La cazadora de profecías (29 page)

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Authors: Carolina Lozano

Tags: #Fantástico

BOOK: La cazadora de profecías
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Magos de Quersia y Udrian

Al atardecer, las sombras de la noche cercana se les echaron encima y aún no habían salido del bosque. Además empezaba a hacer frío y River temía que el aire gélido fuese demasiado duro para la fragilidad de Eyrien. Se sintieron hondamente aliviados cuando River señaló la colina sobre la que se alzaba la granja de su amigo. Era un lugar acogedor, bañado como estaba por la luz anaranjada y oscurecida del ocaso. Estaba compuesta por una casa alargada de tejados rojos y paredes terrosas, con cuadras adosadas frente a las cuales las gallinas y las ocas se paseaban por entre los huertos cultivados. Se adentraron por el caminito que llevaba a la puerta de la granja y Killian desmontó rápidamente para coger a Eyrien de los brazos de River. Éste desmontó también y fue hasta la puerta. Golpeó con los nudillos en la hoja de madera deseando que su amigo no se hallara fuera. Pasaron unos minutos, River aporreó la puerta con fuerzas y Killian miró preocupado a su alrededor, sintiendo apenas el peso de la elfa.

—¿River?

Un Alto humano joven había asomado la cabeza por la puerta de las cuadras sosteniendo en una mano un cepillo de cerdas gruesas para cepillar caballos. Al reconocer a River había dejado caer el cepillo y se acercaba con una sonrisa radiante. Tenía unos ojos negros como carbones y los cabellos de un tono rojizo que delataba su ascendencia élfica ígnea. Se acercó hasta la casa a largas zancadas y, tras echar un vistazo a Elarha, fue directo a abrazar a River.

—¡Que sorpresa amigo! —dijo el joven complacido—. ¿Qué te ha traído hasta aquí? ¿Tienes algo que ver con los rumores de la invasión gul de Sentrist?

—Más o menos —respondió River, y su expresión hizo que al granjero se le borrara la sonrisa de golpe—. ¿Está tu mujer en casa, Tristan?

—No, Shane está en el Alto Udrian. Tenía que pasar un examen en el Centro Umbanda —dijo Tristan, reparando por primera vez en Killian y en el delicado brazo cubierto de telas oscuras que colgaba del lío de mantas que éste depositaba de nuevo en los brazos de River.

—Mejor —dijo River mirando a su amigo—. Necesitamos tu ayuda y puede ser peligroso.

Tristan miró las mantas y asintió con la cabeza. Fue hacia la puerta de su casa y la abrió, haciéndose a un lado para dejarlos entrar. Mientras el príncipe pasaba por su lado, se fijó en él.

—¿No sois vos Killian de Arsilon? —le preguntó Tristan asombrado.

—Sí —dijo Killian deteniéndose para estrechar su mano—. Es un placer conocer a un amigo por el que River tiene tanta estima.

—El placer es mío —dijo Tristan, apretándole la mano pero inclinándose ante él igualmente.

Luego cerró la puerta, fue a lavarse las manos a la cocina y volvió encendiendo candiles por el camino para iluminar la estancia. Se arremangó y se acercó a River para descubrir por fin al misterioso enfermo. Killian esperó en silencio como hacía River. Tristan apartó con delicadeza las mantas que ocultaban casi completamente el rostro de Eyrien y al ver lo que se hallaba debajo, retrocedió y apartó las manos como si se hubiese quemado.

—¡River! —exclamó incrédulo, dirigiendo hacia su amigo una mirada estremecida.

Pasado el susto inicial y dándose cuenta de que la Elfa de la Noche estaba en peligro, volvió a acercarse para tomarle el pulso. Al apartarle los cabellos para poner unos dedos respetuosos en el cuello de la elfa, descubrió las marcas de los colmillos.

—Dioses misericordiosos —murmuró consternado mientras intentaba hallarle el pulso.

