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Authors: Carolina Lozano

Tags: #Fantástico

La cazadora de profecías (9 page)

BOOK: La cazadora de profecías
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—¡No me hagas burla! —contestó Yinser en un tono tan brusco que se habría censurado a sí mismo—. Ejem. Eriesh de Greisan es el legado del pueblo élfico de Greisan, los señores de los Hijos de las Rocas —dijo—. Y espero, River, que sepas controlar esa lengua en su presencia, porque los elfos son aliados a los que no nos podemos permitir ofender.

—Ya nos hemos dado cuenta de lo difícil que es no ofenderlos —murmuró River.

—¡Siéntate recto! —exclamó Yinser.

Mientras River refunfuñaba y se sentaba erguido, Ian miró la lista.

—Eriesh estaba en Riskaben con los enanos así que llegará con ellos. Eyrien ya está aquí.

—¿Entonces conoceremos a la hija de Subinion? —preguntó Killian maravillado.

Yinser los fulminó a ambos con la mirada.

—Pues sí —dijo—. Y espero que sepáis comportaros a ambos a la altura de las circunstancias. A los elfos les estrecharéis la mano, pero a las elfas sólo se la estrecharéis si ellas os la ofrecen antes. Si no, os inclinaréis caballerosamente y punto. Nunca, y digo nunca, abuséis de la confianza de una elfa. Os mantendréis siempre al menos a un metro de ellas, y sólo reduciréis esa distancia se ella lo hace primero. Incluso su tío el rey rinde pleitesía a Siarta, así que ten en cuenta, Killian, que ella te supera en inteligencia, sin duda en edad, y en rango social...

—Bueno, bueno, Yinser —lo detuvo Ian—. No asustes a los muchachos antes de tiempo. Lo harán bien, y además la Dama de Siarta los verá sin duda con muy buenos ojos. Así que no los amenaces más. Eyrien es mi amiga, hijos. Y es una buena chica, si no se la provoca.

—Una buena chica... —dijo Yinser, horrorizado ante aquel epíteto para la doncella políticamente más importante de aquellos tiempos.

Sin embargo a Ian no se atrevió a reprenderlo, así que siguió listando a los invitados del banquete. Enseguida quedó claro que aquella reunión serviría para involucrar a los dos jóvenes señores de Arsilon en el más alto y secreto círculo de dirigentes de la Triple Alianza. Estarían presentes, además de algunos escogidos fieles líderes locales de Arsilon, algunos de los representantes de los Pueblos Libres que se enfrentaban sin tapujos a la tiranía de Esigion de Maelvania y sus Reinos Cáusticos. Junto a los dos elfos, que representaban a todos los feéricos, estarían presenten los representantes del Pueblo Enano de Riskaben, también los del valle de Enadar, los gobernadores humanos de los Reinos Libres de Fernost, Sentrist, Udrian y Niaranden, además de los hechiceros jefes de los cuatro principales Centros de enseñanza de la magia Umbanda que aún eran fieles a los Pueblos Libres.

—Una reunión de traidores en toda regla, a ojos de Esigion —dijo Killian.

—Sí, Killian —dijo Ian—. Pero a mucha honra.

—Desde luego —dijo River con determinación.

Aunque River no le diera importancia al asunto, pues era poco vanidoso en lo que se refería a su magia, todos los Reinos Libres habían celebrado en secreto que el último Alto humano de la Casa de los Tres Elfos estuviera de su lado. Quizás aún era un joven y no había sido lo suficientemente adiestrado, pero River llegaría a ser el mago más poderoso de entre todos los humanos algún día, y era una pieza de valor incalculable para el Ejército Libre. Hasta enanos y elfos habían celebrado que el joven mago no se hubiese dejado seducir por el poder que podía haberle dado Esigion de Maelvania cuando, años atrás, siendo un niño, había intentado atraerlo.

