—¿Y por qué entonces Eriesh y tú os habéis ocupado de su adiestramiento? —dijo sin importarle que las lágrimas afloraran a sus ojos.
—Soy una Cazadora, no una asesina, Ian —respondió Eyrien—. Por eso Eriesh y yo les hemos dado armas con que defenderse, aun de mí. Jamás he matado a nadie que no pudiera defenderse, ni lo haría ahora. Al menos, ahora, podrán enfrentarse a mí si lo desean.
—Son sólo unos críos, Eyrien —dijo Ian, sabiendo que sus chicos no serían rivales para Eyrien—. Sólo unos chicos honestos y de buen corazón.
—Lo sé, Ian —dijo Eyrien con suavidad—. Lo he visto con mis propios ojos. Y recuerda que en mi conciencia pesan las promesas que hice a tu hermana y a Robin antes de que ambas murieran dejando atrás a sus hijos. Por eso he decidido no cumplir con mi misión por el momento.
—¿De veras? —dijo Ian, incapaz de creerla.
—Ian, querido —dijo Eyrien ya un tanto exasperada—. ¿Acaso puedo mentir? Si te digo que por ahora no voy a hacerlo, es que por ahora no voy a hacerlo.
—Tienes razón, lo siento. Lo siento —dijo Ian, cuando al fin entendió que la elfa estaba perdonando la vida a sus chicos. Le apretó la mano con más fuerza y con el alivio impreso en su rostro empalidecido—. Gracias, Eyrien. Sin duda eres la mejor amiga que un hombre puede tener, y la más amable de todas las elfas. Gracias.
—Ian —dijo la elfa en tono cortante—, ten en cuenta que he dicho por el momento. Tus chicos son buenas personas ahora. Pero los caminos del futuro dan muchas vueltas y todos podemos tropezar en él y caer, sobre todo vosotros los humanos. Y las estrellas nunca mienten. Si te sirve de consuelo, Ian... si nos traicionan quizás laso veas de forma diferente.
—Si ellos tienen que morir, Eyrien —dijo Ian con una sonrisa triste—, mátame antes a mí, porque no quiero seguir viviendo para verlo. No me enfrentaré a ti si nos traicionan y decides matarlos, pero tampoco podré perdonarme el haber permitido su muerte. Son lo único que me queda en este mundo además de la libertad, y si no puedo luchar por esas dos cosas a la vez no quiero seguir viviendo.
—Te comprendo, porque he compartido muchas de tus pérdidas. Y espero que entiendas por qué he querido explicártelo. Sabes que te aprecio y que confío en ti, por eso me he arriesgado a desvelaros a todos un secreto por el que podría poner en peligro a mi pueblo. Yo pongo esa esperanza en ellos, y si no pensase que hago bien, sabes que no lo haría. —Miró fijamente a todos los presentes—. Recordad todos que es muy peligroso desvelar las profecías, porque no se debe forzar el cambio del destino que se observa en ellas —dijo—. Vuestra propia desconfianza hacia ellos podría ser la causante misma de su futura deslealtad, así que cuidaos de comportaros de forma diferente por lo que sabéis ahora.
—No te preocupes, Eyrien —dijo Trenzor—. Yo sigo siendo tan incapaz de creer en esa profecía que no voy a variar ni un ápice la confianza que tengo en esos chicos.
—Lo mismo que yo —dijo Freyn—. He tomado cariño a esos chicos como a muy pocos humanos.
—Eyrien —dijo Ian preocupado de nuevo—, ¿no te causará problemas a ti esa decisión de postergar la misión que te han encomendado los Sabios? ¿No será peligroso para ti, como Cazadora y como heredera de los elfos?
—Eso es cosa mía —dijo Eyrien con determinación, aunque no dejaba de preguntarse si sus propios problemas no habrían empezado ya—. Soy dueña de mis actos por encima de todo. Ahora debemos decidir qué vamos a hacer una vez hemos oído estas explicaciones.
