez, aunque todavía se le veía preocupado. La fortuna de la familia Barca iba en alza, y él estaba volviendo a producir ganancias tras años de comerciar para sobrevivir.
—Reglath Eshar condujo un ejército contra Kemarea, el último de los estados independientes, y lo conquistó en menos de un mes, tras una sola batalla. Los haletitas son ahora la única nación al sur de Taneth, pero ciertamente nadie en Taneth hará nada al respecto. Gente como Foryth preferiría morir antes que sacrificar parte de sus ganancias para reforzar las defensas de Taneth. Están convencidos de que unos pocos kilómetros de mar abierto hacen a Taneth invencible.
—¿Y tú no estás tan seguro? —interrogó Ravenna.
—Digamos que soy escéptico. Si Eshar se apodera de Malith o Ukhaa, las ciudades a través de las que tenemos salida al exterior, los haletitas tendrán por primera vez acceso a un puerto de superficie. La mayoría de ellos no debe de saber siquiera qué aspecto tiene el mar, pero no dudo que aprenderán a navegar. Las ciudades inexpugnables son sólo una ilusión.
—¿Cuánto tiempo crees que pasará hasta que Eshar ataque Taneth? —preguntó Palatina.
—Un año más hasta que se apodere de Malith y Ukhaa. Después de eso, supongo que transcurrirán como mucho cinco años hasta que arremeta contra Taneth. Pero si tendrá éxito o no... lo ignoro. Por lo que he oído, Eshar carece de experiencia naval. —Pero puede contratar renegados —comentó Palatina—. Es lo que sucedió en Tuonetar.
—No has escogido un ejemplo muy alentador.
—Puede ser, pero no digo más que la verdad. En principio, la gente de Tuonetar no tenía armada, y sabemos todo el daño que ha ocasionado pese a eso.
—Lo único que puede dar un respiro a Taneth es algo todavía más catastrófico. El primado Lachazzar desea contratar a Eshar para una cruzada, bien contra el Archipiélago, bien contra una alianza de clanes heréticos en Huasa. Pasará aún un par de años hasta que eso sea posible, si es que al fin sucede, ya que ni siquiera Lachazzar podría justificar una cruzada sólo sobre la presunción de problemas en el Archipiélago o descontento en Huasa. Pero si la situación empeora...
—¿Lachazzar desea obtener los servicios de Eshar? Nunca había oído algo semejante —comentó Palatina.
—Eso implicaría mayores sufrimientos aún para el Archipiélago —intervino Ravenna—. ¿De dónde proviene el rumor?
—Mi antiguo tutor legal es un funcionario del Dominio en la Ciudad Sagrada y me hizo una visita mientras yo estaba en Taneth. Piensa que soy un ferviente seguidor de Lachazzar, ya que asistí a una escuela monástica, así que no cuida su lengua.
—¿Tu tutor pertenecía al Dominio? —inquirió Ravenna, recostada sobre el sofá—. ¡Y asististe a una escuela monástica!
—Eso no significa que apruebe lo que hacen —dijo Hamílcar con frialdad—. Igual que por el hecho de que tú seas de Tehama, eso no te obliga a estar de acuerdo con Tuonetar.
Ravenna se hundió de pronto entre los cojines.
—¿Puedes darnos la información que él te confió? —indagó Palatina.
—Yo no difundo rumores, y por nada en el mundo traicionaré su confianza en mí.
Aún era ciento por ciento un mercader tanethano, recordé. Y nunca confiaría en él por completo.
Sonó la campanilla anunciando la cena e interrumpió nuestra conversación.
Fue una cena familiar en el salón principal, como era habitual, con uno o dos de los integrantes del consejo amigos de mi padre, que hizo servir a Tanais y Hamílcar algunos de sus mejores vinos. La velada transcurrió agradablemente.
Hacia el final de la comida yo conversaba con Tanais, situado a mi derecha, pero él no parecía concentrado. Todo el tiempo desviaba la mirada en dirección a mi padre, sentado del otro lado. La corpulencia de Tanais me impedía descubrir qué miraba exactamente. Sólo lo supe cuando llegó el camarero para llenar otra vez la copa de vino de mi padre. Elníbal bebía vino blanco en lugar de vino azul, ya que el vino azul nunca le había sentado bien. Por eso se le servía siempre de una jarra especial.
Por un momento no pude contener mi horror: el rostro de mi padre se había puesto gris y sus manos temblaban. Entonces empujé mi silla hacia atrás y me acerqué a toda prisa, a tiempo para ver cómo Tanais se echaba con fuerza sobre el camarero y lo empujaba al suelo detrás de la tarima. Se produjo en la sala un silencio absoluto, sólo quebrado por Atek.
—¿Señor? —le dijo a mi padre.
Elníbal se desplomó de la silla y cayó al suelo.
—¡Veneno! —exclamó Tanais— ¡Ha sido envenenado! ¡Llamad a un médico!
Sentí que el estómago se me contraía en una mezcla de temor y pánico ciego.
—¡Cerrad todos los accesos del palacio! —ordenó mi madre a viva voz por encima del repentino alboroto—. ¡Disponed guardias en cada salida, clausurad todas las puertas! ¡Ya!
