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Authors: Kenneth Anger

Tags: #Historia, Referencia

Hollywood Babilonia (5 page)

BOOK: Hollywood Babilonia
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La sensacional noticia de que Wally Reid era drogadicto dejó sin aliento al público norteamericano. Reid no sólo era una popular estrella, sino el vivo exponente del "Joven Ideal". De ojos azules y cabellos castaños, Wally era un jovial gigante de 1,90 de estatura, en posesión de un encanto que corría paralelo a su habilidad como comediante, a su juventud y espléndida presencia. Ahora, su apodo, "el encantador Wally" cobraba otro significado.

Bajo su nuevo papel de cirujano restaurador de imagen, Will Hays trató de parar el golpe anunciando que "no se debía censurar, ni mucho menos evitar, al infortunado señor Reid, sino tratarle como a una persona enferma".

Ciertamente como tal fue Wally Reid manipulado y puesto a buen recaudo. El resto del año 1922 lo pasó dentro de una celda aislada en aquel sanatorio privado. La súbita privación de su diaria dosis de morfina y el choque inesperado del internamiento sólo lograron desquiciarlo. Wally se vio obsesionado por la idea de haber sido arrollado por un tren. No se equivocaba.

La Paramount lo había especializado en una serie de películas sobre el mundo del motor:
The Roaring Road
,
What's your hurry?
,
Double Speed
—que poco tenían de recomendables, salvo la personalidad del astro situado tras el volante. Las había rodado una tras otra sin interrupción, y pronto el cansancio dejó sentir su huella.

En 1920, cuando interpretaba
Forever
, a propuesta de un suave y caballeresco compañero del equipo de Sennett, Wally probó su primera dosis de morfina para combatir el cansancio y renovar las energías. Cuando la película se hallaba enlatada, Wally ya se había enviciado. En su crepúsculo, cuando filmaba Clarence, tuvieron que sostenerlo ante las cámaras para poder terminar el rodaje.

Wally falleció en su solitaria celda el 18 de enero de 1923. Tenía treinta años. Entre la colonia circuló el rumor de que lo habían puesto "a dormir".

Tras la muerte, su esposa Florence se apresuró a convocar una rueda de prensa. Anunció que tenía la intención de vengar la pérdida de su marido. Ella había denunciado a la policía a los amigos de Wally, quienes —éstas fueron sus palabras— "lo condujeron a una vida en la que se mezclaban la bebida, la droga y la corrupción". Se denominaban a sí mismos "los golfos de Hollywood", pero Florence prefería referirse a ellos como "bohemios". Wally se reunía con sus amigos bohemios para beber, y pronto el hogar acabó convirtiéndose en una fonda. Llegaban en manadas a cualquier hora, por intempestiva que fuese. Se quedaban y tomaban copas. Era una fiesta detrás de otra, y de mal en peor. A esas alturas, Wally ya estaba minado. Y, para colmo, lo que faltaba: morfina.

Florence aprovechó la conferencia de prensa para dar la primicia de que su próximo film sería
Naufragio humano
, con un contenido argumental denunciatorio del tráfico de drogas. Interpretaría esa película para "poner en guardia a la juventud de la nación", y al mismo tiempo la dedicaría a la memoria de Wally. No mencionó para nada que para tan pulcro producto había contado con el apoyo de Will Hays. Finalizó su rueda con un comentario sobre su querido esposo: "Wally ya estaba curado de su adicción, pero se había debilitado terriblemente. Sólo un retorno a la droga, bajo control médico, naturalmente, habría podido salvarlo. Pero él se opuso".

En la subsiguiente campaña nacional de publicidad para alertar al público sobre los peligros de la drogadicción y promocionar de paso
Naufragio humano
, Florence figuró en los créditos del reparto como "Sra. de Wallace Reid".

Mary Pickford fue quien proporcionó a Wally su epitafio profesional: "Su muerte es una gran tragedia. Porque yo sé que, de haber vivido, hubiera hecho lo imposible por reparar todas sus faltas".

Baños de champagne

En 1923 Will Hays lanzó un comunicado augurando días más claros para Hollywood: "Estamos allanando el camino para mejorar las cosas en el mundo del cine… pronto existirá un Hollywood modelo… Abrigo la fe de que los desafortunados incidentes recientes pronto serán sólo un recuerdo…".

Estos piadosos pronunciamientos no disminuyeron el tono de las campañas publicitarias de los exhibidores: películas como
De mujer a mujer
,
Hombres
y
La ventana de la alcoba
, alardeaban de ofrecer un vistazo a "bellas
jazz babies
, baños de champagne, banquetes de medianoche, fiestas hasta altas horas de la madrugada", así como "escotes reveladores… besos castos… besos pasionales… vírgenes en busca del placer, madres ávidas de sensaciones… La

Verdad audaz, desnuda, excitante". Cuarenta millones de norteamericanos rendían semanalmente tributo en las taquillas a lemas como "Toda la aventura, todo el romance, todas las sensaciones de las que Vd. carece en su rutinaria existencia, las encontrará en las películas. Ellas le transportarán a un nuevo mundo maravilloso, lejos de la cotidiana jaula en la que Vd. se encuentra. Aunque sólo sea por una tarde o una velada ¡evádase!". Las muchedumbres de los años veinte estaban totalmente de acuerdo, pese a que, al final de cada film, Hays plantara su mensaje moralizador.

