River se dio cuenta de que aquello debía ser muy grave, porque Eriesh se levantó para seguir a Eyrien sin decir palabra. Ian abrió mucho los ojos, y se oyó un fuerte sonido metálico cuando el hacha de Freyn cayó hasta el suelo.
—No puede ser —dijo Trenzor asombrado.
—Es, rey Trenzor —corroboró Tirenia—. Parece que finalmente los Sabios han descuidado demasiado sus cuerpos y que el agotamiento ha podido con uno de ellos. Al menos es lo que cree Subinion, porque el cuerpo de Imran estaba inmaculado. Un asunto triste y grave para todos, elfos, enanos o humanos. Y las cosas pueden ir a peor. Yo me voy a Siarta, sólo he pasado por aquí para darle la noticia a Eyrien y pedirle... un favor relacionado con la ciudad de Gevinen.
—¿Quieres pasar la noche aquí, Tirenia? —le preguntó Ian—. O, al menos, descansar un poco y comer antes de seguir camino.
—No, Ian —dijo Tirenia, quien de repente pareció tener aspecto cansado—. Me iré enseguida, ya me he demorado demasiado. Hace ya más de dos semanas que Imran falleció, y esperan en Siarta a casi todos los Cazadores. Me despediré de Eriesh y Eyrien y seguiré mi camino ahora mismo. Adiós —dijo, y se alejó por el sendero.
—¿Quién es Imran? —preguntó Killian en cuanto el decoro se lo permitió y la regia Cazadora se hubo ido.
—Es... era uno de los Sabios Videntes de Siarta —dijo Freyn—: También era un buen amigo del rey Subinion y fue maestro de hechicería de Eyrien y su amigo Konogan durante largo tiempo. Era muy querido para la Casa de Siarta y para Eyrien ha sido un golpe duro.
—¿Y cómo puede morir un elfo de muerte natural? —insistió Killian confundido.
—Lo que voy a deciros ahora es secreto absoluto, así que deberéis guardar silencioso sobre ello —dijo Trenzor—. Los Sabios Videntes son muy poderosos pero han soportado demasiados años y demasiadas tensiones. Se puede decir que sus cuerpos se han vuelto mortales en beneficio de una mayor fuerza mental, y cuanto más poderosos son esos Sabios, más débiles son físicamente. No sé si lo sabéis, pero aunque los elfos no mueren, cuando se cansan de la vida descuidan sus cuerpos y se convierten en energía, en la esencia que les da vida. Eso le ha pasado a Imran, aunque no debe haber sido voluntario. Es la unión la que da tanta fuerza a los Sabios; ahora que son uno menos, quién sabe qué pasará. Es una pérdida terrible. Hacía más de veinte mil años que no moría un Sabio, y habrá que esperar a ver lo que sucede ahora en Siarta. Supongo que buscarán a un nuevo iniciado entre los muchos elfos que se entrenan para ello, pero por un tiempo es posible que su fuerza se vea disminuida. Éste es un momento histórico, aunque pocos lo conocerán hasta que haya pasado mucho tiempo; no podemos permitirnos que llegue a oídos del enemigo esta noticia funesta.
River estuvo ausente de pensamiento durante toda la cena. Después de consolar a Eyrien, Eriesh había vuelto con ellos y les había explicado algo que aclaraba algunas cosas sobre su encuentro en el bosque con Eyrien. Porque parecía ser que Imran había muerto en el mismo momento en que los Sabios transportaban a Eyrien a Arsilon mágicamente, y que el esfuerzo podía haber matado al Sabio y el hechizo haber caído antes de que Eyrien llegara a salvo a la fortaleza. Pero algo en el rostro grisáceo del elfo parecía decir que no creía del todo esa explicación y los pensamientos de River se arremolinaron. ¿Cómo podía ser casualidad que Eyrien apareciera justo en una parte del bosque donde había un íncubo rondando? ¿Y cómo la habían encontrado viva ellos después? Por no hablar del hecho de que los Ancianos se hubiesen avenido a transportar a la heredera de Subinion a Arsilon por aquel medio costoso y delicado.
