—¿Tú de verdad quieres que te dé una lección de astronomía? —le preguntó Eyrien—. ¿O es que quieres ver hasta qué punto es verdad lo que decía Eriesh sobre lo cargantes que podemos ser los Elfos de la Noche?
—¿Por qué te sorprende tanto? —le preguntó River un poco molesto—. Por muy humano que sea, también puedo tener curiosidad por las cosas que desconozco; ése no es un sentimiento único de los elfos. Y tú dijiste que podíamos aprender cosas de ti, así que estoy aprovechando esa fuente de información mientras la tenga a mi alcance.
—Está bien —dijo finalmente Eyrien. Giró la cabeza hacia el cielo y señaló sin dudar a un punto de la bóveda celeste—. Mira allí. ¿Puedes reconocer alguna constelación?
—Creo... —respondió, haciendo un esfuerzo por reconocer algo familiar—. Sí, veo El Delfín.
—Bien —dijo Eyrien satisfecha—. Ahora intenta dibujar en tu mente un mapa del Continente Norte. En ese mapa, la constelación del Delfín sería el bosque de Quersia. En la estrella gamma del Delfín estaría Quersis, la capital de los Elfos del Bosque, y por debajo, en epsilon estaría el Centro Umbanda de Quersia.
—Vaya, entonces si miro un mapa, ¡casi puedo saber dónde se esconden los Elfos Silvanos! —dijo River, estudiando la disposición de las estrellas en la constelación y trasladando su forma mentalmente a un mapa geográfico—. ¿Y por qué esa disposición? No será por casualidad.
—Claro que no —dijo Eyrien—. Fuimos los elfos los primeros en habitar estas tierras, los que dispusimos los territorios de esa forma. Responde a una necesidad de poder ubicar mentalmente cualquier territorio conocido y poder llegar a él sin necesidad de tener un mapa que pudiese llegar a él sin necesidad de tener un mapa que pudiese llegar a malas manos. Como seguir la Estrella del Norte, pero más complejo. Además esa disposición favorece la renovación de energía telúrica de los lugares que habitamos. Incluso Arsilon, aunque sea una ciudad humana, representa el astro bajo el que se encontraba cuando se fundó; así lo dispusimos los elfos. Eso facilita, por ejemplo, que los telépatas podamos comunicarnos de una ciudad a otra. De esa forma es posible hacer llegar un mensaje desde Sentrist hasta Siarta pasando por telépatas de las diferentes regiones.
—Ya lo entiendo. Es fascinante... —dijo River—. Explícame más.
—A la izquierda —preguntó Eyrien sonriéndole abiertamente—: ¿Puedes reconocer La Flecha?
—Vale, la veo. Algo por encima de la constelación del Águila —dijo River.
—Sí, muy bien. Entonces entenderás rápidamente por qué los Enanos de las Montañas y los Elfos de las Rocas son vecinos: Riskaben está edificada bajo las tres primeras estrellas de El Águila, en Altaïr o alfa, y Greisan se sitúa en la estrella delta La Flecha; es decir, que están muy cerca de la otra. Sobre todo teniendo en cuenta que hace miles de años, cuando se construyeron ambas ciudades, sus constelaciones se hallaban más cercanas que ahora.
—Es desconcertante —dijo River—. Las estrellas parecen estar siempre en el mismo sitio.
—Eso es porque la vida humana es demasiado corta para apreciar las diferencias.