—Es Eyrien de Siarta, Tristan —dijo River, dejando a su amigo mudo de asombro y horror—. Tienes que ayudarla, no podemos permitir que muera. Haz algo, por favor.

Killian se dio cuenta de que en la mente de Tristan bullían mil preguntas, pero decidió que intentar ayudarla a sobrevivir era lo primero. Indicó a River que lo siguiera escaleras arriba y los condujo hasta una habitación pequeña pero pulcra. Allí encendió varias luces y cerró las contraventanas, tras lo cual ordenó a River que dejara a Eyrien en el lecho que se hallaba junto a una pared. Con la eficiencia propia de un sanador, Tristan se olvidó de que su paciente era nada menos que la heredera de todos los elfos para poder centrarse en su curación; no podría ayudarla si no se atrevía a ponerle las manos encima. Le apartó las mantas de encima y le cogió una muñeca para tomarle el pulso de nuevo, frunciendo el entrecejo al ver las marcas de los grilletes.

—Su pulso es débil pero firme —anunció un momento después.

Le examinó el rostro y las heridas que le había producido el vampiro.

—¿No es la primera vez que la ataca? —preguntó lúgubremente.

—No, la segunda —respondió River—. La primera fue... ¡Qué haces!

River se había quedado de piedra al ver que Tristan cogía una pequeña redoma y una daga.

—¿Tu idea de sanarla es desangrarla aún más? —le preguntó Killian a gritos, dispuesto a interponerse en caso de que el Alto humano se le ocurriese hacer alguna locura.

—Tranquilos, muchachos —dijo Tristan—. Pero para saber qué debo darle para curarla, tengo que saber primero qué es lo que le falta.

Con la punta de la daga pinchó a Eyrien en una muñeca y dejó que cayeran una cuantas gotas de su sangre dorada en la redoma. Luego tapó y levantó el vaso de cristal a la altura de sus ojos, y murmuró unas palabras feéricas que River no supo comprender. La sangre élfica rojo-dorada se disgregó. Se formaron unos grumos compuestos por las células sanguíneas sobre un fondo de plasma rojizo, y se elevó una pequeña nubecilla de vapor brillante de color dorado.

—Eso es magia. Dorada, como corresponde a un Elfo de la Noche —dijo Tristan—. El vampiro casi la ha desangrado pero no ha desequilibrado los componentes vitales de su sangre. Se ha dejado llevar por su hambre, pero se ha resistido a quitarle todo su poder.

—¿Eso es bueno? —preguntó Killian esperanzado mientras veía cómo el hechicero sanador dejaba la redoma y cubría a Eyrien con las mantas.

—Es crucial —respondió Tristan mientras les hacía una seña para que lo acompañaran abajo de nuevo—. Si no hubiese sido así, creo que no habría podido ayudarla. E incluso diría que eso el vampiro ya lo sabía; no quería dejarla morir. ¿Sabéis vosotros por qué?

—No —reconoció River—. Pero parece que está jugando con ella.

—Bueno, al menos ese juego permite que la Hija de Siarta siga con vida —dijo Tristan conduciéndolos a una sala de trabajo propia de un herbolario—. Prefiero no saber cómo ha llegado a ese estado. Si sigo siendo un ignorante, quizás sobreviviré cuando ella despierte.

Mientras Killian y River lo observaban en silencio, preparó una tisana con multitud de hierbas y flores que emitió una fresca fragancia. El hechicero pronunciaba algunos conjuros al añadir algunos ingredientes, lo que alivió a Killian al saber que había magia de por medio también; en las hierbas solas confiaba más bien poco.

—Alguien debería ocuparse de aquellos caballos élficos que esperan fuera —dijo Tristan mirando por la ventana hacia la creciente oscuridad del patio.

—Yo iré —dijo Killian prestamente, hacía rato que sentía la urgente necesidad de hacer algo.

—Podéis llevarlos a las cuadras, señor —le dijo Tristan.

—Por los dioses, llámame Killian —dijo éste—. Aún no me acostumbro a ese trato, y menos en esta situación.