La reunión aún duró varias horas, y de lo que allí se habló poco trascendió fuera.
El día después de la reunión a la que no se le había invitado, olvidado ya el rencor que lo había ofuscado, River se quedó estupefacto cuando, mientras descansaba en los bancos del jardín del Centro Umbanda, empezó a extenderse el rumor de que había un elfo en las instalaciones. No era la primera vez que aquel tipo de rumores se diseminaban entre los alumnos del centro, debido al ansia obsesiva que tenían la mayoría de Altos humanos por ver un feérico, y River y sus compañeros, que eran los discípulos más antiguos del centro, no le dieron crédito.
Además del Centro Umbanda de Arsilon había otros tres centros de enseñanza mágica en los territorios libres. Dos de ellos estaban en las norteñas tierras de Udrian, debido a que la mayoría de Altos humanos eran udrianos, y el otro estaba dentro del bosque de Quersia y cerca de la ciudad capital de los Elfos de los Bosques, lo que lo convertía en la única instalación humana situada en territorios élficos. Así, a los centros del norte acudían principalmente udrianos y al de Quersia aquellos que estaban más interesados en la magia relacionada con la naturaleza, por lo que el de Arsilon era el centro más cosmopolita y accesible, y al estar en el centro estratégico de los Reinos Libres, el más versado en las artes guerreras. A Arsilon acudían Altos humanos de todas las ciudades del sur y el oeste, y había representantes de las más diversas ciudades y los más recónditos lugares. Y muchos de aquellos alumnos tenían historias personales verdaderamente sorprendentes o trágicas, pero siempre afectadas de alguna forma por las muchas guerras que habían asolado a los Reinos Libres. Al ser tan pocos los Altos humanos y tan necesarios sus poderes, muchos de los magos que estudiaban allí habían perdido a algún familiar cercano o habían sufrido persecución por enemigos encubiertos. Hasta los niños más pequeños tenían una gran conciencia de lo necesarios que serían sus esfuerzos y sus conocimientos en las dificultades que se avecinaban en el futuro, cuando tuvieran que defender su tierra.
River era especialmente conocido en toda la escuela por ser quien era, el último mago de la Casa de los Tres Elfos y el ahijado del rey de Arsilon, pero también los estudiantes que habían visto a un elfo alguna vez gozaban de una gran fama entre sus compañeros; eran pocos los que habían visto a un inmortal y, los que lo habían hecho, generalmente no podían explicar mucho de ellos porque siempre había sucedido en la penumbra de un bosque o la oscuridad de una noche sombría. Por aquel motivo y cada vez que corría por el centro el rumor de que uno de los elfos que visitaban Arsilon había sido visto, se formaba un revuelo tal que a veces obligaba a los impotentes maestros a interrumpir sus lecciones mágicas.
Por eso cuando una de sus propias compañeras llegó corriendo hasta los bancos donde River estaba con sus compañeros, con las mejillas coloradas y los ojos brillantes de emoción, todos se quedaron mirándola expectantes.
—¡Es cierto, hay un inmortal en el centro! —dijo la chica, presa de una gran excitación—. Me lo ha dicho el maestro Obiun. Parece ser que está hablando con el director Hedar.
River se quedó sorprendido. Él ya estaba casi acostumbrado a ver elfos, pues veía a Eyrien a veces y a Eriesh casi a diario, pero que un elfo se hubiese personado en el Centro Umbanda era algo inaudito. Todos miraron hacia el amplio pasillo de piedra cuando empezaron a escucharse exclamaciones ahogadas por aquella zona. Enseguida los estudiantes empezaron a salir por la esquina del fondo dejando sitio y sin dejar de mirar atrás, como si fuese el rey Subinion de los elfos con su escolta el que se acercaba por aquel pasadizo.
