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Authors: Indro Montanelli

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Historia de los griegos (38 page)

BOOK: Historia de los griegos
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CAPÍTULO LII

Roma

Para Grecia, que tras la conquista doria, se había dado una ordenación definitiva, el «enemigo» había sido siempre el Oriente. Lo que ocurría en Occidente no la había interesado más que casualmente. Salvo los marineros que frecuentaban sus puertos, tal vez nadie en Atenas sabía qué grado de desarrollo habían alcanzado las colonias griegas de la Italia meridional y de Sicilia, y acaso por esto se decidió con tanta ligereza la expedición de Nicias contra Siracusa. La catástrofe probablemente contribuyó a acrecentar el desinterés. Y las conquistas de Alejandro lo hicieron total, al monopolizar definitivamente la atención de los griegos hacia el Este.

La ascensión de Rodas en el siglo III es una de las pruebas. Fue debido precisamente a la geografía, que hacía de la isla una etapa obligada y el punto de apoyo de todos los intercambios grecoorientales. Tras haber resistido heroicamente a Demetrio Poliercetes, Rodas reunió en una Liga a otras islas egeas, y las mantuvo sabiamente en una línea neutral. Su política fue tan sagaz que, cuando en 225 antes de Jesucristo la ciudad fue destruida por un terremoto, toda Grecia mandó ayuda en dinero y mercancías por ver en ella un pilar insustituible de su economía.

Nadie, en cambio, se había movido cuando, años antes, Tarento se había encontrado en mala situación con Roma. También los tarentinos eran griegos y también ellos se dirigieron en busca de ayuda a sus connacionales de la madre patria. Pero sólo hallaron uno dispuesto a acudir en socorro suyo: Pirro, rey del Epiro, del mismo linaje moloso del que descendía Olimpia, la madre de Alejandro. Pirro desembarcó en Italia con veinticinco mil infantes, tres mil jinetes y veinte elefantes, que a la sazón, los griegos importaban de la India. Era un buen caudillo, que acaso pensaba repetir en Occidente las empresas que su pariente Alejandro había llevado a cabo en Oriente, y que como Alejandro, estaba infatuado de gloria y de Aquiles, del cual también él estaba convencido que descendía. Derrotó en Heraclea a los romanos, empavorecidos por los «bueyes lucanos», como llamaron a los elefantes, que jamás habían visto. Pero perdió medio ejército, se dio cuenta de que Roma no era Persia y, tras otra sangrienta victoria en Ascoli, se desvió hacia Sicilia para liberarla de los cartagineses, esperando que a costa de éstos le sería más fácil ganar la gloria. Les derrotó también, pero halló tan escasa colaboración entre los griegos del país que, abandonándoles a su destino, cruzó de nuevo el estrecho de Mesina, se hizo derrotar por los romanos en Benevento y, descorazonado, abandonó Italia, murmurando proféticamente: «¡Qué hermoso campo de batalla dejo entre Roma y Cartago!»

Pirro murió poco después en Argos y Grecia no hizo caso de su desaparición, como no había hecho caso de sus aventuras occidentales. Epiro era una comarca periférica y montañosa, que todos consideraban bárbara y casi forastera. En el mismo año (272), Roma se anexionó Tarento, como ya se había anexionado Capua y Nápoles, y de todas las colonias griegas de la Italia del Sur no quedó nada. Poco después, Roma inició su duelo mortal con Cartago y la conclusión fue que, en 210, hasta las colonias griegas de Sicilia cayeron en sus manos.

Si esa vez Grecia se sacudió de su sopor, no fue porque hubiese visto en aquel episodio una catástrofe nacional y se diese cuenta de la amenaza que se perfilaba al Oeste, sino sólo porque advirtió en él un pretexto para rebelarse contra su amo macedonio, que en aquel momento era Filipo: éste había subido, a los diecisiete años, a un trono que durante su minoría de edad se mantuvo firme por su padrino y tutor Antígono III. Era tan extraordinario, en aquellos tiempos, que un regente, en vez de matar al legítimo heredero para seguir en el poder, se lo entregase, que Antígono fue llamado
dosona,
el prometedor que mantiene; como se decía en la Argentina de Perón:
que cumple.

Desgraciadamente, en la historia, no siempre la honestidad paga. Y en este caso hubiese sido mucho mejor que Antígono hubiese tenido menos honradez. Filipo era un muchacho valeroso y no carente de capacidad política, pero tenía ambiciones desenfrenadas y absolutamente amorales. Hizo envenenar a Arato, el brillante
estrategos
de la Liga aquea, mató a su propio hijo que sospechaba le traicionaba y enredó toda Grecia en una telaraña de intrigas. Mas cometió un error fatal: el de creer que, después de la victoria de Aníbal en Cannas, Roma estaba ya en la agonía. Y como Mussolini, que después de la derrota de Francia se puso al lado de Hitler, así Filipo se puso al lado de Cartago y convocó en Neupactos a los representantes de todos los Estados griegos para una cruzada en Italia. Agelao, delegado de la Liga etolia, saludó en él al adalid de la independencia helénica, mas alguien, ocultamente, hizo circular entre los congregados una copia, más o menos apócrifa, del tratado estipulado por Filipo, según el cual Cartago se comprometía a ayudarle una vez ganada la guerra, para someter a Grecia. ¿Era verdad? Tito Livio dice que sí. Pero algunos sostienen, en cambio, que fue una invención de emisarios romanos, facilitada por el deseo de creerla que animaba a los griegos. Como fuere, surgieron tales desórdenes que la proyectada expedición hubo de quedar aplazada indefinidamente, o sea hasta que la retirada de Aníbal la convirtió en totalmente inútil.

