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Authors: Kenneth Anger

Tags: #Historia, Referencia

Hollywood Babilonia (3 page)

BOOK: Hollywood Babilonia
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La causa de su muerte estuvo a punto de no ser desvelada. El comisario general de San Francisco, Michael Brown, tomó no obstante cartas en el asunto —tras una llamada anónima desde el mismo hospital en la que se hacía referencia a una autopsia— prometiendo encargarse personalmente de averiguar lo sucedido. Lo que se gestaba era un frenético intento de encubrir el caso. Brown llegó a tiempo para ver surgir de un ascensor aun empleado que llevaba hacia el incinerador una jarra de cristal con los maltratados genitales de Virginia. Se los reclamó al reacio doctor para verificar su propio examen. Así quedó al descubierto que la vagina de Virginia había sido forzada de forma tan violenta como para causarle muerte por peritonitis. Brown dio cuenta de los hechos a su superior, el
coroner
T. B. Leland y se acordó abrir una investigación.

Los detectives Tom Reagan y Griffith Kennedy fueron designados para interrogar a la plantilla del hospital (en no muy buena disposición) y averiguar quién o quiénes trataban de echar tierra al asunto; y lo encontraron. También lo hicieron los periódicos. Cuando Fatty Arbuckle fue acusado de violar y asesinar a Virginia Rappe, todo el mundo murmuraba ya su nombre. El Estado de California achacó las causas de su muerte a "presiones externas" causadas por Arbuckle durante un escarceo sexual. Una efímera notoriedad para Virginia. Y un rudo golpe para Fatty: asesinato en primer grado.

La marea de espanto llegada aquel septiembre desde San Francisco hizo estremecer a Hollywood hasta sus recién plantados cimientos. Todo resultaba demasiado increíble: Fatty, el favorito de los niños, el gordinflón manantial de risas, el campeón de la sana carcajada, de repente convertido en un orgiástico asesino de una luminaria estelar.

LA ORGIA DE ARBUCKLE

EL VIOLADOR DANZA MIENTRAS MUERE SU VICTIMA

Al compás de los titulares, se extendían las hipótesis sobre una
espantosa y antinatural violación
: Arbuckle, lleno de rabia ante su impotencia alcohólica, había destrozado a Virginia con una botella de Coca-Cola
o
de champagne, después había repetido el acto con un pedazo de hielo… o, ¿es que no era del dominio público que Arbuckle era un hombre
excepcionalmente bien dotado
?…
o
, ¿era una simple cuestión de exceso de peso, las 266 libras de Fatty
aterrizando
sobre Virginia y aplastándola?

Lo único indudable fue el aumento en los tirajes; los medios de comunicación imprimieron todo tipo de especulaciones acerca de la "botella
party
" de Arbuckle. El "San Francisco Examiner" dijo en un editorial: "Hollywood debe dejar de utilizar a San Francisco como cubo de basuras". El "
coroner
" pidió "medidas para prevenir la posible repetición de acontecimientos que hacen de San Francisco un lugar de cita para el desenfreno y el gangsterismo". Las Iglesias de la ciudad solicitaban penas para los "maníacos sexuales hollywoodenses que se acogen a las benevolentes leyes de San Francisco para la práctica de sus aberraciones".

En Hartford, Connecticut, damas agraviadas rasgaron la pantalla de un local que exhibía una comedia de Arbuckle, mientras que en Thermopolis, Wyoming, varios vaqueros dispararon contra el lienzo de una sala donde se proyectaba un corto suyo. En otros sitios se utilizaron como proyectiles huevos y cascos de botellas vacías. Mientras la consigna "Hay que linchar a Fatty" se extendía por el país, grupos controlados exigían una limpieza de toda la colonia fílmica de Hollywood; resultado: las películas de Fatty fueron retiradas de circulación.

Mientras Arbuckle sudaba en una cárcel de San Francisco, permaneciendo bajo custodia en el lúgubre Palacio de Justicia de Kearny Street, sus abogados luchaban para trocar la acusación de asesinato en primer grado por la de homicidio casual. Adolph Zukor, que había invertido millones en Arbuckle, se comunicó con el fiscal del distrito, Matt Brady, en un intento de anular el caso. Lo único que consiguió fue ofuscar a Brady, quien, posteriormente, denunció haber sido objeto de soborno. Otras prominentes figuras de la industria cinematográfica llamaron a Brady, sugiriendo que no debía crucificarse a Arbuckle por el simple hecho de que Virginia Rappe hubiese bebido más de la cuenta antes de morir. El fiscal del distrito se enfureció aún más.

El juicio se inició a mediados de noviembre en el Tribunal Superior de San Francisco, con Arbuckle en el estrado dispuesto a rechazar cualquier cargo de culpabilidad. Su actitud parecía ser de una completa indiferencia hacia Virginia Rappe; en ningún momento llegó a demostrar remordimiento o tan siquiera pena ante su muerte. Sus abogados eran más realistas: hubo un deliberado intento de ensuciar el comportamiento de Virginia, sugiriendo que era una chica más que ligera de cascos que, no sólo hablase prostituido en Hollywood, sino también en Nueva York, París y Sudamérica. Tras conflictivos y numerosos testimonios, el jurado acordó absolver a Arbuckle por 10 votos a favor y 2 en contra, tras 43 horas de deliberaciones. Se declaró nulo el juicio.

