—Resulta que para muchas cosas, Freyn, mi lealtad debe ser, ante todo, fiel a mi padre y señor, y hay cosas que le explicaré a él primero o me las llevaré conmigo a la tumba. Pero si lo sé es porque Tirenia, que venía del Sur, me dijo que había movimiento gul en Niaranden.
Parecía mentira que la elfa tuviese aquella sangre fría para decirles a los demás que les ocultaba cosas y quedarse tan tranquila, pensó River.
—Yo lo que subrayaría es que, aunque a nuestra querida Hija de Siarta los guls no le parezcan dignos de preocupación —dijo Ian sonriendo a Eyrien—, a los humanos nos provocan bastante más que terror. Dejemos seguir a Teron con su explicación.
Teron se había quedado perplejo. Carraspeó para recuperar su aplomo y siguió exponiendo sus noticias valiéndose de un mapa que extendió sobre la mesa. Momentos después, todos los presentes se inclinaban sobre él para observarlo.
—Las noticias que ha recibido mi señor Suinen nos hablan de un inminente ataque gul en las poblaciones norteñas que fueron obligadas a retroceder hasta la península cercana a Niaranden hace cien años, tras la Primera Invasión Gul...
—Lo recordamos —lo atajó Eriesh esta vez; para ser inmortales, los elfos destacaban por su impaciencia—. Eyrien y yo mismo estuvimos presentes en aquella batalla, y los demás nos han oído explicar hasta el último detalle con atención.
—Eh... bien —dijo Teron mirando a los dos elfos como si los viera por primera vez, incapaz de creer que aquellos dos seres de aspecto joven hubiesen participado en una batalla que se había desarrollado un siglo atrás—. Bien. Pues parece que los guls de Niaranden intentan regresar al Continente Norte, y atacar Sentrist. De momento, no obstante, se han detenido en la isla de Coralia y parecen estar ultimando sus propios... planes.
Freyn pidió la palabra y se giró hacia Eyrien.
—Tú que te has enfrentado dos veces a ellos, Eyrien, explícanos... ¡No te voy a pedir que hables de ese misterioso segundo encuentro y de la obtención de tu maldita espada! —exclamó exasperado al ver que Eyrien componía una resoluta expresión hermética—. Lo que quería preguntarte es si crees que los guls son suficientemente inteligentes como para hacer planes.
—Lo son —dijo Eyrien—. No sé por qué todos os empeñáis en pensar que los guls son estúpidos, cuando son rematadamente listos. O más bien son un ente listo, porque como son una especie colonial, hay un gul padre que piensa por todos en cada colonia. Cada gul puede independizarse y pensar por sí mismo, pero al estar unidos en una sola mente son aún más peligrosos que siendo individuos propiamente libres. Porque piensan y luchan como uno sólo, y en sus filas no hay desorden ni errores; son un único y sincronizado brazo armado.
—El secreto está en destruir a su jefe, porque así se les obliga a pensar individualmente —dijo Eriesh.
—Sin embargo el jefe gul siempre está muy bien protegido, no es tan fácil llegar hasta él —apuntilló Trenzor—. Durante la Primera Invasión Gul no conseguimos dar con él.
—Eriesh y yo nos encargaremos de aniquilar a su jefe —dijo Eyrien resoluta, y Eriesh asintió con la cabeza—. Además, para mí esto es algo personal. Yo no he olvidado a los guls de Niaranden, ni ellos me han olvidado a mí —dijo en un tono tan frío que a muchos se les puso la piel de gallina—. Y tenemos una cuenta pendiente.
—Bien —dijo Ian dubitativo, antes de girarse hacia Teron—. ¿Sabemos cuántos guls son?
—No exactamente —dijo Teron suspirando—. De los seis exploradores que se enviaron, sólo dos han vuelto y uno de ellos es incapaz de hablar porque está conmocionado. Pero creemos que su número está entre los quinientos y los dos mil guls. Nuestro ejército es numeroso con mil soldados valerosos, y nuestras murallas poderosas, pero aún así...
