Me puse boca arriba y Julie, sin parar de reír, se puso a horcajadas sobre mí, me cogió el pene y se lo introdujo. Lo hizo con mucha rapidez y nos quedamos súbitamente inmóviles, incapaces de mirarnos. Julie contenía la respiración. Yo entonces noté que tocaba algo blando y, a medida que me endurecía en su interior, fue desapareciendo hasta que llegué al fondo. Ella lanzó un leve suspiro, se inclinó hacia delante y me besó con suavidad en los labios. Se alzaba con cuidado y descendía. Un frío hormigueo me surgía del vientre y también yo suspiré. Por fin nos miramos. Julie sonrió y dijo:
—Es muy sencillo.
Me incorporé un poco y apreté la cara contra sus pechos. Se volvió a coger un pezón entre los dedos y lo condujo hasta mi boca. Mientras chupaba y el mismo escalofrío recorría el cuerpo de mi hermana, oí y sentí un latido profundo y regular, un batir inmenso, lento, sordo, que pareció crecer por toda la casa y sacudirla. Después caí de espaldas, y Julie se echó hacia delante. Nos movimos despacio al ritmo del latido hasta que éste pareció movernos y empujarnos a nosotros.
En cierto momento miré de reojo y vi la cara de Tom por entre los barrotes de la cuna. Pensé que nos miraba, pero, cuando volví a mirar, tenía los ojos cerrados. Cerré los míos. Un poco después, Julie alegó que era hora de cambiar. No era tan sencillo. La pierna se me quedó atrapada entre las suyas. Las sábanas nos estorbaban. Quisimos ponernos de costado, estuvimos a punto de caernos de la cama y acabamos por rodar de espaldas. Pisé con el codo el pelo de Julie contra la almohada y lanzó un
¡Ay!
muy alto. Nos echamos a reír y olvidamos lo que hacíamos. No tardamos en encontramos tendidos de costado, escuchando aquellos tremendos latidos rítmicos, que en aquel momento iban un poco más despacio que antes.
Oímos entonces que Sue llamaba a Julie y que daba empujones en la puerta. Cuando Julie la hizo pasar, Sue arrojó los brazos en torno al cuello de Julie y la abrazó. Julie la condujo a la cama, donde se sentó, entre nosotros, temblando y apretando los finos labios. Le cogí la mano.
—Lo está rompiendo —dijo por fin—, ha encontrado la maza y lo está rompiendo.
Nos pusimos a escuchar. El golpeteo no era ya tan fuerte y a veces, entre martillazo y martillazo, había una pausa. Julie se levantó, echó la llave a la puerta y se quedó junto a ella. Durante un rato no oímos nada. Luego sonaron pasos en el sendero de la fachada. Julie fue a la ventana.
—Ya sube al coche.
Reinó otro momento de silencio antes de oír que el motor se ponía en marcha y el coche arrancaba. El ruido agudo de los neumáticos en la avenida fue como un grito. Julie corrió las cortinas, se nos acercó, se sentó junto a Sue y le tomó la otra mano. Nos quedamos así, los tres en fila y sentados en el borde de la cama. Nadie habló durante un buen rato. Luego nos pareció que despertábamos y nos pusimos a hablar en susurros acerca de mamá. Hablamos de su enfermedad y de su aspecto cuando la bajamos por las escaleras, y de cuando Tom quiso meterse en la cama con ella. Yo les recordé el día de la pelea a almohadillazos, cuando nos dejaron solos en casa. Sue y Julie lo habían olvidado por completo. Recordamos un día de fiesta en el campo antes de que Tom naciera, y discutimos sobre lo que mamá habría pensado de Derek. Estuvimos de acuerdo en que lo habría mandado a hacer gárgaras. No estábamos tristes, estábamos emocionados y llenos de terror. El volumen de nuestras voces fue subiendo hasta que uno de nosotros hizo
¡chist!
. Hablamos de la fiesta de cumpleaños junto a la cama de mamá, y de la pirueta de Julie. Le pedimos que la repitiera. Apartó algunas ropas con el pie e hizo el pino. Sus miembros, oscuros, morenos, apenas titubearon y, cuando volvió a erguirse, Sue y yo aplaudimos. Fue el ruido de los coches que frenaron ante la casa, los portazos y los pasos precipitados de varios individuos que se aproximaban a la vivienda por el camino delantero lo que despertó a Tom. A través de una rendija de la cortina, una luz azul giratoria formaba un dibujo vertiginoso en la pared. Tom se incorporó y se quedó mirándolo entre parpadeos. Los tres nos apelotonamos alrededor de la cuna, Julie se inclinó y le dio un beso.
—¡Ya está! —dijo—. ¿No ha sido un sueño precioso?