Un segundo juicio tuvo lugar, pero fue descalificado por 10-2. Fatty, que se encontraba libre bajo fianza, se vio obligado a vender su vivienda de estilo anglosajón en Adams Street, Los Ángeles, así como su flota de coches de fantasía para poder sufragar las minutas de los abogados.

Pese a las protestas del indignado Brady, que deseaba machacar a Fatty costara lo que costase, Arbuckle fue absuelto en otro juicio, el número tres, que finalizó el 12 de abril de 1922, tras los un tanto confusos testimonios de cuarenta testigos presenciales (ebrios la mayoría de ellos en el momento del incidente) y ante la ausencia específica de pruebas (como la de la dichosa y sangrienta botella).

El jurado que absolvió a Fatty hizo este comentario: "La libertad no es suficiente para Roscoe Arbuckle. Creemos que se ha cometido una grave injusticia en su persona, y que no hay la menor evidencia para involucrarle en modo alguno con ningún crimen".

En la escalera del juzgado Arbuckle declaró a la Prensa: "Este es el momento más trascendental de mi vida. La falsedad de la horrenda acusación esgrimida contra mí ha sido demostrada… Quiero expresar mi sincero agradecimiento a mis compañeras y compañeros. Mi existencia ha estado cifrada en la producción de un cine limpio para felicidad de la gente menuda. Ahora trataré de ampliar este campo para que mi arte pueda rendir un servicio todavía más amplio".

Sus esperanzas, sin embargo, fueron de muy corta duración. Fatty había sido liberado, pero no perdonado. Henry Lehrman, un antiguo novio de Virginia, hizo este amargo comentario: "Si pudiese, ella se levantaría de entre los muertos para defenderse de esta indignidad. En cuanto a Arbuckle, esto es lo que sucede cuando se recoge a gentuza procedente de las alcantarillas, se les ofrece sueldos desmesurados y se los convierte en ídolos. Ciertas personas no saben lo que significa sacar provecho de la vida sino de una forma bestial. Son los que después participan en orgías que sobrepasan las de una Roma ya en decadencia".

O, podía haber añadido, Babilonia.

Madame Elinor Glyn, árbitro de la colonia fílmica y creadora de normas, aprovechó la ocasión para pontificar acerca de las "manzanas podridas" de Hollywood: "Si se demuestra que son inmorales, colgadles. No enseñéis sus películas, suprimidlos; pero no hagáis que paguen justos por pecadores. La fiesta de Arbuckle ha sido vergonzosa y bestial. Cosas como ésta deben de ser desterradas. Pero, personalmente, yo, en Hollywood, no he visto nada parecido y, si realmente existen aquí esas orgías con droga, deben de constituir una infinitesimal excepción".

La Paramount canceló el contrato de Arbuckle, valorado en tres millones de dólares. Sus películas aún sin estrenar fueron arrinconadas, causando al estudio la escalofriante pérdida de más de un millón.

Fatty, el bufón, estaba acabado. El "Príncipe de las Ballenas" había sido certeramente arponeado.

Arbuckle no consiguió actuar de nuevo. Sólo unos escasos amigos, como Buster Keaton, le permanecieron fieles. Fue Keaton quien le sugirió que cambiara su nombre por el de "Will B. Good"
[3]
. Fatty adoptó el de William Goodrich y consiguió empleo como director de comedias y guionista accidental. Pero Arbuckle añoraba la interpretación. En el número de marzo de 1931 de "Photoplay" rogaba: "Dejadme actuar. Quiero volver a la pantalla. Creo que todavía soy capaz de divertir y alegrar a quienes me vean. Es lo único que deseo. Si consigo regresar va a ser algo grande. Y, si no, bueno, pues de acuerdo".

Y de acuerdo se pusieron todos. A Fatty no le fue jamás permitido olvidar que había caído en desgracia. Cuando lo reconocían en la calle, la gente le silbaba "I'm coming Virginia": un borrón en tinta negra que no llegaría a diluirse nunca. El único personaje que pudo interpretar fue el de Pagliacci.

En su forzoso retiro, Arbuckle pronto se dio a la bebida. Parecía que las botellas lo tenían hechizado. En 1931, Fatty fue arrestado en Hollywood por conducir en estado de embriaguez. Cuando se le acercaron los motoristas, Fatty lanzó una botella por la ventanilla al tiempo que, entre carcajadas, exclamaba: "¡Ahí va la evidencia!".

Se acordaba acaso de aquella otra botella que había salido disparada desde una ventana del piso número doce del hotel San Francis en el Día del Trabajo de 1921?

Arruinado, hecho un guiñapo, falleció en Nueva York, a los cuarenta y seis años, el 28 de junio de 1933. ¡Pobre Fatty! El
affaire
Arbuckle hizo madurar en diez años al floreciente Hollywood, ahora algo más que el "País de los Sueños". A partir de ese instante, en las mentes de millones de seres, Hollywood no dejó de estar asociado al concepto de escándalo.