—Realmente es algo curioso que los elfos se esfuercen tanto por liberar a todos los pueblos cuando podrían cuidar sólo del suyo propio y no sufrir más de la cuenta, ¿verdad tío? —dijo Killian pensativo.

—Sí, hijo —dijo Ian—. Los elfos son peligrosos, son ariscos y altaneros, y nos insultan casi en cada conversación, pero son un pueblo noble y valiente dispuesto a arriesgar su seguridad por los que son menos favorecidos que ellos. Eso no hay que olvidarlo —dijo, y le dedicó una sonrisa maliciosa—. Es lo que yo me recuerdo a mí mismo cada veza que alguno de ellos me saca de quicio recordándome lo poca cosa que soy como humano.

—Yo sé de un mago que debería hacer lo mismo —dijo Yinser sin mirar a nadie, porque todos sabían de sobra a quién se refería.

—Pues mira, tienes razón —dijo River mirando al maestro, y por aquella vez no discutió.

—Y tú, príncipe Killian, ¿qué tal han evolucionado tus clases de baile allá en las tierras paternas? —dijo Yinser.

—Pues bien... Un momento —dijo Killian, y se puso rojo—. Yo no quiero bailar.

—Ah, sí. Y tanto que vas a bailar —dijo Yinser afirmando categóricamente con la cabeza.

—¡Bueno, amigo! —dijo River riéndose—. Ya te veo ofreciendo tu mano a alguna joven emperifollada de lo más fino de la sociedad.

—Tú también vas a ofrecer tu mano a las jóvenes emperifolladas esta vez, River —dijo Yinser con malevolencia—. Ahora ya eres miembro oficial de esta casa real, y me voy a asegurar de que cumples como señor de Arsilon aunque tenga que arrastrarte hasta la pista de baile del pescuezo.

Esta vez, incluso River llegó a ponerse rojo.

El día pasó lento y turbador para Killian, a quien desde primera hora le subió un claro sonrojo de vergüenza al rostro que ya no lo abandonó durante todo el día. Y sin embargo cumplió con rectitud su papel de personaje público, consciente, como le habían enseñado, de que se debía a su pueblo en cuerpo y alma. River lo acompañaba en todo momento, pero estaba claro que el Alto humano ya estaba más acostumbrado a aquellos baños de muchedumbre y a que lo observaran, y se comportaba con naturalidad. Podía sacar de quicio a Yinser, pero a la hora de la verdad, el joven hechicero sabía comportarse como era debido.

Al llegar el anochecer volvieron al castillo por fin, y a ambos se les quitó el cansancio para ser sustituido por la misma sensación de impaciencia y emoción. Ahora se presentaba la verdadera prueba. Fueron a sus nuevos aposentos en la parte posterior del castillo a prepararse para la cena. Como ya habían esperado, las ropas que debían llevar estaban dispuestas sobre sus percheros y lo único que tenían que hacer era vestirse y esperar a que Yinser acudiera a darles el visto bueno. Al menos los modistos tenían el detalle de atender a los gustos personales de sus clientes y, más o menos, se sentían cómodos con sus ropas. Una vez aprobado por el exigente maestro de ceremonias, River salió al pequeño rellano que comunicaba su puerta con la de Killian y lo esperó. Vestía de gris, como todo hechicero de Arsilon, con detalles en verde esmeralda porque a las costureras les encantaba resaltar el color de sus ojos. Y aunque era un hechicero, llevaba pantalones, camisa y botas de montar, pues River siempre se había negado a llevar la túnica propia de los magos, aduciendo que era incómoda para alguien que tenía que realizar sus conjuros en el campo de batalla. Aunque tenía espada tampoco la llevaba, porque en Arsilon, y aunque se estuviera en guerra, las armas estaban de más.

Poco después salió Killian, vestido de gris y blanco, los emblemas de la casa de Arsilon. Era la primera vez que vestía así, con los colores de su casa.

—Qué guapetón estás —bromeó River mientras se dirigían a la sala de banquetes—. ¡El terror de las doncellas, sin duda!