—Está bien, pero no te preocupes Killian —dijo el Alto humano sonriéndole con ánimo—. La Hija de Siarta sobrevivirá casi con toda seguridad.

Killian asintió y salió de la estancia. River se llevó la mano a la sien.

Cuando Tristan acabó, él y River volvieron a subir a la habitación, mientras el vaso con la tisana iba dejando una estela humeante en el aire. Cuando llegaban arriba, River miró el vaso.

—¿Le harás beber eso? —le preguntó.

—No, no —dijo Tristan abriendo la puerta—. Es imposible obligar a un elfo a tragar nada si no está consciente.

Al entrar en la habitación, River se fijó inmediatamente en cómo brillaba la palidez un tanto dorada del bello rostro de Eyrien, y sintió que se le formaba un nudo en la garganta. Tristan dejó la tisana en la mesita junto al lecho y murmuró un conjuro. El brebaje se elevó en el aire convertido en un vapor verdoso que olía a bosque y, aunque a River le resultaba raro, a magia.

—La siartana respirará la tisana y se irá fortaleciendo de nuevo —dijo Tristan, encaminándose hacia la puerta—. Pero aún pasarán días antes de que vuelva a despertar.

—Yo... me quedaré aquí un momento —dijo River, incapaz de apartar la mirada de Eyrien.

—Bien —dijo Tristan mirando comprensivo a su amigo—. Pero no tardes en salir, se supone que esto tiene que respirarlo ella, no tú. A ti te prepararé una sopa.

River sonrió a su pesar, casi había olvidado que Tristan siempre lo había tratado como el hermano mayor que nunca había tenido. Oyó que la puerta se cerraba a su espalda y se acercó al lecho de Eyrien para sentarse junto a ella.

—Lo siento —le dijo para desahogarse aunque supiese que no podía oírlo— Siento lo que he dejado que te hicieran. Ayer te dije que hubiese dado mi vida por ti... y lo que he hecho ha sido sacrificar la tuya. Por favor, despierta. Me da igual que me mates luego.

Cogió una de las manos de Eyrien, que estaba más fría de lo que debería ser normal en un feérico de magia cálida como lo era ella. Se la acarició hasta que se calentó un poco y volvió a dejarla con cuidado bajo la manta. Se quedó observándola un rato, hasta que se obligó a dejar la habitación y no seguir respirando la tisana conjurada que debía devolverla a la vida.

Abajo se encontró con que Killian y Tristan se sentaban a una mesa, donde el príncipe paseaba una cuchara por la sopa humeante que tenía delante.

—Venga River, siéntate y come —le dijo Tristan al mirarlo—. Comed los dos, no seréis de mucha ayuda si tengo que cuidaros también por inanición.

River se sentó y se obligó a consumir la sopa, y Killian hizo lo mismo.

—En el caso de que el vampiro vuelva —dijo Tristan jugueteando resoluto con una manzana—, se encontrará con una sorpresa desagradable. A todo alrededor de mi casa tengo plantadas Flores del Edén, cuya fragancia resulta tan molesta a los íncubos como las luces intensas. No lo detendrán si se empeña en penetrar en mi casa, pero el penetrante olor sí le quitará el hambre.

—¿Estás seguro? —le preguntó River.

—Del todo. Tú no puedes olerlo pero ellos sí. Y los vampiros no pueden hacer el mismo uso de la magia que los humanos o los elfos —explicó Tristan—. Sólo pueden aplicarse magia a sí mismos o a otros seres vivos. Pero no pueden conjurar cosas inanimadas. Así que no puede conjurar la puerta para que se abra.

—Sabes mucho de vampiros, Tristan —comentó Killian.