River se quedó perplejo al ver a la mismísima Hija de Siarta aparecer por la esquina, con su paso majestuoso y altivo, ajena a que todos la miraban con reverencia y sorpresa, y algunos incluso con temor. Iba vestida, como acostumbraba, con un ceñido vestido de color violeta y una capa a juego que contrastaban con los cabellos de un azul eléctrico que mostraba aquella mañana. Por todo complemento llevaba un cinturón de oro blanco que le rodeaba las caderas y una daga prendida de un tahalí. Los ojos de Eyrien enseguida se posaron en los suyos, y River se ruborizó un poco; si la Elfa de la Noche demostraba que le conocía, él ya no volvería a pasar desapercibido nunca más. Además ahora que la veía rodeada de anodinos humanos, River se estaba dando cuenta de lo realmente hermosa que era la elfa; casi había olvidado las enormes diferencias que había entre el pueblo inmortal y el suyo propio.
Lo mismo debían estar pensando sus compañeros, porque mientras Eyrien avanzaba por el pasillo se oían murmullos y cuchicheos, y dos muchachos algo mayores que River se dijeron algo en voz baja y empezaron a reírse. Seguramente habían olvidado lo finos que eran los oídos puntiagudos de la elfa, que les echó un conjuro. Los dos chicos pusieron cara de horror y se llevaron las manos a la garganta, al darse cuenta de que, aunque habían seguido riéndose, ya no salía ningún sonido de su boca.
—Si hay algo que me guste tan poco como las indiscreciones, son las obscenidades —dijo Eyrien con su voz sobrenatural creando ecos en el corredor, antes de guiñarle un ojo a River.
Los compañeros que lo rodeaban se giraron a mirarlo lentamente, con asombro, al ver que la Elfa de la Noche se había dirigido a él. Pero enseguida devolvieron la atención a la inmortal, al ver que un niño pequeño que había acudido corriendo por el pasillo lateral a ver qué sucedía chocaba contra las largas piernas de la elfa. El niño levantó la mirada hacia la hechicera feérica.
—¡Vaya...! —dijo como si hubiese descubierto un tesoro bajo una piedra.
La elfa miró al niño con intensa curiosidad, y se agachó para observarlo de cerca.
—Me llamo Dorian, señora. No, no tengo miedo —respondió el niño a una pregunta telepática—. Mi padre era jefe de los hechiceros del oeste. Me dijo que un elfo le salvó de morir en manos de los kapres.
—¿Tu ancestro era un Elfo de las Rocas?
—No lo sé —dijo el niño algo apenado—. Fue un secreto entre mis antepasados.
—Entonces vamos a descubrirlo —dijo Eyrien, poniendo una mano sobre los cabellos pajizos del niño—. Desprendes tanta energía feérica que debes tener uno de los ancestros más recientes.
Muchos a su alrededor fruncieron el entrecejo al ver a la elfa poner su mano sobre la cabeza del niño. River se dio cuenta de que la mayoría de Altos humanos realmente desconfiaban de los elfos y de que, aunque los admiraban, no se sentían cómodos junto a ellos. Algunos de los alumnos mayores miraron rápidamente a los maestros que se habían acercado hasta allí, como preguntando si debían actuar, pero ellos no se movieron ni siquiera cuando los ojos de la elfa empezaron a ponerse dorados y a destellar. Así que todos permanecieron expectantes observando cómo empezaban a manar energía, hasta que ésta se transmitió al niño. El pequeño mago soltó una exclamación de sorpresa al sentir que canalizaba la magia, y que sus cabellos y sus ojos se encendían en un color naranja intenso y brillante por un momento, antes de volver a apagarse. También Eyrien devolvió sus rasgos a la normalidad y relajó los músculos.
—Bueno, ahora ya lo sabes, pequeño —le dijo al niño—. Eres descendiente de un Elfo del Ópalo de fuego. Maestro Obiun —llamó Eyrien mientras se alzaba—, este niño tiene una intensa naturaleza feérica. Es mi deseo que se le traslade al Centro Umbanda de Quersia con el maestro Jon, para maximizar el uso de esa energía de los Elfos de las Rocas que posee. Será un gran hechicero, sin duda.