—Tienes razón —dijo Trenzor—. Y con dos elfos tampoco haremos mucho. Aunque a primera vista parecen jóvenes humanos hermosos, lampiños y risueños, los guls son criaturas verdaderamente letales y crueles. En su forma natural, sus potentes extremidades tienen garras largas, afiladas y cargadas con una sustancia que impide la coagulación de la sangre. Su cara se afila en una especie de hocico con largos dientes caninos, y sus ojos se ennegrecen como pozos insondables provistos de gran maldad. Generalmente se alimentan de los cadáveres de los cementerios, pero cuando tienen oportunidad se lanzan sobre humanos, elfos y enanos para devorarlos sin compasión. Ni siquiera se molestan en matar a sus víctimas antes de clavar los colmillos y las garras en sus cuerpos, que rápidamente son despedazados aun en medio de la lucha. Es algo realmente horripilante, que desmoraliza hasta al más recio de los enanos.
Muchos expresaron su desagrado y su odio hacia los guls, excepto Eyrien y Eriesh, que se mantuvieron al margen. Los elfos nunca juzgaban al resto de las criaturas, considerando que ninguna era culpable de la naturaleza de su existencia; ni siquiera mostraban desdén hacia los íncubos, quienes los tenían por su presa más preciada y eran sus mayores enemigos, sino que los observaban como a seres poderosos a los que por tanto había que respetar como especie.
—Sin embargo yo pienso... —dijo Killian, que carraspeó algo cohibido por el hecho de expresar su opinión—. ¿No hubiese sido más lógico por parte de los guls atacar Niaranden, antes que cruzar todo el océano y rodear la Isla Bruma hasta Sentrist?
—Yo estoy de acuerdo —dijo River—. Al decidir atacar el Continente Norte han perdido completamente el factor sorpresa que tan exitosamente les hubiese servido en Niaranden.
—Tengo que decir que yo también estoy de acuerdo con los muchachos —dijo Eyrien, toqueteándose los labios con aspecto pensativo—. Conozco a esos guls y son listos, así que algún motivo debe haber para ese avance a través del mar. Quizás vosotros no lo sepáis, pero los Elfos del Aire de Boreanas han informado de que ha habido Espías Cáusticos en la región Gul.
—¡Eso querría decir que los guls se han unido a las filas de Maelvania! —exclamó sorprendido Verel, el jefe de la Guardia Gris.
—No necesariamente —dijo Trenzor—, porque los guls no necesitan ni quieren aliados. Nunca los han deseado. Pero sí podría significar que este ataque a Sentrist es una operación cooperativa cuyos motivos se nos escapan, y que debe reportar beneficio a ambos pueblos. Eyrien, ¿no hay noticias de Siarta? De... profecías, al respecto.
—No. Desde la muerte de Imran seguramente su capacidad de predicción se ha visto reducida, y además tampoco he podido comunicarme con ellos hasta ahora por mi... debilidad —finalizó con rabia. Sin embargo enseguida alzó la barbilla—. Pero trampa o no trampa, lo que sí es cierto es que los sentristianos, y sobre todo los aldeanos del sur que no gozan de la seguridad de las murallas, estarán en peligro en cuanto los guls reanuden su avance. Yo me voy a Sentrist.
—Y yo, por supuesto —dijo Eriesh.
—Y yo —dijo Freyn.
—¡Y nosotros! —exclamó River mientras Killian asentía vehemente con la cabeza.
Ian los miró con aspecto dubitativo, pero River se le anticipó.
—Ian, no puedes impedirnos implicarnos en la lucha si ya formamos parte de ella —dijo.
—Pero River, hijo, aún sois muy jóvenes —dijo Ian enfatizando sus palabras con un movimiento aplacador de las manos—. Y quizás en otro tipo de situación no hubiese dudado en dejaros ir, pero los guls son peligroso...
—¡Tío! —dijo Killian molesto—. ¿Sabes que la gente me aclama en las calles como si fuese su salvador en cuanto me asomo a la ciudad? Quiero demostrar que valgo lo que la gente cree.