—¡Cállate! —le espetó Killian poniéndose rojo de nuevo—. La hora de la verdad —dijo cuando se detuvieron ante la puerta cerrada.

—Tranquilo, futuro rey de los Pueblos Liberes, yo estoy a tu lado. No es mucho, pero...

—Para mí es lo más valioso, amigo —dijo Killian.

Se abrazaron un momento, con emoción. Miraron al soldado de la Guardia Gris que guardaba la puerta. La cruzó, los anunció con dos golpes de báculo sobre el suelo de piedra y se hizo a un lado. En el salón ya había unas quince personas, todas humanas, y rápidamente los convirtieron en el centro de atención. River ya conocía a muchos de los presentes, pero Killian fue presentado a cada uno de ellos y al final se fue acostumbrando a que todos se inclinaran ante él con reverencia. Al fin y al cabo, era miembro de la Casa de Arsilon. Un rato después Ian se acercó a River, que parecía un tanto distraído e impaciente. El rey le pasó una mano por la espalda, puesto que no llegaba a rodearle los hombros, y le dijo con afabilidad:

—¿Esperas a alguien?

—Yo... —dijo River devolviéndole una mirada intensa que no podía ocultar nada—. Sólo tengo curiosidad.

—Te entiendo, hijo —dijo Ian—. También yo recuerdo el día en que supe que iba a conocer a Eyrien de Siarta, cuando tenía sólo dieciocho años. Y ahora que tengo cuarenta y uno, aún me emociono cuando sé que voy a verla.

—Se me hace tan extraño pensar que hace veinte años que tú la conoces, y que a mí va a seguir pareciéndome alguien muy joven.

—A mí me pasa lo mismo —dijo Killian, que se había ido acercando para descansar un rato de la agobiante charla de los invitados.

—Uno nunca se acostumbraba del todo a la invariabilidad de los elfos —dijo Ian alzándose de hombros—. Yo conozco a varios desde hace mucho tiempo, y lo que hago es recordarme siempre que ellos ya estuvieron aquí tratando con mi padre y con mi abuelo. Eyrien es joven, incluso para los elfos, pero a mí y a tu madre nos vio nacer y crecer, Killian.

—¡Ah, ahí vienen! —dijo Yinser acercándose a ellos.

En aquel momento el soldado de la puerta volvía a entrar y a picar sonoramente con el báculo en el suelo para reclamar la atención.

—La legada del pueblo élfico, la dama Eyrien de Siarta.

El soldado se hizo a un lado y en la puerta apareció una elfa alta y muy hermosa, envuelta en un liviano vestido azul aguamarina que caía hasta el suelo y que dejaba sus delicados hombros al descubierto. Por todo adorno llevaba un cinturón de oro blanco que rodeaba sus caderas, pero no necesitaba nada más. Sus cabellos ondulados caían sobre sus hombros con un color azul intenso como el de una noche de luna llena y sus labios azul oscuro mostraban una sonrisa luminosa. Sin embargo, se erguía en actitud regia y permanecía en la puerta esperando a que Ian se acercase a ofrecerle su brazo, lo que el rey hizo con presteza.

—¡Cerrad esas bocas, brutos! —les susurró Yinser a sus pupilos.

Pero tanto uno como otro tardaron en reaccionar porque, de repente, su compañera de viaje, Erynie, se había convertido nada menos que en la Hija de la Casa de Siarta, uno de los seres más poderosos de entre todos los Pueblos Libres o Cáusticos de la Tierra.

Ian se acercó a ellos llevando a la elfa del brazo. Yinser resopló. El resto de los presentes se habían acercado a ellos, pues todos querían ver aquel momento histórico en que la representante de los Hijos de la Noche iba a conocer al nuevo futuro rey de los Hombres Libres.

—No los amonestes, Yinser —dijo Eyrien, demostrando cuán fino era su oído y manteniendo su sonrisa, que era inquietante y adorable a partes iguales—. El príncipe, el mago y yo ya nos conocíamos aunque ellos no lo supieran.

