Herejía (66 page)

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Authors: Anselm Audley

Tags: #Fantástico

BOOK: Herejía
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Había en los sótanos del palacio unas habitaciones pequeñas que alguna vez habían sido utilizadas como almacenes, pero que ahora estaban vacías. Fue en esos estrechos y oscuros cuartos ubicados dos plantas bajo tierra donde nos encerraron los inquisidores. Antes de que Ravenna y yo abandonásemos la sala del trono, el mago mental había empleado sus poderes para bloquear nuestra magia, dejándonos tan indefensos como a los demás.

Por alguna razón que para mí era un misterio, Ravenna y yo fuimos colocados en la misma celda, mientras que los otros fueron separados en grupos de dos o tres y alojados en las demás. Luego, los inquisidores se pusieron en acción; de más está decir que habían traído consigo desde Pharassa toda su colección de grilletes y estaban decididos a utilizarlos. Nuestra celda era apenas lo bastante grande para acostarnos y la puerta estaba fabricada de un metal sólido y dotada de un cerrojo por fuera. Aun así, nos encadenaron los tobillos y las muñecas, clavando con una estaca en la pared el extremo opuesto de las cadenas.

Luego se marcharon, dejándonos solos en la más absoluta oscuridad.

Un extraño sentimiento de calma me había invadido desde el momento en que pronuncié las palabras fatales. A pesar de eso, cuando la puerta del sótano se cerró de un golpe y se apagó el sonido de los últimos pasos en la escalera, toda compostura que hubiese logrado mantener se esfumó también y fue reemplazada por el más puro y angustiante horror. ¿Por qué lo había hecho si había tenido en mis manos la oportunidad de salvar mi propia vida? No quería morir, y menos que nada en la hoguera.

Ravenna rompió en sollozos mudos y atormentados. Sentí el tintineo de sus cadenas acercándose a mí. Entonces me cogió el brazo y en un impulso lo alzó hasta colocarlo rodeando sus hombros, sosteniéndola mientras lloraba con los ojos clavados en las tinieblas, literalmente descompuesta del pánico. Yo tenía la garganta y el estómago demasiado tensos para emitir siquiera el menor sonido.

Durante un largo rato permanecimos sentados en la terrible oscuridad. Cada vez me sentía más desdichado y nada podía aliviar mi terror ni borrar de mi mente la horrenda figura de la hoguera. Hubiese querido vomitar, pero no había comido casi nada y todo mi cuerpo se hallaba en estado de tensión, con los brazos y las piernas rígidos, que empezaron a acalambrarse poco después, pero tampoco podía hacer nada al respecto.

Oí cómo los sollozos de Ravenna se extinguían, sencillamente porque se había quedado sin lágrimas. Los muros debían de ser muy gruesos, ya que no oía ningún sonido del exterior, ni de arriba, ni de las otras celdas. El aire que respirábamos venía de un hueco de ventilación en el techo.

—¿Por qué, Cathan? —dijo Ravenna con voz ronca—. ¿Por qué nos hacen esto?

No pude responderle y sentí que con la otra mano me cogía la mía libre y la apretaba.

—¿Qué es lo que les hemos hecho? ¿Cuál es la razón que tienen para atarnos a un leño y quemarnos vivos?

—Por favor —logré decir—, no lo menciones.

El mero hecho de escucharlo empeoraba mi estado; los músculos del estómago se retorcieron en un espasmo, pero no vomité nada.

—Lo siento.

Me percaté de que, aunque no había ninguna luz, podía ver la celda en sombras de gris oscuro. Incluso sin magia me quedaban algunos dones que parecían ser innatos. Al día siguiente, sin embargo, ya no quedaría nada. No habría vida, ni memoria, ni cosa alguna que experimentar. Sólo la nada, el olvido. Ningún hereje muerto en la hoguera había regresado a su elemento: todos habían sido enteramente consumidos por las llamas. Lo único que quedaría de mí sería un manojo de cenizas, y todo cuanto había sido, todo cuanto había hecho, sería olvidado, convertido en menos que una hoja sobre el viento.