Aprovechando la bonanza de aquella noche, dejó a su familia y a los enanos en el salón y salió a la terraza. El parloteo incesante de los grillos era arrullador, e invitaba a meditar los problemas con calma. Se apoyó en la balaustrada de piedra y observó al cielo, aunque un momento después se puso tenso y se giró rápidamente, descubriendo que no estaba solo en la terraza. Se giró para ver cómo unos ojos grandes y ambarinos lo miraban desde una silueta negra. Se estaba preparando para lanzar un hechizo a la fiera cuando la voz de Eyrien lo detuvo.
—No podrías matar a ese jaguar aunque quisieras —dijo de pronto desde la otra esquina de la terraza—. Es Umbra, es mi protector. Llegó ayer con mi montura, Elarha. Umbra, éste es River.
Primero aparecieron sus ojos nocturnos, azules y brillantes, y después se hizo visible. Estaba sentada en la balaustrada, su vestido oscuro extendido a ambos lados y ondeando con la brisa nocturna.
—Eh... —dijo River, sin saber muy bien qué hacer o qué decir.
—Puedes quedarte —le dijo Eyrien, que se levantó para acercarse a él—. Y puedes preguntarme sobre Umbra. Por cierto, ¿qué hechizo habrías lanzado?
—Sólo una red mágica, no hubiese querido matarlo —respondió River, sorprendido ante la suspicacia de Eyrien. Se sintió un poco alarmado cuando el gran jaguar negro se le acercó y lo husmeó de cerca—. Es tu protector... ¿Quieres decir que ese gato gigante es inmortal?
—No exactamente —dijo Eyrien, observándolo con la misma curiosidad con que él observaba a Umbra—. Como es mi protector, vivirá tanto tiempo como lo haga yo.
—Es fascinante —dijo River mientras le acariciaba las orejas—. Parece que le gusto.
—Tu esencia mágica es intensa, River. Reconoce en ti a un Hijo de la Casa de los Tres Elfos —respondió Eyrien con suavidad—. También le tenía mucho aprecio a tu padre.
River volvió a sentirse violento sin saber por qué Eyrien parecía haberse puesto más seria.
—Siento lo de tu maestro —le dijo River—. Sé que es duro perder a alguien cercano, aunque supongo que es más duro aún si lo conocías bien.
—Lo es. Pero he visto morir a mucha gente a lo largo de los años y en multitud de batallas. Aunque es la primera vez que muere un elfo al que yo conocía, y eso me ha dado qué pensar.
—¿Pensar en qué? —preguntó River, aún no muy seguro de si aquello ofendería a la elfa o si ella necesitaba hablar.
—En que ni siquiera los elfos vivimos eternamente —dijo Eyrien—. Yo misma debería estar muerta y sólo vivo porque un vampiro de conducta extraña me ha perdonado la vida. Pero por su culpa estoy débil y no se han podido poner en contacto telepáticamente conmigo desde lejos, si Tirenia no hubiese venido no me hubiese enterado de la muerte de Imran.
River no supo qué decir, los pensamientos de Eyrien eran muy sombríos.
—Así que Tirenia es una Cazadora de Profecías —comentó.
Eyrien lo miró, pero no dijo nada; a su lado Umbra movía la cola con sinuosidad.
—Creo que me los imaginaba diferentes, a los Cazadores —insistió River, y esta vez Eyrien sonrió con aquella sonrisa inquietante propia de los elfos, como un depredador.
—¿Y cómo te los imaginabas? —le preguntó.
—No lo sé. Supongo que más siniestros —dijo River. «Y masculinos» pensó, aunque eso no lo dijo para no enfurecerla—. Y Tirenia es...
