—Dama Eyrien —dijo inclinándose mientras sus cabellos anaranjados revoloteaban aún a su alrededor cargados de electricidad.
—Buenas noches, Freyo —dijo Eyrien—. ¿Podrías ir a Siarta e informar a Tirenia y a los Sabios de que la profecía que se hilaba alrededor de este hombre ya ha sido neutralizada?
—Por supuesto —dijo el elfo inclinando de nuevo la cabeza, aunque luego se quedó mirando a Eyrien con aspecto preocupado—. ¿Estáis bien, mi dama? Parecéis un poco angustiada. ¿Ha habido algún problema con el objetivo?
—No, no. Estos asesinos nunca se arrepienten de sus actos ni ven llegar la muerte cuando la tienen delante —dijo Eyrien mirando el cadáver sin rastro de emoción—. Es fácil acabar con su vida. ¿Pero cómo voy a neutralizar una profecía cuyos objetivos son dos jóvenes inocentes que no sólo no han hecho mal a nadie, sino que además me han confiado su vida y han salvado la mía? —dijo la elfa más para sí misma que para el Elfo Ígneo que tenía delante.
River se sintió palidecer y resbaló hasta el suelo, sintiendo que las fuerzas lo abandonaban. Con dolorosa certeza, supo que los objetivos de los que hablaba Eyrien eran él y el bueno de Killian. Ya ni siquiera se fijó en que Eyrien y el Hijo del Fuego se alejaban por el callejón que se abría frente a ellos, ni reparó en que se había quedado sólo con el cuerpo muerto del asesino. Se quedó varias horas allí sentado, intentando comprender qué era lo que había sucedido aquella noche y dejando que se filtrara en su mente la idea aterradora de que estaba condenado a morir como aquel desgraciado. Y multitud de preguntas, cada una más surrealista e incontestable que la anterior, se iban formulando en su mente colapsada. Parecía que la insensible crueldad de la elfa podía llegar a extremos insospechados, si podía primero considerarlos sus amigos y matarlos después con tanta frialdad como había hecho con aquel geviniano. Pero lo que más angustia le provocaba a River en aquel momento era la ignorancia que tenía sobre el motivo por el cual tanto él como Killian eran considerados un peligro. Ninguno de los dos eran violadores ni asesinos, desde luego, y ninguno de los dos era un enemigo de los pueblos feéricos.
Mientras se acercaba a la taberna con las primeras luces del amanecer, sintiendo que avanzaba a través de una nebulosa como las que tanto admiraba Eyrien, sólo le cupo una aterradora y angustiosa explicación posible. Que quedarían abandonados, si no directamente condenados, por los aliados más poderosos y letales de cuya ayuda habían gozado tanto tiempo. Que el pueblo humano iba a pagar al fin por el constante dolor y desgaste que provocaba impunemente a la tierra y a los elfos. Que finalmente había sucedido aquello que todos los Reinos Humanos temían: que los feéricos, definitivamente, se habían vuelto contra todos ellos.
Cuando finalmente River hizo acopio de valor para entrar en la taberna, ya se había hecho de día. No le sorprendió ver que Eyrien y Killian estaban sentados a una mesa desayunando. La Dama de Siarta se había cambiado de ropa y charlaba amistosamente con Killian, lo que hizo que a River se le encogiera el corazón. Parecía tan dulce en su aspecto de humana, sonriendo mientras Killian le explicaba a saber qué ocurrencia sin temer por su seguridad... Al verlo junto a la entrada, Druon, el posadero, se apresuró a acercarse a él, limpiándose las manos en su delantal.
—Señor, me habéis hecho pasar un mal rato —dijo angustiado—. Tanto el príncipe como la dama se han mostrado muy asustados al ver que no estabais en vuestra habitación al despertar, y han venido corriendo a ver si yo sabía algo. Les he dicho que os habíais levantado muy temprano y habíais salido a pasear, señor —dijo el posadero incómodo ante sus propias mentiras.
—Has hecho bien, posadero —dijo River.
Eyrien reparó en su presencia y alzó la mano para pedirle que se acercara, con el alivio impreso en el rostro. También Killian se giró y movió su silla para que River pudiera acomodarse junto a él. Cuando se sentó a la mesa, River se descubrió incapaz de apartar su mirada del rostro de Eyrien, sintiéndose cada vez más traicionado y triste. ¿Por qué tristeza? se preguntó mientras ella le devolvía una mirada de extrañeza.
—¿Dónde has estado, bribón? —le preguntó Killian dándole una palmada en la espalda—. Casi me muero del susto. Y a Eyrien también le has preocupado, River —dijo, como si aquello fuera lo más grave e imperdonable de cuanto había hecho nunca.
Ella ignorando que su otra identidad había sido bruscamente descubierta, se sintió extrañada ante la mirada dura que le dirigió el mago. Se preguntaba qué cambio se había producido en los pensamientos del Alto humano. Se sintió inquieta ante la posibilidad de que sus temores se convirtiesen en realidad y River se estuviera dejando seducir por el poder de la oscuridad.
—¿Te pasa algo, River? —le preguntó.