Roma no se vengó en seguida. Al revés, en 205 firmó un tratado con Filipo, que creyó haber salido de apuros con él. Después, Escipión llevó la guerra a África y derrotó a Aníbal en Zama. Y sólo después de haberse librado definitivamente de aquel mortal enemigo, Roma se hizo mandar por Rodas un llamamiento que la invitaba a liberar la isla de Filipo. Y, naturalmente, lo acogió.

Pagado con su misma moneda, Filipo se defendió como una fiera, destruyendo las ciudades griegas que se negaban a ponerse a su lado. En Abidos, todos los habitantes, antes de rendirse, prefirieron suicidarse con sus mujeres e hijos. Pero su ejército no pudo nada contra el de Quinto Tito Flaminio, que en 197 le aplastó en Cinoscéfalos.

Hubiera podido ser el fin de Grecia como nación si Flaminio hubiese sido un general romano como los demás, que dondequiera pasaban instalaban a un gobernador y un prefecto con un buen cuerpo de policía, introducían su lengua y sus leyes, proclamaban romana la provincia conquistada y la anexionaban. En cambio, era un hombre culto y muy respetuoso de Grecia, cuya lengua conocía y cuya civilización admiraba. No sólo respetó la vida de Filipo, sino que le devolvió el trono. Y, convocados los representantes de todos los Estados griegos en Corinto, proclamó que Roma retiraba de sus territorios las guarniciones y les dejaba en libertad de gobernarse con sus leyes. Plutarco dice que esta declaración fue acogida con tales gritos de entusiasmo, que una bandada de cuervos migratorios se desplomó desde el cielo, muriendo del susto.

La gratitud no es lo fuerte de los hombres, y aún menos de los pueblos. Pocos años después, la Liga etolia llamó a Antíoco de Babilonia para que fuese a liberarla. No se sabe de qué, visto que los romanos se habían marchado. Pero el hecho de que éstos eran más fuertes bastaba para hacerles sospechosos de imperialismo, como hoy sucede en Europa con los americanos. Empero, Lámpsaco y Pérgamo no estuvieron de acuerdo; antes al contrario, pidieron ayuda a Roma, que mandó otro ejército a las órdenes de Escipión
el Africano,
el triunfador de Zama. Arrolló a Antíoco en Magnesia y luego, convergiendo al Norte, deshizo a los galos que aún vejaban a Macedonia. Grecia no había sido tocada, pero se encontraba aislada en la marea de las conquistas de Roma, que a la sazón se había anexionado toda la costa asiática.

Filipo murió en 179 antes de Jesucristo, y subió al trono de Macedonia, tras otra pequeña matanza en familia, su hijo Perseo. Éste casó con la hija de Seleuco, sucesor de Antíoco, e hizo una liga con él, a la que se unió también Rodas, para hacer la guerra contra Roma, a la que nuevamente lanzó una llamada Pérgamo. Sólo Epiro e Iliria osaron alinearse con Perseo. El resto de Grecia se limitó a aclamarlo como «libertador» cuando, en 168, salió al campo contra el cónsul Emilio Pablo. Éste le aniquiló en Pidna, destruyó setenta ciudades macedonias, devastó el Epiro, deportando como esclavos a cien mil ciudadanos, y transfirió a Roma un millar de «notables» de las otras ciudades griegas que se habían comprometido en aquel suceso. Entre ellos estaba el historiador Polibio, que después se convirtió en uno de los inspiradores del liberalismo romano.

Tampoco esta admonición valió. En 146 toda Grecia, excepto Atenas y Esparta, proclamó la guerra santa. Esta vez el Senado romano confió la represión a un soldado chapado a la antigua, que no alimentaba ningún complejo para con la civilización griega. Mumio conquistó Corinto, capital de la rebelión, y la trató como Alejandro había tratado a Tebas, o sea que la arrasó. Todo lo que era transportable fue mandado a Roma. Grecia y Macedonia fueron unidas en una provincia bajo un gobernador romano. Sólo a Atenas y Esparta les fue permitido gobernarse con sus leyes.

Grecia había encontrado al fin la única paz de la que era digna: la del cementerio.

CAPÍTULO LIII

Epílogo

No podemos, sin embargo, sepultar el cadáver sin unas palabras necrológicas.

En realidad, lo que aquí termina es tan sólo la historia política de un pueblo que no había alcanzado a convertirse en nación. Las razones de su bancarrota las conocemos ya. No pudo remontar el limitado horizonte de la ciudad-estado y en torno de ella no supo conciliar el orden con la libertad. El desenfrenado individualismo y las guerras insensatas fueron sus dolencias.