—Tirenia es muy hermosa, ¿verdad? —dijo Eyrien volviendo a mirar al cielo—. Es una elfa muy, muy bella. Y sin embargo es peligrosa. Tanto como bella. Haz caso a Eriesh, mago —suspiró Eyrien—. Nunca te fíes del aspecto de un ser para juzgarlo; porque lo más hermoso puede ser también lo más peligroso. No confíes nunca en un feérico, o en una feérica, sólo por su belleza; podrías llevarte una sorpresa.
Luego se giró y, dándole las buenas noches con suavidad, se perdió en el interior del castillo.
—¿Tú consigues entenderla? —le preguntó River al jaguar.
Le pareció ver un destello divertido en la expresión penetrante que el felino le devolvía, y que le recordó vivamente a la expresión que Eyrien le dirigía siempre que se reía de él.
Pocos días después, las malas noticias que llegaban a Arsilon volvieron a acaparar los pensamientos de todos los que se reunían en el castillo. Una tarde Ian se entrevistó con un mensajero que venía desde las tierras del Sur, y poco después del atardecer irrumpía en la biblioteca de estudio donde Killian y River pasaban el rato charlando.
—Chicos, tenemos asuntos urgentes que tratar —dijo—. Killian, ve a buscar a los enanos a la armería. River, tú busca a los elfos; estaban paseando por los claustros del patio la última vez que los he visto. Nos reuniremos en la sala de reuniones del subterráneo en media hora.
Luego se fue. Killian y River se miraron mientras se levantaban a cumplir con sus órdenes. Ambos sabían lo que significaba aquella reunión urgente en la sala de la planta baja: que había problemas lo suficientemente graves como para que la Triple Alianza decidiera intervenir en el asunto. Killian se despidió antes de dirigirse a la escalera de caracol que lo llevaría a la zona sur del patio mientras River se dirigía a las escaleras principales en dirección a los claustros. Estuvo dando vueltas durante más de quince minutos antes de dar con los feéricos, y cuando los hubo encontrado quiso haber sido él el encargado de buscar a los enanos. Desde la primera noche que habían pasado ambos en el castillo, Eriesh y Eyrien no parecían haber vuelto a pasar la noche juntos, o habían sido muy discretos al respecto. Pero ahora, en el sombrío corredor Eriesh apoyaba una mano contra el muro y se inclinaba hacia Eyrien, su rostro muy cerca del de la Elfa de la Noche mientras charlaban en voz muy baja. River hubiese querido tirarse a un pozo antes que interrumpirlos o ver lo que iba a pasar, pero no podía volver a subir sin los elfos, aduciendo que ellos tenían sin duda cosas más interesantes que tratar. Haciendo de tripas corazón, se tragó su orgullo y carraspeó sonoramente.
—Siento... molestar —dijo, pues la palabra interrumpir le hubiese sonado demasiado amarga—. Pero ha llegado un mensajero de Sentrist y el rey Ian quiere vernos a todos en la sala de reuniones del subterráneo. Si a vosotros no os parece mal —añadió, presintiendo que su tono había sido demasiado brusco.
—Esto ya empieza —dijo Eyrien moviéndose ágilmente para salir de entre Eriesh y la pared.
—¿Tú ya sabes de qué va? —le preguntó Eriesh mientras ambos se acercaban a River, como si momentos antes no hubiesen estado flirteando—. No sé si te has fijado, hechicero —añadió mirando a River—. Pero nuestra Eyrien parece ir siempre un poco por delante de los demás. Sin duda ella ya sabe qué es lo que va a comunicarnos Ian, y se lo ha estado callando hasta ahora.
—Sí, algo sabía. Pero si no he dicho nada ha sido porque tenía la esperanza de no tener que preocuparme por ello —dijo Eyrien, encabezando la comitiva hacia las escaleras que conducían al subsuelo del castillo—. Me parece que mis antiguos conocidos los guls están de regreso en el Continente Norte.
River miró a Eriesh, quien le devolvió una mirada gris teñía de inquietud.