Pánico en la Paramount

Mientras Arbuckle sudaba tinta en medio de su segundo proceso y Hollywood bullía a los ojos de la inflamada opinión pública, un nuevo escándalo estalló, justo en el cogollo de la colonia fílmica.

En la noche del primero de febrero de 1922, alguien asesinaba a William Desmond Taylor en el estudio de su bungalow de Alvarado Street, una calle del tranquilo distrito de Westlake, en Los Ángeles. Taylor era el jefe supremo de la Famous Players-Lasky, una compañía subsidiaria de la Paramount que, por si aún no había tenido bastante con el caso Arbuckle, ahora podía agradecer a su mal sino este nuevo escándalo. El cadáver fue descubierto a la mañana siguiente por Henry Peavey, el criado negro de Taylor.

El muerto yacía de espaldas en el suelo del estudio como si se hallase en trance, con los brazos extendidos y una silla caída sobre las piernas. La intención no había sido robarle; todavía relucía en uno de sus dedos el enorme diamante de la suerte que le había acompañado siempre a partir del estreno de su primer éxito,
El diamante caído del cielo
.

Peavey salió disparado, gritando con voz de soprano:
"¡Han matado al amo! ¡Han matado al amo!"
(tal y como fue descrito por el "Examiner" de Los Ángeles). Con ello despertó a los otros residentes del distrito, incluida Edna Purviance, quien inmediatamente telefoneó a Mabel Normand. Mabel, a su vez, llamó a Charles Eyton, director general de la Famous Players-Lasky, el cual se puso en contacto con el
capo
de la Paramount, Adolph Zukor. Edna efectuó otra llamada a la estrella de la Paramount Mary Miles Minter. Sin embargo, no pudo localizarla. El mensaje fue recibido por su madre, Charlotte Shelby. Ninguno de ellos encontró un hueco en su tiempo para ponerse en contacto con la Policía. Al parecer, todos tenían cosas más urgentes de qué ocuparse.

Mabel se precipitó a la casa de Taylor para recuperar a toda prisa un montón de cartas suyas. Charles Eyton se apresuró igualmente a deshacerse de todas las existencias de alcohol ilegal que había allí. Vivo o muerto, era inconcebible que un director de la Paramount hubiese podido violar la Enmienda Décimo Octava. Adolph Zukor, como alma que lleva el diablo, se apresuró a borrar cualquier evidencia de frivolidades sexuales. Y Charlotte Shelby partió rauda en busca de su hija Mary, a quien la noticia hizo proferir un torrente de histéricos aullidos. Henry Peavey —el criado-soprano—, anduvo a trompicones arriba y abajo de la hasta entonces plácida calle Alvarado gritando incesantemente como un poseso
"¡Han asesinado al amo! ¡Han asesinado al amo!"
hasta que, más tarde, uno de los vecinos telefoneó a la Policía para ver "si vienen a recoger a este pobre loco". Por fin llegaron los representantes de la Ley.

Cuando por la mañana la policía hizo su aparición en el bungalow de Taylor, una agitada escena tenía lugar ante sus ojos. Alegres llamaradas se desprendían de la chimenea, atiborrada de documentos comprometedores para las jerarquías de la Paramount, mientras Edna Purviance contemplaba el fuego. Mabel Normand, la heroína de Sennett, registraba con laboriosidad todos los rincones y escondrijos en busca de una desordenada correspondencia. El ojo del huracán era el cadáver de Taylor, tendido en el suelo de su estudio con dos balas del calibre 38 en el corazón.

Hubiese cabido una mínima posibilidad de resolver el enigma, si los jeques de la Paramount no se hubiesen precipitado a acudir a la casa del fiambre para "cosmetizar" la escena. Era harto significativo que datos claves habían sido incinerados por Zukor y Eyton en la chimenea de Taylor.

Sin embargo Zukor, Eyton y compañía no dispusieron del suficiente tiempo para completar su limpieza general. Cuando la brigada de homicidios compareció en el bungalow, salió a la luz todo tipo de material. Los guardias descubrieron un lugar semisecreto, un cajón en cuyo fondo, mezclado con algunos guiones, había un muestrario de fotos de carácter claramente pornográfico. Eran poses un tanto extravagantes y ridículas del muerto en compañía de estrellas fácilmente identificables que, ciertamente, confirmaban tanto su fama de Lotario como su discreción. Estas curiosidades fotográficas no contribuyeron a solucionar el caso; Mary Pickford manifestó que ella
"iba a rezar"
.

Cuando se interrogó a Mabel Normand acerca de su precoz curiosidad, admitió, toda candor, que había ido para hacerse cargo de las cartas que ella había escrito a Taylor y asegurarse personalmente de que no cayesen en manos ajenas. Y añadió: "Mi único motivo ha sido el de asegurarme de que unas muestras de simple y pura amistad no llegasen a ser malinterpretadas" (Las misivas fueron halladas bien escondidas en una de las botas de montar de Taylor.)

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