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Authors: Kenneth Anger

Tags: #Historia, Referencia

Hollywood Babilonia (8 page)

BOOK: Hollywood Babilonia
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El mismo mes del desastroso casamiento de Chaplin con Lita Grey, Hollywood se vio amenazado por otro leve desastre. También éste involucraba íntimamente al bueno de Charles, si bien acompañado de un nutrido reparto estelar. El nuevo caso hubiese triplicado la tirada de cualquier periódico, pero sólo una línea dio cuenta de él: DISPARAN CONTRA PRODUCTOR DE CINE EN EL YATE DE HEARST. El artículo, aparecido en el "Times" de Los Ángeles, fue eliminado en tiradas posteriores. Se estaba produciendo un gigantesco enjuague.

William Randolph Hearst, lúgubre Señor de la Prensa, estaba entre bambalinas. Era tan temido, que ni siquiera sus competidores se atrevían a enfrentarse abiertamente con el formidable W. R. Pese a que su asociación con Marion Davies era notoria, jamás sus nombres aparecían reunidos públicamente en los periódicos. La fortuna de Hearst, de cuatrocientos millones de dólares, era como una mina de plata que él manejaba a nivel de coloso. La Prensa había oído rumores acerca de algunos periodistas que habían sido marginados de cualquier posible empleo después de haberle disgustado. Aunque comentarios de su
liaison
habían aparecido frecuentemente en la prensa amarilla, en esta ocasión se decidió hacer la vista gorda.

Hearst había fundado la Cosmopolitan Productions, para mayor gloria de Marion Davies, en un supremo alarde de egolatría. Su cadena de diarios y revistas la proclamaban incesantemente como el mayor milagro surgido en el mundo del cine; un inmenso mausoleo georgiano había sido erigido por la varita mágica de Willie en la playa de Santa Mónica para albergar a su atractiva querida. Los
parties
de Marion en su casa de la playa eran los más extravagantes que la colonia fílmica jamás hubiera presenciado; la Gente Dorada se deshacía ante la oportunidad de tener acceso a los Hearst y concedía a Marion una excelente puntuación como anfitriona, aunque, en privado, nada más volver ella la espalda, se mofaran de sus intentos histriónicos en la pantalla.

Para renovar la diversión, Hearst había hecho traer desde el Canal de Panamá al Oneida, su yate de 60 m (palacio flotante que había pertenecido al Kaiser), y lo mantenía anclado en San Pedro. Las invitaciones para las fiestas íntimas a bordo del barco eran todavía más codiciadas que las de la casa de la playa.

La crema de Hollywood recibió la invitación de Hearst para participar en una travesía del Oneida a partir del 15 de noviembre de 1924, incluida una excursión a San Diego. El pretexto era la celebración del cuarenta y tres cumpleaños de Thomas H. Ince, pionero realizador-productor y padre del
western
. Hearst se encontraba a mitad de las negociaciones con Ince para utilizar su Estudio en Culver City como base de los futuros proyectos de la Cosmopolitan.

Entre la quincena de elegidos figuraban algunos amigos de Ince, como su administrador y consejero George H. Thomas y su amante, la actriz Margaret Livingstone (su esposa Nell no estaba invitada, por supuesto). Otros huéspedes eran la autora inglesa Elinor Glyn; las actrices Aileen Pringle, Seena Owen y Julanna Johnston; el doctor Daniel Carson Goodman, jefe de ejecutivos de la Cosmopolitan; Joseph Willicombe, secretario de Hearst; el editor Frank Barham y su esposa; Ethel, Reine y Pepi, respectivamente hermanas y sobrina de Marion.

Marion Davies fue recogida en el plató de
Zander the Great
por otros dos invitados, Charlie Chaplin y una periodista de Nueva York, especializada en cine, Louella O. Parsons, por primera vez de visita en Hollywood. Los tres juntos hicieron el viaje por carretera hasta San Pedro.