Los Mandamientos del Zar fueron recibidos con desánimo por quienes creían de buena fe en el cine como arte. Para éstos, el advenimiento del hombre de las grandes tijeras y el cinturón bíblico era una verdadera catástrofe para el Séptimo Arte. "Argumentos que se limitan a mostrar honestamente la realidad de la vida están siendo barridos de las pantallas", señalaron con amargura, "mientras la escoria es bendecida a cambio de que el final tenga una moraleja y el llamado
sex-appeal
sufra una hipócrita reprimenda". (Se referían, claro, al chaquetero de Cecil B. De Mille.)

La preocupación de Hays por la mente del niño, esa "pizarra en blanco", se traducía en que el contenido de lo visible en pantalla se adaptara al nivel de una criatura de diez años. Un anónimo descontento de Hollywood confeccionó un chistoso foto-montaje en que se mostraba a Hays retozando como un bebé feliz con su castillo de arena; circuló muchísimo en las fiestas, a las que él no asistía.

Aunque el comportamiento en público se suavizó en cierto modo, los
parties
en la colonia cinematográfica continuaban siendo tan alborotadores como siempre. Las
suites
en los hoteles se habían desechado de mutuo acuerdo, por considerárselos poco adecuados para las fuerzas de altos vuelos. La "Gente Dorada" poseía fastuosas villas hispanomoriscas para sus expansiones privadas y se cuidaba bien de correr sus brocadas cortinas y plantar guardas en las puertas de hierro forjado para eludir a los reporteros o a posibles espías de sus Estudios. Tras estas medidas de seguridad, los "dioses" ya podían soltarse el pelo.

Rumores de la vida disoluta de Hollywood, a espaldas de Hays, se filtraban en la prensa a través de doncellas y mayordomos sobornados. El "New York Journal" comentó: "Cuando las personas pasan en pocas semanas de la pobreza a la riqueza, su equilibrio mental no siempre está a la altura de las tensiones. De repente se encuentran en posesión de dinero, un juguete al que no están acostumbradas, y lo gastan de forma extravagante. Puede que se embarquen en fiestas más o menos salvajes o que recurran a otros medios de relajo y estímulo. La mayoría gasta alegremente todo lo que gana… Desde que llegó la Prohibición, aquellos que no habían podido acaparar bebidas volvieron los ojos hacia otras fuentes de excitación. Los traficantes de drogas ilegales encontraron en nuestros tiempos en Hollywood un mercado propicio".

Aunque el diagnóstico del "Journal" fuese correcto en cuanto al tráfico de drogas, se equivocaba al asumir que las gentes de cine encontraban dificultades para conseguir alcohol. Cada estrella tenía su propio proveedor, y escalar las colinas de Hollywood con contrabando de este tipo resultaba un pingüe negocio.

La colonia cinematográfica sació su sed durante la Prohibición, pero la mayoría del alcohol ilícito que se consumía era de una calidad más que cuestionable. Art Accord, la estrella caballista, llegó al extremo de suicidarse por las porquerías que ingirió, y otra figura del
western
, Leo Maloney, fue prácticamente asesinado por el mismo agente.

Heroínas heroinómanas

Tras el fallecimiento de Wally Reid, los consumidores de Hollywood no rompieron con sus hábitos, pero aprendieron a usar la discreción.

Uno de los traficantes "clave" era un reposado y caballeresco actor a quien el grupo Sennett apodaba "el conde". El había sido quien se ofreciera a Wally Reid para poner remedio a su resaca durante el rodaje de
Forever
y, asimismo, había iniciado en la droga a Mabel Normand, Juanita Hansen, Barbara La Marr y Alma Rubens.

"La muchacha demasiado hermosa", Barbara La Marr, era la más rutilante e incontinente adicta de Hollywood. Revoloteó picoteando en todas y cada una de las distintas variedades de los narcóticos, hasta ingerir la sobredosis final, a los veintiséis años, en 1926. Barbara guardaba la cocaína en una cajita dorada situada encima de su piano de cola; su opio, con aromas de Benares, era el de mayor calidad. Barbara, la Bella del Sur, descubierta para la pantalla por Douglas Fairbanks en
Los tres mosqueteros
, parecía haber adivinado que no permanecería mucho en este mundo. Decidida a sacar a su vida el mayor partido posible, presumía de no malgastar más de dos horas diarias en dormir: tenía "cosas más importantes que hacer". Sus amantes se contaban por docenas —"como si fueran rosas", decía ella—, y durante su breve reinado como estrella tuvo seis maridos.