—Quizá por eso es tan terrible —susurró Ravenna con la cabeza apoyada en mi hombro—. Porque pasas horas y horas sin hacer nada más que pensar en que morirás, mientras tu mente se hunde en la agonía, acentuando el sufrimiento hasta volverlo cada vez peor y peor.

—¿Qué otra cosa podemos hacer?

Tras un instante, Ravenna volvió a hablar.

—Cathan, para nosotros quizá no sea tan terrible. Nos han quitado nuestra magia, pero todavía podemos refugiarnos en nuestras mentes. —Tragó saliva antes de proseguir—. En el vacío, por lo menos, no sentiremos la mayor parte del dolor.

—Sólo sentiremos cómo se nos escapa la vida... Se produjo un nuevo silencio.

—Eso no nos ayudará. Quiero decir, preocuparnos al respecto. Olvida la agonía, te lo ruego. En nuestro trance podríamos ignorarla.

—Pues eso no me simplifica las cosas.

—¿No preferirías morir de prisa y no consumirte con lentitud? —¡Preferiría no morir de ningún modo! —grité, y noté cómo ella se alejaba.

Ravenna dobló las piernas para no estar en una posición tan incómoda y las cadenas hicieron espantosos ruidos al chocar contra el áspero suelo de piedra. Hacía mucho frío allí abajo (por primera vez fui consciente de la temperatura de la celda) y el ambiente era penosamente húmedo.

—Yo tampoco deseo morir. Tenía tantos planes como tú para el futuro. Pero así es como ellos pretenden que estemos ahora: enajenados por el terror y gimiendo por su injusticia. No debemos regalarles esa satisfacción. Tú has hecho un sacrificio que no hizo ninguno de nosotros. ¡Por favor, no malgastes tu última noche embargado por las penas!

Respiré profundamente y me obligué a relajar, uno por uno, algunos músculos. Aún me sentía abatido, y sin duda ella se sentía del mismo modo, pero el dolor comenzó a ceder. Tampoco ahora deseaba deshonrar a mi clan comportándome como un cobarde, ni siquiera si sentía que de verdad lo era.

—¿Qué es lo que quieres que haga entonces? No creo que logre conciliar el sueño.

—Ni yo —confesó con una sonrisa suave y poco convincente, que me hizo ver qué frágil era su autocontrol—. Escucha, si te con

fío una cosa, ¿prometes no decírsela a nadie, ni siquiera si por algún milagro llegásemos a sobrevivir?

—¿Algo importante? —Muy importante.

—Muy bien. Juro por los dioses de los Elementos que nunca le revelaré a nadie tu secreto.

No se trataba de ningún modo de un juramento formal, pues no había pronunciado las palabras rituales ni teníamos testigos, pero implicaba un compromiso.

—Debes mantenerte fiel al juramento, Cathan. Incluso con tu conciencia del honor podrías desear traicionarlo, pero te suplico que no lo hagas.

—¿Qué es eso tan importante?

—Han estado buscando a la faraona de Qalathar desde el mismo momento en que llegó la
Esmeralda
. Y aunque no se equivocaban al afirmar que ella se encontraba en Lepidor, sí estaban errados al suponer que había venido a bordo de la manta. Yo soy la faraona.

—¿Tú? —exclamé conmocionado.

—Por favor, perdóname, Cathan. No te lo dije porque jamás se lo había dicho a nadie. Después de dejar Tehama pasé diez años trasladándome de un sitio a otro, manipulada como una prenda de empeño en las tramas de poder de los nobles. Las únicas personas con las que alguna vez intenté forjar una amistad resultaron ser espías o gente que esperaba obtener algún beneficio de mí. Penas, eso es todo lo que me ha deparado el ser faraona, así que le comuniqué a Sagantha que abdicaba y huí hacia la Ciudadela de la Sombra, donde me oculté, alejándome de las estratagemas e intrigas.