En compensación, elaboró una civilización que no murió, que no podía morir por el simple hecho de que, como dice Durant, las civilizaciones no mueren nunca. Emigran tan sólo, cambian de lengua, latitudes y costumbres. Emilio Pablo, que deportó a Roma dos mil intelectuales griegos, y Mumio, que transfirió a ella todas las obras de arte de Corinto, seguramente no se daban cuenta de que estaban transformando en victoria la derrota de Grecia. Y, sin embargo, fue propiamente así. Los mismos romanos se dieron cuenta poco después y lo dijeron:
«Graecia capta ierutn viciorem cepit...»,
la Grecia conquistada conquistó al bárbaro conquistador. En esta especie de carrera de relevos que es la Historia, la antorcha de la civilización queda confiada por los pueblos refinados y decadentes a los jóvenes y toscos que tienen la fuerza de llevarla hacia nuevas metas.

Es imposible extender aquí un inventario de lo que el mundo debe a Grecia. El historiador inglés Maine ha dicho que todos nosotros somos aún colonia de ella porque, salvo las ciegas fuerzas de la Naturaleza, todo lo que en la vida de la Humanidad evoluciona es de origen griego. Tal vez hay un poco de énfasis en esta y otras afirmaciones similares. Tal vez exista una «retórica de Grecia», como existe una de Roma, que altera un poco las proporciones de su contribución. Mas nadie podrá negar que haya sido inmensa y, sobre todo, que hayan sido variados, vivaces y fascinadores sus protagonistas.

Espero que lo hayan permanecido también en mi modesta prosa.

Cronología

Siglos XX-XI antes de J. C. — Civilización minoica y micénica.

Siglo IX (?) antes de J. C. — Licurgo.

Siglo IX-VIII antes de J. C — Homero.

776 antes de J. C. — Primera Olimpíada desde la cual los griegos contaron los años hasta el 426 después de J. C.

Siglo VII antes de J. C — Hesíodo.

640-548 (?) antes de J. C — Tales de Mileto.

Siglo VI (?) antes de J. C. — Pitágoras.

637-559 (?) antes de J. C — Solón.

620 — Primeras reformas de Dracón en Atenas.

612-568 (?). — Safo.

594 — Arcontado de Solón.

561-527 — Pisístrato, tirano de Atenas.

560 — Craso ocupa Jonia.

550-480 antes de J. C. — Heráclito.

546 — Jonia es ocupada por Ciro, rey de Persia.

527-514 — Tiranía en Atenas de Hipias y de Hiparco.

514 — Sublevación en Atenas de Armodio y Aristogiton. Muerte de Hiparco.

510 — Exilio de Hipias.

508 — Reformas de Clístenes en Atenas.

492 — Comienzan las guerras persas contra Grecia.

490 — El Ejército persa de Darío es derrotado en Maratón por los atenienses de Milcíades.

485 —Muerte de Darío. Jerjes, rey de Persia.

480 — Batalla de las Termópilas. Combate naval de Salamina. Los siracusanos baten en Himera a los cartagineses.

479 — El Ejército persa queda deshecho en Platea.

Otra derrota naval de los persas en Micala.

Muerte de Efialtes.

449 — Muerte de Temístocles.

ERA DE PERICLES

470-399 — Sócrates.

467-428 — Pericles,
strategos
de Atenas.

Siglo V — Fidias.

Georgias.

Parménides.

Zenón.

Demócrito.

Empédocles.

Anaxágoras.

Protágoras.

Hipócrates.

525-456 — Esquilo.

490-406— Sófocles.

480-406 — Eurípides.

450-385 — Aristófanes.

522-442 — Píndaro.

484-425 — Heródoto.

460-400 — Tucídides.

477 — Liga dolio-ática.

El Areópago pierde en Atenas su importancia.

459 — Desafortunada expedición de Atenas en Egipto.

457 — Comienza la guerra de Atenas contra Tebas y Esparta.

449 — Paz de Atenas con Persia.

447-432 — Construcción del Partenón.

446 — Atenas batida en Coronea.

435 — Insurrección de Corfú contra Corinto.

432 — Insurrección de Potidea.

El proceso de Aspasia.

432-421 — Primera fase de la guerra del Peloponeso.

430 — Peste en Atenas.

429-347 — Platón.

428 — Muerte de Pericles.

427 — Rebelión de Mitilene.

421 — La paz de Nicias.

415 — Exilio de Alcibíades.

415-413 — Desastrosa expedición ateniense contra Siracusa.

413-404 — Segunda fase de la guerra del Peloponeso.

411 — Instauración de la oligarquía en Atenas. Retorno de Alcibíades.

407 — Segundo exilio de Alcibíades.

406 — Victoria ateniense sobre los espartanos en las Arginusas.

405 — Victoria espartana sobre los atenienses en Egospótamos.

404 — Capitulación definitiva de Atenas. El Gobierno de los Treinta Tiranos.

403 — Expulsión de los Treinta y restauración democrática en Atenas.

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