Antes de que las estrellas empezasen a desvanecerse bajo el influjo del sol naciente, la Elfa de la Noche aún tuvo tiempo de explicarle a River que Sentrist estaba algo por debajo y en línea recta de la estrella epsilon de El Águila, es decir por debajo también del Albireo, que representaba a Arsilon. Ésta se encontraba en el centro del llamado Triángulo de Verano, una de las más hermosas visiones del cielo nocturno y que aunaba a Altaïr de El Águila, Vega de La Lira y la norteña Deneb de El Cisne, en aquel descomunal cuerpo geométrico que alumbraba desde el cielo. La Hija de Siarta le explicó que, siendo Siarta la estrella de Deneb y Vega la capital de Udrian, elfos, enanos y Altos humanos rodeaban a la Arsilon de los Bajos humanos y la convertían en un centro estratégicamente protegido y bien comunicado para todos los Reinos Libres que luchaban por la libertad. Quizás los Bajos humanos eran los menos fuertes pero por su número y su ímpetu guerrero eran una pieza principal.
Killian, futuro rey de la facción más numerosa de la Alianza, despertó bajo el influjo luminoso del sol naciente y se asustó al ver que las mantas de River estaban vacías a su lado. Se incorporó, ya despejado de los últimos rastros del sueño, y vio que su amigo estaba sentado junto a la elfa, charlando de una forma tan relajada que parecía que llevaran horas en el mismo lugar.
—¿Os habéis pasado despiertos toda la noche? —les preguntó, sacudiéndose las mantas de encima y empezando a encender el fuego para el desayuno.
—Me temo que he estado aburriendo a tu amigo con mis disertaciones de astrónoma despiadada —dijo Eyrien, quien, a diferencia de River, parecía completamente descansada.
—Me ha estado enseñando a leer los mapas de Arsilon en el cielo —la corrigió River mientras se restregaba los ojos—. ¿Seguirás enseñándome el cielo la próxima noche? Quiero saberlo todo.
—¿Todo? —dijo Eyrien—. Conozco el nombre de cada estrella y de cada satélite de hasta el último de los planetas. Y conozco sus movimientos y puedo leer algunas cosas en su constante deambular. Los Elfos de la Noche miramos al cielo cada atardecer, y cuando llevas 221 años mirando cada día la oscuridad del cielo —dijo Eyrien, y observó de reojo la expresión que cruzaba el rostro de River al conocer su verdadera edad—, acabas considerando que el firmamento es tu mejor amigo, pues aunque estés en el lugar más recóndito y solitario de la Tierra, los astros siempre te acompañan y te iluminan desde la lejanía. Todo es demasiado para un mortal, mago. Pero ya veremos, quizás te revele algo más.
Después de desayunar siguieron camino, cruzando ahora una región más rocosa que se extendía cerca de Gevinen, y a la que llamaban la Llanura Quebrada por tratarse de una región volcánica surcada de profundas grietas y pequeños abismos. Sin embargo el suelo volcánico era muy rico en nutrientes, y allí donde crecía la hierba lo hacía con un verde tan intenso que parecía de esmeralda, y los pequeños bosquecillos estaban saturados de especies exóticas que parecían la obra de un pintor surrealista. Pero aquel suelo fértil también estaba sembrado de cultivos y campos agrícolas, y Eyrien no tardó en colocarse su larga capa sobre los hombros, ocultando su rostro y su cuerpo a los ojos humanos. Aún siguieron avanzando un rato antes de que Eyrien empezara a observar el aire como si lo husmeara.
—A partir de ahora avanzaremos en silencio —susurró la inmortal, tranquila pero alerta.
—Pero qué... —dijo River, aunque la mirada afilada que Eyrien le dirigió lo silenció.
—He dicho en silencio. Aprende a obedecerme, mago, si quieres llegar a Sentrist y quieres salir vivo luego de allí —dijo la elfa con severidad—. No hagas que me arrepienta ya de haber dejado que me toméis una cierta amistad.
Luego añadió algo en lengua élfica, habándoles a los caballos. Debido a que los conocimientos que tenía River de la lengua inmortal eran palabras aisladas, sólo llegó a entender los nombres de los caballos y las palabras «peligro» y «protección», por lo que dedujo que Eyrien instaba a sus caballos élficos a protegerlos a ellos en caso de peligro.