—¿Debería? —le respondió él, mirándola fijamente con sus ojos verde intenso.
—¡River! —exclamó Killian.
No siguieron hablando porque el mismo Alto humano con el que Eyrien había estado conversando el día anterior había entrado en el comedor y se dirigía hacia ellos con premura.
—Mi dama Erynie, caballeros —dijo saludando—, me temo que deberéis apresurar vuestra partida de la ciudad.
—¿Por qué, alguien nos ha reconocido? —dijo Killian alerta—. La muchacha...
—No, no —dijo el mago—. Pero van a identificar a todos los Altos humanos de la ciudad.
—¿Por qué? —preguntó River con sequedad.
—Porque... —dijo el mago, mirando a Eyrien—. Porque ha sucedido algún incidente esta noche que les ha hecho desconfiar de nosotros. Además, de aquí a dos noches hay eclipse de Luna.
—Bien, gracias —dijo Eyrien atajando la conversación—. Nos iremos inmediatamente.
Se levantaron y se dirigieron a la casa oculta con rapidez, seguidos por el atribulado posadero y el mago. Tras empacar sus cosas fueron a otra de las habitaciones de la casa, donde una escalera estrecha llevaba a un pequeño desván. Había allí un ventanuco excavado que daba a la muralla, en la zona más inaccesible de ésta. El suelo se hallaba a unos cuatro metros de distancia, y allí crecían los matorrales salvajes con total libertad. Eyrien se asomó a la ventana y llamó quedamente a Elarha, como si no estuviera a más de un metro de distancia, y volvió a girarse hacia sus acompañantes. Sacó de entre sus pertenencias un saquito que tintineaba de oro y se lo entregó al posadero, que ni siquiera se molestó en intentar rechazarlo. Eyrien saltó por la ventana y cayó de pie con la agilidad de un gato, pero River y Killian usaron una cuerda que los gevinianos sujetaron para poder deslizarse hasta el suelo. Una vez estuvieron todos abajo, saludaron con la mano a los que quedaban arriba y empezaron a caminar tras Eyrien.
River y Killian jadeaban para seguir el paso de la elfa por el relieve rocoso. Poco después Killian aminoró el paso, llevándose una mano al costado. Siguieron en silencio hasta que llegaron a la linde del bosquecillo que se extendía a los lados de la vereda que llegaba del sur a Gevinen. Aunque los árboles y arbustos de aquella zona de ambiente cálido y seco eran bastante frondosos, tardaron poco en ver a los caballos que esperaban impacientes algo más allá. Eyrien se abrazó al cuello de Elarha. Mientras acariciaba a Adrastea con cariño, River se fijó en que Eyrien apoyaba la frente en el pelaje grisáceo de Elarha con aspecto contrito. Realmente parecía afligida, pero River tenía demasiado viva en la mente la imagen de Eyrien asesinando al Bajo humano y recordando que él o Killian podían ser los siguientes como para sentir pena por ella. La ternura que le había despertado la elfa, haciéndole descubrir sentimientos que no había sentido nunca hasta aquel momento, se había evaporado como el rocío al sol de la mañana.
En un silencio más hondo de lo habitual, montaron y siguieron camino a través del bosquecillo, oyendo únicamente el canto de los pájaros y el sonido del viento en las hojas; parecía que no los seguían. Killian también estaba en silencio, seguía demasiado sorprendido por la conducta de River, si poder hallar explicación, y meditaba sobre ello. Como sabía que no podía preguntarle porque la elfa lo oiría con total seguridad, prefirió hacerla hablar a ella.
—Eyrien —dijo adelantando a Jano—, ¿ese posadero geviniano pertenece a los Ejércitos Libres o sólo nos ayuda por el oro?
—Es un ciudadano libre —dijo la elfa con la mente en otra parte—. Ya os dije que también en las Ciudades Neutrales hay quien apoya a la libertad. Y ya visteis que no quería dinero alguno, pero la gente como él arriesga mucho ayudándonos y hay que devolverles el favor.
—¿Les damos un poco de oro y así ya nos sentimos tranquilos? —preguntó River rompiendo su silencio.
—No —dijo Eyrien alzando sus cejas azules en aquel gesto que indicaba que empezaba a molestarse—. Les proporcionamos un seguro de vida. Si finalmente son descubiertos y tienen que huir de sus hogares, tendrán el dinero suficiente como para poder seguir viviendo con tranquilidad en cualquier lugar que les plazca. Además de toda la protección y ayuda que soliciten de nuestra parte, por supuesto.
—Querrás decir
nuestra
ayuda —dijo River—. Porque seremos los arsilonianos los que tengamos que proteger a todos los exiliados cuando llegue el momento de la guerra, convirtiendo a Arsilon en un hormiguero asediado mientras los elfos mantenéis vuestras tierras intactas.
Eyrien le dirigió una mirada que literalmente destelló de ira, haciendo que tanto River como Killian sintieran el calor que desprendía. Sin embargo Eyrien se controló y se obligó a volver a mirar al frente mientras Killian se enfurecía también, incapaz de creer que aquel viaje que había empezado tan amistosamente se estuviera desarrollando ya en aquellos términos.