El Oneida se hizo a la mar con su cargamento de celebridades, una banda de jazz, una buena provisión de champagne de inmejorable y rancia cosecha, y Marion (de veintisiete años) y su Papaíto (de sesenta y dos) como anfitriones. El patrón, Hearst, señaló una ruta hacia el Sur, dejando atrás Catalina y navegando hacia San Diego y Baja.

Tom Ince perdió el barco. Obligado a presidir el estreno de su última producción,
The Mirage
, resolvió tomar el último tren a San Diego, donde subiría a bordo del Oneida cuando éste atracara.

Se cuenta que el festejo de cumpleaños en cubierta fue divertidísimo… hasta cierto punto. Más allá de ese punto, el Oneida se hizo a la mar hacia un banco de niebla de confusas historias.

La versión oficial, emitida por la Casa Hearst, no podía ser más sencilla: el infortunado Tom Ince, indigestado merced a la generosa y "hearstiana" hospitalidad, había fallecido en el transcurso de su "escorpionesca" fiesta de cumpleaños.

La primera reseña aparecida en las publicaciones de la Cadena Hearst era una engañifa sin ton ni son.

UN COCHE ESPECIAL TRASLADA A CASA A UN HERIDO DESDE EL RANCHO.

"Ince, en unión de Nell, su esposa, y sus dos hijos, se hallaba visitando a William Randolph Hearst en el Rancho de éste, días antes de sobrevenirle el ataque. Cuando, súbitamente, la enfermedad se abatió sobre el magnate, éste fue trasladado inconsciente a un coche especial, atendido por dos especialistas y tres enfermeras, y conducido con toda celeridad a su hogar. Su esposa, hijos y hermanos Ralph y John se encontraban a su lado al sobrevenir el desenlace."

Desgraciadamente para Hearst, existían testigos que habían visto a Ince abordar el yate en San Diego. Y, para colmo de infortunios, Kono, el secretario de Chaplin, se había dado perfecta cuenta, cuando el productor era desembarcado del Oneida, de que en la cabeza de Ince había un agujero de bala. ¿Indigestión aguda?

Hearst guardaba en el yate un revólver todo incrustado en diamantes, un objeto un tanto chocante teniendo en cuenta que públicamente se consideraba al millonario como un anti-viviseccionista. Si nos atenemos a John Tebbel, Hearst era un tirador más que experto: "Le divertía sorprender a los invitados en el Oneida abatiendo de un solo disparo a una inocente gaviota".

Hearst era extraordinariamente celoso de las atenciones de otros hombres con Marion; tenía sabuesos que ya le habían informado de los devaneos de la Davies con Chaplin durante sus ausencias. De hecho, Chaplin había sido incluido en la relación de invitados para que Hearst pudiera comprobar personalmente su comportamiento con Marion.

Chaplin tal vez sintiera ciertos escrúpulos antes de unirse a la expedición, pero decidió que lo mejor era representar una buena farsa. Y dejó en puerto a su embarazadísima novia, Lita.

Se cree que durante la fiesta de cumpleaños, Hearst se percató de que Marion y Chaplin se habían escabullido juntos, descubriéndolos
in fraganti
en la cubierta inferior. En su famoso tartamudeo, Marion dejó escapar un profético grito: "C-c-c-crimen" que arremolinó rápidamente a todo el personal, mientras Hearst corría en busca de su revólver. En el maremágnum fue Ince, y no Chaplinquien cayó abatido, con un proyectil alojado en el cerebro.

El 21 de noviembre se celebró el funeral de Ince en Hollywood, al que asistieron su familia, Marion Davies, Charles Chaplin, Douglas Fairbanks y Harold Lloyd. Hearst, obviamente, no acudió. El cadáver fue inmediatamente incinerado.

Fue notable que no se hubiese celebrado encuesta oficial alguna sobre la muerte de Tom Ince. Ante la "evidencia" reducida a cenizas, Hearst creía tener en sus manos el control de la fea situación.