Alguien repitió las órdenes gritando mientras Tanais levantaba a mi padre y lo sacaba del salón.
Intenté convencerme a mí mismo de que todo estaba bien, de que nada de lo sucedido era real, pero no lo logré. Mientras el salón principal del palacio se transformaba en un incontrolable caos, seguí, consternado, al hombre gigantesco en dirección a la antesala.
Tanais recostó a mi padre en un sofá de la antesala mientras la sanadora de la familia se acercaba a toda prisa. Era una mujer de unos cuarenta años, casada con uno de los primos cercanos de mi padre y, si bien era bastante hábil en cuestiones de medicina, nunca había estudiado de forma profesional. Me parecía poco probable que pudiese ayudarnos.
Mi padre respiraba con dificultad, en medio de breves y profundos jadeos, y su piel había adquirido un horrible color gris. Cada músculo de su cuerpo estaba rígido y él seguía inconsciente.
—El veneno ha afectado a la respiración —dijo la sanadora, preocupada—. No sé lo suficiente para resolver esta situación.
—El médico del clan está en camino —advirtió mi madre, que parecía tranquila, aunque su voz casi se quebró al pronunciar la última palabra.
—Quizá no tengamos tanto tiempo —dijo Tanais—. Debemos encontrar a alguien que sepa sobre venenos tropicales y traerlo aquí de inmediato.
Nadie se atrevió a cuestionar su autoridad. Lo encontraré —declaró Atek.
—¿Cómo sabes que es tropical? —preguntó la sanadora, al parecer bastante intimidada por la fuerza de Tanais.
—He visto suficientes muertes como para saber de qué se trata. Hamílcar, que como heredero de una gran familia había sido instruido sobre venenos, dijo que podría ser una sustancia llamada ijuán, que crecía en las selvas de Thetia.
—Es muy tóxica —explicó—, pero pierde gradualmente su potencia una vez que ha sido cosechada.
La sanadora hizo cuanto pudo, pero eso no fue mucho y durante largos y agonizantes momentos los demás nos quedamos inmóviles, observando, incapaces de reaccionar. Recité para mis adentros una plegaria, suplicándoles a todos los dioses que había oído nombrar que mi padre no muriese y que el médico del clan supiese cómo combatir el veneno.
Éste llegó con su maletín unos instantes después. La gente le abrió paso y él avanzó hasta arrodillarse junto al lecho de mi padre. —Pensamos que es ijuán —dijo Tanais.
—Dificultades para respirar, piel gris...
El médico sacó de su maletín un libro forrado en cuero y se lo entregó a la sanadora.
—Fíjate si algún otro veneno tiene estos mismos efectos. Creo que tiene razón, pero hay que estar seguros.
Permanecimos en silencio, evitando a toda costa perturbar su concentración mientras el médico cogía un frasco que llevaba, le quitaba el tapón y echaba unas pocas gotas en la boca de mi padre.
—El ijuán es la única sustancia que puede provocar estos síntomas —informó la sanadora poco más tarde—. Los antídotos son temebor y cabello de sirena.
—¡Temebor! —exclamó el médico volviendo a coger el maletín—. Esta sustancia que tengo aquí contiene temebor diluido, así que debería aliviar la parálisis al menos un poco.
Le echó a mi padre también unas gotas de esa sustancia en la boca, y poco después sus músculos empezaron a relajarse y su respiración mejoró levemente.
—Por ahora debería mantenerse estable —aseguró el médico del clan—, pero no tengo temebor puro ni cabellos de sirena (no hay fuera de Thetia). Deberíais llevarlo a Kula.
—¿Resulta seguro trasladarlo? —preguntó mi madre.
—Tendrá que serlo. Allí podrán curarlo sólo si conseguimos llevarlo, aunque le tomará tiempo recuperarse.
Dado que todos me miraban expectantes, logré recobrar la compostura y, mientras decía unas palabras, comprendí que, al menos por el momento, me había convertido en conde de Lepidor.
No había nada que desease menos que eso.
Busqué a Dalriadis y lo encontré detrás de Hamílcar.
—Almirante, convoca a tu tripulación. Quiero que e1
Marduk
esté listo para zarpar en media hora. Tú estarás al mando, conduce a mi padre a Kula tan pronto como puedas, y cueste lo que cueste.
Dalriadis asintió y partió corriendo mientras el médico solicitaba que alguien fuese a por un palanquín guardado en el palacio desde la última procesión del Festival de Ranthas. Mi madre ordenó que otros trajesen sábanas.
—Cathan —me dijo Tanais con autoridad—, debes dirigirte al salón e informar a todos de lo que ha sucedido y lo que harás al respecto. Necesitan saberlo.
Quise preguntar: « ¿Debo hacerlo?». Odiaba marcharme de allí mientras mi padre yacía de ese modo. No pude decidirme a ir hasta que alguien me cogió una mano y me empujó con suavidad alejándome del lecho de Elníbal. Iba a gritarle a quien fuera que lo había hecho, pero las palabras murieron en mi boca cuando vi el solemne rostro de Ravenna y a Palatina detrás de ella.