—Eyrien, por favor, pon un poco de sensatez aquí —dijo Ian dirigiéndose a la elfa, buscando un poco de apoyo—. Al fin y al cabo, eres la representante de más poder de la Alianza aquí.
Eyrien permaneció en silencio un rato, para luego observar a River y a Killian.
—Lo pensaré más adelante. Antes hay otros asuntos que debemos tratar, Ian —dijo apoyando las manos en la mesa y poniéndose en pie—. Sugiero que dejemos la reunión para mañana. Ahora necesito meditar algunas cosas antes de tomar ninguna decisión más. Eriesh, Freyn, por favor, venid conmigo. Buenas noches al resto.
Nadie preguntó qué era lo que tenía que pensar la Dama de Siarta ni por qué iba a hacer partícipes de ello al Elfo de las Rocas y al enano. River se sintió algo molesto. Si todos estaban del mismo bando, ¿por qué la elfa seguía mostrándose tan reservada incluso frente al rey de Arsilon, que además de poner su vida a merced de la libertad ponía también la casa en que la elfa habitaba ahora? Una vez más, aquella superioridad manifiesta que mostraba Eyrien hizo que la admiración que River sentía por ella se revistiera de un tinte amargo. Sólo tuvo que ver la expresión ceñuda de Killian para saber que, aunque de una forma más diplomática y reservada, su amigo le daba la razón.
A la mañana siguiente River empezó a sentirse claramente molesto. Después de pasar largo rato en el salón desayunando con Killian, sólo llegaron a acompañarlos el mensajero de Sentrist, los nobles de Arsilon y alguno de los embajadores extranjeros. Ni el rey ni los elfos ni los enanos aparecieron por el salón.
—¿Se puede saber dónde están todos? —le preguntó Killian a Verel cuando llegó al salón.
—La Hija de Siarta los ha convocado a una reunión —dijo el jefe de la Guardia Gris.
—¿Y a nosotros no? —preguntó River—. ¿Se puede saber qué pasa?
—Nunca te metas en los asuntos de Eyrien de Siarta, joven River —le dijo uno de los nobles de Arsilon—. Ella debe tener sus motivos, como siempre. Aunque... mejor no intentes entender la compleja mente de un elfo. Pero no te preocupes, ya nos enteraremos tarde o temprano.
River no se quedó tranquilo con aquella aseveración. El único motivo que se le ocurría para que no hubiesen sido invitados a aquella nueva entrevista era que ésta tratara en torno a ellos.
Ian se sintió algo inquieto cuando fue despertado e informado antes del amanecer de que Eyrien requería su presencia en la sala de reuniones. Se vistió diligentemente y se encaminó sin perder tiempo al subterráneo, preguntándose qué tendría la Hija de Siarta en mente. Por el camino se encontró a Freyn, y al ver el rostro demudado del enano recordó que él ya había seguido charlando con Eyrien después de la reunión de la noche anterior.
—¿Qué sucede, amigo? —le preguntó—. Eyrien parecía ayer más seria de lo normal.
Freyn trató de decir algo, pero de su boca no emergió sonido alguno. El enano simplemente apretó el brazo de Ian con cariño, lo que hizo que éste no se sintiera más tranquilo. El camino hasta la sala se le hizo eterno, y cuando llegó observó a quienes ya estaban allí. Además de Eyrien y Eriesh, que tenían la misma expresión grave que el enano, estaban el rey Trenzor, el hechicero Hedar y el mensajero que tendría como misión llevar las noticias a Siarta, un Alto humano de la Guardia Gris que gozaba de una gran confianza entre todos por su discreción. Al observar sus rostros, Ian se dio cuenta de que ellos estaban tan expectantes como él, por lo que tampoco sabían por qué se les convocaba de aquella forma tan exclusiva.
—Bien —dijo Eyrien, levantando finalmente la vista hacia él—. Por favor, Ian, siéntate. Tú y yo hemos sido amigos durante mucho tiempo. Y nuestra mutua lealtad ha sido probada en multitud de situaciones difíciles. Yo confío en ti y tú confías en mí.
—Claro —dijo el rey de Arsilon sobrecogido ante las palabras de la elfa.