—Sí —dijo el hechicero de Quersia, mordiendo al fin la manzana—. Mi antepasada elfa vivió hace trescientos años. Siendo tan excepcionalmente reciente cualquiera pensaría que aún debería seguir viva, pero la mató un vampiro. Era una Elfa Ígnea, se llamaba Ashiel, y aunque hacía tiempo que las relaciones mixtas se habían apagado ella se había enamorado de un humano. Como tus tres antepasados, River, aunque ella no vivió tanto como para matarse cuando murió su pareja mortal como hicieron los tuyos. Poco después de tener a mi primer antepasado Alto humano, tuvo la mala fortuna de toparse con un vampiro que resultó ser más ágil y rápido que ella. La mató. Desde entonces toda mi familia ha sentido un odio especialmente profundo por los íncubos y se ha concentrado en buscar sus puntos débiles. Desgraciadamente tienen muy pocos. Pero algunos tienen y ya veis nos servirán para descubrirle si viene. Y ahora venga, subid a dormir un rato los dos; yo me ocuparé de la Hija de Siarta.

Tristan resultó ser un sanador excelente y durante los cuatro días siguientes se ocupó de Eyrien con dedicación, a la vez que se ocupaba de que River y Killian no se dejaran vencer por la desesperanza. Durante aquellos días el tiempo que no estaba observando a Eyrien, River lo pasaba cuidando de los caballos y de Elarha. Parecía que lo perdonaban, pero se mostraban cabizbajos y tan apáticos como él mismo. Killian, por el contrario, necesitaba ocupar su mente e iba a veces a la aldea cercana a enterarse de las últimas noticias.

—Parece que los guls ya son una amenaza tangible en Sentrist —comentó una tarde mientras los tres hacían una comida en el porche.

Aquella misma noche, Tristan bajó las escaleras y les dio una noticia magnífica.

—Eyrien ha abierto los ojos brevemente —dijo satisfecho, aunque un poco turbado—. Se ha asustado mucho al verme y creo que iba a intentar atacarme, pero le he dicho que era amigo tuyo, River, y se ha calmado. Poco después ha perdido el conocimiento. Despertará pronto, pero seguirá estando débil por un tiempo. Aun así ya no habrá que temer por su vida otra vez, si no hace esuferzos desmesurados. Y ahora que ya no necesita mis cuidados, creo que haré un breve viaje al sur. Vosotros necesitáis conocer las últimas noticias del avance gul y yo necesito seguir vivo después de que la elfa despierte para que mi esposa tenga un esposo al que encontrar cuando vuelva de Udrian. Mañana partiré hacia Sentrist y volveré antes de que Eyrien de Siarta esté suficientemente recuperada como para que os marchéis, pero después de que vosotros la hayáis convencido de que no intente volver a atacarme —añadió con una sonrisilla—. Intentad convencerla de que no se exceda en sus esfuerzos por sobreponerse; necesita descansar.

Tristan partió al amanecer por el camino que llevaba al sur. Ahora que no estaba el granjero para proporcionarles una luz de esperanza, tanto Killian como River volvían a sentirse angustiados y decidieron hacer guardias por la noche para vigilar la granja. Nada sucedió en dos días, salvo que el tiempo iba volviéndose cálido ante el avance de la primavera hacia el verano. Por la tarde, después de comer, Killian y River volvieron a apostarse en el salón de la planta baja con las espadas dispuestas al lado, y charlaron largamente sobre lo que acontecería en aquel futuro tan negro. Killian se preguntaba si vivirían lo suficiente para tener unos hijos o unos nietos a los que explicarles que una vez había querido matarlos la Hija de Siarta en persona. Poco a poco, el cansancio, la brisa cálida que entraba por la ventana y el sonido incesante del viento entre las gramíneas los fue amodorrando y acabaron por caer dormidos.

Al cabo de una tarde River despertó algo incómodo, como si algo lo hubiese obligado a salir de su sueño placentero. Abrió los ojos y se dio cuenta de que era media tarde. Una inclinación de la cabeza le permitió ver que a Killian le había pasado lo mismo, y se removía perezoso en el sillón de al lado. Sin embargo, en cuanto se despertó del todo, River sintió con un escalofrío que no era eso lo que lo había alertado, sino la certeza de saber que había otra presencia en la habitación.

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