—O sea, que tu objetivo durante todo este tiempo ha sido sacar de aquí a los visitantes del Archipiélago —repuse disminuyendo la fuerza de la voz.

—¡Lo sé, lo sé! —dijo casi llorando—. No debí hacerlo, pero no confiaba realmente en nadie. Incluso cuando tú apareciste, yo... —Hizo una pausa y luego prosiguió—.Yo todavía estaba obsesionada con impedir que nadie me descubriese; no podía decírtelo, porque nadie ha sabido nunca merecer mi confianza. Ahora, por supuesto, sé que tú la mereces, pero ya es demasiado tarde, demasiado tarde.

—¡Podrías haber salvado tu vida allí arriba!

—También tú habrías podido hacerlo, pero no lo hiciste, por la misma razón.

No iba a guardarle ningún rencor, y menos entonces, en semejantes circunstancias. No deseaba pasar la última noche de vida que me quedaba enfadado con la persona que amaba.

—¿Comprendes por qué no puedes decírselo a nadie? —agregó—. Mañana, cuando el mago de la mente nos examine, podré sumergirme en el vacío y evitar que me descubra. El Archipiélago podrá perder a su faraona, pero el Dominio no me pondrá las manos encima.

—Prometo que no se lo diré a nadie —repetí con el dolor de no poder salvar su vida, pero yo había hecho una idéntica elección y no me hubiese agradado que ella la revocase por mí.

—Te lo agradezco. Así conseguiré el fracaso de uno de sus planes al menos.

—Sólo espero que Sagantha consiga hacer algo para proteger Lepidor —comenté mientras llevaba la mano desde su hombro hasta sus cabellos. Al verlos parecían lacios por completo y me sorprendió que al tacto fueran rizados, apenas alisados por la cinta elástica que llevaba y alguna loción. No menos extraño era que descubriese esos detalles en ese preciso momento.

—El Dominio va a matar a las dos tutoras de Sagantha. Él lleva años en política y sabe cuándo debe cambiar de bando, pero nunca olvidará lo que le han hecho. Has dejado Lepidor en buenas manos.

—Pero no en las de mi padre. Le he fallado. He perdido el clan. —Cathan, tu padre no te recordará por eso. No había nada que pudieses hacer contra todo esto e incluso así has intentado lo imposible. Ni siquiera el propio Elníbal habría conseguido más.

—Él no hubiese estado tan desesperado para enviarle una carta a la familia Canadrath, con la que carecíamos de todo contacto y que, por cuanto sabíamos, podría haber estado apoyando también al Dominio.

—Esta invasión fue planeada mucho antes. Deja de reprochártelo. —No puedo evitarlo, me persigue la idea de que si hubiese hecho algo diferente en algún momento, todo esto podría haberse evitado. Hace ya mucho tiempo, cuando me enviaron fuera de Lepidor, estaba tan feliz por el descubrimiento del hierro y nuestro futuro parecía de pronto tan prometedor... Lepidor iba a convertirse en un lugar tan maravilloso ahora que tenía dinero... Vendrían

más mercaderes, todos estarían felices... Ya ves cómo me equivocaba —dije con amargura—. Y todo lo que ha sucedido... ya lo sabes... Aquel monstruo encapuchado junto al trono era Sarhaddon, a quien conociste a bordo del Paklé. Él me dijo por entonces que Lachazzar y sus cazadores de herejes le parecían ridículos, y mira en qué se ha convertido. No me extrañaría que mañana sea él quien encienda nuestras hogueras.