—Bueno, ahora ya estamos todos los que podíamos ser —dijo Ian, cuando el soldado que guardaba la puerta de la sala concedió el paso a River y los feéricos.
En la sala, tenuemente iluminada por antorchas, ya había un grupo numeroso de gente. Era la primera vez que River accedía a aquel secreto centro de operaciones, así que se concedió un momento para estudiar su entorno. La sala era grande y ovalada, y estaba presidida por una gran mesa redonda rodeada de cómodas sillas de madera. Por todas partes había mesillas accesorias y estanterías cubiertas de libros, legajos de pergaminos amarillentos, notas manuscritas y mapas de las diversas regiones de ambos continentes, algunos con anotaciones o miniaturas encima, y otros claramente antiguos. Saltaba a la vista que en aquella habitación se habían planeado estrategias y se habían tomado decisiones históricas desde hacía centurias. El ambiente estaba impregnado de una sobriedad que ponía la piel de gallina.
Al acercarse a la mesa, River observó a los que estaban allí reunidos. Eyrien tomó asiento junto a Ian, quien tenía a Trenzor al otro lado; eran el poder, las mentes que movían los hilos de la Triple Alianza en representación de los Pueblos Libres. Ian por los humanos, Altos y Bajos, Trenzor por los enanos, y Eyrien, como representante de su padre Subinion, por los elfos y todos los pueblos feéricos. Alrededor de ellos se sentaban, algo más desordenadamente, Freyn, Eriesh, Killian, el hechicero Hedar, Verel, el jefe de la Guardia Gris, tres de los nobles de Arsilon más implicados en la Alianza, y algunos humanos extranjeros que sin duda eran embajadores de algunas de las ciudades cercanas. También estaban presentes los arsilonianos de confianza, que llevarían las noticias y decisiones que se tomasen al resto de los dirigentes aliados, y el mensajero que había venido desde el Sur. El sentristiano, de tez morena como la de su señor Suinen, tenía aspecto cansado pero resoluto. Debía de ser la primera vez que veía elfos porque tenía la mirada perdida en la figura de Eyrien, como si estuviese viendo un bello espejismo. Sonriendo comprensivo, River tomó asiento junto a Eriesh, que le ofrecía amistosamente la silla vacía que estaba a su lado. Cuando todos estuvieron instalados, Ian tomó la palabra con gesto grave.
—En primer lugar me gustaría dar la bienvenida a los nuevos componentes de nuestra Alianza, mi sobrino Killian y mi ahijado River —dijo con orgullo—. Espero que me sucedan cuando yo ya no esté o me pesen los años.
El resto de los presentes les sonrió amistosamente y Hedar les dio la bienvenida con gesto emocionado. Parecía que sólo River se daba cuenta de que Eyrien suspiraba y de que Eriesh miraba a la mesa con gesto pensativo.
—Y ahora quisiera presentaros a Teron de Sentrist, quien ha arriesgado su vida para venir aquí con la mayor presteza posible —prosiguió Ian, señalando con un gesto del brazo al abochornado sentristiano—. Todos sabemos lo difícil que es cruzar actualmente los territorios, incluso en el Continente Norte, pues los espías y aliados Cáusticos están siempre al acecho. Teron, por favor, explícales a los presentes lo que me has dicho a mí, sin ocultar nada.
—Caballeros, señora —dijo Teron alzándose y saludando con la cabeza a tan imponentes mandatarios—. Desgraciadamente, las noticias que traigo de Arsilon son de horror y malos presagios, y de una urgente necesidad de ayuda por parte de...
—Habla sin temor, sentristiano —interrumpió Eyrien, haciendo que Teron diese un respingo y se ruborizase—. La ayuda a tu hogar estaría asegurada aunque vinieses a decirnos que es Esigion en persona el que ha decidido atacaros. Sin embargo creo que no me equivoco si digo que son simples guls los que os acechan.
—Así que tú, para variar, ya lo sabías —dijo Freyn—. ¿Por qué esta elfa siempre se guarda las cosas sin decirnos nada?