Claro que no contaba con las habladurías de la Meca. A pesar de que todos los pasajeros del Oneida, invitados y tripulación, hubieran jurado mantener el secreto, persistentes rumores ligaban a Hearst con la muerte de Ince. ¿Un nuevo caso de hombre rico impune tras cometer un asesinato?

Finalmente, los rumores precipitaron a Chester Kemply, fiscal del distrito de San Diego, a realizar una investigación. Por chocante que parezca, entre todos los invitados y la tripulación a bordo del Oneida, sólo fue llamado a declarar el doctor Daniel Carson Goodman, que era un empleado de Hearst. Esta fue su versión:

"El sábado 15 de noviembre, subí al Oneida, propiedad de la International Films Corporation, donde iba a celebrarse una fiesta camino de San Diego. El señor Ince debía estar presente, pero no pudo presentarse el sábado alegando que tenía trabajo, aunque se reuniría con nosotros el domingo por la mañana.

»Cuando subió a bordo, se quejaba de estar fatigado. Durante la jornada Ince discutió los detalles de un acuerdo que acababa de tomar con International Films Corporation para producir películas conjuntamente. Ince parecía no encontrarse mal. Cenó bien y se retiró temprano. A la mañana siguiente, él y yo nos levantamos antes que todos los demás invitados para regresar a Los Ángeles. Ince afirmaba que durante la noche había tenido una mala digestión, de la que aún se resentía. En el trayecto hasta la estación volvió a quejarse, pero ahora de que le dolía el corazón. Nada más subir al tren, le dio un ataque en Del Mar. Pensé que lo mejor era descender e insistí para que se tomara un descanso en un hotel. Telefoneé a la señora Ince y le dije que su marido no se encontraba bien. Llamé a un médico y permanecí a su lado hasta bien entrada la tarde. Entonces, continué viaje a Los Ángeles. El señor Ince me contó que ya anteriormente había padecido ataques similares pero que no habían desembocado en nada serio. No mostraba señales de haber ingerido licores de ningún tipo. Mis conocimientos como médico me autorizaron a diagnosticar que era un caso de indigestión aguda."

El fiscal del distrito de San Diego despachó el caso con estas palabras:

"Inicié esta investigación ateniéndome a los muchos rumores que habían llegado a mi despacho en relación con el deceso. Los he estado sopesando hasta hoy mismo para poder pronunciarme definitivamente. No se realizarán más indagaciones sobre esas historias de francachelas alcohólicas a bordo. De hacerlas, tendrán que remitirse al condado de Los Ángeles, de donde se supone procedía el licor. Gentes interesadas por la súbita muerte de Ince se han dirigido a mí pidiendo una investigación, y sólo para satisfacerles me decidí a iniciarla. Pero después de interrogar al médico y a la enfermera que atendieron en Del Mar al señor Ince, doy por válido que la causa de su fallecimiento se debió a hechos naturales".

Semejante manera de zanjar el asunto no dejó nada satisfecho al editorialista del "Long Beach News":

"Aun a riesgo de perder su reputación de profeta, este escritor se atreve a predecir que algún día será esclarecido un aromático escándalo ocurrido en la capital del cine. No es la primera vez que las altas esferas fílmicas son salpicadas por acontecimientos parecidos. Se habla de muertes violentas o por causas desconocidas que jamás fueron probadas. Si existe algún fundamento para achacar la muerte de Thomas Ince a causas no precisamente naturales, debería iniciarse una investigación, en justicia no sólo hacia el público, sino a los demás implicados.

»Debería investigarse, por ejemplo, si había o no alcohol a bordo del yate de un millonario, fondeado en el muelle de San Diego adonde Ince llegó ya enfermo. Un fiscal de distrito que deja pasar esta cuestión, porque no ve motivos para una encuesta a fondo, es el mejor agente que los bolcheviques podían emplear en este país".