Un repentino paroxismo de terror se apoderó de mí y me avergoncé de no poder detenerlo. A pesar de las tranquilizadoras palabras de Ravenna no podía alejar las llamas y la angustia de mi mente. ¿No podía ella estar en un error y que el bloqueo del mago mental obstruyese también mi capacidad de refugiarme en el vacío? Sólo por constatarlo, intenté alcanzar el estado de trance y, aunque me costó más que en otras ocasiones llegar al punto en el que perdía conciencia de mi cuerpo, pude lograrlo.

—¿Lo ves? Puedes hacerlo —me dijo Ravenna en voz baja. Cambié de posición, pues el peso de las cadenas me oprimía; el metal me lastimaba las muñecas. Al menos no lo haría por mucho tiempo; en breve todo habría acabado.

—¿Cathan? —¿Sí?

—Lamento haber sido tan fría contigo. Espero que por lo menos comprendas mis motivos.

—Los entiendo, Ravenna. Y, antes de que me lo preguntes, no hay nada por lo que debas pedirme perdón.

—Podríamos haber formado un buen equipo, tú y yo. Las únicas personas que consiguieron canalizar el poder de una tormenta, incluso si al final fue en vano. Quizá hubiese dado inicio a una rama nueva por completo de la magia, en la que también habría estado incluida tu oceanografía.

—Alguien leerá sobre nosotros y se preguntará qué fue lo que hicimos. Deben de existir otros modos de hacerlo, otra gente capaz de unirse de la misma forma que lo hicimos nosotros. —Espero que así sea.

Ravenna me abrazó tanto como se lo permitieron las cadenas e inclinó el rostro en dirección al mío. Entonces nos besamos, y por primera vez lo hicimos porque queríamos, sin la excusa o la necesidad de ocultarnos, y nuestro beso pareció eterno. Por un momento, apenas por un momento, conseguí olvidar que la muerte me esperaba aquella misma mañana.

Pasamos el resto de esa noche interminable y terrible sentados bien juntos, conversando e intentando olvidar en todo momento que nuestras vidas se evaporaban.

Una tenue luz gris se coló dentro de nuestra celda en el momento en que vinieron a buscarnos. Yo había resuelto que, por muy aterrorizado que estuviese, por mucho que me costase, intentaría no demostrarlo. Iría a la hoguera con dignidad.

Mientras nos llevaban a punta de lanza escalera arriba a través de los escombros del palacio, llegué a ver a los demás condenados, algunos con apariencia orgullosa y resignada, otros (en especial los más jóvenes de la comitiva del Archipiélago) apenas capaces de contener las lágrimas. Todavía llovía bastante fuerte y el cielo presentaba un color gris moteado. De todos modos, sin duda el mago Haroum habría dispuesto campos de éter alrededor de la plaza del mercado, enfrente del palacio, que protegerían el lugar de la lluvia.

Por un instante crucé una mirada con Palatina, que me ofreció una vaga sombra de su antigua sonrisa. Parecía estar mucho peor que los demás y me pregunté por qué sería. En cambio, pese a que sus mejillas exhibían rastros de lágrimas, los ojos de Elassel aún se elevaban desafiantes.

Era difícil caminar con cadenas en los tobillos, pero no tropecé con ninguno de los escombros, ni siquiera tras contemplar la pira en el centro de la plaza. El Dominio había reunido en un extenso pero bajo montículo toda la leña que había podido encontrar, y sobre el mismo se alzaban a distinta altura entre veinte y veinticinco estacas, cada una de ellas provista de un rollo de soga. Muchas contaban también con pequeñas astillas y sobrantes de soga recubiertos de brea, cuya función era realimentar las llamas. Rodeando el cadalso, detrás de una barrera de cuerda custodiada por los sacri que cruzaba todas las calles, los integrantes del clan Lepidor se habían reunido para ver morir a su conde. Etlae su grupo de conspiradores ocupaban cómodos asientos al aire libre, y cerca de ellos estaban mis familiares, rodeados por unos seis guardias de Lexan. Prácticamente todas las fuerzas de ocupación parecían estar presentes.

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