Avanzaron en silencio, apreciando cada vez con mayor precisión los sonidos que se sucedían a su alrededor. Pronto ambos humanos se dieron cuenta de que lo que habían creído un apacible y natural silencio, estaba sembrado de los sonidos que producía la vida oculta de aquel bosque tropical. Como si ahora ellos mismos tuviesen el sutil oído de los elfos, escuchaban con chocante claridad el zumbido de los insectos, el crujido de la hierba bajo las patas de los roedores e incluso el viento, tan intangible e invisible pero casi físico entre las hojas. Sin embargo no escucharon lo que llevó a la elfa a gritar de pronto.
—¡Al suelo!
River no tuvo tiempo de agacharse antes de descubrir que Eyrien les había hablado a los caballos y no a ellos. De una sacudida Jano y Adrastea los habían lanzado a él y a Killian sobre la hierba, y los protegían con sus enormes y fibrosos cuerpos. Mientras tanto, Eyrien había lanzado un conjuro de protección a su alrededor, y miraba en torno sujetando una flecha en la mano. River se quedó asombrado al descubrir que Eyrien no había sacado su arco, y que la flecha que sostenía en la mano ni siquiera era suya. Algo tosca y tocada con plumas de cuervo, la saeta que Eyrien sostenía en su mano derecha era una flecha de trasgo.
La calma volvió a extenderse sobre el bosque; Jano relinchó. Killian, que tras recuperarse de la sorpresa se había alzado como un resorte espada en mano, se fijó también en la flecha que sostenía Eyrien.
—¿La has cogido al vuelo? —le preguntó asombrado.
—Sólo he estado atenta —dijo Eyrien, observando la flecha que sostenía en su mano.
—Sólo ha estado atenta —repitió Killian mirando a River, dirigiéndole una mirada irónica.
—Es una flecha trasgo de los Trasgos de la Quebrada —dijo Eyrien haciendo caso omiso al comentario—. Esto supone un problema, porque alguien debe habernos visto y los habrán alertado —dijo la elfa. Luego añadió—: Killian, envaina esa espada.
El príncipe frunció el entrecejo, le parecía paradójico que les dijera que los estaban atacando y a la vez lo conminase a guardar su arma. Pero, como sabía que era mejor no importunarla, obedeció. La elfa ya había demostrado ser muy poco paciente en aquel aspecto.
—Pediremos información —añadió Eyrien.
Mientras ella volvía a avanzar a pie, con la silenciosa Elarha a su lado, Killian y River no dejaban de preguntarse íntimamente si la inmortal pensaba pedir esa información a los árboles o directamente a los trasgos. Como había hecho cuando se habían sabido inmersos en un territorio wendigo, la feérica estudió el suelo, el aire y un sinfín de señales que sólo ella sabía ver. Killian tuvo la sensación de que pocas presas debían escapársele a aquella rastreadora. De pronto se detuvo en un pequeño claro que se abría entre la espesura del bosque.
—Es aquí —dijo; sus cabellos azules destacaban contra el verde de la fronda selvática.
Se acercó a un árbol grande, centenario, de madera nudosa. Resueltamente, Eyrien alzó el brazo y golpeó la corteza con los nudillos como si estuviese llamando a la puerta de una casa. Produjo una serie de ruiditos y silbidos indescifrables mientras River y Killian la miraban boquiabiertos, y aguardó junto al árbol.
—Puede que no estén en casa... —murmuró para sí.
Pero sí estaban en casa, porque poco después salió de un pequeño agujero a ras de suelo, un pequeño ser feérico.
—¡Un uldra! —dijo River sorprendido.