—¿Ya os conocíais, mi dama? —preguntó Suinen, el gobernador de Sentrist. Era, como todos los habitantes del Sur, un hombre de tez morena, cabellos negros y rasgos aguileños.

—Sí, Suinen. Nuestros caminos coincidieron cuando nos acercábamos a Arsilon —dijo Eyrien, y luego alzó un poco más la voz—. Y he de decir que mi esperanza en estos dos chicos se ha visto inesperadamente acrecentada por su actitud honesta y valiente. Sin duda los tiempos que vienen serán duros y siniestros, pero podremos afrontarlos con la unión de nuestras fuerzas. Killian de Arsilon, es un placer reconocerte —finalizó la elfa, tendiendo su mano al joven.

Mientras Killian estrechaba la mano de Eyrien, los presentes se reunieron en grupitos a comentar regocijados las palabras de la Hija de Siarta, orgullosos de lo que fuera que ambos jóvenes hubiesen hecho para ganarse el respeto de la exigente elfa. Aunque joven, la inmortal había vivido más batallas que ninguno de los presentes y sus palabras eran siempre escuchadas con atención y seriedad. Luego Eyrien dirigió su atención a River, que aún la miraba fijamente.

—También es un placer reconocerte a ti, River, hijo de Lander y Robin —dijo, y River se sobresaltó al oír en boca de la Hija de Siarta los nombres de sus desaparecidos padres—. Estoy segura de que podemos esperar grandes cosas de ti. De momento no hemos sido muy sinceros entre nosotros, pero espero que eso cambie.

—Sin duda. Es un honor para nosotros el poder luchar por la libertad —dijo Killian, y se inclinó de nuevo antes de volverse hacia los invitados que reclamaban su atención.

También Ian se retiró, y River y Eyrien se quedaron momentáneamente solos, frente a frente. Eyrien le devolvió una mirada sagaz mientras River seguía mirándola tan fijamente como lo había hecho desde que había entrado.

—Y dime mago, ¿qué opinas ahora de la Hija de Siarta a la que tanto ansiabas conocer? —preguntó Eyrien en voz baja—. ¿Cumple con tus expectativas?

—Ya lo había hecho aun cuando pensaba que no la conocía —dijo.

Eyrien acentuó su ambigua e indescifrable sonrisa, pero ya no pudieron seguir hablando porque en aquel momento volvió a entrar el guardia de la puerta con su ruido atronador.

—El consejo real del clan enano de Riskaben y el legado de la casa élfica de Greisan.

El guardia se hizo a un lado y entró un grupo de gente no humana en el salón. También se quedaron parados en la puerta para mirar a su alrededor. Cinco de ellos eran enanos y tenían la mitad de la altura de un humano, no obstante todos parecían magnánimos y lucían largas barbas y ropas suntuosas. Cuatro de ellos eran claramente veteranos y el quinto parecía más joven, aunque rondaba los doscientos años de los alrededor de cuatrocientos que solía vivir un enano. A su lado iba un elfo que casi lo triplicaba en estatura, claramente un Hijo de las Rocas. Su tez era pálida pero más grisácea y mate que la de Eyrien, que era un tanto resplandeciente, y sus ojos y sus largos cabellos lisos mostraban el color gris claro de la piedra que los rodeaba. Sin embargo, su rostro se mostraba más jovial que el rostro sosegado de la Elfa de la Noche, y sonrió cuando el enano joven le dijo:

—Oye, Eriesh, cambia de aspecto, que te confunden con la pared.

—Ah, bueno, Freyn —respondió el elfo con su etérea voz, y rápidamente viró el color de sus cabellos y sus ojos a un gris más oscuro que el de sus labios. Su mirada se desvió hacia Eyrien y su expresión se iluminó—. ¡Pero mirad quién está aquí también!

Los enanos se fijaron en Eyrien y acudieron a su encuentro.

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