Los títulos de películas que sentaban a la "Demasiado Bella" Barbara como anillo al dedo, rezaban cual letanía como sigue:
Almas en venta
,
Extraños de la noche
,
La mariposa blanca
. Su última personificación de mujer fatal, la hizo en
El corazón de una sirena
. El suyo propio dejó de latir tras una dosis suicida. El Estudio achacó su muerte a una dieta "demasiado rigurosa".

Tras Barbara La Marr, la sensible y dramática Alma Rubens perdió su "afianzada posición en el escalafón de la fama" al zambullirse en el nocturno universo de los narcóticos. La estrella de cabellos color ala de cuervo de
La mestiza
,
El precio que ella pagó
y
Teatro flotante
se convirtió en una verdadera heroína de la heroína, dedicando la mayor parte de su energía y fortuna a la obtención de drogas.

La dependencia de Alma no se hizo pública hasta un extraño incidente acaecido en la tarde del 26 de enero de 1929 en Hollywood Boulevard. Aquel día la vieron correr por la calle perseguida por dos hombres: "¡Me quieren secuestrar! ¡Me quieren secuestrar!", gritaba, despojándose del sombrero y los guantes en su huida, y tirándolos a la alcantarilla junto con su bolso.

Corrió hasta una gasolinera para refugiarse entre los surtidores. Allí fue acorralada por los dos hombres. Alma les agredió con un cuchillo que llevaba escondido entre la ropa, apuñalando al más joven en la espalda. El encargado de la estación se las compuso para arrebatarle el arma, mientras el hombre de más edad le ataba los brazos tras la espalda. Sollozando, Alma fue conducida hasta una ambulancia aparcada frente a su casa de Wilton Place.

Cuando el suceso apareció en la prensa, quedó de manifiesto que Alma Rubens había apuñalado al conductor de la ambulancia y que el hombre mayor no era otro que su médico de cabecera, el doctor E.W. Meyer. Alma había sido presa del pánico al verles llegar a su casa para internarla en un sanatorio privado.

Tras unos meses de tratamiento en la clínica Alhambra, fue autorizada a regresar a su hogar, bajo el cuidado de una enfermera. En abril de 1929 amenazó a su guardiana con una navaja, siendo reducida tras un forcejeo. Alma fue trasladada al departamento de psiquiatría del Hospital General de Los Ángeles y de allí pasó al del Estado de California para enfermos mentales, en Patton, para una cura de seis meses. Al abandonarlo, declaró: "Me siento de nuevo maravillosamente bien después de este descanso. Voy a Nueva York y trataré de recomponer mi carrera empezando por el teatro. Más adelante confío en regresar a Hollywood".

Las ilusiones de Alma de preparar su retorno en Broadway no dieron el resultado apetecido y durante su permanencia en Nueva York inició los trámites de divorcio de su tercer marido, el galán Ricardo Cortez. Alma mantuvo su promesa y regresó a Hollywood en 1931, pero nada más llegar sintió deseos de visitar Aguas Calientes al otro lado de la frontera mexicana. Y allí se dirigió, conduciendo su coche en compañía de Ruth Palmer, una joven actriz que había traído consigo desde Nueva York.

De vuelta a Hollywood hicieron un alto en el Gran Hotel de San Diego, donde fue arrestada el 6 de enero de 1931, acusada de hallarse en posesión de cuarenta ampollas de morfina. El chivatazo provenía de Ruth Palmer, alarmada ante las explosiones de violencia de Alma. La policía encontró las ampollas cosidas en el dobladillo de uno de sus trajes. Cuando llegaron los gendarmes, Alma puso el grito en el cielo: "¡Me han robado nueve mil dólares en joyas y esto es una emboscada! Vine a California para volver a la pantalla… ¡y ahora tenía que sucederme esto!".

Tras el proceso, se diagnosticó que Alma estaba seriamente enferma y se la autorizó a volver a su hogar, al lado de su madre y bajo permanente vigilancia médica.

Comprendiendo que iba a morir, Alma telefoneó al "Examiner" de Los Ángeles para ofrecer una postrera entrevista: "Me he sentido tan desdichada durante tanto tiempo… Sólo me dirigía a profesionales buscando aliviar a mis penas. Me decían: 'Toma esto contra el dolor y te sentirás con fuerza para continuar'. Cuando me ofrecían ese terrible veneno, yo ignoraba de que se trataba. Fui de uno a otro. Uno de ellos hasta se rió de mí cuando le confesé que me acobardaba la droga. Me dijo: 'No tengas miedo, una vez que te hayas recuperado no la volverás a necesitar'.

»Pero continuaron dándome más, y más. Mientras tuve dinero, podía pagarlas y adquirirlas. Tenía miedo de contárselo a mi madre, a los amigos. Mi único deseo era conseguir drogas y consumirlas en secreto. Ojalá hubiese podido arrodillarme ante la policía o ante un juez y rogarles que endureciesen las leyes, para que sus propios esbirros renunciasen a los asquerosos dólares que los traficantes les dan como precio de la impunidad." El 22 de enero de 1931 Alma murió a los 33 años.

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