La elfa se agachó junto al pequeño uldra e inició una conversación con él en aquel extraño idioma, que sin duda era el Uldaran. Mientras tanto, River y Killian se fijaron en el pequeño duende, pues nunca hubiesen creído que verían uno. Casi no habían creído que existiese aquella especie siquiera. Era un hombrecillo de un palmo de altura, y aunque su cabeza, que adornaba con un gorro cónico, poseía rasgos humanoides normales con ojos grandes y barba, sus extremidades terminaban en tres gruesos y largos dedos que en los pies poseían unas uñas como garras, gruesas y afiladas, mientras que en las manos eran los mismos dedos los que acababan en punta. Tenían un aspecto extraño, pero mientras no se dañara a sus árboles los uldras eran seres amistosos y amables, tímidos aunque solidarios. Solían mostrarse sólo a los elfos, con quien compartían su amor por la naturaleza, de ahí que pocos humanos creyeran realmente en su existencia. En aquel momento, el pequeño feérico alzó las largas manos en el universal gesto de espera y volvió a desaparecer por el agujero del árbol.
—El uldra dice que hay una sola patrulla de trasgos en esta zona —dijo Eyrien—. Nos mostrará cuál es la ruta a seguir para que tengamos más probabilidades de caer en su trampa.
Mientras Killian y River se planteaban si habían oído mal, el uldra volvió a emerger del tronco del árbol cargando con una gran corteza pulida que parecía un mapa. Le dio unas cuantas indicaciones a Eyrien mientras ésta asentía y hacía de vez en cuando alguna pregunta. Finalmente el uldra bajó el trozo de corteza y desapareció en el interior de su hogar.
—Bueno, ya podemos seguir adelante —dijo Eyrien.
Los dos chicos reanudaron el camino tras ella, con sus monturas avanzando detrás. Cuando había pasado un rato, Killian ya no pudo contenerse.
—Disculpa, Eyrien...
—Los trasgos son bastante estúpidos. Muy malévolos y astutos, pero estúpidos en general —lo interrumpió Eyrien avanzándose a su pregunta—. Antes de dar la alarma a los destacamentos cáusticos de Gevinen intentarán matarnos. Así que lo que tenemos que hacer es acabar con todos cuando nos ataquen, y no dejar escapar a ninguno. Esperaremos a que nos ataquen ellos, ya que cuando se lance sobre nosotros lo harán todos a la vez, y así podremos verlos a todos e impedir que escape alguno. Los trasgos siempre viajan en columnas de veinte, y el uldra me ha dicho que hay sólo un batallón. Lo que haremos será seguir adelante, porque cuando nos vean movernos de nuevo intentarán matarnos a flechazos antes que entrar en combate directo. He lanzado un hechizo protector. No miréis las flechas, haced como que no os sentís atacados. Tenemos que parecer lo suficientemente idiotas como para que piensen que pueden cogernos desprevenidos, y así gastarán hasta la última flecha buscando un punto flojo en mi pantalla de protección. Son así de estúpidos, ya lo he visto otras veces. Cuando se les acaben las flechas, preparaos para desenvainar. Y tú, mago, ve decidiendo qué hechizos te serán útiles esta vez; nada de arañazos y golpes suaves, porque seremos tres contra veinte. Pero no temáis y estad tranquilos, yo estoy con vosotros. Sigamos.
Montaron de nuevo. River acarició con cariño el cuello de Adrastea; descubrir que un caballo tan inteligente decidía interponerse entre él y el peligro le había enternecido hasta ver al animal de una forma diferente. Cuando habían avanzado pocos metros, empezaron a emerger las primeras flechas desde la espesura. Con un sonido deslizante y sutil, las saetas irrumpían desde cualquier punto a su alrededor. Pero todas caían irremediablemente en las veredas del camino, y River pronto se dio cuenta de que los trasgos realmente intentaban buscar agujeros en la pantalla mágica de la elfa cual si se tratase de los puntos de unión de las diferentes partes de una armadura. Algunas flechas venían altas, otras casi rozando el suelo, algunas en parejas y otras desde dos puntos opuestos a la vez. River pensó, mientras avanzaba haciendo ver que no veía las flechas que iban cayendo a su alrededor como aves alcanzadas en pleno vuelo, que hasta el momento aquella era la situación más extraña y sorprendente en que se había visto envuelto.