—¿Se puede saber qué te pasa, River? —le dijo con más incomprensión que enojo—. Pídele disculpas a Eyrien inmediatamente.
River estuvo a punto de replicarle, pero se obligó a recordar que aún no había compartido su funesto descubrimiento con su amigo.
—Tienes razón, Killian —dijo, y se giró a mirar a Eyrien—. Lo siento. Me reprocho a mí mismo el haber hablado con tanta falta de diplomacia, Hija de Siarta.
Eyrien sólo se giró a mirarlo el tiempo justo de comprobar que su expresión no acompañaba a sus palabras y que estaba utilizando la mentira, tan habitual entre los suyos. No había conseguido averiguar la causa de aquel cambio, pero los pensamientos de River empezaban a rezumar intolerancia hacia la forma en que elfos y humanos se habían tratado desde hacía tantos años. También la incomodaba lo mucho que empezaba a brillar la chispa de ira en los ojos verdes de River, que estaba despertando sus instintivos sentidos heredados de los elfos. Como la adrenalina antes de una batalla, también las capacidades mágicas aumentaban en respuesta al estado del hechicero que las poseía.
—Parece que te hayas levantado con el pie izquierdo hoy —le dijo Killian a River con un reproche cariñoso, intentando apaciguar su incomprensible actitud agresiva.
Eyrien se adelantó un poco a ellos. Creía empezar a ver con dolorosa claridad el camino que llevaba al final de aquella odiosa profecía: su relación con el mago empeoraría hasta que alguno de los dos estallase, Eyrien vería claro el peligro en que, como decían las predicciones astrológicas, se convertiría el hijo de Lander para la estabilidad de los elfos, y se vería obligada a matarlo al fin. Killian no soportaría la realidad de su muerte, se enfrentaría a ella y tendría que matarlo también. Sin embargo, ésos no eran los únicos pensamientos aterradores que atenazaban su mente. ¿Qué pasaría cuando ella cumpliera con su deber, siendo además la culpable de su desencadenamiento? Arsilon sin duda abandonaría la Alianza. Los enanos quizás se replantearían sus relaciones con elfos y humanos, y la fuerza compacta que componían todos ellos contra los Reinos Cáusticos de Maelvania se rompería en mil pedazos. Eyrien no podía entender cómo, pero ella era la responsable y tendría que vivir con su remordimiento eterno mientras vería tambalearse el mundo que la rodeaba bajo la amenaza de la guerra. Tuvo que parpadear repetidamente para evitar que emergieran las lágrimas.
—Eh... Eyrien —oyó que la llamaba Killian con insistencia.
Se giró a mirarlo aún un poco distraída.
—No sé si te has dado cuenta —dijo Killian con una sonrisa—, pero tus pupilas son verticales.
Eyrien alzó la mirada al cielo, que se mostraba de aquel color negro un tanto granate que indicaba que acababa de anochecer.
—Llevamos todo el día cabalgando sin parar, y ya no podemos más —dijo el arsiloniano palmeando el cuello de Jano—. ¿Podríamos detenernos ya? Ni siquiera hemos comido y recuerda que nosotros somos humanos; hacemos tres comidas al día y ya nos hemos saltado una.
—Ah, sí claro —dijo Eyrien, encaminando a Elarha a un descampado que se adivinaba un poco más allá—. Me he distraído y no me he dado cuenta.
Se detuvieron momentos después y establecieron el fugaz campamento, tras lo cual Killian se apresuró a preparar la cena para él y para River, ya que Eyrien adujo estar desganada. El mago ayudaba a su amigo en silencio, aunque era evidente que él no había olvidado las tensiones del día tan rápido como su amigo; como Eyrien, había tenido todo el día para pensar. La cena se produjo casi en silencio, hasta que Killian reparó en lo mucho que Eyrien miraba al cielo.
—¿Por qué parecía un dato importante el hecho de que mañana por la noche haya un eclipse lunar? —le preguntó mientras empezaba a desenrollar su lío de mantas para acostarse.
—Los Elfos de la Noche recibimos nuestra energía de la Luna —dijo, y Killian asintió mientras River se limitaba a mirarla con sus ojos verdes brillando anormalmente en la oscuridad—. Si ella es bloqueada por el Sol se pierde su esencia y nosotros nos debilitamos.
—Ya —dijo Killian dándole la razón a la elfa, porque era incapaz de encontrar un razonamiento lógico a lo que ella estaba explicando—. ¿Y qué sucederá entonces?
—Que mis poderes mágicos se verán diezmados —reconoció Eyrien.
—¿Serás como una Alta humana entonces? —preguntó Killian mientras se estiraba entre sus mantas al otro lado del fuego, casi vencido por el sueño—. Pues vaya. ¿Y quién nos protegerá de los wendigos?
Eyrien se volvió para mirar a River, y le pareció descubrir una mirada fría y calculadora fija en ella. Pero al momento sólo era inexpresividad lo que transmitía la mirada del mago, y empezó a pensar que se estaba volviendo paranoica. Killian, algo más allá, ya estaba dormido.