Estaba bien claro que las pesquisas del señor Kemply, fiscal del distrito, iban encaminadas a determinar lo que había sucedido en el party que precedió a la muerte del realizador. Antes de que
ninguno
de los concurrentes pudiera ser
interrogado
, la cosa quedó en suspenso.

Los mal pensados no dejaron de notar lo significativo de que, por pura coincidencia, Louella O. Parsons, poco después del incidente, fuese premiada por Hearst con un contrato para toda la vida que ampliaba notablemente su radio de circulación. Se dijo que ella lo había visto todo. Louella se sintió obligada de pronto a fabricar una pequeña coartada de su puño y letra, jurando que al ocurrir la desgracia ella se encontraba en Nueva York. El único inconveniente fue que la doble de Marion Davies, Vera Burnett, recordaba claramente haber visto a Louella reunirse en el Estudio con Davies y Chaplin para iniciar juntos la marcha. (Vera sentía un lógico apego a su trabajo y decidió por tanto no volver a insistir sobre el particular.)

La "diarquía" Hearst-Davies echó tierra al asunto saliendo del escándalo sin mácula, pero como D. W. Griffith recordaría años después: "Si deseas ver a Hearst volverse blanco como un fantasma, lo único que tienes que hacer es mentarle el nombre de Ince. Hay ahí mucha basura, pero Hearst está demasiado alto para atreverse siquiera a rozarla".

En los medios cercanos a Hearst se daba ya por descontando que, si a sus oídos llegaba algún rumor que ligara su nombre con el de Ince, era segurísimo que el responsable quedaría definitivamente excluido de las futuras fiestas en la casa de la playa de Santa Mónica o el castillo de San Simeón.

Y así, el
affaire
Ince, aún hoy, permanece oculto en el misterio y sujeto a toda clase de especulaciones.

Una perversa postdata concerniente a Ince salió a relucir cuando, a raíz de su fallecimiento, su viuda puso la casa en venta. Se llamaba Días Dorados y era una enorme mansión situada en Benedict Canyon y diseñada por él mismo, un lugar en el que la crema se reunía para disfrutar de alegres fines de semana. Pero los privilegiados desconocían una travesura: debajo de las habitaciones de los huéspedes, existía una galería secreta en la que se hallaban, estratégicamente distribuidos, disimulados agujeros a través de los cuales se contemplaba una magnífica panorámica de cada lecho. De esta manera, algunas de las más celebérrimas parejas de Hollywood habían devuelto, sin saberlo, la generosa hospitalidad de su anfitrión con graciosas demostraciones de sus técnicas de
boudoir
. Sólo el travieso mirón Tom Ince poseía la llave de la escondida senda.

Discretamente, Hearst proveyó a Nell, la viuda de Ince, con un usufructo en vida. La Depresión se lo engulló, y Nell acabó sus días como conductora de taxis. ¿Y Hearst? Todo el montaje quedó reducido a un chiste sardónico. En el ambiente, el Oneida llegó a ser conocido como "el coche fúnebre de William Randolph"
(William Randolph's Hearse)
.

Rudy ataca

El siguiente diluvio de rumores que inundó a Hollywood poseía similar tono mortuorio. El tema era la defunción del sumo Amante de la pantalla, Rodolfo Valentino, que había dejado de existir el 23 de agosto de 1926, en el Policlínico de Nueva York, tres minutos después del mediodía.

La causa oficial del deceso fue una peritonitis producida tras una operación de apéndice inflamado. Pero lenguas viperinas atribuyeron su muerte a la "venganza por arsénico" de una conocida dama de la alta sociedad neoyorquina a quien Valentino dejara plantada después de mantener con ella un efímero idilio durante su estancia en la ciudad para promocionar su film
El hijo del jeque
. Otros chismes apuntaban hacia un marido iracundo que le había disparado un tiro, o a la sífilis, que le había atacado finalmente el cerebro.

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