—Por eso he decidido, tras meditarlo largamente y contando con el consejo de Freyn y Eriesh, quienes han sido nuestros mejores amigos desde hace décadas, explicarte algo por lo que podrían acusarme de ser una traidora a mi pueblo.
—Eyrien, por todos los dioses, me estás asustando —dijo Ian—. Háblame sin reparos.
—Ian, antes de morir Imran se alzó una nueva profecía que hubiese sacudido los cimientos de toda la Tierra si su contenido se hubiese difundido entre los elfos —dijo Eyrien—. Esa profecía hablaba del derrocamiento de los líderes elfos por parte de unos humanos.
—¡Imposible! —exclamó Trenzor mientras los demás se sobresaltaban, presas del asombro y del temor—. ¿Humanos? Me pregunto qué humano podría provocar ni siquiera que la cúpula política élfica se tambalease —dijo escéptico—. Ni siquiera todos los Esigion de Maelvania que han existido han podido provocar semejante cosa, pese a que llevan centurias intentándolo.
—¿Sabemos quiénes son esos traidores a la paz? —preguntó Ian, quien suponía que los Cazadores podrían encargarse de ello, la misma Eyrien sin ir más lejos.
—Lo sabemos, Ian —dijo Eyrien con piedad—. Esos humanos de los que habla la profecía son tu sobrino y tu ahijado, Killian de Arsilon y River de la Casa de los Tres Elfos.
Ian notó que el color abandonaba su rostro y se sintió mareado, como si estuviese preso en una pesadilla que aunque sabía irreal, no podía abandonar. Notó que una mano cálida se posaba sobre la suya con suavidad.
—¿Por eso estás aquí, Cazadora? —logró preguntar angustiado y con la voz quebrada—. ¿Para acabar con lo que queda de mi familia y de la familia de Lander?
—Sí —contestó ella con suavidad, sin ambigüedades ni vacilaciones.
Ian no fue capaz de decir nada más. Se sentía sobrecogido, como si alguien le hubiese arrancado el corazón del pecho y lo hubiese estrujado hasta despojarlo de todo rastro de humanidad. Siempre había dado todo por la libertad, siempre había estado dispuesto a sacrificarlo todo por la libertad, siempre había estado dispuesto a sacrificarlo todo por el bien de los Pueblos Libres, pero ahora se sentía incapaz de pensar, afligido y abrumado, con mil preguntas cruzando por su mente en desorden. Agradeció que fuera Trenzor el que consiguiera exponer en palabras lo que corría por su propia mente desbocada.
—No puede ser —dijo el rey de Riskaben como si hubiese llegado a una conclusión inamovible—. ¿Killian y River, Eyrien? Es imposible, es absurdo. Tú misma los conoces.
—Sabes que no puedo mentir, Trenzor —dijo Eyrien con voz cansina.
—Tienes razón. Lo siento, Eyrien. Yo... —empezó a decir Trenzor, aunque ella hizo un gesto de la mano para expresar que no importaba.
—¡Pero son mis chicos! —exclamó Ian con la voz tomada—. Eyrien, no puede ser. Ninguno de los dos puede ser un traidor. Ellos han nacido en el seno de la Alianza, y ya has visto la pasión que sienten por nuestros ideales. ¡Si los acusas a ellos me acusas a mí, Eyrien!
Eyrien se mostraba silenciosa, dejándolo desahogar todas sus emociones, porque era su amigo, aunque Ian sabía que la inmortal se mantendría indiferente a todo lo que él pudiera decirle. Los ojos del rey de Arsilon se humedecieron, pues en el fondo sabía que nada ni nadie podría detener a la Cazadora de Siarta si ésta se había fijado ya un objetivo y creía que era su deber cumplirlo. No, si Eyrien decidía que Killian y River debían morir, él no podría impedirlo. Pero lo que más le dolía a Ian era la voz interior que le decía que no sólo no podía detenerla sino que no debía hacerlo, porque el destino de todos los traidores era perecer a manos de los justicieros elfos. Elfos como la siartana que en aquel momento le sostenía la mano con cariño.