—Como deseéis, mi dama —dijo Obiun con un solícito asentimiento de la cabeza.
—Sólo conozco a un Alto humano que tenga más poder que este niño —dijo la feérica—. Uno que desciende de un Elfo de la Noche, un Elfo de las Rocas y un Ígneo. Algo inaudito de veras.
Cuando Eyrien se hubo acercado hasta ellos, los compañeros de River dieron un paso atrás. River se quedó sentado solo en el respaldo del banco de piedra, sintiéndose el blanco de todas las miradas humanas además de la de la elfa.
—Hola, River —dijo Eyrien.
—Hola... Erynie —dijo River, y Eyrien sonrió.
—Acompáñame —dijo la elfa, y se giró hacia una de las salas de prácticas. Se fijó en que todos los compañeros de River los miraban y añadió—: Podéis venir.
Todos los presentes empezaron a seguir a la elfa. River se preguntaba qué demonios se le habría pasado a la dama élfica por la cabeza y qué consecuencias tendría eso sobre él. Llegaron a la sala de entrenamiento y Eyrien se fue hacia el extremo del fondo mientras decía en voz alta:
—Vamos a ver cuánto has aprendido desde que decidí ocuparme de tu educación, mago. He venido a examinarte hoy.
Los murmullos aumentaron y River vio que los estudiantes del centro se concentraban junto a las paredes con expresión y expectante y emocionada. Cuando vio que los maestros conjuraban barreras protectoras a todo lo largo del perímetro del público, recordó lo severa que podía ser Eyrien en sus enseñanzas y se esforzó en olvidarse de la gente que lo miraba para concentrarse únicamente en la elfa. La veía muy capaz de matarlo con sus ataques si suspendía su examen.
—Te agrediré suavemente al principio —le comentó Eyrien desde el otro extremo de la sala—. Y aumentaré la complejidad y la potencia de mis conjuros según cómo respondas a ellos.
Se quitó la capa con un rápido movimiento del brazo y quedó al descubierto la parte de arriba de su vestido, un ajustado corsé que se sostenía por una sola manga y dejaba su suave y pálido hombro izquierdo al descubierto. River hizo un esfuerzo por concentrarse y apartar la mirada.
—¿Preparado? —le preguntó Eyrien.
—Preparado —dijo River, desafiante.
Eyrien no esperó para atacar. A River le resultaba casi imposible saber con qué hechizos lo acometía la elfa porque no oía su voz, y sólo conseguía descifrar algunos a través del movimiento de sus labios azules. Por lo que había intentado dejarlo afónico, paralizado y dormirlo. Y al ver que había podido defenderse de aquellos suaves conjuros, ya estaba empezando a intentar arañarlo, quemarlo y romperle algún hueso. Aunque le estaba costando un gran esfuerzo mantenerse ileso, a base de barreras, contraataques y desvíos, River sabía sin ninguna duda que la elfa estaba controlando sus fuerzas y que podría alcanzarlo si quisiera. Así que River, no queriendo que Eyrien lo viera como un ser débil e inferior a ella, decidió atacarla él a su vez y cuando le lanzó el primer hechizo, Eyrien lo esquivó sin dificultad pero sonrió satisfecha.
A partir de aquel momento River olvidó que la Dama de Siarta era algo más que una contrincante y los ataques empezaron a ser más fieros por parte de ambos. Los observadores los miraban con asombro y de vez en cuando exclamaban sus emociones al unísono. Cuando hicieron una pequeña pausa tras un enfrentamiento de fuerzas especialmente intenso en que había intentado dejarse ciegos mutuamente, River aprovechó para recuperar el aliento doblando el cuerpo y apoyando las manos en las rodillas. Miró a Eyrien, que parecía completamente descansada todavía, y se fijó en la inquietante mirada que ella le dirigía.